Capítulo 23. Agustín

3573 Words
Empujando su carrito que aún estaba repleto de dulces, Agustín comenzó a recordar aquella época de su niñez cuando Mia y él se hicieron muy buenos amigos. Agus era solo un niño de 7 años, delgado y escuálido. Pese a que iban en el mismo salón, nunca habían interactuado entre ambos. Sabían que sus madres eran amigas pues cada que estas se encontraban en el mercado se saludaban, aunque los encuentros eran breves, debido a que el marido no dejaba salir a Milagros más que lo indispensable. Si esta llegaba a tardar más de la cuenta, lo terminaba pagando muy caro. Por la misma razón no se visitaban las amigas, debido al marido celoso y posesivo que la trataba muy mal. La regla era simple: Milagros no podía ver ni recibir a nadie. Por esa cognición pese a que Dolores y ella habían sido las mejores amigas cuando eran niñas, ahora de casadas, se habían distanciado mucho por culpa del posesivo cónyuge. Es por ello que ambos niños solo se conocían de vista, pero no tenían una amistad. En el salón ambos se colocaban en pupitres alejados. Agustín siempre se sentaba pegado a la ventana, le encantaba tener la vista del patio a su disposición para soportar el tedio de las clases. Mientras Mia permanecía colocada al otro extremo del aula adherida al muro. La amistad se dio un día en que el pequeño Agus se presentó con sus zapatos rotos. Pese a que su madre había hecho hasta lo imposible por remendarlo ella misma, durante el trayecto volvió a romperse. La rasgadura estaba en un costado de la punta, dejando al descubierto sus deditos cada que este caminaba. Por lo que en cuanto se percataron de tal incidente, fue el blanco de las burlas de sus compañeritos. Para ninguno era un secreto la extrema pobreza de Agustín, que a diferencia de los otros niños que tenían mochilas nuevas, él debía llevar sus útiles en una simple bolsa de plástico. Sus prendas pese a que residían muy limpias, siempre estaban remendadas o parchadas. En cuanto a comida, rara vez llevaba lonche. Era notable la diferencia con el resto de los demás alumnos, que también eran de clase baja, pero a los cuales se les podía ver en mejor situación que la de él. Ese día parecía no tener fin, no solamente tuvo que aguantar las chanzas por el zapato roto, sino también a la hora de la salida, fue el centro de las burlas de toda la escuela, cuando su bolsa de plástico se rompió, cayendo al suelo todos sus cuadernos y lápices. Cruelmente la mayoría de los niños se reían, mientras el pequeño Agus perseguía cómicamente su sacapuntas que giraba por el concreto alejándose de él. Temeroso de perderlo, pues sabía que no habría dinero para comprar otro, lo seguiría hasta el fin del mundo si así era necesario. Cuando logro capturarlo al fin ignorando que lo señalaban y reían, en cuanto se levantó del suelo y giró sobre sí mismo para ir por el resto de sus cosas, divisó a Mia a unos cuantos pasos de él cargando con sus cosas. Las había levantado sin que se diera cuenta, y ya se acercaba para entregárselas. Ella no reía como los demás, ella a diferencia de todos le estaba ayudando. A partir de ese día la amistad surgió, ambos platicaban más seguido, se juntaban cada que debían formarse equipos, y hacían la tarea juntos. Mia terminó por cambiarse de lugar, pasando así a sentarse detrás de su nuevo amigo, compartiendo el gusto de ver por la ventana. Al final del día se iban juntos hasta sus casas, corriendo divertidos, jugando carreritas en todo el camino. Los recreos ya no eran tan tristes para Agus, pues Mia comenzó a llevar una ración extra de lo que le daban para invitarle. Y así, con el pasar de los años esa amistad se reforzó, llegando a verse como hermanos. Agustín quería mucho a Mia y ella a él, por eso le preocupaba mucho que estuviera bien. Rogaba de que las cosas no fueran tan graves, sin embargo, le desconcertaba muchísimo el que la hubiesen castigado pues nunca antes había pasado. Y si era por lo que el temía, estaría a su lado para apoyarla en lo que ella necesitara. Milagros que lavaba los trastes, vio por el marco de la ventana como su hijo se aproximaba empujando su carrito de dulces. Le sorprendió verlo de vuelta tan temprano, cuando normalmente ya casi para anochecer era cuando el solía regresar, lo que indicaba que algo debía de haber sucedido. Dejando su labor de lado, salió de la casa para alcanzar a su hijo. Desde que su marido los había abandonado para irse a los estados unidos por una mejor vida y nunca regresó, ella y Agus se las habían tenido que arreglar para salir adelante solos. Tristemente y con todo el dolor de su corazón, tuvo que ver como su hijo de tan solo 10 años comenzaba a trabajar para ayudar con los gastos de la casa. Fue así que comenzó a trabajar de ayudante de zapatero. Desde los 7 Agus había tenido que sacrificar su niñez por ayudar a su familia. A esa edad su padre lo puso de pastor a cuidar los borregos que era su único sustento. Por eso para Agustín no fue difícil el meterse a trabajar remendando zapatos. Con forme los años fueron pasando, los empleos cambiaron, y los ahorros se iban incrementando, fue que finalmente pudo comprase su carrito de dulces para laborar por su cuenta. El mismo que ahora empujaba empapado en sudor. - ¿Que paso hijo, porque te regresaste? - quiso saber la madre tras verle el semblante de inquietud. -Me preocupa que algo haya ocurrido, escuché a doña Amelia decir que Mia esta castigada, y temo que algo malo haya pasado. - ¿Jesús, no pensaras que ya se enteraron de su secreto? - Comprendiendo la magnitud del problema que sería si eso pasaba, Milagros comenzó a angustiarse de la misma manera que su hijo. Agustín le tenía mucha confianza a su madre, era por ello que hacía ya algún tiempo le había contado sobre los gustos de Mia. Y Milagros que era una mujer muy discreta y amable, jamás lo mencionó a nadie. Naturalmente como a cualquier otra persona le había costado un poco entenderlo. Pero fue solo gracias a Agus. El cada que podía y tenía un día libre, lo ocupaba para distraerse yendo al cyber del pueblo, pues le gustaban mucho las computadoras y su más grande sueño era algún día juntar lo suficiente para comprarse la suya. En una de esas idas y venidas, investigó a detalle sobre las personas homosexuales, para informar a su madre quien tenía en aquel entonces unas ideas erróneas al respecto. Fue así como Milagros quien escuchaba los artículos impresos que le leía su hijo, comprendió que las personas gays, no se volvían así porque las violaran, o porque las reclutaran, si no todo lo contrario, nacían de esa manera, y no eran responsables de ello, de la misma manera que uno no tiene la culpa de tener ojos negros o verdes. Tras saber todo eso, podía comprender por todo lo que estaba pasando la amiga de su hijo. Además, Mia era una excelente y muy buena muchacha, y eso era lo único que debía de importar. -No se ama, pero tengo que ir, necesito saber que Mia esta bien. Perdón que no meta el carrito, pero la verdad tengo que irme. - se disculpó Agus, pues siempre que terminaba con su venta arrastraba el carrito hasta el interior de la casa. -Ve corre, y no te preocupes que yo lo hago. - le dijo su madre alentándolo a que se marchara cuanto antes, pues igual estaba preocupada por Mia. Antes de saber la verdad, había fantaseado con la idea de tenerla de nuera, pero Agustín siempre le había dejado en claro que a Mia solo la veía como una hermana y nada más. Siendo la hija de Dolores, su mejor amiga en la niñes, le hubiera gustado mucho terminar emparentando con ellos, pero lamentablemente eso no iba a poder ser nunca. No obstante, quería mucho a Mia, pues la había visto nacer. Su madre siempre fue la partera del pueblo, por lo que aprendió el oficio rápidamente mostrando gran habilidad. Gracias a ello, cuando su madre murió, pese a que aún era muy joven para ser partera, terminó por convirtiéndose en la mejor. Así fue como atendió el parto de Dolores, recibiendo entre gritos y contracciones a una diminuta Mia, que una vez limpiada fue entregada a los brazos de la feliz madre. Al igual que su hijo, solo esperaba que fuera feliz algún día, cosa que veía muy difícil, pues sabía bien que nadie en el pueblo la aceptaría jamás. -Quizás mi hijo tenga razón, y la única manera en que esta niña pueda ser feliz, es que se valla lejos de aquí. - concluyó la mujer viendo a su hijo alejarse cada vez más, bajo las inclemencias de un imponente sol. En el preciso momento en que Agustín corría rumbo a la casa de su mejor amiga, a unos kilómetros de allí en el minisúper, Danielle que estaba en su hora de comida, tristemente degustaba de sus alimentos. No entendía que era lo que estaba pasando, pues Mia seguía sin venir a visitarla. Necesitaba de su presencia para sentirse tranquila. No paraba de recordar los momentos en que habían estado juntas, y sobre todo tenia siempre presente aquellos besos. Ansiaba con locura volver a probar sus dulces labios, tocar su piel, volver a tenerla frente a ella. Se le había vuelto una necesidad, casi una obsesión, y el no tenerla la mantenía siempre intranquila, por lo que solo recuperaría la paz hasta que volviera a verla de nuevo. -Tic tac, Solo te quedan 5 minutos, y de ahí le toca a Jessica. - le anunció Doña Sabina golpeando con una de sus uñas su viejo reloj de pulso, entrando al cuartito donde sentada frente a una apolillada mesa de madera, Danielle terminaba de comer lo que le habían dado. Su jefa siempre les proporcionaba una comida diaria, no era la gran cosa, pero al menos tenía buen sabor. -Recibido. - respondió la chica dando el último bocado. En cuanto terminó y se levantó para regresar al trabajo, se cruzó con Jessica quien iba entrando al cuartito pues ya era su turno de almorzar. No le dirigió la palabra, ya hacia días que solo le hablaba lo más indispensable y siempre que lo hacía parecía de mal humor. Era muy extraño pues al principio había sido muy platicadora y sociable, ahora en cambio hasta parecía que la odiara por la forma en que la miraba. Cansada de no saber que ocurría, antes de regresar decidió enfrentarla, pues no pretendía dejar que las cosas siguieran así. - ¿Jessica te pasa algo conmigo? - -De que hablas. - respondió la otra sin dignarse a mirarla siquiera. Solo se limitó a sentarse y a destapar el tóper donde estaban servidos sus alimentos. - Sabes de que hablo, cuando recién llegue aquí no parabas de parlotear a cada rato; me saludabas, me contabas cosas, en fin, todo parecía estar bien. Pero últimamente he notado tu indiferencia y hasta molestia hacia mí, y si en algo te e ofendido me gustaría saberlo, pues honestamente no quiero que sigamos trabajando juntas de esa manera. No entiendo para nada tu cambio de actitud y de verdad si paso algo te agradecería lo arregláramos de una vez. - No obstante Jessica se limitó a ignorarla, llenaba su cuchara con el estofado y se la metía en la boca, tranquila y serenamente como si no existiera nadie más. No parecía importarle en lo más mínimo lo que Danielle le dijo. Por lo que, sin dejar de comer ni una sola vez se dignó a mirarla. - ¡Jessica te hice una pregunta! - molesta ante su actitud, insistió acercándose a ella, pero al ver que esta no cedía, se plantó con firmeza frente a esta, decidida a resolver esto de una buena vez. -Mínimo podrías tener la decencia de verme a los ojos cuando te estoy hablando. – dando un fuerte golpe a la mesa, consiguió que Jessica la mirara. -Bien, ¿puedes decirme de una buena vez que está pasando? - reiteradamente preguntó Danielle ansiosa por una respuesta. Molesta por la brusca interrupción, decidió responderle para que la dejara en paz. - ¿De verdad quieres que te lo diga?, pues bueno ahí te va. - respondió dejando la cuchara dentro del tóper. - Todos en el pueblo ya sabemos lo que eres. No te has preocupado siquiera en disimularlo ni tantito, y pues yo la verdad no me siento para nada cómoda trabajando con alguien como tú, es incómodo y molesto estar al lado de alguien así. Pero pues me toca aguantarme, pues como a Doña Sabina le caes bien, es seguro que no te va a correr. Pero la verdad es que si en algo le importa su negocio debería de hacerlo, pues tú le estas dando muy mala imagen a este negocio, y de pilón nos estas pasando a perjudicar a todas las demás, pues la gente puede pensar que somos como tú, y pues no. -Porque no me dices mejor de frente de que estas hablando. - indignada sabiendo perfectamente de que se trataba, Danielle molesta la desafío a que le dijera las cosas a la cara. -No te hagas la idiota que sabes de que te estoy hablando. -No, no lo sé, y quiero o mas bien te exijo me digas de una buena vez, que es lo que estas hablando. – de pie, elevando el tono de su voz, pues Jessica ya se había levantado, frente a frente sin quitarse la vista de encima, le demandó hablara claramente. Ambas furiosas estaban listas para lo que tuviera que pasar. - ¡Eres una machorra! – con los brazos en jarra lo dijo con desdén, sin disimular el asco que le provocaba decirlo. Sujetándola del cuello de su blusa, Danielle la zarandeo con fuerza. – Cuidado con lo que dices. – le advirtió sin soltarla, colorada de la rabia que sentía se apoderaba de ella. -A mí no me amenaces. - respondió está golpeando las manos de Danielle para intentar librarse de ella. - La verdad no sé cómo puede existir gente como tú, y mucho menos como pueden andar tan campantes exhibiéndose tan tranquilamente cuando en este pueblo hay niños inocentes, y gente decente que no tienen por qué soportar a retorcidas como tú. - respondió está volviendo a manotear para que la soltara, pues no lo había conseguido aún. Entonces frenética, Danielle la arrojó contra la mesa con todas sus fuerzas, ocasionando que esta se volcara, derramando la comida al suelo y salpicando con la misma la ropa de Jessica, quien furiosa se lanzó sobre Danielle, comenzando así una pelea a golpes. Mientras tanto en casa de Mia, la joven castigada se dedicaba a preparar la comida, sin dejar ni un instante de pensar en Danielle y de lo mucho que la necesita. Le duele el tener que dejarla, pero entiende que es lo mejor para todos. Lo único que no sabe es que le dirá cuando la venga a buscar, se pregunta si tendrá el valor suficiente para renunciar a ella teniéndola enfrente. Y así mientras prepara un estofado de conejo para todos, llora lagrimas amargas por lo desdichada que se siente. No obstante, en determinado momento escucha unos pasos acercarse, y al poco la voz de alguien que la está llamando. Rápidamente reconoce la voz. Es Agustín su mejor amigo, que frente a la casa la llama. -Buenas, Miaaa- Junto al fogón que esta aun costado de la casa, la chica deja lo que esta haciendo para recibir a su amigo. Quien en cuanto la ve, se acerca para abrazarla, e inmediatamente Mia desborda en llanto sobre los brazos de Agustín. -Que pasó Mia, supe que te castigaron y vine lo más rápido que pude para saber si estas bien. -Hay Agus, soy tan desdichada, no tienes ni idea de todo lo que me a pasado, y no sé qué voy a hacer. -Pues que pasó, no me tengas en ascuas y dime de una vez. Y así tomando asiento juntos, Mia dio paso a contarle todas sus penas. Le habló sobre la nota de Gisela y lo que esta le dijo. Le contó sobre la advertencia de su tía flora y sus hermanas, las cuales ya sospechaban de Danielle. También de Isidro y sus intenciones, y sobre todo de la discusión que había tenido con su familia por no quererse casar, motivo por el cual su papá la había castigado. Y también le habló acerca de la decisión que había tomado de dejar a Danielle. Desahogada sin poder dejar de llorar, Agus la consolaba, acariciándole el hombro suplicándole que se calmara. -Por un momento llegué a pensar que habían descubierto la verdad y me preocupé, pero ahora veo que esto también es preocupante. No entiendo como es posible que tu familia siga insistiendo en querer obligarte a casarte con alguien que no conoces ni mucho menos quieres, eso no está bien. Como tampoco lo está que quieras renunciar a Danielle, no puedes ser tan débil Mia, y no puedes dejarte intimidar por las amenazas de nadie. Tienen que enfrentar todo esto juntas tu y Danielle, y no alejarte de ella como estas pensando, eso si seria un error. - ¿Pero cómo Agus?, Por un lado tengo a mi familia que me está presionando para que me case con un desconocido, y por el otro está la madre de Danielle que me odia y amenazó con hacerle algo a mi familia. A eso agrégale la advertencia de mi Tía y su grupito de hermanas chismosas, es más de lo que puedo soportar, no soy tan fuerte para enfrentarme a tantas cosas Agus, no lo soy. -Pues tendrás que hacerlo. - respondió contundentemente el amigo. – Si quieres ser feliz debes de hacerle frente a los problemas Mia. -Si contradigo a mi familia me odiarán por siempre, si sigo adelante con Danielle su madre no sé de qué será capaz, y si mi tía le dice algo a mis papás jamás me permitirán volverme a acercar a ella. Son muchas cosas Agus, demasiadas amenazas y problemas por donde veas. – desesperada sin saber que hacer Mia le suplicó por ayuda. - Escúchame, vamos a hacer lo siguiente, en primera: tú no vas a renunciar a Danielle, vas a hablar con ella y le vas a decir todo esto incluso lo de su madre. -Pero Agus, yo no quiero que se pele con su mamá, la pobre esta también muy enferma. – -Da igual, no lo estuvo cuando te amenazó ¿o sí?, así que se lo dirás quieras o no, pues ella debe de estar enterada y decidir qué hacer con su madre. Esa es una. En segunda: acerca de tu tía, por ahora solo miéntele. Si te lo pregunta tu dile que ya dejaste de ver a Danielle y ya, estará tan ocupada con sus rezos que no te prestará la más mínima atención, ya verás. Sin embargo, a partir de ahora deberán ser muy discretas cuando se vean, el pueblo queda prohibido, nadie las debe ver juntas, si requieren verse pueden ir al rio donde se conocieron. Eso hasta que se calmen las cosas y las chismosas religiosas se olviden de ustedes y centren su atención en alguien más. Tercera y la más difícil, y que considero tendrás que irlo pensando muy bien, es en la posibilidad de irte con Danielle lejos de aquí. Si tu familia no cambia de parecer tendrán que hacerlo Mia, al menos que te veas pasando toda tu vida al lado de alguien que no amas. - ¿Huir, abandonarlos y dejarlos a su suerte con mi madre enferma? No Agus yo no podría hacer algo así. - expresó Mia con horror. -Si no cambian de parecer será eso o ceder a sus deseos, no hay más. - ¿Porque todo tiene que ser tan complicado? – nuevamente llorando sobre su hombro, se sentía impotente por tener que enfrentarse a algo así. -Si quieres ser feliz alado de la persona que amas tendrás que hacer sacrificios. Nada en esta vida es fácil, y ya es hora de que lo vallas entendiendo. Tras un breve rato en el que siguieron charlando, cuando Mia ya estuvo más tranquila Agustín se preparó a marcharse de nuevo. Iría a hablar con Danielle, le contaría un poco sobre todo lo que estaba sucediendo, para que una vez enterada fuera a hablar con Mia. -Sobre lo de casarte no te prometo nada, pero intentaré ayudar en algo, tengo una idea. Solo espero y funcione. -Gracias Agus, no sé qué haría sin ti. - y abrazándolo le agradeció todo lo que hacía por ella. -Ya, ya, sabes que todo lo hago de corazón, y yo solo quiero verte feliz. – Y con estas palabras Agustín se marchó volviendo otra vez al camino. Al parecer hoy sería un día de ir y venir de un lado a otro, no obstante, no le importaba pues Mia lo necesitaba y el la ayudaría lo más que pudiera.
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