Me llevaron a Nóvgorod cuando ya era noche. Recuerdo mi primera visita a esta antigua ciudad en el sexto curso de la escuela. Entonces nos llevaron en el autobús de San-Petersburgo. Fuimos conducidos por las calles, visitamos el Niño* y el museo histórico, pero lo que más recuerdo es la Ciudad del Príncipe. ¡Fue tan bonito! Las mejores vistas del lago y de la ciudad eran de ahí. Y ahora me han traído de nuevo a Nóvgorod, pero no a una excursión, sino a la cárcel. Los muros del Kremlin no eran de ladrillos rojos, como recordaba cuando era niña, sino que estaban plegados de gruesos troncos, que en la oscuridad parecían negros. Este tipo de construcción me dio miedo, parecía, que si entraba en esas paredes negras desapareciera. Nadie me ha preguntado mi deseo. Mi jaula cruzo el puente, entró