¿QUIEN ERES TÚ?

1817 Words
OVIDIO Cada quien tomó su puesto alrededor del casino donde se escondía esa rata asquerosa. No deseaba que mi madre entrará, pero con ella no se podía discutir. Escuchar el intercambio entre ellos fue demasiado y no toleré. Entré a ese lugar con el deseo de matar a ese mal nacido por la manera tan despectiva con la que le hablaba a mi madre. —Debí haberte matado cuando tuve la oportunidad… a ti y a tu maldito bastardo. —dijo Danko Kovikov parándose frente a mi madre. Sus palabras fueron calladas por el sonido a disparos venir de afuera. Tomé el valor necesario para tomar la palabra. —No le pondrás un solo dedo encima a mi madre. Maldito imbécil, primero tendrás que matarme a mí. No sé si recuerdas cuáles fueron las últimas palabras de mi padre. Mi madre me las decía noche y día. “En la venganza el más débil es siempre más feroz.” Te creías el Dios del mundo y sin todo esto, no eres nadie. Esta noche vengaré a mi padre, a mi madre y a cada persona inocente que mataste en este mundo —los disparos se escuchaban cada vez más cerca, justo cuando me giré para ver a mi madre. Sentí un calor en mi cabeza, llevé mi mano hasta ella y vi mucha sangre manchada entre mis dedos. Lentamente mi cuerpo se iba apagando al punto en que dejé de escuchar y ver todo lo que estaba pasando a mi alrededor dejándome llevar por la oscuridad. No sin antes apretar mis ojos y lograr ver a mi Sirena por última vez en este mundo. ----- Sollozos… si, son sollozos los que se escuchan, abrí mis ojos y al levantar mi mirada pude ver la puesta del sol en el horizonte golpeándome el rostro. Miré para todos lados intentando descifrar dónde estaba, pero no logré ver a nadie más a mi alrededor solo el cálido calor del verano. Solo sabía que estaba sentado en la banca de un parque. Nuevamente presté atención a los sollozos y me puse de pie para poder buscar quien era el o la dueña de ese llanto. Di unos pasos y pude ver un pequeña figura en el suelo, con sus piernas recogidas, escondiendo su pequeño rostro con sus manitas, su cabello n***o largo ondulado me hizo saber que se trataba de una niña. Nuevamente miré a nuestro alrededor y no había nadie, éramos solamente ella y yo. Me senté a su lado, pero guardé una pequeña distancia. —¿Porque lloras? —pregunté y ella no me contestó, solo siguió llorando. No sabía la verdad si iba a poder contestarme la verdad es que era una pequeña de tal vez unos 5 o 6 años. —Me dejaron solita. —dijo y escuchar esa tierna voz derritió mi corazón. —¿Quienes te dejaron sola? —volvi a preguntar. Ella quita sus manos de su rostro y casi me quedo sin poder respirar al darme cuenta que sus ojos son azules como los de mi sirena, pero lo que más me sorprendió fue su cambio tan repentino. Pasó del llanto a dibujar una enorme sonrisa en su rostro. Se puso de pie y me abrazó. Las sorpresas para mi no acababan, pues sentí un cálido beso en mi mejilla que entibió mi corazón de una manera sublime. La separé con delicadeza del pequeño cuerpo frente a mi para prestar atención a su rostro, al detallarla me imaginé si así se vería una hija mía con Aitana. —No has contestado a mi pregunta pequeñita. ¿Que haces aquí sola? —Pregunté de nuevo acariciando su mejilla. Ella nuevamente solo me sonrió y me abrazó. —Estaba esperando por ti. —dijo y eso me descolocó ¿Porque esta pequeña esperaría por mí? Me puse de pie cogiendo su mano y caminamos juntos hasta la banca donde estaba sentado. —¿Por qué dices que esperabas por mi? ¿Sabes en dónde estamos? —ella movió su cabeza en afirmación. —Estamos solos tu y yo y no se como se llama este lugar. Nunca había estado aquí por eso me asuste mucho. —dijo abrazando mi pierna. Tenía miles de preguntas, pero ella no podía responderlas. Segundos después sacando mi mente de toda esta situación, ella corrió hasta los columpios sin soltar mi mano. Yo tenía la necesidad de seguirla, es por eso que me dediqué no sé por cuánto tiempo a jugar con ella. La mecía en el columpio y hasta la atrapaba cuando bajaba del tobogán. Era una niña adorable y sonreía mucho. El sol se ocultó y nuevamente solo tomó mi mano y me guió a una mesa cerca de ahí donde se nos acercó una señora colocando dos helados sobre la mesa. —Disculp... —me quedé con la palabra en la boca cuando la vi entrar con rapidez, ignorandonos completamente. —¿Cual es tu nombre? —le pregunté a la pequeña y ella solo encogió sus hombros. —No lo sé, pero mi abuela me llama Zafiro, por mis ojos azules. —sonrei al verla mover, cerrar y abrir sus ojitos para mostrarlos. —¿Donde está tu abuelita? —ella bajo su cabecita. —Ella dijo que regresaría por mí, solo me dijo que esperara por alguien que vendría a jugar conmigo y ese alguien eres tú. Debes tomar tu helado antes de que se derrita o no te gustará. —sonrei ladinamente ante la pequeña mandona y esquiva pequeña frente a mi. Comimos el helado en silencio, pero dándonos miradas que concluían en sonrisas juguetonas. Era muy extraño cómo me sentía con esta pequeña. No se si era mi falta de experiencia con niños o por algo más. La familiaridad que sentía con ella era algo difícil de explicar. Terminamos el helado y nuevamente nos fuimos al parque donde solo me dediqué a jugar a las escondidas, en los columpios y en el tobogán. Una nueva mañana comenzaba a nacer y la pequeña Zafiro estaba dormida sobre mi pierna. Yo no podía dormir, tenía miedo de despertarme y que la pequeña de hermosos ojos ya no estuviera a mi lado. Una señora de cabello gris, y vestimenta blanca se acercó a nosotros. La pequeña sintió la presencia de la anciana, abrió sus ojos y en lugar de mostrar felicidad. Su rostro reflejaba tristeza, al mismo tiempo que se aferraba a mi. —No me quiero ir abuelita. Por favor déjame con él un rato más. —Lo siento cariño, pero él tiene que volver con su familia. No lo puedes retener más tiempo aquí. Porque después no podrá volver con ellos. —¿Porque no se puede quedar aquí conmigo? —dijo la pequeña caminando hacia la anciana que le extendió la mano. —Porque su tiempo todavía no ha llegado a diferencia del tuyo. Pronto volverán a jugar, en otro lugar y en otro momento, ahora tenemos que volver. —Si, abuelita. —La niña se soltó de la mano de la anciana y corrió hacia mí para abrazarme. La atrapé en mis brazos y ella rodeo sus brazos en mi cuello—. Adiós, papito. —se movió inquieta dejándome sin palabras. Miré a la anciana y a ella de nuevo, me sonrió. Me dio un beso en la mejilla y la deje bajar. ¿Ella era mi hija, pero quién era su madre? ¿Mi sirena? La anciana nuevamente extendió la mano para que Zafiro la tomara. Antes de que ellas comenzarán a alejarse tomé el valor y pregunté. —¿Quien es usted? ¿Quien es la mamá de Zafiro? —Ella le dijo algo a Zafiro, la pequeña se volteó y con su manita me dijo adiós, gesto que devolví sin dudarlo. La pequeña asintió corriendo hacia la cegadora luz del sol. Donde en un suspiro la pequeña desapareció. —Yo me llamo Lorena y soy la bisabuela de Zafiro, nieta de mi hijo Roger. —Mi hija con Aitana, sonreí pues nuestra hija será hermosa. —¿La volveré a ver? —pregunté y ella movió su cabeza en negación. —El tiempo de Zafiro en la tierra fue breve, vuelve y encontrarás las respuestas a estas preguntas. —Sin nada más que decir ella se giró y siguió el mismo camino que la pequeña. No tuve tiempo de analizar sus palabras. —Tal parece que es mi momento —dijo una voz masculina a mi espalda, al girarme me encontré con la figura solo había podido apreciar a través de fotografías. Mi padre Alexei. —¿Ya estoy muerto? —fue la primera pregunta que le hice. Él se acercó y puso su mano en mi hombro. Cerré los ojos y me vi en una cama conectado a tubos y aparatos. Aitana dormida a mi lado. —No estás muerto, pero tienes que volver, llevas varios meses lejos y tu madre ya está desesperada. —¿Meses? pero solo fueron unas horas. —Aqui el tiempo funciona muy diferente. —Asentí viendo fijamente sus ojos. —¿Porque los estoy viendo? —dije sin poder entender. —No cabe duda de que no heredaste la inteligencia de tu madre. Las personas trabajamos de maneras diferentes. No comencemos a clasificar, porque no terminaríamos nunca. Las cosas cuando vuelvas ya no serán como antes. Será en este momento donde la verdadera guerra comience. Aprenderás a manejar tus fichas, de eso estoy seguro. —¿Aitana estará alejada de todo eso? —Aitana será tu perdición y tú serás la perdición de ella. Sin embargo, aún pueden haber caminos que los unan. Todo al final dependerá de sus decisiones. Sé sabio, Ovidio. Es tiempo de regresar. Demuestra de lo que estás hecho mi león. —Tocó mi cabeza y un dolor insoportable me hizo caer al suelo. Un tremendo dolor de cabeza me hizo gritar, pero tenía un tubo atravesado en la garganta. —¡Ovidio! ¡Mi león despertaste! ¡No te muevas! Iré a buscar a la enfermera. —Miré a la mujer sin poder entender su preocupación. Salió corriendo de la habitación, no se cuanto tiempo paso, pero regresó con dos mujeres más. Mi madre entre ellas, vino y me abrazó. —Mi niño, mi león ¿Como estás? —Preguntó ella cuando me quitaron el tubo que en lugar de ayudarme me asfixiaba. Sentí a la primera mujer tocar mi mano y no era nada desagradable, pero sí incómodo, más verme con sus ojos azules llenos de lágrimas, me hacía sentir extraño, pero con una sonrisa en su rostro. —Que alegría tenerte con nosotros de nuevo. —Ella me miró sorprendida cuando alejé mi mano de su agarre. —¿Quien eres tú? -------------- Copyright © 2023 Valery Archaga / Valarch Publishing Todos los derechos reservados. Obra protegida por Safe Creative bajo el número 2312176410827
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