Capítulo 15. El primer beso

2433 Words
Siendo verano en Ojo del sol, los días comenzaron a ser más largos, la intensidad del calor aumentó y las noches por ende se acortaron, amaneciendo más temprano. Los habitantes del pueblo buscaban la manera de refrescarse, tomando refrescos bien fríos, o comprando raspados a don Melchor el mejor en preparar raspados deliciosos. Se empezó a vender hielitos de sabores, gelatinas de mosaico, y paletas de hielo en las calles de la plaza. Las mujeres se cubrían del sol usando sus coloridos paraguas y los caballeros se resguardaban con sus sombreros de paja y algunos ya más jóvenes con modernas gorras deportivas. Erasmo, como el resto de campesinos, dieron paso a tomar las medidas necesarias para protegerse de los golpes de calor, usando camisas de manga larga de algodón frescas, y anchos sobreros de paja para cubrirse de las inclemencias del sol. Afortunadamente contaban con un capataz responsable que se preocupaba por su seguridad, asegurándose siempre de mantenerles termos llenos con agua fresca, colocando un espacio con sombra para tener periodos de descanso y la facilidad de brindarles sueros si así lo deseaban. Mia realizando su parte, se encomendaba de prepararle el almuerzo a Erasmo, que por encargarse de la cosecha del maíz solía llegar más tarde de lo normal. Por ende, se esforzaba mucho por mandar a su padre con suficiente comida para que no se malpasara. Había intentado hablar con ambos sobre su deseo de no casarse, pero desafortunadamente un conflicto familiar entre su abuela y su tía Flora, impidieron que pudiera dialogar con ellos tranquilamente, decidiendo que en otra oportunidad les haría saber su decisión. Por ahora, frente al espejo de su recámara mientras su madre dormía pacíficamente, se probaba los pocos vestidos que poseía, indecisa por cual debía usar. Aspiraba verse lo mejor posible para Danielle, quería que la notara y para eso convenía verse muy bonita. Sin embargo, no terminaba de decidir que vestido sería el mejor para la ocasión. Por su mente se dibujaba el rostro de Danielle, ansiaba que esta la mirara como siempre hacía, una forma en que la hacía sentirse especial y única. Al fin saldrían juntas de paseo, estaba muy nerviosa, pero más emocionada y entusiasmada. Finalmente, optó por su vestido bajo con volantes de color rojo, con flores azul turquesa, el que tenía un escote corazón y mangas cortas, con talle alto que la hacía lucir alta y acinturada. Nunca usaba maquillaje, pero siendo una ocasión especial se dio un pequeño retoque con un pintalabios rosado y un poco de rubor para darle color. Se enchinó las pestañas y se pintó las uñas, cosa que nunca hacía. En cuanto a su cabello, acostumbrado siempre a traerlo en una trenza firme, esta vez solo se peinó con una coleta alta, dejándose un par de mechones que caían sobre su frente, libres para danzar con el viento. Posteriormente se perfumó y tras mirarse por última vez en el espejo salió satisfecha con su aspecto del cuarto. Siendo domingo tanto su papá como su tío no trabajaban, por ende, se dedicaban a los desperfectos que solían surgir en la casa. Ese día correspondía desagraviar la cerca, pues era hora de cambiar el alambre de púas debido a que ya estaba muy oxidado. Mientras los hombres trabajaban ayudados por Alejandro y Rafita quienes ya estaban en edad de auxiliar a sus mayores, por otro lado, la pequeña Lili que era un encanto, ayudaba a la abuela a cocinar, mientras el abuelo en una mecedora roncaba sin que nada interrumpiera su descanso. Amelia había decidido encargarse por ese día del hogar, consideraba que era justo que su nieta tuviera un día de descanso, y como está le había comentado que saldría a pasear al pueblo con una nueva amiga, la anciana consideró oportuno hacerse cargo de todo. - ¡Pero que guapa mijita, más que salir con una amiga pareciera que vas con algún novio! - señaló la abuela alegremente pero suspicaz, mientras picaba unas hortalizas en la tabla de madera, a la par de Lili que sentada en la mesa limpiaba los frijoles, eliminando las piedritas y basuritas de estos. -Nada de eso abuela, solo seremos mi amiga y yo, te lo aseguro. -Bien, diviértete entonces y no llegues tarde. - y tras voltear a ver al cuarto con preocupación, la anciana captó al instante la inquietud de Mia. - Tu no te preocupes mija, yo me encargo de tu madre y de todos en esta casa. Bueno a excepción de la loca rezadera, de esa mejor ni hablemos. - Y sintiéndose más tranquila salió de la casa no sin antes darle un beso a cada una de ellas. Fuera los hombres con los niños como ayudantes, fijaban a la perfección la nueva alambrada. -Ya me voy apa, prometo no dilatar mucho. - dijo Mia acercándose para darle un beso. -Así está bien mija, ando todo sudado y no quiero ensuciarte y más con lo chula que te pusiste. - Sin embargo, poco le importaba si se ensuciaba, le dio el beso a su papá. Y tras despedirse de su tío y de los niños continuó con su camino hacia el pueblo, cubriéndose del sol con una bonita sombrilla amarilla, estampada con mariposas de colores. Erasmo al igual que Amelia consideraba que su hija trabajaba demasiado, por lo que discurría justo que al menos un día se divirtiera. Asimismo, le daba gusto de saber que tenía una nueva amiga con la que podría salir a pasear más seguido. No le gustaba ver siempre tan encerrada a su hija, ocupándose únicamente de ellos, pronto se casaría y era consciente que debían empezar a despegarse poco a poco de ella, para que al final cuando ya formara su propia familia no le doliera tanto el perderla. Antes de que se marchara le suplicó tuviera cuidado y que llegara a buena hora. Una vez la vio partir, orgulloso de ver que su niña ya era toda una mujer, con una sonrisa en el rostro retomó su trabajo. Al poco rato, ya estaba en el pueblo sentada en una de las bancas del parque. La gente a pesar del calor se les veía muy animadas. Los vendedores ambulantes ofrecían sus delicias mientras los pueblerinos con sus familias recorrían las calles empedradas. No tuvo que esperar por mucho rato, pues de repente apareció frente a ella Danielle, que no pudo evitar el quedarse con la boca abierta al observar detenidamente a Mia. Era como una aparición, el ángel más bello que jamás hubiera visto. Mia tampoco pudo disimular el asombro tras divisar lo bella que estaba Danielle. Seguía usando ese aspecto andrógino que consideraba le quedaba tan bien. Mia se levantó rápidamente y tratando de relajarse y quitarse los nervios, se acercó a Danielle para darle un beso en la mejilla. Cuando sus labios tocaron su rostro, pudo escuchar el latido de su corazón, jamás había sentido algo tan maravilloso como lo que experimentaba en ese momento, y se alegraba por ello. Para Danielle bastó sentir por unos segundos esos dulces y delicados labios para sentirse en las nubes. Por lo que dejándose llevar por el momento, estrechó a Mia entre sus brazos. Sentir su esbelto cuerpo tan pegado al suyo, oler su perfume, palpar su cabello, tocar su delicada y suave piel, toda esa mezcla de mágica belleza, la hicieron sentirse la mujer más afortunada del mundo. -Me da gusto verte. – Confesó en un susurro Danielle, sin atreverse a soltarla. La calidez que sentía emanaba del cuerpo de Mia, la hacían perder la cabeza. - A mí también, no sabes cuanto ansiaba que llegara este día. - respondió tímidamente Mia, tan plena, que para ella todo a su alrededor dejó de existir. Con ese abrazo la gente se disolvió como polvo cósmico, el tiempo se detuvo a su favor y no existía nada más, tan solo ellas, en medio de esa hermosa plaza, abrazadas, juntas para inmortalizar ese maravilloso encuentro. Sin embargo, precisamente durante el instante en que ambas disfrutaban de su glorioso momento, unos ojos especuladores les observó con suspicacia. Sin quitarles la vista de encima continuó con su camino, analizando muy seriamente lo que acababa de vislumbrar. Supremamente, el encanto se rompió, era la voz de un niño la que hizo correr el tiempo de nuevo, y de nueva cuenta las personas a su alrededor volvieron aparecer y a circular otra vez. Ya no estaban solas, habían regresado a la realidad, aun así, esa realidad era maravillosa, pues seguían estando juntas. -No me compran una flor, ándenle no sean malitas, ya no me faltan muchas y ya me quiero ir a jugar con mis amigos. - les ofreció el pequeño que cargaba con tres flores: un enorme girasol, una rosa roja y una delicada margarita. -Bien quiero las tres. - y sacando dinero de su bolsillo, Danielle le compró las tres flores al pequeño, que feliz salió corriendo de ahí. -Que lindo de tu parte al comprarle lo último que le quedaba. -En parte las compré para ayudarle, pero también para regalártelas. - y pasando a colocársela en sus manos le sonrió. - Mia no pudo evitar soltar una exclamación de sorpresa y como una tonta enamorada correspondió al gesto regalándole otro beso en la mejilla, pasando a oler el exquisito perfume de la rosa. Lentamente emprendieron a caminar, platicando sobre su día. Danielle le contó de cómo iban las cosas en su trabajo, mientras Mia le habló sobre la visita de sus abuelos y de cómo su abuela se había quedado haciendo todo para que ella pudiera salir a divertirse. Y así continuaron con la charla hasta que Mia recordó que ya era hora de que le empezara a mostrar los mejores lugares de Ojo del sol. Sin nada que pensar, decidida, tomó de la mano a Danielle, echándose muy contentas a correr, para así dar inicio a su tan maravilloso día juntas. Primero la llevó a conocer la Iglesia del pueblo. Desde que se habían instalado en la hacienda, pese a verla visto en contadas ocasiones nunca se había detenido a admirar su belleza. Nombrada: El Santuario del Señor en su Santo Entierro, con sus bellas paredes de piedra expuesta y una atmósfera de sencilla calma, el recinto no poseía más adornos que una cruz al centro y la imagen acostada del querido Cristo, concediéndole una belleza única al lugar. A la derecha, un mural de Raúl Domínguez trasmite las peripecias que la iglesia ha sufrido, mientras por el otro lado se encuentra la sencilla pero majestuosa Capilla de la Virgen de Guadalupe. Era simplemente un hermoso lugar de paz, entrando ahí Mia podía entender porque a su tía Flora le gustaba tanto ir a misa. Una vez terminaron de contemplar la iglesia, recorrieron las calles del pueblo, hasta que llegaron a la fonda el Campo santo, conocida por sus magníficas truchas de Huauchinango. Ambas pidieron una mesa y se sentaron a comer plácidamente cerca de una ventana, donde se apreciaba las estructuras del pueblo. Tomando del mismo baso se deleitaban consumiendo una deliciosa horchata bien helada. No obstante, sin darse cuenta la gente las comenzó a observar, pues ambas se les veía demasiado juntas más de lo normal, además se invitaban bocados de su platillo, colocando el aperitivo en la boca de otra, siempre alegres sin percatarse de nada a su alrededor. Finalmente, satisfechas decidieron continuar con su paseo. Esta vez Mia la llevó a dar un paseo en lancha por la Presa de Tenango, disfrutando así mismo del magnífico paisaje natural. Mientras el bote avanzaba dirigido a la perfección por don Álvaro, un gordito muy simpático, el cual se dedicaba a dar paseos a los turistas y a la pesca, les contó sobre las técnicas que solían usar para atrapar los peces. El recorrido estaba siendo memorable. Simplemente el colocar sus manos en la fría agua, escuchar a las aves cantar y observar la belleza de los árboles, daban a la cita un toque especial. Para terminar con el recorrido, don Álvaro las trasladó a la Cascada Xopanapa, donde antes de dejarlas a solas les explicó, (sobre todo a Danielle que era la que no conocía) que el despeñadero de Xopanapa, pasa a alimentar a un río que está rodeado de un bosque, donde se encuentra con los Huevos Prehistóricos, que son grandes rocas que hay en el lugar. Acto seguido se retiró asegurándoles regresaría en una hora. Juntas aun tomadas de la mano, admiraron la gran caída de agua la cual poseía una medida aproximada de 15 metros, que emergía de en medio de las rocas de la montaña, con una agua tan clara y cristalina que podían verse fácilmente las piedras y los peces nadando en las profundidades del caudal. Sentadas examinando la preciosidad del lugar, escuchaban con los ojos serrados el impacto del agua cayendo desde una altura muy elevada produciendo ese relajante sonido aéreo. -No sabes lo bien que la he pasado. - señaló Danielle observando fijamente a Mia, la cual con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, escuchaba aquel canto glorioso. - Yo también me la he pasado en grande. - respondió abriendo los ojos y volteándola a ver, encontrándose con la cara de Danielle, fija en ella observándola con ternura. -Pero lo mejor de todo ha sido la compañía. – Confesó la rubia comenzando a acercar su rostro al de Mia lentamente, como hipnotizada por aquella dulce mirada. Y así ambas lentamente fueron acercando sus rostros, hasta que finalmente, ambos labios se sellaron en un tierno y mágico beso, que fue acompañado por la cascada y el resto de la hermosa naturaleza que las rodeaba. -Me gustas mucho Mia. – reveló al fin Danielle, sujetando aquel delicado rostro color caramelo entre sus manos, admirando su belleza, la cual consideraba opacaba a toda la naturaleza que las rodeaba. - Quizás te suene ridículo, pero estoy enamorada de ti, creo que desde aquella vez que te vi por primera vez en el rio te amé sin darme cuenta, y ahora, no hago otra cosa que no sea el pensar en ti, y no sabes lo feliz que eso me hace. - Mia no podía creerlo, Danielle se le estaba declarando, como solía suceder en sus sueños, pero con la diferencia que ahora si era real, y más romántico. -Yo también comencé amarte desde la primera vez que te vi, y no sabes las veces que soñé con este momento. - Sabiéndose correspondidas, volvieron a darse otro beso, pero esta vez más largo, más profundo y más hermoso, sellando de esa manera el principio de su gran amor.
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