Capítulo 15, La traición.

2504 Words
-Cómo se te ocurre dejarla salir.- indignada, Flora no podía dar crédito a tan irresponsable acción por parte de su marido; el cual acompañaba a Mia hasta la puerta principal en lo que parecía ser un intento de fuga. No obstante, la huida fue saboteada por Flora, que justo en el momento en que iba saliendo de su alcoba los encontró en pleno acto de escape. En cuanto los vio caminar deprisa rumbo a la salida, hábilmente sujetó a la prisionera con violenta fuerza del brazo, y enterrándole en la piel sus uñas medio crecidas y descuidadas, la detuvo sin contemplaciones zarandeándola con furia. -Suéltala.- le ordenó Ignacio elevando el tono de su voz, pero Flora no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer tan fácilmente. -Si Amelia se entera de esto se va a poner como una fiera; además sabes bien que tú hermano fue quien ordenó que no saliera, ¿acaso piensas contradecirlo? -Yo asumiré toda la responsabilidad con ambos, de eso no te preocupes ¿porque lo haces solo por eso no?- adivinando los pensamientos de su amargada mujer, Ignacio estaba completamente seguro que la determinación de Flora era por algo personal y no tanto porque realmente le preocupara seguir al pie de la letra las indicaciones de su hermano y de la anciana. -No me da la gana que salga, ¿cómo ves?- con una mirada altanera le desafió, y comenzando a jalonear de vuelta a su cárcel a Mia, le ordenó por su bien que la siguiera. -Te he dicho que la sueltes.- gruñó el marido apretando el brazo de Flora con tanta fuerza que esta tubo que soltar a Mia para que dejara de hacerle daño. No obstante, esto solo provocó la furia de la religiosa, que le soltó tremendo bofetón al sorprendido hombre que no se esperaba semejante reacción de su parte. -A mí no me vas a volver a poner un dedo encima, porque te tumbo todos los dientes.- le amenazó la mujer que estaba decidida a todo. Mia comprendiendo lo que vendría a continuación si no hacía algo, intervino colocándose en medio de los dos, pues no podía quedarse tan tranquila viendo como sus tíos terminaban a los golpes por culpa suya. -Por favor paren ya. Si salir va a ocasionar que ustedes dos terminen peleándose, prefiero volver a mi habitación antes de presenciar eso.- suplicándoles que se calmaran, Mia estaba dispuesta a sacrificarse con tal de no ver como los suyos se hacían daño. Comprendiendo la situación, Ignacio decidió que no caería en las provocaciones de su mujer, por lo que se quedó con la mano en alto listo para golpearla. -Flora, por favor déjala que salga, no va a escaparse, solo quiere ir a ver a su amigo Agustín, eso es todo, ¿puedes tener un poco de consideración, solo por esta vez? -¿Tan estúpido eres que le crees a esta que se va a ir a ver a su amigo?, nada de eso, la muy sinvergüenza se va a ver a la pervertida esa, ¿Qué acaso no lo ves? – cansado de tanto discutir, sujetó nuevamente a Flora, pero esta vez de ambos brazos, y acto seguido le gritó a su sobrina que se largara, él la detendría. Mientras la mujer se retorcía para liberarse de sus garras, Ignacio al ver que Mia no se movía, le prometió que no le haría nada a su tía. Solo así, con esa promesa, salió disparada, corriendo velozmente para ir en búsqueda de Danielle. En cuanto estuvo lejos un buen trecho, Ignacio liberó a su mujer, la cual sin decirle nada, le dedicó una mirada llena de rabia; y en silencio regresó a la recámara, pues era hora de su rosario. Durante el trayecto no podía dejar de pensar en lo que pudo haber ocurrido, le venían una y mil ideas en la cabeza volviéndola una maraña incomprensible de pensamientos. Necesitaba controlarse y ordenar sus ideas, pues dentro de poco sabría de una buena vez lo que estaba pasando. Después de unos minutos de casi correr, llegó hecha polvo a las puertas de la hacienda copaiba. Tuvo que ponerse de cuclillas por un momento, pues debido a la agitación casi no podía respirar; estaba agotada, colorada y sudorosa por el ejercicio que había desempeñado al ir corriendo a la hacienda. No obstante, la desesperación era más importante que cómo se sentía, por lo que en cuanto sintió que recobraba el aliento y sus fuerzas, se puso erguida y se dirigió a tocar el timbre que habían colocado hacía un par de meses atrás. En un principio, después de tanto tocar como una enajenada el timbre, se horrorizó ante la idea de que nadie le abriera, lo que sería peor, pues tendría que regresar a su casa, con una incertidumbre mucho mayor, ya que volvería sin saber aún que estaba pasando. -No, si nadie me abre me quedaré aquí hasta el anochecer, o me brincaré la barda, me da igual, pase lo que pase yo necesito respuestas.- decidió Mia a no irse sin haber hablado con Danielle. Finalmente después de una larga espera, la puerta chica se abrió, saliendo del interior el pequeño Pedrito. A diferencia de otros días en que lo había visto en el pueblo, y se le miraba alegre y muy risueño, ese día en particular, el chico se veía cabizbajo, serio y melancólico; Incluso hasta daba la impresión de estar asustado debido a algo. Pero lo que más le sorprendió, fue la gran cara de sorpresa que reflejó su semblante. -¿Hola Pedrito cómo estás?, ya sé que no tengo permitido entrar y estoy más que segura que lo sabes, pero tienes que dejarme entrar por esta única ocasión, por favor me urge hablar con Danielle, ¿sabes cómo está?- sin embargo, el joven adolescente le esquivó la mirada, apenado sin saber de qué, le abrió la puerta de la entrada, permitiéndole la entrada. -Te están esperando, me dieron órdenes de que en cuanto llegaras a la hacienda te hiciera entrar cuanto antes. -¿Quien, Danielle, es que le ha ocurrido algo?, por dios habla no me tengas así. -En cuanto entres a la casa grande te lo explicarán todo, a mí me pueden regañar si hablo de más. Y cerrando la puertecita salió corriendo para alejárse de la chica, así está ya no le seguiría haciendo más preguntas que no podría responder. Sin pensarlo dos veces se dirigió aterrada a la casa grande. Durante el corto trayecto, pudo percibir algo en la atmósfera que no le gustaba. A diferencia de los días que la hacienda comenzó a resplandecer con las mejorías, en cuestión de días, volvió a retomar aquel aspecto lúgubre y desolador que tuvo los años en que estuvo vacía. Había hojas sin barrer esparcidas por los enormes patios delanteros, no había ni rastro de más empleados siendo que ya habían contratado más trabajadores; estaba el lugar solo y desolado, por lo que se angustió a un más, y volviendo a correr como una enajenada, llegó velozmente hasta las puertas de la casa grande. Sin tocar, pues lo menos que le importaba en esos momentos eran las buenas costumbres y la educación, abrió la puerta de cristal, y al entrar quedó sorprendida al ver la suciedad que cubría el lugar. Las superficies de los adornos, mesas y sillones, tenían una fina capa de polvo, y partículas del mismo se veían volar en los rayos del sol que se filtraban al interior de la casa. Al cruzar el recibidor encontró en las mesas de centro, platos sucios con restos de comida a medio terminar, y sobre un sillón acostado estaba Allen dormido. Junto a él había botellas de cerveza vacías, al parecer se había dedicado a estar embriagándose. En otras circunstancias habría salido disparada de allí, pues no le daba buena espina nada de lo que estaba ocurriendo, pero dada la situación y la magnitud del asunto, se acercó lentamente al durmiente, y en cuanto estuvo a su lado tropezó con una botella, ocasionando se escuchara un terrible eco en toda la casa. Allen lentamente se fue despertando de su letargo; en cuanto se hubo desemperezado, y se sentó en el sillón, observó a la recién llegada. Al principio confundido, como si no supiera de quien se tratara, le pidió que lo dejara solo, pero al poco rato tras pasarse las manos en la cara para limpiarse las lagañas, reconoció a la chica que parada frente a él no disimulaba lo asustada que estaba, pues algo le decía en su interior que no obtendría buenas noticias. -¡Valla, pero vean que trajo el gato!- señaló el tipo soltando una estruendosa carcajada. Mia que le dedicó una mirada recelosa, observó el mal semblante del chico. Tenía unas enormes ojeras oscuras debajo de sus ojos, estaba despeinado, pálido y tenía saliva seca en la comisura de sus labios; no traía playera por lo que pudo advertir su ejercitado torso manchado con lo que parecía despojos de alguna bebida azul. -¿En dónde está Danielle?- inquirió Mia, dirigiendo una mirada panorámica al resto del lugar. Era más de lo mismo, era obvio que allí ya no había trabajadores, no había nadie más en la casa y eso no podía ser. -Tu querida Danielle, se fue muy lejos de este maldito pueblo.- indicó el chico que se encontraba en mal estado por la cruda. Sin prestarle atención a Mia, quitó un vestido que estaba a un costado de él, y al hacerlo quedó al descubierto una pequeña urna fúnebre, por lo que rápidamente dedujo lo que había acaecido en tan pocos días. -Lo siento mucho Allen.- dándole el pésame con la mayor de las sinceridades, Mia no pudo evitar sentirse consternada al ver que en esa pequeña caja de madera negra con una cruz de plata en una de sus caras, estaban los restos y lo único que quedaba de la gran Gisela. -¿Cuándo fue?- quiso saber la chica -Eso a ti no te importa, así que regresa por donde viniste y déjame tranquilo. - buscando una botella que aun tuviera algo, encontró una pequeña de whisky a la mitad; en cuanto la destapó la bebió de un solo trago. -No me voy a ir hasta saber dónde está Danielle. – pasando de la consternación a la indignación, Mia no estaba dispuesta a irse sin obtener respuestas. -¿De verdad quieres saber dónde está tu querida Danielle?. – levantándose de su pocilga, que estaba repleto de cosas que habían pertenecido a Gisela, Allen se acercó a la chica para verla a la cara. -Si lo sabes dímelo por favor.- respondió está haciendo un esfuerzo sobre humano por sostenerle la mirada. -Pues bueno, tú así lo quisiste. Conste que a mi parecer hubieras vivido mejor en la ignorancia. – señaló este dirigiéndose a la cocina con paso torpe, tambaleándose de vez en cuando. Mia le siguió los pasos esperando una respuesta. En cuanto ambos se encontraron en la cocina, que estaba igual de mugrienta que el resto de la casa, con trastos sucios y sobrantes de comida por doquier, Mia con tristeza recordó el día que les había cocinado allí mismo. -¿Bri, dónde está Bri?- recordándola de pronto, preguntó al chico que le daba la espalda para sacar un six de cervezas de la nevera. No obstante en cuanto escuchó ese nombre, se quedó paralizado, y sin voltearse si quiera a verla le respondió con la mayor de las frialdades posibles. -No está, ¿quieres que te diga de Danielle sí o no? -Sí, pero también quiero… -Hablamos de Danielle o de la otra ¿tú eliges?- le respondió el chico dándose la vuelta en espera de su respuesta. -Dime que pasa con Danielle. -Bien, tu querida amada se fue a un viaje largo y sin retorno a recorrer el mundo. Quizás tú no lo sepas pero a Dani siempre le ha gustado eso de conocer diferentes partes del mundo. -¿Pero cuándo, cómo, y sin avisarme? No, no es posible eso. – expresó Mia su sentir no pudiendo creer capaz de algo así a Danielle. -No sé porque te sorprende, ella es así. Lo que si dudo y mucho, es que sepas con quién se fue.- colocándose un pedazo de pizza fría en la boca, el chico le dedicó una mirada pétrea. -Supongo que con su papá o su hermana, no lo sé, puedes decírmelo de una vez, no me gusta tanto misterio. – le imploró la chica impaciente, presintiendo que no le agradaría nada la respuesta a aquella pregunta. - Con Azucena, con ella se fue.- Mia que ya había escuchado ese nombre con anterioridad no lo podía creer. -Veo por tu expresión que sabes bien quién es; Pues te tengo noticias… De repente llegó Azucena a la hacienda, hablaron, arreglaron sus problemas, y hubo reconciliación. Obviamente aquí no podía seguir viviendo, contigo, con ella o con quien fuera, mientras se tratase de otra mujer, aquí nunca sería aceptada, por lo que se le pidió de buena manera que se largara, y eso hicieron… Se fueron juntas a recorrer el mundo. -Mientes, no es verdad.- negándose a aceptar los hechos, Mia se dio media vuelta para que este no se regodeara al verla llorar, pues era más que evidente que estaba disfrutando el verla destruida. -Tú sabrás si quieres creerme o no, querías saber dónde está, ahí lo tienes, lo que hagas ahora me tiene sin cuidado. -No, es que no puede ser verdad.- se decía Mia una y otra vez moviendo la cabeza en negación -Bueno, si me disculpas yo tengo que seguir emborrachándome, ya conoces donde está la salida. – le expuso el chico regresando de vuelta al recibidor a continuar ahogando sus penas en alcohol. Segundos después Mia le siguió. -¿Dónde está Bri?, tengo que hablar con ella. -Ya te dije que no está y no pienso seguir hablando de lo mismo, si no me crees sube por tu cuenta y búscala todo lo que quieras, solo cállate y deja de joderme. – Sin pensarlo dos veces dejó al chico que entusiasmado había destapado la primera de las seis latas. Arriba, abriendo habitación tras habitación pues no conocía cual era la de Danielle ni la de Bri, observó el desorden en cada una de estas, dándose cuenta que estaban completamente vacías tal como le había asegurado Allen. Tras llorar un rato sentada en el borde de una de las camas, se sentía engañada, traicionada y usada. Finalmente después de tanto llorar, salió de la recámara, recorrió el largo pasillo, y cabizbaja emprendió la partida. En cuanto llegó a las escaleras, descendió lentamente paso a paso, sintiendo como dejaba en cada escalón fragmentos de su alma hecha pedazos. Al bajar, encontró de nueva cuenta a Allen, que gimoteando en llanto seguía bebiendo y abrazando el retrato de su madre. Sin nada más que decir para no interrumpir el duelo del chico, abandonó destruida aquel horrible lugar.
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