Capítulo 11. Revelación.

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En cuanto Erasmo distinguió a su hija sentada sobre la mecedora de Dolores, levantando el brazo para saludarle completamente impasible de lo que se acababa de enterar, fue inevitable que sintiera como el demonio se apoderaba de su alma. Estaba siendo carcomido por una terrible rabia que lo abrigaba. Se sentía escarnecido, ridiculizado y estaba resuelto a ponerle un alto cuanto antes a tanta ignominia. En cuanto llegó a su lado, la sujetó con fiereza de unos de sus delgados brazos y descargando su furia contenida, la arrastró violentamente lejos de la casa. No sabía quién estuviera allí, ni le importaba, lo único que quería era que no escuchara nadie lo que tenía que decirle a su hija, por lo que jaloneándola como una insignificante muñeca de trapo, la arrastró lejos de la humilde vivienda.

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