Capítulo 19. Ganador

2082 Words
Mia, ese mismo día para no perder más tiempo, fue (acompañada por Amelia, pues debía prevenir que no ocurriera lo mismo de la última vez que había ido al pueblo) al consultorio del doctor. Requería realizarse cuanto antes la prueba de embarazo que le había solicitado Israel. Cuando este se fue, le suplicó a su familia que no le comentaran nada sobre lo sucedido ni a su tío ni mucho menos a su padre, pues estaba más que segura, que Erasmo de haber estado presente se hubiera sentido tan ofendido que primero muerto habría dado su consentimiento para casarla con un canalla como aquel. Comprendiendo la situación y aceptando que Mia tenía razón, los tres acordaron callar; sin embargo, pese a que tanto Amelia como su marido habían confirmado que Israel no era la mejor opción para Mia, se negaron a aceptar la verdad, y se convencieron a creer que la actitud del chico era únicamente para desquitarse de todos ellos por haberlo rechazado con anterioridad. Estaban muy seguros que más adelante cambiaría de actitud con todos, y él y Mia formarían un estupendo matrimonio, o al menos eso querían creer ambos. La consulta fue breve y muy rápida, le sacaron una muestra de sangre y le dijeron que en un par de días les traerían los resultados. Mientras esperaban a que fueran entregados los análisis, seguros de que los resultados serían negativos, comenzaron a planear todo para la boda. Por ahora se llevaría a cabo únicamente por el civil, era demasiado precipitado para realizar una boda por la iglesia, por lo que Don Vicente con ayuda de Ignacio fueron a ver todo lo de los trámites a la delegación correspondiente. En esos días de espera, Amelia le compró a su nieta un hermoso vestido blanco para que luciera el día de su boda. Todo estaba siendo demasiado apresurado, pero era necesario, pues les urgía que Mia saliera del pueblo y comenzara una nueva vida, lejos del odio de los habitantes de Ojo del sol. Don Vicente que pudo comunicarse con un ahijado suyo, le pidió que fuera consiguiendo una casa grande para rentar, pues ahí vivirían él, su mujer y la pareja de recién casados. Ya después, con tiempo, calma, y sobre todo estuvieran bien convencidos de que Israel sería un buen marido para su nieta, los dejarían en paz, a solas, para que se abrieran camino por su cuenta; por ahora, lo mejor para todos es que estuvieran al pendiente de ambos. Dos días después, cuando los exámenes estuvieron listos e Israel se presentó sin falta y comprobó que Mia no estaba preñada, feliz aceptó que se casaría con ella el día señalado por la familia Flores. Fue una enorme sorpresa descubrir que habían decidido que fuera en tres días, pero no le importó, al contrario, estaba excitado; tendría que acelerar las cosas antes de lo pensado, pues Israel ya tenía sus propios planes para con Mia. En cuanto abandonó la casa de los Flores, no sin antes plantarle un enorme beso en la boca a su enamorada, se dirigió al pueblo a toda velocidad, precisaba hacer una llamada cuanto antes, y para eso requería de mucha privacidad. Como esperaba, al segundo timbrazo contestó a su llamado Nicoletta, que ante la actualización de las nuevas noticias y el apuro de lo que ya le había comentado con anterioridad, está muy molesta le recriminó su imprudencia; no estaba nada contenta de que todo se tuviera que hacer antes de lo previsto. Lavándose las manos ante lo que pudiera llegar a suceder, le respondió que ella no se haría cargo si algo salía mal o se complicaba por querer hacer todo a las prisas. -Maldita ciega, qué ganas de joderme siempre cada que te pido que hagas algo; tú has lo que te digo y punto.- le gritó Israel colérico, pues Nicoletta era experta en hacerle perder la paciencia. -No me grites estúpido, porque si se me da la gana no hago nada y a ver cómo te las arreglas tú solito en resolver todo esto. – comprendiendo que por ahora no le convenía ponerla en su contra, Israel respiró profundamente, y exhalando la furia contenida cambió el tono de su voz. -Perdóname, ya sabes que soy bien bruto, es solo que la verdad me urge y estoy preocupado pues quiero que todo salga bien; ya sé que yo solo cuento contigo para ayudarme con todas mis cosas, lo reconozco.- por unos segundos no escuchó nada en el auricular del celular, por lo que temió que su media hermana le hubiera colgado el teléfono, pero después de unos segundos esta habló con la soberbia tan característica de su voz. -Qué bueno que te das cuenta, porque sin mí no serías nada Is-rae-lito, y esta gueno pues, te ayudaré. Eso sí, solo espero no me salgas con más sorpresitas.- y sin decir nada colgó.- sonriendo alegremente por que se había salido con la suya, Israel se burló de su hermana. -Pobre ciega, ni se imagina lo que se le viene.- pensó este con malicia, y tras soltar una carcajada encendió su auto; era hora de comprarse una camisa decente, pues debía estar presentable el día de su boda. Llegando el día señalado, se llevó acabo la tan esperada boda. Mia que terminaba de alistarse en su cuarto, aún albergaba la esperanza de ver cruzar el umbral a su amada, la cuál le extendería la mano para llevarla lejos de allí a comenzar una nueva vida juntas; pero nada de eso pasó. Danielle se había ido definitivamente, y ahora debía de ser responsable con su vida y de reparar el enorme daño que le había generado a todos los miembros de su familia. Lucia frente al espejo un hermoso vestido blanco de manta que le había comprado Amelia; el vestido era hasta los tobillos con un lindo cuello cuadrado, unas mangas cortas abombadas, de hombros descubiertos, volantes y busto elástico fruncido, lazo en la espalda y acampanado. Se veía muy hermosa; se había recogido su negra cabellera en un moño de cascada, y colocadas pequeñas margaritas en el recogido. Físicamente lucia radiante, pero por dentro se sentía morir, no terminaba de dar crédito a lo que estaba ocurriendo; dentro de poco estaría casada con una horrible persona, pero nada podía hacer, era su cruz, la penitencia que le tocaba pagar para limpiar sus pecados. Había invitado a Agus, pero este se negó rotundamente a ser partícipe de semejante locura, y no acompañó a su amiga en el día que debía ser el más feliz de su vida. No obstante, Milagros si se presentó, tampoco estaba de acuerdo con la irracional decisión de Mia, pero se sentía con la responsabilidad de estar ahí y aconsejarla por última vez en memoria de la que había sido su mejor amiga. Al llegar, los Flores no fueron muy amables con la mujer, pero la situación había aplacado los ánimos, por lo que dejaron atrás los rencores y la trataron al poco rato como lo habían hecho siempre. Milagros aprovechando un momento en que los familiares terminaban de alistarse para partir al registro civil, se dirigió sigilosamente a la habitación de Mia, encontrando de pie a la chica observándose impávida frente a un espejo que reflejaba una estatua con vida. -¿Estás completamente segura de lo que estás haciendo?- Preguntó la mujer cerrando a su espalda la puerta de la recámara. -Es lo mejor para mí y mi familia.- respondió la chica sin inmutarse siquiera. Había tenido días para llorar y pensar en lo que sería su vida de ahora en adelante, por lo cual, pese a que aún tenía un poco de miedo, estaba controlando sus emociones bastante bien delante de todos. -Quizás lo veas así, pero yo estoy segura de que Lolo no habría querido esto para ti. -Al principio mi mamá quería que me casara, estoy segura de que ahorita lo aceptaría. – enunció Mia volteando a ver el retrato de su madre. -Eso fue al principio, después ella entendió que lo mejor para ti era dejarte elegir tu propio futuro. Aún estás a tiempo criatura, no te cases, puedes ir a…- pero no la dejó terminar su oración. -¿Irme y dejar a mi familia así, con esa vergüenza y esa humillación? No Doña Milagros, yo no les puedo hacer eso a los únicos que han estado conmigo siempre, no puedo pagarles de esa forma. -Mia, entiende…- pero ya no hubo nada más que decir, la chica le aseguró que era lo mejor y que estaría bien. Había llegado la hora de partir; por lo que la tomó del brazo y juntas salieron a la sala en búsqueda de los demás. El resto de la familia la esperaba, los tres varones vestían guayaberas blancas, ideales para la ocasión, mientras que la anciana y Flora usaban unos vestidos de manta, una en un tono salmón y la otra completamente de n***o. Los tres primos también estaban vestidos para la ocasión, así que sin nada que decir, pues no lo consideraron oportuno, salieron rumbo a la iglesia. Ignacio se había tomado la molestia de pedir una camioneta de batea prestada en su trabajo, por lo que delante se subieron apretadas: Mia, su tía y abuela; y en la parte trasera, se montaron el resto de la familia junto con Milagros. La apagada y soporífera celebración fue muy parsimoniosa, primero: porque debieron esperar pues otra pareja se estaban casando, y en segundo: por la desganada actitud del oficial civil. En cuanto llegaron los estaba esperando Israel impaciente, que por un segundo llegó a pensar que lo dejarían plantado; pero para su buena suerte solo habían sido ideas suyas. Así mismo, una vez vio a Mia, la tomó con rudeza entre sus brazos y arrastrándola hacia su cuerpo le dio un imprudente beso en el cuello; estaba muy entusiasmado de por fin hacerla su mujer, por lo que no se medía en sus actos. Inmediatamente salieron la pareja de recién casados, Mia envidió la enorme felicidad que se veía reflejada en sus rostros, a diferencia del suyo que en vez de boda parecía funeral. Rápidamente fueron llamados al salón, sin muestras de alborozo por partes de la familia, todos entraron en silencio. Allí detrás de una enorme y larga mesa con un bonito mantel blanco, los aguardaba el oficial civil, que en cuanto los vio, los invitó a entrar con rapidez pues aún tenía otra boda que llevar acabo. Una vez cada uno de los precentes tomó su lugar, el Oficial ante la presencia de los testigos comenzó con el preámbulo del oficiante, subrayando la importancia del matrimonio y de iniciar una vida en común. Después de aburrirlos con un discurso nada alentador, prosiguió a dar lectura de los artículos del Código Civil, referentes a los derechos y obligaciones de los contrayentes. Posteriormente, el oficiante completamente apático del momento, pidió el consentimiento mutuo de los novios para responder si se aceptaban el uno al otro en voz alta. Israel dijo que sí sin vacilar, mientras que Mia, cuando le tocó su turno, guardó silencio por un breve lapso de tiempo. Detrás de ella, Milagro rogaba a todos los santos que dijera que no, pero desgraciadamente sus plegarias fueron interrumpidas cuando la chica finalmente respondió que sí aceptaba a Israel como su marido. Acto seguido, el oficial civil de matrimonios los declaró como casados bajo la ley y procedió a pedirles que firmaran las actas nupciales, las mismas que también firmaron los dos testigos: Ignacio y Flora. De esta manera ante la ley, ese día, quedó certificado que el juramento se llevó a cabo conforme al marco legal sin contratiempos. Ahí de pie, escucharon aquella oración que unía en matrimonio a una pareja que no se amaban, en una unión que debía ser para siempre. Y de esta manera con un arrebatado beso en los labios, Israel se convirtió en el marido de Mia. Después de haber llegado a pensar que no se saldría con la suya, la vida lo premiaba dándole a Mia; al fin había ganado, y valla de maravilla de trofeo que se llevaba; ahora con su nueva esposa comenzaría una nueva vida y valla que lo gozaría. En medio de la concurrencia tuvo una imprudente erección, estaba excitado y emocionado, pues al fin, Mia era solo suya. La joven esposa por su parte, no pudo evitar derramar unas lágrimas de amargura, con aquella firma había firmado en sentido figurado; su sentencia de muerte.
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