Capítulo 20. La mentira.

2489 Words
Al concluir con la soporífera boda partieron todos en silencio rumbo a la casa de los Flores; ahí, una sencilla pero llenadora comida los estaba esperando. Antes de que partieran al registro civil, Amelia había pasado parte de la madrugada y la mañana preparando un mole rojo acompañado de arroz blanco a la jardinera, que serviría a toda la familia en cuanto llegaran, para así festejar a los recién casados. Bastaba solo verlos para darse cuenta que no había alegría alguna, al menos por parte de la novia, que en vez de tener un rostro radiante por la emoción de casarse, parecía que regresaba de un funeral donde había enterrado su alma. Mia, en cuanto puso un pie en su hogar, se metió corriendo a su cuarto, y al igual que una olla de presión, finalmente expulsó todo lo que había estado conteniendo por salvar de la vergüenza a su familia; cayendo en la cama con gran impacto, prorrumpió en llanto derrotada. Aimi que comenzó a brincarle y moverle la cola en cuanto la vio, le lamía los dedos de la mano de su brazo, que colgaba a un costado de la cama inerte como el de un cadáver. Tapándose el rostro con la almohada, ahogaba sus gritos de desesperación, las lágrimas empapaban el cojín y sus sollozos le servían para expulsar de su cuerpo la rabia que la estaba carcomiendo por dentro. Después de un breve lapso de tiempo en el que lloró lágrimas amargas, levantó del piso a su perrita salchicha que no había dejado de ladrar, y en dos patas sobre el borde de la cama hacía todo lo posible por subir con su ama. Entre sus brazos la estrechó, y acariciándole el lomo y la cabecita le aseguró entre susurros que ya se encontraba mejor. Solo a ella le contó lo que a nadie le había dicho, le habló sobre el miedo que tenía de comenzar con la nueva vida que le esperaba, y que no sabía cómo afrontarla; también sobre las dudas de si podría mantenerse con vida al vivir para siempre con una persona que no amaría. Pero ya era tarde para arrepentimientos, solo le quedaba seguir adelante y ser valiente. Al menos tenía el consuelo de que tendría a sus abuelos cerca por lo que no estaría tan sola; pero aun así, le horrorizaba el solo pensar que dentro de unas horas tendría que compartir el lecho matrimonial con un tipo que le desagradaba y odiaba, y que además nunca le atraería físicamente. Por más que le había asegurado su abuela que una vez casada ¨sería normal¨ y le terminarían gustando los hombres, estaba consciente de que eso era simplemente imposible, jamás dejaría de ser quien era; por lo mismo, nunca llegaría amar a Israel. Estaba consciente de que también sería una pena para él, no obstante, estaba decidida a ser una buena esposa, atenta, servicial y fiel, solo eso podía ofrecerle y esperaba que con eso le bastara. Ya no había vuelta atrás, estaba hecho, era una mujer casada y de ahora en adelante tenía que asimilar su nueva vida de recién casada. -Tengo que poder, tengo que poder…- se repetía una y otra vez sin soltar Aimi, la cual le lamía sus mejillas. Posteriormente de un rato de soledad, tras mirarse en espejo y descubrir que tenía todo el maquillaje corrido, tuvo que limpiarse el rostro pues había llegado el momento de volver a su nueva realidad que la aguardaba detrás de esa puerta. Con la cara limpia sin una gota de maquillaje, salió de la recámara rumbo al patio de dónde provenía la batahola de los invitados. Allí estaban todos, incluyendo a su marido que con cerveza en mano la esperaba sentado en una silla apartado de los demás. En cuanto la vio salir de la casa le dedicó una sonrisa amable que no se esperaba. Con una señal de su mano le pidió que se sentara junto a él; respirando profundamente y con Aimi aun entre sus brazos, sacó valor de las entrañas para ir junto a su nuevo marido. Una vez estuvieron los novios juntos, Ignacio puso un poco de música para animar los decaídos ánimos de la seudo fiesta que estaba agonizando, pues nadie estaba a gusto y conforme con lo ocurrido, pero debían asimilarlo de una buena vez, pues era lo mejor para todos. Erasmo desde la cabecera de la mesa como jefe de familia, se levantó para dirigirle unas palabras a su yerno considerando que ya era el momento oportuno. -Pos bueno.- anunció carraspeando y escupiendo a un lado de donde estaba sentado.- Los quiero felicitar y desear que sean felices, Yo no pido nada más que hagas feliz a mi hija, con eso tengo y con eso tendrás para tenerme contento.- le indicó Erasmo a Israel el cual se dedicó a asentir con la cabeza. - Porque si no es así, por esta, que te las verás conmigo. – Sin decir nada más prosiguió a sentarse de nuevo, y con semejante comentario ocasionó que todos guardaran silencio por un momento, hasta que Israel con una sonrisa cínica en los labios se levantó y tomó la palabra. -No se preocupe ¨Suegro¨, yo le aseguro que le daré el trato que se merece a su hija, por esta, que así será.- respondió el chico, besando sus dedos formados en cruz de la misma forma que lo había hecho el hombre, sosteniéndole la mirada. Para romper la tensión que se había generado, Amelia también se puso de pie y los felicitó, deseándoles que tuvieran un buen matrimonio, como el de ella y su viejo y como el de los padres de Mia. Lo cierto es que no estaba completamente segura de sus palabras, pero rogaba a Dios estar equivocada de la impresión que tenía; algo en su interior le decía que aquello era un terrible error, pero se negaba a aceptar la verdad, argumentando que sería peor dejar a su nieta a la deriva, sola y que hiciera lo que le venía en gana. No, cualquier cosa era mejor que verla andar por las calles como una lesbiana señalada; inclúso había sopesado la idea de que se metiera de monja, pero eso era una manera de perderla; ahí resguardada en los muros de un convento serviría al señor para toda la vida, alejada de los suyos. No, definitivamente casada era la mejor opción. Como madre de familia le aguardaba una vida de dicha. Para Amelia la mejor forma en como una mujer podía realizarse era casándose y teniendo hijos, por lo que no debía dudar, pues la vida que le aguardaba a su nieta era la correcta, y a eso debía aferrarse con fervor si dudaba. Con el pasar de las horas y el poco entusiasmo que sobrevivía por la música que con sus canciones movidas y alegres sostenía la reunión, Israel amablemente tomó de la mano a Mia, y acercándose a Erasmo le pidió un favor a su suegro. -La verdad es que con lo apresurado que ha sido todo lo del bodorrio no hemos tenido chance para hablar mi mujer y yo, y como mañana bien tempranito partiremos al rancho de los que ahora son también mis abuelos, me gustaría con el permiso de usted, si se puede claro, me diera un chance de dar una vuelta al pueblo en mi camioneta con mi mujer a solas, para poder platicar… si es que se puede. – comprendiendo la situación, Erasmo no tuvo nada que objetar, solo le pidió que el paseo fuera breve pues le preocupaba que alguien les fuera a gritar algo que le hiciera descubrir lo ocurrido al recién casado, y que con esto terminara echándose para atrás. -No se preocupe, solo quiero hablar con mi mujer en privado un ratito y no más, ni siquiera nos bajaremos de la camioneta. -Perfecto, aquí los esperamos pues. Mia de misma cuenta, analizando que lo mejor sería comenzar ese matrimonio de buena manera, también estuvo de acuerdo con tener esa conversación, así que sin soltar a Aimi se subió a la camioneta de su ahora esposo asegurándole a su familia que regresaría cuanto antes. Una vez los dos estuvieron en el interior del vehículo, este arrancó y se alejó rápidamente. Mientras volteaba a ver a su familia, Mia tuvo un mal presentimiento, no sabía que era, pero algo la perturbó por un instante. Pero sorpresivamente cuando volteó a ver a Israel, este le sonrió con amabilidad, y colocando su mano sobre la suya le hizo saber lo feliz que se sentía... -Gracias, no sabes lo feliz que me haces; sé que soy un bruto y que quizás hasta llegué a asustarte, pero todo fue por la desesperación de no saber cómo ganarte. Me flechaste desde la primera vez que te vi y como no me correspondiste como pensé que pasaría, me llené de rabia y coraje. Así que te pido perdón por eso; la verdad me gusta mucho tenerte como esposa.- le expresó en un tono que nunca le había escuchado antes, borrando al instante aquel mal presentimiento que se había apoderado de su cuerpo. Durante el trayecto, Israel le comentó que siempre había pensado en formar una familia y casarse, le confesó que había tenido amiguitas como cualquier otro hombre pero no había conocido a ninguna que considerara digna de ser su esposa, hasta que la conoció a ella. Le habló de lo hermosa que era, de lo noble y maravillosa que se le hacía como mujer, y de lo afortunado que se sentía de haberse casado con una mujer de su talla: una mujer de hogar, cálida y sencilla de las que ya no hay. Mia no podía creer lo que escuchaba, así que comenzó a relajarse y se pintó un futuro no tan oscuro como el que se había imaginado. Ahora veía por una ventana en donde podía vislumbrar una vida donde seguiría sin haber amor de su parte, pero si mucho respeto. Con su confesión, lograba imaginarse siendo incluso cariñosa y comprensiva, por lo que ahora podía haber más entrega de su parte, para darle una vida amena y tranquila a ese chico que comenzó a pensar que quizás había juzgado muy duramente. Y por fin desprendida de toda tención, comenzó a platicar tranquilamente con Israel, comentándole lo que le gustaba y lo que no, como por ejemplo: la comida, que le explicó que comía de todo, e Israel le dijo que lo único que no le gustaba era comer animales silvestres como iguanas y tlacuaches. Mia riendo le aseguró que jamás le cocinaría eso, podía estar tranquilo pues en su mesa nunca encontraría una iguana horneada. Hablaron también de lo que les gustaba hacer, Mia le platicó que le gustaba leer, así que procedió por indicación del esposo a hablarle sobre sus libros favoritos, mientras su marido le contó su afición por los partidos de futbol y béisbol que normalmente veía por la televisión, y que esperaba algún día ver en vivo y a todo color en un gran estadio. Juntos rieron al descubrir que estaban de acuerdo en que no creían en la superstición ni en adivinadoras, y se dieron cuenta que tenían los mismos gustos musicales. Platicaron muy a gusto de varios temas, estaban contentos y relajados, o al menos así fue hasta que Mia se percató de que no habían llegado al pueblo. Gracias a la agradable charla que habían compartido, no se había dado cuenta que estaban abandonando Ojo del sol hasta que ya fue muy tarde. -¿Qué haces? Se supone que íbamos al pueblo.- preguntó la chica confundida. Y entonces el semblante de Israel cambió por completo; aquella cara amable y dulce solo había sido una máscara, ahora podía ver con horror al verdadero monstruo que había conocido desde el principio. -Cambio de planes.- respondió secamente dedicándole una sonrisa retorcida. -Será mejor que regresemos, nos deben estar esperando.- angustiada se le quebró la voz a Mia ante la nueva situación que la sorprendía. -Jamás vas a volver a regresar.- fueron las crueles palabras de su captor. Comprendiéndolo todo, aterrada y desesperada, como único escape, optó por abrir la puerta de la camioneta en movimiento para lanzarse. Abrazando a Aimi, estaba dispuesta a todo con tal de alejarse de ese demonio. Lamentablemente antes de que se quitara el cinturón de seguridad, Israel la jaloneo del moño con fuerza, y sin soltarla entre gritos mientras tiraba de su cabello le ordenó que cerrara la puerta. Mia que quería que parara así lo hizo, por lo que enseguida volvió a cerrar la puerta del vehículo se acomodó de nueva cuenta en su asiento. Acto seguido la cachorra que no había parado de ladrarle a Israel, se acercó a él con la intención de atacarle. Cansado de la perrita, el chico la sujetó del cuello, ahogando en su puño el ladrido. -¡No por favor, no la lastimes te lo suplico!- imploró Mia en llanto, levantando las manos para arrebatarle a Aimi, la cual se debatía por respirar. -¿Prometes quedarte quieta y calladita?- preguntó el infeliz divertido ante la situación. -Sí, haré lo que sea pero devuélvemela por favor.- y victorioso le arrojó su cachorra en el regazo. La perrita tosía por recuperar el aliento, mientras su ama la acariciaba para reconfortarla. -Quizás ahorita no lo veas chula, pero te puedo asegurar que tú y yo vamos a tener una buena vida.- le aseguró este riéndose mientras le levantaba el vestido con la mano izquierda y comenzaba acariciarle sus piernas. Mia temblando de terror llamó en sus pensamientos a Danielle. -Por favor regresa a mí, te necesito, por favor ayúdame.- suplicó en silencio, llorando lágrimas de sangre. Mientras Mia sufría, su captor no cabía de contento. Se había ganado una esposa y ahora llegaba el momento de hacerla suya. Las ansias lo carcomían, necesitaba tomarla, por lo que después de un par de horas de camino se alegró cuando divisó en el parabrisas el enorme letrero del motel. Era consciente de que no podía detenerse por mucho tiempo, pero si seguía así se pondría de malas, y no podría concentrarse en la carretera; necesitaba saciarse las ganas, solo así podría seguir adelante. -Pararemos por unos momentos y ya después continuaremos.- le anunció su marido inquieto, tocándose la entre pierna que ya no aguantaba. Mia comprendiendo lo que vendría a continuación se negó, pero este amenazó con romperle el cuello a su animal si no cedía. -Tienes de dos bonita: Lo hacemos por las buenas o por las malas, no hay de otra, tú decides. Resignada y derrotada, dejó a Aimi sobre el asiento, alejándose rumbo al motel de la mano del que se había convertido en su verdugo. Inesperadamente se soltó un aguacero, todo parecía indicar que el cielo se congraciaba con su dolor, pues también lloraría a cantaros, tal y como lo haría la pobre de Mia.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD