Capítulo 34. El desquite.

1630 Words
Durante las cuatro semanas que trascurrieron después del terrible enfrentamiento que se había suscitado entre Israel y Nicoletta; esta había mantenido su distancia. Con un perfil bajo, conservaba baja la guardia; se limitaba a ir y venir en silencio sin dirigirle la palabra a los recién casados, solo a Vicky y Simoneo. En el exterior, parecía que se había olvidado de todo, pero por dentro de su alma, aún sentía la rabia ebullir a punto de colapsar en un violento y peligroso estallido. Únicamente lograba apaciguar sus emociones al decirse una y otra vez como un mantra, qué dentro de muy poco tiempo, lograría desquitarse por semejante humillación… Todos lo pagarían muy caro. En esos días acontecidos Mia había experimentado una especie de tranquilidad a medias. Israel no le había vuelto a pegar, pero seguía exigiendo sus obligaciones de hombre noche tras noche, pese a que Mia nunca tenía ganas de que la tocara; por lo que solían ser muy desagradables esos encuentros sexuales. No obstante, dejando eso de lado, sus tardes eran apacibles. En su marido se había despertado un inesperado interés por llevarla a pasear. Por lo que cada día a eso de las 4 de la tarde, después de que llegara de su trabajo, la llevaba a dar la vuelta; Siempre a un lugar diferente. Al principio Mia lo acompañó temerosa de encontrarse con una desagradable sorpresa, pero tras descubrir que solo se trataban de lugares encantadores donde pasaban un rato, dejó de lado la desconfianza y comenzó a salir con gusto. De alguna manera le servía para despejarse un poco de ese encierro maldito que sentía la mataría lentamente. Los sitios habían sido lindos, uno de ellos fue un bonito restaurante familiar repleto de niños, que jugaban y saltaban por todas partes. Otro consistió en dar un paseo por el parque central, donde le dieron de comer a los patos blancos que nadaban en un estanque repleto de limo. Era cierto que las condiciones del lugar no fueron las mejores, pero aun así, la atmósfera que se percibía allí era muy amena, pues la gente se veía feliz. Junto con las salidas, también fueron llegando los obsequios. Si algún joven se acercaba a ofrecerles una flor en venta, Israel se la compraba y la colocaba en la negra cabellera de su hermosa esposa. Peluches, chocolates, y dulces, todo consistía en agradar a Mia. Atrás había quedado ese horrible percance de violencia. Ahora, Mia rogaba que así se quedara; en el olvido para siempre, y que nunca se repitiese. Ese día en particular comenzaba a refrescar, por lo qué abrigada con un suéter de color rosa, Mia lo esperaba a que llegara como todos los días. Irían nuevamente a comer a algún lado. Esta vez, estaba decidida a pedirle de favor que llevaran a Vicky. -La verdad no sé si sea buena idea que vaya. - se preocupó la adolescente que no estaba del todo convencida con el cambio de actitud de su patrón. -Por favor Vicky, no me dejes sola. Hasta ahora las salidas han sido lindas, pero me da miedo que en cualquier momento vuelva a cambiar de actitud; y si eso pasa no me gustaría estar sola. Además, aún no termino de acostumbrarme a él, por lo que estoy segura de qué si alguien más va con nosotros, las cosas dejarán de sentirse tensas y podré desenvolverme con más naturalidad con él… Anda di que sí, no seas malita. - le suplicó la amiga, logrando convencerla sin mucho esfuerzo. -Bueno, pero hay que pedirle que nos lleve a comer comida jarocha. - imploró Victoria haciéndosele agua la boca. - Hace mucho que no como comida veracruzana y la verdad ya le traigo ganas. -Trato hecho, yo sé lo diré. - y sonriéndole, dieron paso a hablar de otras cosas en lo que llegaba el marido. Finalmente, cuando este arribó a la casa tarareando una pegajosa canción del momento, Mia tímidamente le hizo sus dos peticiones. Para su sorpresa Israel aceptó en el apto sin negarse a ambas, regalándole un inesperado beso en la comisura de los labios mientras comenzaba a ponerle letra a la canción que había estado tarareando. Al parecer estaba de muy buen humor, pues alegre se dirigió al cuarto a cambiarse la ropa de trabajo por una más adecuada para el momento. Este gesto impresionó a Mia, pues no esperaba una reacción como esa de su parte, era la primera vez que lo notaba muy alegre. Sin embargo, debido a que la tomó por sorpresa, se quedó muda de la impresión, no dijo nada, ni siquiera pudo darle las gracias por complacerla. Acto seguido, una vez los tres estuvieron bien abrigados pues había comenzado a correr aire fresco, debido a que la temperatura había descendido unos cuantos grados menos; salieron los tres listos y muy animados de la casa en búsqueda de un restaurante de comida veracruzana. En cuanto se marcharon, en la casa reinó un silencio abismal. Emergiendo de su recámara, Nicoletta apareció en la sala extendiendo su mano izquierda para guiarse. Golpeando con su bastón cromado para esquivar cualquier objeto que le estorbase, se dirigió al recibidor. Una vez estuvo en el centro de la sala llamó entre gritos al borracho de Simoneo. A los pocos minutos apareció el hombre tambaleándose, sujetaba una caguama a medio consumir, y con la camisa abierta, dejaba ver su prominente estómago. -Trae lo que te pedí que consiguieras. – le ordenó la ciega impávida. - ¿Estás segera…de qué eso es, es una buena irea? - preguntó el hombre enredando algunas palabras en su boca. - ¿Quieres que te deje sin tus amadas cervecitas?... no lo creo ¿verdad?, así que has lo que te digo ahora. - y sin nada más que agregar para no hacerla enfadar, Simoneo fue a buscar las cosas que había comprado hacía un par de días por petición de su hija. Nicoletta había sido muy paciente en todas esas semanas. Si hubiera actuado arrebatadamente a los pocos días después de lo sucedido, todos la señalarían como la responsable. Pero al dejar que las cosas se enfriasen, difícilmente la relacionarían con lo que estaba dispuesta a hacer. En cuanto regresó el alcoholizado padre, este colocó sobre las manos de su hija la gruesa bolsa de plástico y la soga. -Bien, ahora tráeme al animal. – le ordenó contundente, saboreando el momento. Simoneo se dirigía al cuarto de Israel cuando inesperadamente tropezó con la mesita de centro. Cayó torpemente al suelo, provocando que un par de adornos se cayeran al suelo haciéndose añicos. -Si serás idiota, ¿ahora que destruiste maldito borracho? -Perdón, fue sin querer. - le dijo aún en el suelo, comenzando a levantar los pedazos destruidos. - ¡Deja eso para después maldita sea, y ve a hacer lo que te pedí! - gritó la ciega impaciente escuchando como su padre intentaba limpiar su desastre. Después de unos minutos de espera, estando el hombre dentro del cuarto, Nicoletta lo escuchó pelearse con Aimi. Al parecer la perrita presentía lo que le estaba por ocurrir; por ello no se la pondría tan fácil al borracho, le gruñía y ladraba, al mismo momento que intentaba morderle. Simoneo perdiendo la paciencia, logró sujetar fuertemente del lomo a la perrita, mientras esta chillaba del dolor por la forma tan brusca en como el torpe la sujetaba. - ¡Aquí está! - anunció triunfante y exasperado por la pelea, y entonces Nicoletta sonriendo abrió la enorme bolsa de plástico. Sin siquiera pensarlo dos veces, Simoneo colocó a Aimi en el interior de la bolsa que sujetaba Nicoletta, y se alejó tambaleándose lejos de su demente hija. No le gustaba para nada verle la sonrisa demoniaca dibujada en su maligno rostro. -Pobrecita, ¿la escuchas como chilla Simoneo? - se burló despiadadamente la mujer, pasando a anudar la bolsa con la soga. Dentro de poco la perrita se quedaría sin oxígeno y entonces la venganza de Nicoletta estaría efectuada. Simoneo que no quería presenciar tan grotesco suceso, se dedicó a darle la espalda a su hija. Le hubiera gustado regresar a su cuarto, pero esta le había ordenado que se mantuviera cerca y que esperara a que terminara. Por ello seguía allí, pero bajo ninguna circunstancia contemplaría tan macabra atracción. Ya el simple hecho de escuchar los horribles chillidos del animal, era bastante perturbador para cualquiera. Después de un largo y agónico sufrimiento por parte de la diminuta víctima, finalmente Nicoletta se salió con la suya, llevando a cabo su venganza con un ruin y cruel asesinato. Estirando el brazo con el cuerpo de Aimi sin vida dentro de la bolsa; le exigió al hombre que la llevara de regreso al cuarto de Mia. El padre cansado obedeció, y acto seguido vacío la bolsa sobre la cama, cayendo sobre las delicadas sábanas el cadáver de Aimi. Sin dedicarle una sola mirada al cuerpesito de la perrita, Simoneo abandonó la recámara. Ahora sí, una vez que todo concluyó, regresó agotado a su habitación. Allí, en la oscuridad de su estancia, podría olvidarse de lo ocurrido; solo tenía que destapar la caguama helada que lo esperaba como un tesoro de ámbar dentro del frigobar. Con el primer largo y profundo sorbo, logró despejar de su mente tan brutal espectáculo. Nicoletta que se sentía tan plena y satisfecha, sonrió alegremente. Ansiaba que regresaran cuanto antes a la casa el par de tortolitos, pues nada le daría más satisfacción que escuchar en su cabeza los gritos de dolor de la estúpida de Mia. - ¡No tienes ni idea de la sorpresita que te aguarda! - anunció alegremente a solas, y con su andar lento y ayudada por su bastón, regresó de nuevo a su habitación a esperar pacientemente el regreso del trío de idiotas.
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