Al abrir los ojos, la oscuridad aun invadía la flora de su alrededor. Los álamos se erguían majestuosos cubiertos con la platinada luz de la luna. Estaba empapada y recostada en el suelo, respirando el olor de las hojas secas y la tierra húmeda que le cubría la ropa. Había sido arrastrada hasta la orilla de ese rio que había clamado por su vida. ¿Pero cómo era eso posible? ¿Un milagro divino acaso sería el responsable de que no estuviera muerta ya? De ser así tenía mucho que agradecer a Dios por una nueva oportunidad, sin embargo, recordó que en sus últimos momentos de conciencia había ofrecido su vida a cambio de la de su madre, ¿acaso eso significaba que la oferta fue rechazada? Porque de ser así eso quería decir que la vida de su madre a un estaba en juego, por lo que continuarían el dolor y la tristeza.
Inesperadamente una voz surgió de la oscuridad, seguido de la silueta de una persona.
- ¿En qué demonios estabas pensando? Si no sabes nadar no deberías acercarte tanto al río, pudiste haber muerto de no haber estado recorriendo este pestilente lugar, ¿entiendes la suerte que tuviste? – la voz era de una joven, probablemente de la misma edad de Mia, pero esta se notaba molesta.
- Lo siento mucho, normalmente solo vengo a despejar mi mente un rato, el ruido del agua me relaja y me ayuda a dormir, no es la primera vez que vengo, por lo que jamás hubiera imaginado que algo así llegaría a pasar. - levantándose rápidamente del suelo, Mia se sacudió la ropa para tratar de quitarse la tierra que tenía como una costra adherida en su vestimenta.
- Muchas gracias por salvarme la vida, de no ser por ti ahorita estaría en las profundidades de ese río.
- No bromees con eso. - respondió la chica acercándose a ella. Inmediatamente quedó sorprendida, no le había prestado demasiada atención cuando la estaba sacando del agua, ahora podía ver la gran belleza que poseía, a pesar de estar toda empapada y llena de tierra, era hermosa. Tragó saliva e intentó no mostrarse nerviosa o tonta.
- Lamento si fui un poco dura, no fue mi intención, creo que ya ha de ser suficientemente traumanté el estar a punto de morir, para aparte sermonearte, lo lamento.
Mia sonrió al percibir como se ruborizaba su salvadora, a pesar de estar oscuro y tener poca luz, era fácil notarlo, la chica tenia la piel muy clara, por lo que cualquier cambio en su tonalidad era muy fácil de percibir. En cuanto comenzaron a caminar y lograron acercarse a un claro mas iluminado, Mia quedo prendida, la salvavida era una chica bonita, de cabello rubio y corto que tenía peinado hacia atrás, aun húmedo por la zambullida. Sus ojos que parecían verdes, bien podían ser azules, (no lograba distinguirlos bien), eran tristes, y sus labios eran muy finos y delicados. Sin duda alguna era muy guapa.
- Por cierto, me llamo Mia. – sonrió ocultando un mechón de su largo cabello moreno detrás de su oreja.
- Danielle. Y si ya se… es algo raro que tenga nombre de chico, capricho de mi padre, larga historia, no quiero terminar de matarte, pero ahora de aburrimiento. - ambas chicas rieron y en un instante quedaron en silencio mirándose fijamente. Sin duda ambas habían observado otras chicas a lo largo de sus vidas, pero ambas compartían la misma idea de que ninguna era tan bella como la que tenían enfrente en ese momento.
- ¿Y eres nueva en el pueblo? - preguntó Mia, pues si no hacia algo ambas seguirían observándose por siempre.
- Si perdón, no siempre soy tan torpe. Veras, recién acabamos de llegar… somos los dueños de la casa Copaiba.
Mia conocía muy bien esa casa, claro que no era una casa como tal, si no una vieja hacienda donde cultivaban muchas cosas entre ello copaiba, de ahí su nombre, pero ya tenia varios años que estaba abandonada, solo el viejo Rómulo era el que se encargaba de cuidarla, manteniendo a los extraños lejos, pero sin darle mantenimiento. Así, con el pasar del tiempo perdió la imponente imagen que poseyó en sus años de gloria. No llego a verla en su mejor momento, pero su padre le solía contar como lucía antes dicho lugar, pues cuando era joven había trabajado una temporada allí. Y hasta la fecha nadie sabía la razón del por qué, los dueños un día la abandonaron de un día para otro y nunca volvieron, hasta ahora.
- Increíble, ¿eres consciente de la cantidad de leyendas que se cuentan de tú ¨casa¨? - señaló mía con ironía, provocando una gran carcajada en Danielle.
- Si bueno… la hacienda. Lo siento, no quería lucirme, y en fin supongo que se contarán muchas cosas locas, pero te aseguro que nadie mató a nadie, mi padre me contó las razones que llevaron a mi abuelo a marcharse y abandonar la hacienda…Una historia que preferiría contarte en otro momento, pero te aseguro que no tiene nada de espectacular y es hasta cierto punto aburrida.
Ambas rieron y continuaron su camino conversando sobre trivialidades. Danielle le contó sobre la carrera de gastronomía que estaba estudiando y la cual tubo que dejar para venirse a vivir a Ojo del sol, por motivos que más adelante le contaría. Mia le dio una breve explicación del por qué ella solo había estudiado hasta la secundaria, algo que no terminó por gustarle a Danielle. Pero lo que mas le sorprendió fue ver como se entristecía Mia tras contarle que estaba en el río por la gran preocupación que le ocasionaba el ver a su madre en tan mal estado. Danielle guardo silencio por un momento y luego retomó la plática con una sorpresiva revelación.
- Sabes, mi madre también esta enferma… es curioso, pues tú hablas con tanto cariño de la tuya, cuando yo no puedo decir lo mismo de la gran Giselle.
- Lo siento mucho, no lo hubiera imaginado.
- No importa.
Llegando a una intersección, pasaron a despedirse. Danielle continuó su camino a la izquierda suplicándole a Mia que ya no se acercara tanto al río, si aún tenía planeado seguir con sus escapadas nocturnas. Mia le dio su palabra y siguió el sendero de la derecha.
Ambas se dirigieron a sus hogares, pero en sus mentes había nacido una nueva ilusión, algo que ninguna de ellas había planeado, sin embargo, de algo estaban seguras: se seguirían viendo pasara lo que pasara.