En cuanto cruzaron la modesta poterna de tablas recicladas que servía como protección para la casa de los López, Mia cayó a los brazos de Agustín; finalmente volvía a ver al único amigo que tenía, su fiel Agus que siempre estaba ahí para escucharla y aconsejarla. -¿Pero qué te ha pasado?- preguntó indignado el amigo sin poder enfocarse en cada una de las heridas de su amiga. En primer lugar: lo que más sobresalía a la vista, era el enorme edema rojizo que se había formado en su cabeza, justo donde había caído la piedra. En segundo lugar: se podía observar los vestigios que quedaba de la magulladura de su labio roto, que pese a ya haberse curado aún era notorio el previo trompazo. En tercer lugar: descollaban a la vista las costras que tenía en las rodillas y brazos de la vez que su padre