Declaré bruscamente:
—No puedo disponer de cinco mil francos en este momento, querida prima.
Dio una especie de grito de sufrimiento.
—¡Oh, se lo ruego, se lo ruego, consígalos!
Se exaltaba, juntaba las manos como si se dispusiera a traen una plegaria. La voz le cambiaba de tono, lloraba y rogaba, ahogándose, dominada por la orden irresistible que había recibido.
—¡Oh, te lo suplico! Si supieras cómo sufro… los necesito hoy.
Tuve piedad de ella.
—Los tendrás entonces, te lo juro.
Exclamó:
—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Qué bueno eres!
Continué: —¿Te acuerdas de lo que pasó ayer por la noche en tu casa?
—Sí.
—¿Te acuerdas de que el doctor Parent te durmió?
—Sí.
—Pues bien, él te ordenó que vinieras a pedirme prestados esos cinco mil francos esta mañana y en este momento estás obedecien
