Prólogo.
Yo estaba caminando por un camino desbordado por las lluvias, aunque ese charco de barro color marrón claro, era difícil de nombrar como camino. Pero aquí era todo así. Al principio todo se llaman igual, que, en nuestro mundo, pero en realidad no tiene nada que ver con las cosas de mi vida de antes.
- ¿A dónde vas, Oksia? - oí la voz de Mila a mis espaldas, la cual estaba ya cansada en el último mes. Ella, como perrito faldero, me seguía a cualquier lado.
- Stepan me mandó a la tienda para comprar la sal. - respondí.
- Entonces voy contigo, - se autoinvito ella.
- ¿No tienes nada más que hacer? - le pregunté, con la esperanza de escapar de una compañera de viaje no deseada, porque lo mejor ahora para mí era, quedarme sola.
- ¡No! El príncipe vendrá mañana, así que estoy libre.
Eso es lo que más temía. Si el no me va a creer que no soy una bruja, sino que soy una chica, perdida en este tiempo por su tontería y curiosidad malsana, idiota, me quemarán o algo peor. Me temía, que no habría en este mundo ni tolerancia, ni comprensión.
Me quedaba una pequeña esperanza de que todo esto, lo que me pasaba fuera solo un sueño y que me despertaría en el momento adecuado, porque habría sueños realistas. Tal vez el mío fuera igual.
- ¿Vas a ver al Príncipe?
- ¿A lo que voy? Ya me llevarán a él por la fuerza. - sonreí con amargura.
- ¡Ah, sí! Te acusaron de brujería. ¿Cómo has hecho que todos los gansos de Kara hayan muerto? - pregunto Mila con toda la sinceridad de una niña.
- ¿No hice nada, - empecé a llorar yo, - tal vez a los gansos los mato la gripe aviar? Pero todos echaron a mí la culpa.
- Tranquila, el Príncipe vendrá y se encargará de averiguar todo, - me dijo ella, tratando de abrazarme por el cuello.
Con la población local, yo sobresalía por encima de la media con mis 165 centímetros, porque a todas las chicas del pueblo les sacaba una cabeza y un hombre raro podría presumir que era igual a mi de altura. "Me cortarán la cabeza mañana y me dejarán con el denominador común, para que no esté más alta”, - pensé.
Andar por este camino fue difícil, las piernas se deslizaron y se atascaban al mismo tiempo. Mi cabeza daba mil vueltas intentando recordar el libro de historia del octavo curso o el séptimo. ¡Ni siquiera sé qué año es! Me respondieron, pero no entendí nada. ¿Cuál es el 4518? Aunque esos calendarios cambiaban cuando querían, sumando o restando años. Si fuera historiadora, podría haberlo hecho, pero soy una futura médica y no necesito saber esas cosas. Recordé las palabras de nuestra profesora que decía: “el pasado debía conocerse, que sin él no había futuro.”
Las lágrimas volvieron a caerse por las mejillas. ¡Quiero ir a casa de mi madre a nuestro cómodo patio en Ligowski! Estoy cansada de la suciedad y la insalubridad. Cansada de la comida monótona. Cansada de este lugar miserable, colores grises y gente fea.
Para explicar lo que hace una chica moderna de San-Petersburgo, mimada por la civilización, en un pueblo medieval cerca de Novgorod, tengo que explicarlo desde el principio.