Capítulo 35. La verdad.

1904 Words
Después de caminar un buen rato sin rumbo fijo, Danielle levantó la cabeza del suelo, pues en ese instante recordó que había una persona con la que podría hablar sobre todo ese asunto. Esa persona sería la única que podría decirle si era verdad todo lo que le habían dicho la abuela y tía de Mia. Así que más decidida que nunca, cambio de dirección; en vez de seguir rumbo a la hacienda, esta vez tomó paso veloz hacía al hogar de Agustín. En cuestión de minutos llegó hasta su destino. El querer obtener respuestas definitivas le había motivado de una manera inesperada, por lo que había seguido lo que quedaba del recorrido prácticamente corriendo. Estaba muy agitada, colorada y sentía que le faltaba el aire; pero nada de eso importaba, ahora lo único que quería era escuchar de los labios de Agus la verdad. Desafortunadamente para su mala suerte, el hogar del amigo estaba vacío, no había nadie. No obstante, no estaba dispuesta a tirar la toalla tan fácilmente y mucho menos a regresar al día siguiente. No señor, este asunto lo resolvería ese mismo día; por lo que se sentó debajo del caedizo de la casa de madera de Agustín, sobre una de las dos sillas que suponían eran de la madre y del hijo a esperar a que regresaran. A 2215 kilómetros de distancia, en otro estado de la república de México, al norte del país, en zona fronteriza con Texas para ser más exactos; Mia regresaba de su salida de comer con Victoria e Israel. Los tres comentaban riéndose sin parar sobre la situación graciosa que habían presenciado en el restaurante La Jaiba Alegre. Y es que, al salir de casa, después de mucho dar vueltas por buena parte de la ciudad; finalmente encontraron un comedor donde servían comida veracruzana. Era un lugar muy familiar, pequeño pero agradable. El nombre tan peculiar del lugar, tenía un bonito diseño en el letrero. En el logo del restaurante se podía apreciar a una alegre jaiba roja con lentes de sol, surfeando sobre unas olas. Demasiado pintoresco para los gustos más refinados, pero para el trio de jóvenes fue un lugar muy ameno. La comida había estado deliciosa; Mia ordenó para ella Pollo en pipián, mientras Israel pidió la especialidad de la casa: Chilpachole de jaiba. Por su parte Vicky opto por algo más sencillo, pero no menos delicioso, una orden de picaditas con un gran bistec y papas fritas. Lo acompañaron con unas aguas frescas de tamarindo, horchata y Jamaica, y una vez les sirvieron la comida, devoraron todo lo de los platos con gran deleite. Al poco rato que relamieron prácticamente hasta los cubiertos, mientras hacían sobremesa y platicaban sobre como extrañaban vivir en Veracruz, pues pese a que ciudad Juárez era una ciudad inmensa con mucho que compartir, para ellos no se comparaba para nada con la magia de sus pequeños pueblos donde cada uno de ellos creció; llegó un par de regordetes enamorados. El matrimonio que tendría entre unos 40 a 45 años de edad, eran un par de enormes obesos. El hombre cuanto mínimo le calcularon pesaría unos 200 kilos, mientras la esposa, estaban seguros de que estaría rondando los 300 kilogramos. Pese a sus enormes tamaños eran personas muy agradables, pues en todo momento se les veía muy acurrucaditos platicando entre ellos como dos enamorados. De repente y sin ser una sorpresa, la banca donde estaban sentado los dos, se partió a la mitad, y ambos rodaron como balones de futbol unos cuantos metros lejos de su mesa. Mia al principio se preocupó, debido a su peso temió que con la caída estos se hubieran hecho daño. Pero justo cuando ella y otro comensal se acercaron a ayudarles a levantarse, fue inevitable que no empezaran a reírse, pues el par de robustos enamorados, soltaron tan estruendosas carcajadas que fue inevitable no contagiarse con sus alegres y risueñas sonrisas. Eran una pareja estupenda, pues en circunstancias como estas, cualquier otra persona se habrían muerto de la vergüenza, pero no ellos, pues tan risueños como llegaron, se levantaron y se sentaron en otra mesa con una banca más resistente, bromeando en que si la rompían de nuevo tendrían que traerles un yunque de hierro macizo para sentarlos. Aun después de haber cruzado la verja de la vieja casa, seguían riéndose de lo ocurrido como si hubiera acabado de pasar apenas unos segundos. -Todavía me los imagino al par de hipopótamos rodando y me cago de la risa. - dijo Israel entrando después de ellas y cerrando el sprint. -Pobrecillos. La verdad me sorprendió mucho su tan bonito sentido del humor que tenían. - respondió Mia conteniendo las rizas, pues muy en el fondo se sentía mal por burlarse de la desgracia ajena de terceros. - ¿Pues que esperabas?, estando como estaban ese par de repulsivos lechones, lo mínimo de atractivo que pueden tener es que se rían de sí mismos… menudas bolas de sebo gigante. - se escarneció cruelmente Israel, borrando de esta manera todo esfuerzo por tratar de ser lindo. Era imposible, por más que se esforzara por mostrarse agradable, por el simple hecho de tener una personalidad tan castrante, era difícil que lograra ser encantador para alguien. -En fin, como sea, la comida estuvo deliciosa; muchas gracias. – reconoció Mia, para cambiar de tema y no seguir hablando de la infortunada pareja. -La verdad es que si, la pasamos genial. - le agradeció Vicky de igual manera. - Incomodó por el agradecimiento de las dos jóvenes, Israel sin decir nada más, las dejó en el recibidor para dirigirse rumbo al sanitario. Cansada por el largo paseo, Mia solo quería darse una ducha. Debido a la contaminación de la ciudad sentía su cara sucia; por lo que una vez saliera del sanitario su marido, se daría un buen baño. Acompañada por Victoria que tarareaba alegremente una canción, entraron juntas a la recámara. Mia una vez cruzó el umbral de la entrada se dirigió rumbo al cajón para buscar la ropa que se pondría después de la ducha. Mientras sacaba una blusa sencilla, sus pantaletas de algodón, y una falda plisada, Victoria se acercó lentamente a la cama para jugar con Aimi. Sin imaginarse la situación del animalito, le habló cariñosamente para que se despertara a jugar con ella; pero como esto no ocurrió, se subió a la cama, y en cuanto la estrechó entre sus manos, la soltó horrorizada en el acto. Mia que le daba la espalda seguía hablando sobre la próxima salida que tendrían. Esta vez quería ir a una de las bibliotecas públicas de la ciudad; nunca antes había estado en una tan grande, por lo que era su sueño conocerlas todas. Como su amiga no respondía, curiosa giró la cabeza para verla, y entonces se percató que en el rostro de Vicky había aprensión. Sus ojos desorbitados estaban enfocados en la cama, por lo que Mia dirigió los suyos al mismo lugar, y con todo el dolor de su corazón descubrió la causa del pasmo de la joven adolescente. Cayendo de sus manos las prendas de vestir, corrió hasta la cama donde entre gritos sujetó a Aimi entre sus brazos ya sin vida. El cuerpecito ahora frio y tieso del animalito estaba inerte entre sus sonrosadas palmas. La cabeza de la dachshund se balanceo sin vida, con una purpurea lengua por fuera. -No tu no por favor, ¡TU NOOO! - desprendió un desgarrador alarido, cayendo al suelo junto con el cadáver de su adorada Aimi. En la habitación contigua, sentada sobre una vieja mecedora que rechinaba con el balanceó, Nicoletta sonreía con perversidad sumergida en la lobreguez de lugar. Israel salió precipitadamente del baño, resbalándose con el pantalón que caían sobre sus tobillos. Levantándoselos desesperado sin llegar a abotonárselo del todo, llegó con el cinturón colgando a ambos lados de su cuerpo por el movimiento. Los gritos habían sido tan espantosos que llegó a pensar que la persona que gritaba estaba agonizando. Sin embargo, para su sorpresa al entrar a la habitación que compartía con su mujer, encontró a Mia tirada en el suelo sujetando el cadáver de su perrita. - ¿Pero que carajos está pasando y porque esos gritos? - demandó saber molesto. -Es Aimi señor, Aimi se murió. - gimoteando y bañada en un mar de lágrimas le explicó Vicky lo sucedido. - ¿Tanto escándalo por un maldito animal? – Pensó Irritado Israel tratando de no perder la paciencia. No comprendía como era que la gente hacía tanto alboroto por la muerte de un inútil animal; A estas alturas de su vida estaba seguro de que nunca lo comprendería. No obstante, agobiado, intentó ser un poco compresivo con su mujer, por lo que se acercó a ella y le pidió que le entregara el animal. Ya en sus manos, lo revisó con esmero buscando algún signo que indicara la causa de su muerte. Por un instante se le cruzó la idea de que su repentino deceso hubiera sido provocado por su demente hermana; así que escudriñó detalladamente alguna señal que la inculpara. Pero para su sorpresa no encontró nada. No tenía el cuello roto, no había soltado espuma del hocico que le indicara que la hubieran envenenado, no poseía marcas de golpes, nada. Justo en el momento en que terminaba con su inspección apareció en la entrada Nicoletta guiándose con su bastón cromado. -¡Ya no llores! - intentó animarla a su brusca e inútil manera. – Estas cosas pasan muy seguido; es normal que los cachorros se mueran por cualquier tonteria. -A menos que no haya estado vacunado. - Intervino Nicoletta entrando a la habitación como una sombra maligna. - ¿Qué has dicho? - preguntó confundido su hermano. -Eso mismo. Que si un cachorro no es vacunado puede morir debido a que están propensos a contagiarse de enfermedades. ¿Te acuerdas de Rolando el veterinario del pueblo? Pues bueno, él una vez me platicó sobre eso. - ¿Y eso ya que importa? -Importa mucho, o dime Mia, ¿tu animal estaba vacunado? - la interrogó con malicia, dibujando una leve sonrisa retorcida en su rostro. -Yo no… la verdad no sabía que… -Pues ahí tienes la respuesta. Gracias a tu ineptitud ese animal está muerto. – y así con tan cruel veredicto, Mia rompió en llanto sintiéndose la peor de las personas en todo el mundo, por ser la responsable de la muerte de Aimi. – A mí por eso nunca me ha gustado tener animales de ningún tipo en la casa, si uno no los sabe cuidar como deben pues se mueren. – Vicky que le dedicó una mirada de reproche a su patrona, agradeciendo al cielo que fuera ciega, se acercó rápidamente a Mia para consolarla. -Y bueno ya basta de dramas, tiren a ese animal antes de que comience a apestar. - Sugirió impaciente y después de destilar su veneno, Nicoletta abandonó la recámara completamente satisfecha con lo que había conseguido. No solo había matado a Aimi, sino que además había logrado hacer sentir responsable de su muerte a Mia; mejor no le hubiera podido haber salido su plan de venganza. Mia que le había pedido a Israel que le devolviera el cuerpo, la abrazó con más fuerza, llorando lacrimosamente su perdida. Le susurraba que la perdonara por no haberla sabido cuidar bien, mientras Vicky la abrazaba repleta de lágrimas amargas.

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