Elena
Han pasado tres días desde que vi a Nicolás y su presencia sigue rondando mis pensamientos. Su mirada intensa y la forma en que parecía disfrutar de mi incomodidad me intrigan, pero al mismo tiempo, eso me asusta. Enma ha insistido en que mantenga la distancia, que no me meta en líos, pero algo dentro de mí desea saber más sobre él.
El fin de semana llega y, después de un agotador turno en la clínica, mis amigas sugieren que vayamos a un club. Quieren distraerse, alejarse de todo, y aunque mis instintos me dicen que debería quedarme en casa, las ganas de escapar de la rutina me vencen. El lugar es más tranquilo que el anterior, pero la música sigue siendo fuerte y vibrante.
Mientras bailo, de repente veo a Nicolás al fondo, su figura se destaca en la penumbra. El corazón me late más rápido y una mezcla de curiosidad y recelo se apodera de mí. A pesar de mis reservas, mis pies parecen moverse hacia él. Pero antes de que pueda acercarme, un chico se interpone en mi camino, con una actitud arrogante y una sonrisa que me resulta repulsiva.
—¿Te gustaría bailar, hermosa? —me pregunta, estirando su mano hacia mí.
Intento ignorarlo, pero él me agarra del brazo con fuerza.
—Vamos, no seas difícil. —Su tono es despectivo.
Un nudo se forma en mi estómago mientras intento soltarme de su agarre. Entonces, alzo la voz, sintiéndome impotente.
—¡Suéltame!
El chico me mira sorprendido, pero no se mueve. En un arrebato de determinación, empujo su mano y me alejo, respirando entrecortadamente.
En ese momento, siento una mirada sobre mí. Nicolás observa, su expresión es impasible, casi como si estuviera disfrutando de un espectáculo. Mi temperamento se dispara al ver su desdén.
—¿Qué estás mirando? —le grito, sin poder contener mi rabia.
La mirada de Nicolás se vuelve seria, casi preocupada. Él se acerca lentamente.
—Elena, este lugar no es seguro para ti —dice, su voz grave y firme.
Mis instintos me gritan que me aleje, pero el orgullo me hace desafiarlo.
—No necesito que me cuides, Nicolás. Puedo manejarme sola —respondo, tratando de mantener la calma, aunque mi corazón se agita.
Él frunce el ceño, una expresión que me hace sentir incómoda.
—No se trata de eso. Hay cosas aquí que no entiendes. Es mejor que te alejes —insiste, mirándome con intensidad.
En ese instante, un grupo de hombres entra al club, visten trajes oscuros y su aura es inquietante. Las personas alrededor parecen notar su presencia y se apartan. Siento un escalofrío recorrerme la espalda.
Nicolás se mueve hacia ellos, pero me detiene antes de que pueda seguirlo.
—Espera aquí —me ordena, su voz es autoritaria.
—¿Por qué? —pregunto, sintiendo que el pánico se apodera de mí.
—Porque no quiero que te vean. —La seriedad en su tono me deja inquieta.
Me siento atrapada. Quiero irme, pero me da miedo la idea de quedarme sola en un lugar como este. Antes de que pueda decir algo, uno de los hombres del grupo se acerca, su mirada fija en Nicolás.
—¿Todo bien, amigo? —pregunta con un tono amenazante.
Nicolás lo ignora, pero su postura se vuelve tensa. La atmósfera se torna pesada, y no puedo evitar acercarme a él, impulsada por un instinto de supervivencia.
—¿Qué está pasando? —le pregunto en voz baja, sintiendo que el pánico se apodera de mí.
Su mirada es grave, como si estuviera evaluando las palabras que va a decir. Finalmente, me mira a los ojos.
—No es seguro que estés aquí. Tienes que salir de este lugar —me dice, y hay una urgencia en su voz que no puedo ignorar.
Justo entonces, el hombre en traje se acerca más, y el aire se vuelve espeso con tensión.
—¿Todo bien aquí? —pregunta, y su sonrisa es todo menos amigable.
La situación se vuelve insostenible. Mi instinto de alerta se dispara. Nicolás se endereza, parece estar en guardia.
—Sí, estamos bien. Solo conversando —responde, pero su voz no es tan firme como debería.
Siento que el miedo empieza a invadirme. No sé qué está sucediendo, pero la amenaza en el aire es palpable.
—Vamos, Elena —dice Nicolás, volviéndose hacia mí y tomando mi brazo con firmeza. Hay una mezcla de desesperación y preocupación en su mirada.
—¿A dónde me llevas? —pregunto, tratando de mantener la voz firme, aunque el pánico se asoma en mis pensamientos.
—A un lugar más seguro. No quiero que te pase nada —me responde, pero en su tono hay una nota de urgencia que me hace dudar.
Quiero oponer resistencia, pero al ver la seriedad en su rostro, la ansiedad se apodera de mí.
—¿Por qué debería confiar en ti? —exijo, sintiendo que mi voz tiembla. En el fondo, no quiero que me arrastre a su mundo oscuro.
Él me mira, y en sus ojos hay un destello de algo que no comprendo del todo.
—Porque soy el único que puede protegerte en este momento. Pero debemos irnos ya —insiste.
Mientras me arrastra hacia la salida, la sensación de peligro aumenta. Las luces del club se desvanecen a medida que cruzamos la puerta, y el aire fresco de la noche me golpea con fuerza.
—¡Espera! —grito, deteniéndome de golpe.
—Elena, no es seguro —me advierte, mirando hacia atrás, como si esperara que los hombres nos siguieran.
—¡No puedo simplemente irme sin entender qué está pasando! —exijo, el pánico y la frustración nublando mi juicio.
—No tienes que entenderlo todo ahora. Solo confía en mí. —Su tono es autoritario, pero hay una fragilidad en su voz que me confunde.
—¿Confiar en ti? —respondo, la incredulidad pesando en mis palabras—. ¿Por qué debería hacerlo?
Nicolás se acerca más, y la distancia entre nosotros se acorta. Puedo ver la preocupación en su mirada, pero también hay algo más profundo, un atisbo de tormenta que me hace dudar.
—Porque si no lo haces, podrías estar en peligro. Más del que te imaginas —dice, y por un instante, veo una chispa de verdad en sus ojos.
El momento se vuelve tenso y frágil. Siento que estoy al borde de un precipicio, y aunque mi mente me grita que me aleje, hay algo en él que me atrapa.
Sin embargo, no tengo tiempo para decidir. En ese instante, un sonido repentino de motores se acerca, y el corazón me late con fuerza. La realidad de la situación se cierne sobre mí como una sombra amenazante. Antes de que pueda procesarlo, Nicolás me agarra de la mano y tira de mí hacia el callejón.
—¡Vamos! —ordena, y yo lo sigo, la adrenalina corriendo por mis venas mientras la oscuridad me engulle.
No sé en qué me estoy metiendo, pero siento que algo malo está a punto de pasar. Una parte de mí quiere escapar, pero otra parte está demasiado curiosa. Sé que ya no hay forma de volver atrás.
Capítulo 5: La Sombra de la Verdad
Elena
La oscuridad del callejón nos envuelve mientras Nicolás me arrastra. El sonido de motores rugiendo se hace más fuerte, y mi corazón late desbocado. Intento recordar cómo llegamos aquí, pero mi mente está en caos. Las luces del club se desvanecen y el aire frío de la noche me llena de una mezcla de miedo y adrenalina.
—¿Qué está pasando? —pregunto, tratando de mantener la voz firme a pesar de que siento que el pánico me consume.
Nicolás no responde de inmediato. Su expresión es seria y enfocada, como si estuviera calculando cada movimiento. De repente, me detiene y se asoma por la esquina del callejón.
—No hay nadie detrás de nosotros. Pero tenemos que movernos —me dice, y puedo ver que su preocupación es genuina.
—¿Quiénes eran esos tipos? —insisto, sintiendo que necesito respuestas.
Él me mira a los ojos, y hay algo en su mirada que me hace dudar. Es como si, por un instante, estuviera a punto de compartir un secreto oscuro, pero lo oculta.
—No importa. Solo tienes que confiar en mí —responde, pero su tono carece de la seguridad que esperaba.
Nicolás
Me doy cuenta de que he cruzado una línea al involucrar a Elena en esto. La atracción que siento por ella es intensa, pero también peligrosa. No quiero que conozca la verdad sobre mi vida, sobre las decisiones que me han llevado a este momento.
—¿A dónde vamos? —pregunta, su voz tiembla levemente, y me duele saber que la estoy asustando.
—A un lugar seguro. —Le aseguro, aunque no tengo idea de a dónde llevarla. Solo sé que no puede estar en este lugar.
La luz de la luna ilumina su rostro, y en ella veo una mezcla de confianza y miedo. Eso me duele. No quiero que esto sea así.
Elena
Mientras corremos, las dudas me invaden. ¿Por qué confío en él? ¿Por qué me arriesgo a seguirlo? Pero en el fondo, hay una parte de mí que siente que Nicolás realmente quiere protegerme.
Salimos del callejón y nos encontramos en una calle desierta. La brisa nocturna es fría, y el silencio que nos rodea es abrumador.
—¿Dónde está tu coche? —pregunto, y aunque intento sonar firme, mi voz tiembla.
—Un poco más adelante. —Dice, señalando hacia una esquina oscura. La tensión entre nosotros es palpable, y mientras corremos, no puedo evitar pensar en el peligro que puede acecharme.
Finalmente, llegamos a un coche oscuro, un sedán que parece fuera de lugar. Nicolás abre la puerta del pasajero, y me hace un gesto para que entre.
—¿De verdad vamos a ir a un lugar seguro? —pregunto, dudando mientras miro el interior del coche.
—Sí, confía en mí. —Repite, y esta vez su voz es más suave. Hay una vulnerabilidad en su mirada que me hace sentir un poco más tranquila.
Me subo al coche, y él se sienta en el asiento del conductor. Arranca el motor y salimos disparados hacia la carretera. La adrenalina aún corre por mis venas, y me doy cuenta de que estoy más asustada de lo que quiero admitir.
Nicolás
Mientras conducimos, intento encontrar las palabras adecuadas. No puedo dejar que Elena sienta que está en peligro, aunque lo esté.
—¿Estás bien? —pregunto, echando un vistazo a su rostro. Ella se ve pálida, y mi corazón se hunde. No quiero que esto la afecte así.
—No lo sé. —Responde, sus ojos llenos de confusión. —¿Por qué me metí en esto?
—Porque querías vivir algo diferente. —Le digo, aunque sé que no es la respuesta que busca.
Elena
La noche avanza y el paisaje se convierte en un borrón mientras Nicolás acelera. La idea de vivir algo diferente me parece absurda ahora. Solo quería escapar de la rutina, y ahora me encuentro atrapada en una situación que no entiendo.
—¿Qué tipo de problemas estás teniendo? —pregunto, buscando claridad en su mirada.
Él toma un respiro profundo, como si estuviera decidiendo cuánto contarme.
—Son cosas que no debes conocer. —Su voz se vuelve seria, y eso solo aumenta mi ansiedad.
—Pero si estoy involucrada, necesito saber. —Insisto, sintiéndome frustrada.
—Elena, esto es más complicado de lo que imaginas. —Responde, y puedo ver la lucha en sus ojos.
Nicolás
La última cosa que quiero es involucrar a Elena en mi mundo. Hay sombras que acechan, y no quiero que se convierta en parte de eso.
—Simplemente quédate cerca de mí y todo estará bien. —Digo, sintiendo que es lo único que puedo ofrecerle en este momento.
Elena
Finalmente, después de lo que parece una eternidad, llegamos a un edificio apartado. La estructura es antigua, pero parece segura. Nicolás se detiene y apaga el motor.
—Es aquí. —Dice, y la gravedad de su expresión me inquieta.
—¿Qué es este lugar? —pregunto, sintiendo que una parte de mí se asusta ante lo desconocido.
—Es un refugio. —Responde, bajando la mirada. —Un lugar donde podemos estar a salvo por ahora.
Un escalofrío recorre mi espalda. La sensación de que estoy entrando en algo de lo que no puedo regresar me asalta.
Mientras salimos del coche, no puedo evitar sentir que me estoy adentrando en un mundo del que no sé nada.
—Nicolás, por favor, dime que esto no es lo que creo que es. —Susurro, sintiendo que el miedo se apodera de mí.
Él me mira con intensidad, y en sus ojos hay una mezcla de determinación y preocupación.
—Es solo temporal. Confía en mí. —Su voz es firme, pero el pánico en mi interior crece.
A medida que entramos en el edificio, el silencio se hace más profundo. Mi instinto me dice que algo no está bien. La oscuridad me rodea y, de repente, me doy cuenta de que no tengo idea de en qué me estoy metiendo.
No sé si debo confiar en él, pero una parte de mí quiere creer que, a pesar de todo, Nicolás me protegerá. Sin embargo, también siento que el peligro acecha en cada rincón, y mi intuición me advierte que hay más de lo que se muestra.