Capítulo 3. La Familia

1990 Words
No había dormido mas que un par de horas, y es que los recuerdos llegaban a su mente uno tras otro lo que dificultaba que conciliara el sueño. No podía evitar ver el rostro de Danielle en cada pensamiento, por más que intentaba dormirse de una buena vez, la imagen de la bella chica rubia aterrizaba en su mente. La situación fue muy crítica, de no haber estado su salvadora dando un paseo por la vegetación, sin duda habría muerto ahogada, por lo que tenia mucho que agradecer. Además, algo en su interior le garantizaba que a partir de ahora las cosas serian muy diferentes en su vida, y eso la entusiasmaba mucho. Hacia mucho tiempo que no se sentía tan bien. Nunca antes había sentido la necesidad de tener una ilusión, por primera vez en su vida, comenzó a hacerse ideas tontas en su cabeza, dejándose llevar por esa ola de sentimientos nuevos que la estaban invadiendo. Finalmente logro pernoctar después de haber fantaseado con tantas locuras, durmiéndose plena y feliz. A la mañana siguiente, cosa que fue un par de horas después, ya que no faltaba mucho para el amanecer cuando logro dormirse, con el cantar del gallo se levantó, era hora de comenzar con su rutina diaria. A pesar de las pocas horas de sueño, se sentía muy animada, (ventajas de su juventud). Así que rápidamente sacó agua del pozo llenó el balde de agua y dio paso a darse un refrescante baño a jicarazos. Siendo verano en Ojo del sol los días solían volverse muy calurosos, lo máximo que llegaban a estar era hasta 42 grados, por lo que esos baños matutinos eran toda una gloria. Su cuarto de aseo, consistía solo en un diminuto cubículo que medía 4x4, con un piso rustico de cemento, al cual siempre debías entrar con sandalias si no querías salir con la planta de los pies magulladas por la rugosidad y asperezas del piso. Las paredes eran bloques de concreto sin repellar, sobre su cabeza no existía un techo que lo cubriera, por lo que podía ver al cielo y ver las nubes o las estrellas, dependiendo del horario en que se aseara, pero siempre tenia una bella vista hacia el firmamento. Carecía de una puerta, solo una gruesa y oscura cortina, era sostenida por un mecate, manteniendo así la privacidad al ducharse. Es cierto no era un baño lujoso ni bonito, pero era lo que siempre habían tenido, y a Mia le encantaba su baño como todo el resto de su humilde casa. Una vez fresca y limpia, dio lugar a sus quehaceres. El padre se levantó minutos después, preparándose para ir al campo a trabajar. Campesino de toda la vida, era lo único que conocía y sabía hacer… y lo hacia muy bien, Erasmo era conocido por ser un hombre duro de pocas palabras, pero muy trabajador, nadie jamás podría decir que fuera flojo, no había hombre mas trabajador en Ojo del sol que Erasmo, y eso todo el mundo lo sabía. Su hija ya le tenia preparado su café, tal y como le gusta, n***o y sin azúcar. Conocía muy bien el horario de su padre, por eso todas las mañanas encendía lumbre con la leña y en el fogón ponía a calentar el agua para preparar su bebida favorita. Como solía ser muy temprano la hora en que partía rumbo al campo, no despertaba con apetito, por ende, solo tomaba café y un pan, que solía comprar Mia un día antes, para después envolverlo muy bien en una servilleta y colocarlo dentro de una bolsa, para así mantenerlo fresco y suave para la mañana siguiente. -Buenos días apa, ¿durmió bien? - saludó Mia, mientras colocaba el pocillo de barro en manos de Erasmo. . Buen día mija, usted sabe que yo duermo como una piedra, en cuanto coloco la cabeza en la almohada caigo muerto. Ambos sonrieron y tras comer su desayuno el padre salió cargando con machete en mano y con su sombrero de palma para cubrirse del sol. Se despidió no sin antes como hacia últimamente, pedirle que cuidara bien de Dolores. Una vez se marchó, Mia prosiguió con los deberes. Lavó los trastes, barrió el piso de la casa que era de tierra apisonada con una escoba hecha de hojas de palmera y caña, sacudió el mueblecito donde tenían su vieja televisión y limpió la mesa donde comía toda la familia. Salió a recolectar los huevos que habían puesto las gallinas, ordeñó a clara la única vaca que tenían, alimentó a los dos perros que amarrados cuidaban del hogar, y lavó el chiquero donde engordaban a la marrana que en unos cuantos meses venderían en el pueblo. Enseguida finalizó con las tareas más pesadas, escuchó a sus primos que ya estaban levantados y muy probablemente haciendo de las suyas. Acto seguido, al entrar a la casa saltaron sobre ella, esperanzados de haberle dado un buen susto, pero ella los sorprendió con un leve gritito arruinándoles sus planes de asustarla. Todos rieron y ella paso a abrazarlos, eran dos niños y una niña: Alejandro de 9 años, Rafita de 7 y la pequeña Lili de 5 años. Eran hijos de su tío Ignacio y su mujer Flora. Toda la familia tenía viviendo con ellos ya mas de un año, vivían en el pueblo, pero tras un incendio que provocaron las veladoras su pequeña casa de madera ardió en pocos minutos, afortunadamente lograron salir ilesos, pero perdieron su hogar. Erasmo que era un buen hermano a pesar de las protestas de Ignacio se los llevó para su casa. Desde entonces convivían todos juntos y aunque de repente surgían roses, el mayor de sus problemas era su tía Flora. Ferviente religiosa y causante de que su antiguo hogar ardiera en llamas, mantenía su obstinación en mantener un altar lleno de santos lo que equivalía a tener la misma cantidad de veladoras. Labor que corría a cargo de Mia, ya que debía mantenerse atenta, vigilando que sus primos no las fueran a tirar. Además de encargarse de los niños, ya que Flora argumentaba que debía mantenerse en la comitiva de la iglesia, ayudando en todas las labores que esta le exigía, - Si eres una buena cristiana, debes de brindar parte de tu tiempo a Dios. – argumentaba su tía cada vez que se le cuestionaba sobre sus constates idas y venidas a la iglesia. Y esa mañana como todas las demás, Mia tendría que encargarse de sus primos. Tras su fallida broma, la chica los sentó en la mesa para darles de desayunar. Mientras estos comían, Flora ya ataviada con un rosario en mano y su velo de encaje n***o sobre la cabeza, paso a despedirse de sus hijos dándole la bendición a cada uno. - No les des mas dulces por el amor de Dios Mia, anoche tardaron mucho en dormirse, y ya suficientes preocupaciones traigo encima con la bendita colecta de víveres que va por muy mal camino, como para llegar a lidiar con unos niños imperativos. - No se preocupe tía, trataré de no darles ni un solo dulce esta vez. Valla tranquila y ojalá resuelvan lo de su colecta. - Dios bendito te oiga, porque si los habitantes de este pueblo siguen tan tacaños como van hasta ahora, no creo que al llegar su final encuentren las puertas del cielo abiertas por un san pedro generoso…El que se apiada del pobre presta al SEÑOR, y Él lo recompensará por su buena obra… proverbios 19:17.- recitó Flora serrando la puerta de la entrada tras de sí al salir. Al poco rato su tío Ignacio salió de uno de los dos cuartos, donde dormía con su mujer e hijos, estaba igual listo para irse al trabajo, a diferencia de Erasmo, él nunca había sido bueno para el campo, desde muy pequeño siempre laboró en el pueblo, y llevaba 3 años afanando en la central de abastos. Entró allí de cargador y rápidamente por su buen desempeño y optimismo pasó rápidamente a ser encargado de descargue, pasando ahora a supervisar los que vaciaban los camiones. Él sí desayunó, unos huevos en salsa, acompañado de un café n***o y unas tortillas que Mia le hizo a mano. Estando listo, se despidió, agradeciéndole a Mia una vez mas por hacerse cargo de sus hijos. - Regreso por la noche, pórtense bien y háganle caso a su prima en todo lo que les diga. – suplicó y fue el tercero en salir rumbo a su trabajo. Antes de irse, Mia fue a llevarle el desayuno a su madre. Dentro de la recamara, Dolores seguía acostada, durmiendo tranquilamente, al parecer era una buena mañana, porque cuándo no era así, se despertaba con lamentaciones y quejas por los dolores que la estaban matando lentamente. La buena hija depositó la bandeja sobre la pequeña mesita de madera, que tallo con sus propias manos Erasmo. Paraque cuando se despertara comiera algo. Sin hacer el menor ruido posible le dio un beso en la frente y abandonó la habitación. Afuera sentados en el viejo sillón, los tres hermanos ataviados con sus mochilas la esperaban para que los llevara a la escuela. Y así llevando de la mano a Lili salieron los 4 rumbo al pueblo. Alejandro y Rafita caminaban por delante de ellas, discutiendo sobre que personaje de sus caricaturas favoritas era mejor que el otro, mientras la pequeña Lili iba tarareando la canción que le habían enseñado en el kínder. Finalmente llegaron a la primaria Josefa Ortiz, donde entraron Alejandro y Rafael, despidiéndose de su prima con un beso en la mejilla cada uno. Mia les prometió pasar por ellos a la hora de la salida, y agitando la mano se despidió para continuar con su camino. El jardín de niños estaba un poco más delante de la primaria y ambos colegios estaban a unas cuantas cuadras de la iglesia, por lo que, si Flora tuviera la intención de encargarse de sus propios hijos, podría traerlos a la escuela ella misma y de ahí pasar a su tan amada iglesia. Sin embargo, nunca había tenido vocación de madre, pero mucha de monja. Afortunadamente para ella, a Mia le encantaba encargarse de sus primos, lo único que no disfrutaba era de sus constates quejas, pues Flora era una mujer bastante complicada y hasta cierto punto insoportable. Enseguida dejó a la pequeña Lili en el prescolar, fue rumbo al carrito de dulces de Agustín. Agus como ella le decía era su mejor amigo, con el que siempre platicaba de todas sus cosas. Se conocían desde niños, ya que Milagros la madre de Agustín era la mejor amiga de Dolores desde que eran niñas, y ahora sus respectivos hijos eran también muy buenos amigos. Agus vivía en la parcela siguiente a la de Mia, y aun lado de esta estaba la enigmática hacienda. - Hey Mia, quieres unas gomitas? - le ofreció su amigo mientras terminaba de cobrarle a una señora lo que parecían ser un par de cigarros. - Ya sabes que son mis favoritos. - agradeció tomando la bolsita de gomitas. - ¿A que no sabes lo que me pasó? – preguntó Mia muy misteriosa en cuanto la cliente se marchó. Agustín la observó curioso tratando de descifrar en la expresión de Mia que podría ser lo que estaba por contarle. - Me rindo, la verdad no tengo idea que pueda ser, - respondió Agus rascándose la cabeza, tras intentar pensar inútilmente en varias opciones. - ¡Anoche estuve a punto de morir ahogada! - ¿De qué diablos hablas?... ya decía yo que esas idas al río no llevarían a nada bueno, te das cuenta que… - No me interrumpas que eso no es lo importante. - ¿Casi mueres ahogada y eso no es lo importante? No pos, si quiero escuchar que es entonces. - Agus, se que sonara ridículo y quizás hasta estúpido, pero creo que estoy enamorada…
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