Capítulo 33. Más dolor.

2467 Words
Había transcurrido un mes completo; un mes de búsqueda en la que los Flores y Agustín siguieron preguntando y tratando de averiguar sobre el paradero de Mia. Un mes de angustia en el que Mia, tenía que convivir con un par de personas que se dedicaban a hacerle la vida imposible. Y un mes en que Danielle había estado al pendiente de su padre y Briella; hasta que finalmente todo concluyó de una manera devastadora. Y sin nada más por hacer, regresó con el corazón hecho polvo a Ojo del Sol, sin saber la horrible noticia que la esperaba en el pueblo. Mientras viajaba en el autobús rumbo al viejo pueblo, trataba de no pensar en todas las desgracias que habían sucumbido a su vida. En un abrir y cerrar de ojos la vida de los Daurella se había destruido por completo, quedando solos y desamparados. Primero había comenzado con la pérdida del dinero, el cual, de todos los males, al menos para Danielle era el menos importante; pues gracias a ello, habían tenido que irse a vivir a ese pueblo donde había conocido al gran amor de su vida. Sin embargo, pese a ese detalle maravilloso, habían sido constantemente bombardeados con una serie de eventos desafortunados, que concluyeron en muerte. La enfermedad de Gisela, la pérdida de la fortuna, el cambio de ciudad, la muerte de la ex modelo en manos de Briella; que la llevó a ser internada en un hospital psiquiátrico. El inesperado arresto de su padre, y ahora esto último… Demasiadas cosas para sobrellevar con firmeza. -No, olvídalo, no pienses en ello. - se obligó con firmeza para controlar el impulso de soltarse a llorar, pues ya había volcado demasiadas lágrimas por varios días; por lo que no pensaba volver a derramar ni una sola. - Piensa en que nuevamente la volverás a ver a ella... esa hermosa chica de dulce sonrisa, hermosos ojos negros y profundos, y con el corazón más grande del mundo. Sí, ella es la razón para no quebrarse, la que te reconfortará con su amor y ternura, y con la cual sentirás que todas tus penas desaparecerán en cuánto la beses. – se animó nuevamente para continuar adelante, pues en ese momento lo único que quería y le daba fuerzas para no dejarse morir, era volver a ver a su Mia. Había pasado treinta y un días agónicos sin que tuviera noticias de ella; por lo que estaba muy impaciente por verla. Esperaba que todo residiera bien, y que estuviera enterada de lo que había sucedido; sobre todo rogaba que pudiera comprenderla y que no le guardara rencor por haberla dejado abandonada por tanto tiempo; contaba con su comprensión y perdón. De igual manera, hacía mucho que no se podía comunicar con Allen. Ese era otro motivo de preocupación que no la dejaba tranquila. Esperaba y se encontrara bien, pues tenía una promesa que cumplir. Quería resignarse a pensar qué al no tener dinero para pagar la mensualidad del teléfono satelital, había dejado que lo cortaran; y por eso había sido imposible comunicarse con él. Pero de eso hacía ya más de 15 días; por lo que le aterraba estar equivocada. Se amedrentaba con la incertidumbre de no saber con qué se encontraría una vez llegara a la hacienda. Una vez descendieron los pasajeros del autobús, Danielle tuvo que tomar un taxi en el pueblo para que la llevaran a la hacienda. Había sido un viaje largo y bastante pesado. Teniendo como compañero un hombre obeso, sudoroso y con mal aliento que abarcaba buena parte de los asientos; La pasó muy mal durante el trayecto. Se sentía muy ajustada e incómoda en su pequeño lugar; además, de que sus horribles ronquidos no la habían dejado descansar ni un solo instante en lo que duró el recorrido. Ahora, dejando atrás tan repulsivo compañero de viaje, lo único que anhelaba con unas ansias sobre humanas, era llegar a su casa para darse un buen baño, y dormir un rato. Debido al cansancio extremo, no se sentía con ánimos para caminar hasta la hacienda. Por lo que en cuánto divisó su transporte, tomó el taxi sin vacilar. Únicamente con una mochila descolorida colgando sobre su hombro, se subió al tranquilo vehículo; el cual en un par de minutos la llevó hasta la entrada de la hacienda Copaiba, sin que el conductor le sacara plática. Era de madrugada, debido a esto, le sorprendió un poco ver que todo el lugar estuviera en sombras. Normalmente, a esas horas de la noche toda la estructura estaría iluminada por los potentes reflectores que Gisela había mandado a instalar, en su oleada de locura por mejorar la hacienda. Sin embargo, en ese preciso instante, no había ni pizca de luz alguna. Temerosa con lo que veía, sacó su enorme llavero de uno de los bolsillos de la mochila, y abrió la puertecita del portón. Aquella oscuridad la recibió de golpe, no había visto tanta negrura ni mucho menos escuchado tanto silencio, que terminó por crisparle los nervios. Cuando recién llegó a la hacienda, recordaba que estaba un poco iluminada por la presencia del finado de Don Rómulo quien siempre tenía una luz encendida. Ahora con semejante oscuridad, estaba en presencia de una estructura abandonada y tristemente deshabitada. Cruzando el umbral, molesta consigo misma por haber tenido un lapso de debilidad, comenzó a dirigirse por el camino de lozas rectangulares, rumbo a la casa grande. A esas alturas del partido, estaba consciente de que no habría ni un solo empleado pues ella se había encargado de despedirlos a todos, pero al menos le hubiera gustado encontrarse a Pedrito o mínimo a la insufrible de Dorotea. Pero por el aspecto tan lúgubre del lugar, todo parecía indicar que ya nadie estaba viviendo en el interior de esos viejos muros… ni siquiera Allen. Entristecida al percibir esto, continúo avanzando hasta llegar a su destino. Sin nadie que pagara las cuentas, comenzó a pensar que tampoco encontraría ni una gota de agua para bañarse. Recordándolo de golpe mientras caminaba, pisando las hojas secas que nadie había levantado en días, se acordó del generador de luz que Esteban había comprado. No obstante, eso solo la hizo acongojarse más, debido al recuerdo de su padre. El generador solo era otra contundente respuesta de la ausencia de personas en el lugar. Si Allen estuviera allí, mínimo abría usado el generador para iluminarse, por lo que era una decisiva respuesta de que su hermano no se encontraba ahí. Y tal cual como ya lo sospechaba, una vez estuvo en el interior de la casa grande; se topó con el vacío y la nada. Se cansó de llamar a su hermano entre gritos, recibiendo solo el eco de la soledad que le devolvió sus palabras ahuecadas. Lo buscó en el silencio por todas partes, escuchando el ruido de sus cansadas pisadas, encontrándose únicamente con la nada. Decepcionada, molida y agotada física y emocionalmente, le dio una patada a su mochila que había dejado sobre el suelo repleto de polvo. Las partículas de las mismas revolotearon sobre ella, provocando que estornudara por su alergia. Deseaba tanto volver a ver a su hermano, pues lo necesitaba ahora más que nunca. Pese a las inevitables señales que había visto al llegar, guardó la esperanza de encontrarlo ahí, pero no fue así. Ahora más que nunca, debían de estar los tres juntos. En medio de un enorme y triste recibidor, debajo de un lujoso candelabro polvoso, la golpeó con crueldad el puño de la soledad. Consumida por el viaje, decidió irse a dormir un rato. Nada podía hacer si Allen había tomado la decisión de irse, sin antes saber todo lo demás que había ocurrido. Inmediatamente entró a su recámara, otra estela de polvo la recibió. En cuestión de un mes aquel cuarto que había vuelto suyo, se había llenado de polvo tan rápido. Sin pensar mucho en eso y decidiendo que al día siguiente lo limpiaría; quitó las sábanas de la cama y se acostó encima del colchón desnudo; la ducha también tendría que esperar. Al poco rato por el cansancio se quedó completamente dormida, sola y abandonada en una hacienda lúgubre y desierta. A la mañana siguiente en cuánto se despertó, comprobó para su buena suerte que aún corría agua por el grifo; así que se dio un buen baño. Desafortunadamente, el agua estaba helada, porque lo qué si no había, era gas. No obstante, no le importó, al contrario, el sentir lo helado de la corriente, le sirvió para despejarse la mente y terminar de despertarse por completo. Enseguida estuvo vestida, salió de la hacienda más animada rumbo a la casa de los Flores. Durante el camino, recordó la postrema vez que había visto a Mia. La recordaba tan hermosa como siempre, sentada sobre una silla, leyendo el libro que le había llevado para animarla. Estaba vestida de n***o por el luto de su madre, pero aun así se veía hermosa con su cara lavada y esa trenza gruesa y negra que tanto le gustaba acariciarle. Recordó la sonrisa que se dibujó en su rostro cuando le colocó en sus suaves y delicados dedos la Gerbera amarilla. Le había susurrado al oído que ella siempre estaría ahí para cuidarla. - ¡No sabes cuánto te extrañé mi amor! – Rumió para sus adentros exasperada por llegar, estrecharla entre sus brazos, y volver a besarla de nuevo. No obstante, una vez arribó al humilde hogar de los Flores, la última esperanza que albergaba en su corazón para ser feliz, se desmoronó frente a sus ojos. Amelia quien había abierto la puerta para ver quien tocaba, la recibió con una mirada fulminante. - ¿Pero con qué cara te atreves a poner un pie en esta casa? – le recriminó la anciana encrespada -Perdón Doña Amelia, solo pretendo ver por un momento a Mia, necesito urgentemente hablar con ella. -Al demonio tú y lo que tengas que decirle, no sabes cuánto maldigo la hora en que llegaste a este pueblo a arruinarle la vida a mi nieta. - ¿Pero de qué está hablando? - confundida, sin entender lo que estaba ocurriendo, quiso saberlo. -Lo que Amelia quiere decir, es que ya todos en el pueblo saben de ti y tus cochinas mañas. - secundó Flora, que apareció en el umbral de la entrada como una mala aparición. – Por lo que, por el bien de esta familia, será mejor que te largues y nunca vuelvas a poner un pie en esta casa. - ¡No sin antes ver a Mia! - las desafío Danielle comprendiendo qué si ya sabían lo de ellas, su amada debía de estarla necesitando más de lo que imaginaba. -Claro que no, muchachita impertinente y descarada. - colocada frente a ella con las manos en jarra, la anciana tapó la entrada. No obstante, Danielle desesperada y cansada de tantas desgracias, logró cruzar entre forcejeos entre las dos mujeres al interior de la casa. Rápidamente y sin dejar de llamar a Mia, se dirigió a su cuarto, en donde solo encontró acostado a un demacrado Don Vicente, con 20 años más sobre su marchito cuerpo. - ¿Qué es esto, que está pasando? - preguntó el anciano confundido e irritado. -Discúlpeme Don Vicente, pero ando buscando a Mia, y no me pienso ir hasta que haya hablado con ella. - ¡Te vas o te sacamos a patadas!, tú eliges. - amenazó Amelia furiosa, dirigiéndose a la chica decidida a sacarla de las greñas. Pero entonces fue detenida por Flora. -No Amelia, no tiene caso; si lo que esta quiere es saber la verdad, pues hay que decírselo. - y dedicándole una miradita de complicidad, sin entender de que se trataba, Amelia la dejó hacer su voluntad, pues suponía que tendría una idea en mente. - ¿De verdad quieres saber dónde está Mia? - le preguntó Flora, acariciando frenéticamente su rosario. -Por favor, solo así me marcharé, lo prometo. – -Perfecto. Pues entérate de que Mia ya no vive aquí… - ¿Cómo?, pero eso no puede ser, ella nunca dejaría a su familia. - ¿Me dejarás terminar o prefieres contestarte tu solita? - impaciente secándose con el dorso de la mano el sudor de la frente, Flora esperó a que guardara silencio. Una vez lo consiguió prosiguió a dar su explicación. -Es cierto que Mia nunca dejaría solo a su padre, y más tras haber quedado viudo. Pero ocurrió algo tan serio que tuvo que irse porque se dio cuenta de que fue lo mejor. ¿No te imaginas que fue? - esperando que Danielle contestara, esta incómoda, se limitó a esquivarle la mirada. - Como supuse, claro que lo sabes, por tus cochinas intenciones, fue que Mia tuvo que irse. Como lucifer, llegaste a este pueblo para tentarla y pervertirla, haciendo que callera bajo tu pecaminosa influencia. Mia siempre fue una buena chica; es cierto que no era santo de mi devoción, pero al menos su alma no estaba tan contaminada. Solo bastó tu presencia para hacerla caer en el peor de los pecados: volverla una machorra como tú; una repulsiva ramera de babilonia, una aberración de Sodoma y Gomorra, una furcia de... -No vine aquí a escucharla lanzarme insultos a mí o a Mia, sino a que me digan en dónde está. – insistió Danielle impaciente. - ¿Y dónde más va a estar? Pues casada, ¿o de qué manera crees que está resarciendo su pecado? - ¡Es mentira, eso no es cierto! - se negó a creerlo frenética, no podía dar crédito a semejante calumnia; sabía que Mia sería incapaz de algo así. -Puedes buscarla en toda la maldita casa si así lo prefieres, pero te aseguro que no la encontrarás en ningún lugar. - feliz de comprender lo que había logrado Florinda, Amelia ya más calmada la incitó a que buscara a sus anchas. Pero Danielle se limitó a negar con la cabeza. De pie como una idiota, paralizada sin saber qué hacer; sentía que le faltaba el aire y las fuerzas. -Por el bien de esta familia, lo mejor será que se vaya y nunca regrese. - intervino molesto Vicente, que se había levantado de la cama con las pocas fuerzas que tenía. Sin nada más que agregar, Danielle abandonó la casa, escuchando cómo le cerraban con furia la puerta a sus espaldas. No podía ser verdad lo que le acababan de decir; no quería creerlo, simplemente no podía. - ¡Esto no por favor, no ahora! – imploró desesperada al cielo, pues no quería más dolor en su vida. - ¡Mi padre muerto!, y ahora ¿perdí a Mia para siempre?... no, no puede ser. - y sin poder controlarlo lloró amargamente aún frente a la casa de los Flores.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD