Me callé ante aquel sencillo razonamiento. Aquel hombre era un sabio o quizás un bobo. No hubiera sabido qué decir; pero me callé. Lo que había dicho, yo lo había pensado a menudo. 3 de julio. —He dormido mal; sin duda, hay aquí una perturbación febril, porque mi cochero sufre el mismo mal que yo. Al volver a casa ayer, me fijé en su singular palidez. Le pregunté: —¿Qué tiene, Jean? —Tengo que ya no puedo descansar, señor, las noches carcomen los días. Desde que el señor se fue, arrastro mi mal como una condena. El resto del servicio está bien, sin embargo, pero yo tengo mucho miedo de recaer. 4 de julio. —Decididamente, he recaído. Mis antiguas pesadillas vuelven. Esta noche he sentido a alguien acuclillado encima de mí que, su boca sobre la mía, se me bebía la vida de los labios. Sí