Capítulo 14. Amenazas

2881 Words
- ¿Que voy a hacer Agus? - Derramando lágrimas sobre su hombro preguntó Mia a su amigo sumergida en un mar de llanto. Ambos estaban sentados en una banca del parque con el carrito de dulces de Agustín aun costado. La gente que cruzaba los miraba con curiosidad, ambos parecían un par de novios en plena reconciliación, no obstante, quienes los conocían bien sabían de sobra que eran amigos de años y nada más. -Háblales con la verdad, tarde o temprano tendrán que saberlo Mia, y creo que este es el mejor momento para ello. - sugirió Agustín mientras le secaba el rostro lloroso con una servilleta de papel. - Me da mucho miedo el solo imaginar como vallan a reaccionar, ¿y si al final me odian y me terminan echando de sus vidas? No podría superarlo jamás, sería peor vivir sabiendo que mi familia me despreció y tener que estar lejos de ellos. -Son tu familia, y bien o mal siempre te van a querer. Pero si no lo consideras prudente, bien puedes decirles que por ahora no deseas casarte, o que sí, pero solo con alguien que sea de tu agrado. Aunque pensándolo mejor, eso solo sería prolongar las cosas y sobre todo es darles falsas ilusiones de verte casada algún día con otro hombre, cuando sabes bien que eso no pasará. – Mia reflexionó las palabras de su amigo y no pudo evitar volver a llorar, de una u otra manera consideraba que les terminaría haciendo daño, y eso la atormentaba más que lo que quisieran hacer con ella. Uno y otro continuaron abrazados en silencio; la chica consideraba que hasta ahora no había logrado obtener una solución, no obstante, el estar abrazada a su mejor amigo y desahogarle todos sus problemas era consuelo suficiente para al menos sentirse un poco mejor. -Tranquila, ya verás que todo se solucionará. - dijo finalmente Agus rompiendo con el largo silencio que se había prolongado. – Cualquier cosa sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. -Gracias Agus. - respondió Mia dándole un cariñoso beso en la mejilla, y ambos continuaron abrazados, viendo como la gente pasaba de un lado a otro completamente ajenos al dolor de esa pobre chica, que aun intentaba buscar una solución a sus problemas. Al poco rato, ya se encontraba algo más calmada devorando unas gomitas enchiladas, mientras Agustín terminaba de atender una clienta que había pedido unas obleas de cajeta para su niño. Tras pagar y entregarle el cambio, volvió a tomar asiento en la banca junto a su amiga. - ¿Mejor cuéntame, aun sigues emocionada por tu cita de mañana con Danielle? - cambiando de tema para relajar aún más el ambiente le preguntó curiosamente el fiel amigo. -Muchísimo, no sabes, me la he pasado pensando en lo que le voy a decir, como voy actuar, a donde vamos a ir, en fin, no dejo de fantasear con el momento. Y así, con la mente un tanto despejada prosiguió a contarle sobre lo emocionada que estaba con la salida que tendría con Danielle. En ese preciso instante en que Mia charlaba con Agustín, unos cuantos kilómetros en la distancia, en la vieja Hacienda, Gisela mantenía una conversación con Allen. - ¿Seguro que no sabes lo que ha estado haciendo esa insensata en todos estos días? Es muy extraño, se va muy temprano y regresa ya casi al oscurecer. No me agrada en lo más mínimo, no puedo evitar pensar que está haciendo de las suyas, riéndose a carcajadas de mí, sintiéndose triunfante por hacer lo que le dé en gana. - preguntó Gisela mientras retorcía una fina mascada de seda que había sacado del closet para usar. -La verdad no, ni siquiera me había percatado de su ausencia, ya sabes que me la vivo encerrado en mi cuarto muriendo de aburrimiento mientras practico con mi guitarra. Quien me iba a decir que ese viejo instrumento sería mi único entretenimiento. - Confesó Allen con tristeza, y rápidamente su madre se acercó a él para consolarlo. Tomándole de las manos le dio un beso y lo abrazó. -Lo se mi amor, esta situación cada día es más insoportable, no puedes ni imaginar cuanto añoro también la vida que teníamos; nuestros viajes, el ir de compras, visitar el club, en fin, todo lo que perdimos. Pero te puedo asegurar que no será por siempre, el inútil de Esteban tarde o temprano encontrará la manera de solucionar todo esto y nos regresará de nuevo a la vida a la que pertenecemos. Tú ten fe y verás que todo se arreglará, solo es cuestión de tener un poquito de paciencia mi cielo. -Si está bien. – dijo el joven frustrado lanzando un suspiro de resignación, desprendiéndose de los brazos de su madre. – Y regresando al asunto de mi hermana. - retomó serenamente la plática. - Yo no sé qué este haciendo, pero se quién puede saber algo al respecto. - y sonriendo maliciosamente le dio el nombre a Gisela. En su recámara, Briella consumía alegremente una enorme bolsa de chetoos que su hermana muy renuentemente le había comprado. Bri se había pasado dos días suplicándole por esas frituras, argumentando que desde que llegaron a la hacienda hacía mucho que se había terminado la última que le quedaba, y desde entonces ya no tenía nada para botanear. Le aseguró de que sería solo esa y ya. Danielle que era consciente de que no sería así, accedió a comprársela con la única condición de que debía de durarle toda una semana. Si Bri rompía su promesa le aseguró no le volvería a comprar nada. Esta desesperada y ansiosa por volver a saborear sus frituras aceptó el trato sin imaginarse lo mucho que le costaría no devorarlas en una sentada. Y así dos días llevaba sin terminárselas, por lo que no podía evitar el pensar a cada rato en las frituras que le rogaban ser comidas. Era muy difícil, sin embargo, estaba decidida a cumplir con su promesa por más arduo que esto le estuviera resultando. Para tratar de controlar su insaciable apetito, abría la bolsa e inhalaba su exquisito aroma, para mínimo poder sobrellevar la ansiedad. Justamente en eso estaba, sentada cruzada de piernas en su cama, cuando Gisela irrumpió de golpe sin tomarse la molestia en tocar. - ¡Que sorpresa encontrarte comiendo! - Expresó Gisela cruzando la entrada seguida de Allen. - Pero descuida, por ahora no vengo a debatir contigo sobre tu enorme problema de obesidad y tus asquerosos hábitos alimenticios. No querida, por ahora me trae un asunto más apremiante y urgente. -Ocu-ocurre algo? - temerosa inquirió Briella tartamudeando. -Es solo sobre tu hermana, necesito que me digas ahora mismo a donde ha estado yendo en todos estos días. – Exigió una rápida respuesta, mirándola fijamente con aquella mirada amenazante tan característica en ella. -Bu-bueno la verdad, es que-que no se. – Sin poder disimular tuvo que mentir, Danielle le había confesado lo que había estado haciendo y pedido al mismo tiempo que no contara nada a nadie hasta que ella les diera la sorpresa a todos. - ¿Si te das cuenta que se claramente cuando me estás mintiendo verdad? - elevando el tono de su voz, Gisela comenzó a perder la paciencia. -En-enserio, no se. – volvió a reafirmar Bri, abrazando una de sus pequeñas almohadas como si de un escudo se tratara. No obstante, no sirvió de nada, pues su madre perdió los estribos y dio paso a propinarle una violenta bofetada. - ¿A dónde va? - bramó la madre tras lanzar el primer golpe. - ¡No SE! - chilló lastimeramente tratando de ocultarse el rostro, pero fue inútil pues la rabia se había apoderado de Gisela, propinándole violentamente una, dos y tres bofetadas en cada regordeta mejilla de su hija. No entendía de que se trataba, pero había algo en la gorda que la sacaba de quicio y la alteraba a tal punto que no podía evitar golpearla con la menor provocación posible. Cada impacto iba acompañado de la pregunta: ¿A dónde va? Una tras otra, hasta qué por fin completamente aterrorizada en un mar de lágrimas, le confesó y reveló el secreto. - ¡Está TRABAJANDO! - berreó Bri suplicando que parara. Aquellas palabras se sintieron como si un balde de agua helada le callera en la espalda. Jamás se le hubiera ocurrido que Danielle estuviera decidida a caer tan bajo, al extremo de terminar sobajándose como empleada, sirviendo a toda esa mugrienta gente. No cabía duda, esto la sobrepasaba. -Ha es cierto, ya algo me había comentado, pero pensé que solo estaba alardeando, jamás contemplé que realmente lo fuera hacer. Perdón madre se me había olvidado comentártelo. - despreocupadamente dijo Allen mintiendo, pues lo recordaba perfectamente, pero siempre era más divertido contemplar como su madre maltrataba a sus hermanas. Era un espectáculo digno de admirarse. -Ya vez hermanita lo que consigues por ocultarle cosas a mi mamá, mejor ya no lo hagas y habla siempre con la verdad-. Le sugirió el hermano regalándole una sonrisa burlona a la pobre de Briella. - ¿Y dime, se ha estado viendo con esa india? Habla. - Ordenó la madre sujetando de los gordos brazos a su hija. -Ca-casi todos los días la ve en su trabajo. - Reveló finalmente sintiéndose la peor de las traidoras. -De esto ni una sola palabra a tu hermana, ¿me oyes? porque si hablas te saldrá muy caro. - Y así con la información obtenida abandonaron la recámara, sin percatarse de la mirada de odio que Briella les dirigió a ambos. -Esto ya es el colmo. – Gruñó indignada Gisela una vez habían salido de la habitación de Bri. - Te das cuenta de lo lejos que está llegando tu hermana, tal parece que está empeñada en enlodarnos en la vergüenza y la humillación. ¿Dios, pero que he hecho para tener que lidiar con semejante monstruo? -No es que defienda a mi hermana, pero pienso que pudiera ser que se está dejando influir por la indita. – respondió con saña Allen, divertidísimo de ver todo lo que estaba ocurriendo. -Dile al viejo Rómulo que venga enseguida. - y tras dar aquella orden se dirigió al recibidor. Allen sin pestañar obedeció, por lo que se fue a buscar al viejo ipso facto. Al poco rato se presentó en la casa grande con el anciano. - ¿Me mandó a llamar señora? - quitándose el sombrero de pie, observó a la imponente mujer, qué pese a continuar cada día más enferma, no perdía su ímpetu. -Quiero que le hagas llegar un recado a una tal Mia, seguramente sabrás de quien te hablo, es una muchachita que trajo un día mi hija a la casa. -Ha si, la niña Mia, todos en el pueblo la conocemos bien, un encanto de muchacha. -Seguro que sí. - respondió Gisela con un leve tono de sarcasmo y regalándole una sonrisa torcida. – Quiero que le hagas llegar una nota con la mayor discreción posible. -Claro que si doña, estoy para servirle-. Respondió el anciano con humildad. -Mas te vale si en algo valoras conservar este empleo. – Le amenazó aquella despiadada mujer, borrando la sonrisa torcida de su rostro. -Porque te advierto qué si mi marido o mis hijas se enteran de este asunto por ti, no dudare en echarte de aquí, o algo mejor. Se bien que yo no pago tu sueldo si no Esteban, pero fácilmente podría denunciarte por robo y estoy segura que en un abrir y cerrar de ojos pasarías lo que te quede de vida tras las rejas… ¿Entiendes? - el pobre viejo que estaba contento por servir, pasó a estar aterrorizado en un segundo. Por lo que no pudo más que asentir con la cabeza. Mudo por el pánico no alcanzaba a entender que era lo que había ocurrido con Mia. - Espera aquí. -, Le ordenó Gisela mientras subía de nuevo las escaleras, para escribir la nota que debería entregar en las manos de Mia y nadie más. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Horas después Mia terminaba de darle de comer a sus primos, se sentía culpable por no haber pasado a darle una vuelta a Danielle, pero requería desahogarse con su amigo, lo cual le había ayudado bastante. Había tomado una decisión, que pese a sentir que no era la correcta consideraba era lo único que podía hacer. Lamentaba tener que mentirle a su familia, pero no tenía otra solución. - ¿Qué estás haciendo mija? - Preguntó doña Amelia desconcertada, observando como su nieta lavaba a mano la ropa de sus primitos mientras estos dentro de la casa terminaban de hacer su tarea. Desde que habían llegado, rechazaron rotundamente el ofrecimiento de Erasmo y su hija de ponerles unos catres en la recamara de ellos para que ahí durmieran. Consideraban que no había espacio suficiente para más inquilinos, por lo que decidieron que era mejor hospedarse en el hotelito del pueblo. No obstante, todos los días iban a visitarlos, y justamente acababan de llegar cuando Amelia encontró a su nieta lavando esas prendas. - Terminando de lavar Abuelita ¿por? - Si no soy tonta, veo claramente que estas lavando, ¿pero porque tienes que hacer eso tú? - y justamente cuando recitaba aquella oración llegaba Flora de la iglesia. Bastó verla un instante, para que Amelia le gritara pidiéndole que viniera un momento a donde estaban ellas. Flora estaba por entrar a la casa cuando escuchó que la llamaban, por lo que se encaminó a lavabo donde Mia terminaba de enjuagar la ropa. En cuanto estuvo frente a ellas, una molesta anciana se le plantó en su presencia con los brazos en jarra. - ¿Me hablaron? - preguntó malhumorada de que la hubiesen interrumpido, estaba cansada y lo único que quería hacer era recostarse un rato antes de comenzar con el rosario. - ¿Haber Florinda, me quieres explicar por qué tienes a mi nieta lavando la ropa de tus hijos? – Furiosa le hizo frente a la menuda religiosa, que solo la miró con desprecio, pues odiaba que la llamaran Florinda, y Amelia era la única que la llamaba así, pese a que le había pedido durante años que no lo hiciera. Y es que ambas mujeres nunca se habían llevado bien, por lo que en las pocas veces que se veían siempre surgían roses entre ambas. - Estoy muy ocupada ayudando a mi grupo de oración con las actividades del párroco, que no puedo perder mi tiempo en esas cosas, servir a Dios está por encima de todo. - Ósea que mientras tú andas de come ostias en la iglesia, mi nieta tiene que ser tu sirvienta, ¿es lo que me quieres decir? - y ambas mujeres comenzaron a discutir, cada una argumentando sus razones. - Si el tonto de tu marido está dispuesto a soportar que andes de beata perdiendo el tiempo en la iglesia haya el, pero no tienes por qué poner a mi nieta a servirte, cuando tú eres la que tienes que estar al pendiente de tus hijos. - Yo sirvo a Dios, además yo no obligo a Mia hacer nada, ella solita se ofrece. - ¡Bah! - bramó la anciana furiosa manoteando al aire. - Que servir a Dios ni que mis calzones, una huevona es lo que eres. Y ya te gustó que la tarada de mi nieta te esté resolviendo tus problemas, pero una cosa si te digo…- pero antes de que pudiera terminar con la frase, Flora dio media vuelta y se marchó, dejando a la abuela con la palabra en la boca. - Pues esta que se ha creído para dejarme así, Nooo de esta no se salva, ya verás como de mi se va acordar. - y cuando estaba decidida a ir tras ella, Mia se lo impidió. - Por favor abuelita le suplico que se calme, mi tía Flora tiene razón, ella no me impone nada, yo soy la que atiende feliz a mis primos y al resto de mi familia. SI lo que le preocupa es que estén abusando de mí, le puedo asegurar que no es así, yo feliz cumplo con todas las labores del hogar. - Si mija, pero no hay que abusar. - replicó la anciana aun malhumorada - Lo sé, pero no quiero que termine peleándose con mi tía Flora por mí, eso solo me haría sentir peor. - Es que esa mujer me saca canas verdes. Pero en fin, haya tú si estas dispuesta a permitir que esa persignada te use de su tapete, yo ya mejor no digo nada porque nomas salgo yo regañada…- y alegando unas cuantas cosas más se alejó manoteando al aire, dejando a su nieta sola. Sumergida en sus pensamientos, continúo tallando a mano en el lavabo las prendas de sus primos. Solo le quedaba esperar a que llegara su padre del trabajo, entonces se encerraría en el cuarto con ellos para decirles lo que había decidido. No estaba dispuesta a casarse y se los haría saber, rogando que no se molestaran con ella. Tenían que escucharla, sabía que sería difícil, pues nunca antes se había impuesto ante las ordenes de sus padres, pero esta sería la primera vez.
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