Capítulo 8. En la Hacienda

2143 Words
Después de tartamudear unas palabras, finalmente Mia pudo comunicarse mejor, era evidente que la presencia de la chica la intimidaba, temía ser demasiado torpe o ignorante en su presencia, pero una vez más tranquila la plática fluyó de maravilla. - ¿Conociendo el pueblo? – preguntó Mia con una sonrisa bobalicona sobre el rostro. - Si, además vine a surtir mi despensa, ya vez que no tenemos mucho que llegamos al pueblo y ya nos hacían falta algunas cosas. - ¿Y qué te parece Ojo del sol? – quiso saber Mia. - La verdad es un lugar muy bonito y agradable, pero sin duda lo mejor de todo es su gente. - respondió Danielle sin apartarle la mirada. En ese instante se acercó Agustín empujando su carrito de dulces. En cuanto Mia se percató de su presencia se disculpó y dio paso a presentarlo. - El es mi mejor amigo Agustín, pero yo le digo Agus, Agus ella es Danielle, la chica que te platiqué me salvo la vida. - y Agustín sonriendo con una mirada de complicidad le estrechó la mano a Danielle. - Mucho gusto, Agustín Hernández para servirte. Gracias por salvarle la vida a la boba de mi amiga. - y tras recibir un codazo de la susodicha los tres pasaron a reírse. Estuvieron un buen rato platicando, Agustín le comentó sobre su labor como vendedor de dulces, le mencionaron los mejores lugares para ir a explorar y sobre algunos de sus habitantes, como Don Jacinto, conocido por producir el mejor queso de la región, o Doña Carla, la ideal en ir a visitar si querías una limpia. Percatándose que lo mejor seria dejarlas solas, Agus se despidió argumentando tenia que continuar con su trabajo, dándole la bienvenida al pueblo una vez más se marchó, para no seguir haciendo mal tercia. Una vez solas, ambas chicas se dedicaron unas tiernas miradas sin decir una sola palabra. Nuevamente consciente de que podrían seguir así por siempre, Mia rompió el encanto y señalando sus compras le preguntó que tenia en mente. -Bueno quería comprar algo de desayunar para mi familia, pero la verdad ya no creo que me alcance. Y honestamente no se cocinar, así que creo que tendré que prepararles unos sándwiches de jamón y queso. Espero y en mi intento no queme la hacienda. Mia se rio, y ofreciéndose en ayudarle con las bolsas se le ocurrió una idea. -Si gustas yo les puedo preparar algo, iba al molino a comprar masa, por lo que les puedo hacer unos huaraches, un platillo muy típico de la región. - No como crees, seria descortés invitarte a mi casa y ponerte a cocinarnos a nosotros. - - Yo encantada de cocinarle a mi salvadora y a su familia. – respondió Mia muy renuente a aceptar un no como respuesta. - Además así te ayudo a llevar todo esto hasta tu casa, y sirve de paso que así por fin conozco esa misteriosa hacienda de la que todo el pueblo habla. ¿Qué dices, yo sacio su apetito y ustedes mi curiosidad? - La idea de tener a Mia en su casa la entusiasmaba, pero el recordar las palabras de Gisela la horrorizó por un momento, pues si llegaba a ver que traía compañía y sobre todo de una chica, podía no tomarlo nada bien. sin embargo, no quería despedirse de Mia tan pronto, por lo que analizando la situación y checando la hora en su reloj, estaba segura que Gisela estaría durmiendo hasta tarde, sobre todo por la gran discusión de la madrugada. Se le había interrumpido el sueño, por lo que era seguro que despertaría hasta muy tarde. Sin nada mas que pensar aceptó la propuesta, y juntas se fueron caminando, cargando la bolsa de la compra. Se dirigieron primero al molino, donde Mia compró la masa. De ahí se encaminaron hacia el tianguis. En su mayoría los puestos ambulantes eran atendidos por robustas mujeres indígenas, que ofrecían entre gritos para resaltar de la competencia sus ofertas y lo que vendían, asegurando ser todo fresco y de muy buena calidad. En grandes canastos y rejas, desbordaban las frutas y verduras. Seleccionaron en uno de los puestos lo que llevarían. Mia le dio una breve explicación de como debía escoger tanto la fruta como la verdura. La clave estaba en ver el color de algunas, la textura y la firmeza de otras, incluso hasta el olor servía muchas veces para identificar una fruta madura. Una vez tuvieron lo que necesitaban continuaron caminando por el tianguis, divisando todo lo que les ofrecía. Se acercaron a un puesto abarrotado de utensilios de cocina, entre ellos sartenes, cacerolas y ollas de barro, que eran creados por los mismos artesanos del pueblo. De ahí se detuvieron en uno que vendía animales de granja. Danielle quedo fascinada, era la primera vez que veía unas gallinas un pato y conejos. De más pequeña jamás visitaron siquiera a un Zoológico, ya que Gisela odia los animales. Estaba entusiasmada de la nueva experiencia y también sorprendida de ver que todos los vendedores reconocían a Mia y la saludaban con gusto. Era más que evidente que Mia era muy querida en el pueblo. No se podía negar que era amable, linda y agradable, sin duda una maravilla de persona. Pensaba Danielle embelesada observando a Mia en todo momento. Cuando por fin terminaron de recorrer el tianguis y contaban con todo lo que necesitaban, partieron rumbo a la hacienda. Hacía más calor que cuando se habían encontrado, al parecer la temperatura estaba aumentando, por lo que tenían que detenerse delante del primer árbol que observaran para resguardarse debajo de su sombra. Mia llevaba arrastrando un carrito de mandado, el cual le prestó una de sus amigas indígenas tras verle repletas de cosas. Danielle decidió que en cuanto pudiera se compraría uno, pues si pretendía seguir yendo por si misma a realizar sus compras no podría sola con la carga. Dany se empeñó en llevar por si misma el carrito, por lo que tiraba de el sin el menor problema posible. A pesar de que pesaba y que todo su brazo derecho estaba entumido por el esfuerzo, se sentía en las nubes por tan hermosa compañía, por lo que el malestar quedaba en segundo término. Valía la pena cada fibra de dolor, si Mia le regalaba una sonrisa. Pronto sin darse cuenta estaban llegando a la hacienda. Mia pudo ver a distancia la enorme estructura cuadrada que era. Poseía cuatro enormes y altos muros de piedra que resguardaban el interior. La entrada era un enorme arco qué a pesar de sufrir las inclemencias del tiempo, seguía luciendo hermoso. Danielle abrió el portón que años atrás había sido n***o y que ahora descolorido protegía el acceso a los intrusos. Debido a lo altos que eran los muros y a esa poterna descolorida, es que era imposible ver el interior de la Hacienda. Pero una vez que cruzaron Mia pudo al fin conocer las entrañas de la hacienda Copaiba. Frente a ellas, un largo caminito de lozas rectangulares guiaba el sendero. Siguiéndolo con la mirada, Mia divisó en el centro del grandísimo jardín, una triste y desolada fuente circular con tres jarrones en el centro, uno encima del otro donde anteriormente corría el agua. Sin duda en sus mejores años debió de haber salpicado el lugar con sus interminables chorros de agua cristalina. Sin embargo, ahora estaba completamente seca y sucia. Los enormes jardines que antaño poseyeron una infinidad de exóticas y bellas flores, se mostraban lleno de matorrales y maleza. Comenzando a recorrer el camino, fueron adentrándose en los dos enormes terrenos que conformaban los jardines. Llegaron a otra estructura de arcos, que una vez los cruzaron, frente a ella apareció la casa grande, donde vivía la familia de Danielle. Nuevamente surgió un caminito con losas de piedra que daba a la entrada de la enorme casa. La estructura era de dos pisos con barios arcos que daban acceso a diferentes entradas del lugar. Poseía una gran terraza, con tres ventanales que permanecían cerrados y cubiertos con cortinas. La Casa era coronada por una enorme cúpula que tenía inscrita las palabras: Copaiba. Mia quedo encantada con la belleza del lugar, que a pesar de estar casi en ruinas y abandonado a la intransigencia del tiempo, seguía manteniendo esa imponencia que poseen las grandes estructuras. - Buenos días señorita. - saludó un anciano, haciendo que ambas dieran un brinquito del susto, pues estaban muy distraídas. - ¿Don Rómulo, como le va? - le respondió Mia, acercándose a él para darle la mano. - ¿Mia?, perdón no te reconocí muchacha. ¿Pero qué haces aquí? - curioso quiso saber el anciano. - Es mi invitada Rómulo, es la primera amiga que hago en el pueblo y quise traerla a conocer el lugar. – respondió Danielle orgullosa de la compañía. - Ha excelente opción señorita, Mia es una buena muchacha, así que me da gusto que ya tenga una amiga. - y observando el carrito del mandado, indignado el anciano le preguntó porque no le pidió a él que fuera por las cosas. - No te enfades Rómulo, lo hice porque quería conocer el pueblo, y además tu ya tienes muchas ocupaciones aquí, nada me va a pasar por hacer las compras yo misma. - más calmado el Anciano, pues debido a su edad era de temperamento inestable, Danielle le preguntó por su familia. - Y bueno aprovechando que lo veo, ¿de casualidad sabe si la gran Gisela ya se despertó? quiso saber inquieta, rogando por todos los cielos que no. Para su suerte, el anciano confirmó sus sospechas asegurándole que todos seguían durmiendo. Ambas se despidieron del señor dejándole trabajar, y se adentraron al interior de la casona. El lugar poseía unos techos altos de los cuales colgaban viejos pero hermosos candelabros, Mia nunca había visto una casa que tuviera el techo tan alto. A pesar de su asombro, también pudo contemplar con un poco de melancolía que la casa estaba muy descuidada. Si tenían en mente el arreglarla, estaba segura les tomaría un par de años el hacerlo. - Me disculpo por el desastre, se que se ve terrible todo, pero pues prácticamente nos olvidamos de este lugar. – se excusó un tanto apenada Danielle. - No te preocupes a mi me parece hermosa tu hacienda. - y ambas intercambiando unas sonrisas, dieron paso hacia la cocina. Mia inmediatamente comenzó a buscar lo necesario. A pesar de que era enorme, era fácil moverse y adaptarse en esa cocina, pues ese era su lugar, ya que amaba cocinar. Nunca había visto una encimera, por lo que le pareció la mejor idea del mundo. Así ya no tendría que buscar una meza donde preparar todo. Sin perder más el tiempo, pues ya era algo tarde para desayunar, comenzó su labor. Lavó muy bien los vegetales, y de ahí comenzó a picarlos con gran habilidad, mientras Danielle la observaba, cansada de pedirle la dejara ayudarle en algo. Mia se negó rotundamente, alegando que era la manera en cómo le agradecería por salvarle la vida. Colocó en una hoya profunda, una pechuga de pollo junto con un trozo de cebolla y un par de ajos. Como estaba consciente que ya era un poco tarde cuando compraban las cosas, propuso comprar los frijoles ya cocidos, pues sabía que tardarían mucho más si llegaba a ponerlos a cocer. Con gran habilidad picó una cebolla que vacío en una cacerola con aceite, pues guisaría las legumbres hasta obtener esos frijoles refritos que se untan en los huaraches. Mientras todo eso se cocinaba en la estufa, peló y troceó un pepino. Partió a la mitad tres limones que exprimió en el baso de la licuadora, acto seguido echó el pepino y una taza de azúcar y licuó. En una jarra vacío la mezcla y finalizó llenándola con más agua. Y así con el mínimo de esfuerzo tenía lista un agua de pepino. Sin percatarse de la situación, habían creado mas ruido de lo esperado, y debido a esto alguien se despertó. Bajó de las escaleras lentamente, tratando de escuchar de donde provenía esa barahúnda. Conforme se iba acercando podía escuchar con mas claridad, provenía de la cocina. Al parecer había personas ahí, pues podía escuchar sus risitas. Entonces apretando más el paso, para poder descubrir de una buena vez que era lo que estaba ocurriendo, se dirigió sigilosamente rumbo a la cocina. Las pantuflas que cubrían sus pies, la ayudaron a ser más silenciosa. Una vez estuvo frente a la puerta de la cocina, se asomó por la ventanilla circular de esta, y entonces pudo divisar lo que estaba pasando. Inmediatamente sin nada más que pensar atravesó la puerta Abatible, asustando al par de chicas que divertidas reían a carcajadas repletas de harina. - ¿Qué está ocurriendo aquí?
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