El amanecer llegó tímidamente, y con él, las campanas de Navidad parecieron anunciar el final de una noche extraordinaria. Mariana estaba sentada en el sofá, todavía envuelta en la manta, su mente vagando entre la incredulidad y el deseo. Todo lo que había sucedido con Santa Claus parecía un sueño demasiado real, un momento imposible que la había dejado marcada.
El sonido de un coche entrando en el camino la sacó de su trance. Era su hermana. Mariana se puso de pie con dificultad, tambaleándose ligeramente.
—¿Estás bien? —preguntó Clara, dejando las llaves sobre la mesa. Mariana asintió, evitando el contacto visual mientras recogía sus cosas.
—Estoy bien. Creo que solo necesito descansar —respondió, notando el leve mareo que todavía sentía después de la mezcla de emociones y vino.
Clara no insistió.
—Gracias por cuidar de Mateo. Sé que esto fue de última hora.
—No hay problema —murmuró Mariana, mirando hacia el árbol por última vez. Había algo triste y vacío en el espacio ahora que él se había ido.
Condujo durante horas por las mismas carreteras nevadas que había transitado la noche anterior. Las luces navideñas seguían adornando las calles, pero ahora tenían un aire melancólico. En cada parpadeo de una guirnalda veía destellos de su sonrisa, de su mirada.
Cuando finalmente llegó a su apartamento, el cansancio emocional la golpeó como una ola. Cerró la puerta detrás de ella, dejó las llaves caer en la mesa y se dejó caer al suelo, sus manos temblorosas cubriendo su rostro. Las lágrimas comenzaron a fluir mientras el peso de todo lo que había sucedido caía sobre ella.
Se llevó una mano al pecho, tratando de calmar el ritmo frenético de su corazón. —Fue real... fue real... —se repetía, como si necesitara convencerse a sí misma.
De repente, un ruido la hizo detenerse. Provenía de la chimenea. Mariana se levantó de golpe, su cuerpo rígido mientras intentaba escuchar con atención. El sonido de pasos y un suave tintineo de campanas rompió el silencio.
—No puede ser... —susurró, retrocediendo hacia la puerta.
Antes de que pudiera girar el pomo para escapar del intruso que estaba en su casa, una figura emergió de la chimenea. Un hombre alto, con un abrigo rojo oscuro sobre los hombros y un aura que parecía llenar toda la habitación.
Ella se quedó pasmada, sus ojos recorriéndolo como si intentara descifrar si realmente eral real.
¿Lo era? ¿Estaba allí en su casa?
¿Santa había regresado?
—Ya terminé mi trabajo por todo el mundo —dijo Santa Claus, con su voz grave y calmada resonando en el aire.
Mariana se llevó una mano a la boca, el llanto escapando de nuevo mientras lo miraba con incredulidad.
—Eres tú...
Era él, era real. Estaba allí.
Antes de que pudiera decir más, corrió hacia él, lanzándose a sus brazos. Lo abrazó con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer nuevamente. Su pecho se sacudía con sollozos mientras él la sostenía con facilidad, sus brazos envolviéndola con una calidez que parecía desmentir el frío del exterior.
—Pensé que te habías ido... para siempre. —Su voz era un susurro tembloroso—. Tenía miedo de no poder tener esto otra vez, Santa.
—Llámame Nick. —Santa la miró, sus ojos llenos de ternura y picardía.
—Nick—susurró Mariana, saboreando el nombre entre sus dulces labios—. Has… Has vuelto.
—No podía dejar que te quedaras con dudas. Además, hay algunas travesuras de las que me gustaría saber más. Chica mala.
Con un movimiento decidido, la levantó en brazos, como si no pesara nada, y comenzó a caminar hacia la habitación de Mariana. Ella lo miró, todavía incrédula pero incapaz de contener una sonrisa entre las lágrimas.
—¿Y si el tiempo se detiene otra vez? —preguntó ella, con un toque de humor nervioso en su voz.
Santa sonrió ampliamente, una sonrisa que parecía iluminar todo el cuarto.
—Eso espero. Esta vez, no pienso contar los segundos. Haré que sean eternos.
Cerraron la puerta tras ellos, dejando atrás la magia de una Navidad que había comenzado como un desastre y terminado con un regalo que ninguno de los dos esperaba.
—Tengo una nueva lista de deseos… y creo que con eso me quedaré siempre en la lista negra.
—Ya la encabezas y más después de esta noche, Mariana.
—Me portaré muy mal… sé que te va a encantar.
—Feliz navidad, Mariana.
—Feliz navidad… Nick.
—Espera... —dijo él en voz baja, su tono cargado de intensidad—. Luego de esto nos iremos al Polo Norte. No puedo dejarte aquí, ni yo puedo quedarme. —Sus labios rozaron los de ella con suavidad antes de separarse apenas un susurro—. ¿Te irías conmigo? No quiero irme sin ti.
Mariana sintió que su corazón latía con fuerza bajo su pecho, pero no por nerviosismo. Había algo en su voz, en la manera en que sus manos fuertes y cálidas la sujetaban con una mezcla perfecta de firmeza y ternura, que hacía que todo lo demás desapareciera.
—Nick… —empezó, con una sonrisa pequeña pero genuina, sus dedos rozando la línea de su mandíbula—. Estuve a punto de correr tras ese maldito trineo, pero dejaste mis piernas inservibles. —Una risa ligera escapó de sus labios, aunque su mirada era seria y decidida—. ¡Claro que me iré contigo! A donde sea.
Nick cerró los ojos un instante, como si esas palabras hubieran quitado un peso invisible de sus hombros. Cuando volvió a mirarla, la intensidad en su mirada hizo que Mariana sintiera que el aire abandonaba sus pulmones.
—Eso es todo lo que necesitaba oír —murmuró, antes de besarla con una profundidad que dejó claro que las palabras ya no eran necesarias.
Ella se aferró a sus hombros, perdiéndose en el momento, mientras él la envolvía completamente con su cuerpo, como si no quisiera que quedara ni un centímetro entre ellos. Las luces del árbol parpadeaban desde el otro lado de la puerta, un recordatorio de que el mundo seguía girando afuera, pero en esa habitación, el tiempo parecía haberse detenido.
—No voy a dejar que esta sea nuestra única Navidad juntos —dijo él contra su cuello, su voz grave y cargada de promesas.
Mariana sonrió entre suspiros, arqueándose bajo él mientras lo envolvía con sus piernas.
—Entonces tendrás que demostrarme por qué debería irme al Polo Norte.
Nick rio suavemente, un sonido bajo y profundo que resonó en su pecho.
—Prepárate, porque en el Polo Norte no se hacen las cosas a medias.
—Ni en mi cama, Nick. Ni en mi cama.
La habitación se llenó de risas suaves y gemidos entrecortados, y mientras él se inclinaba para besarla de nuevo, Mariana supo que ese hombre, ese ser mágico y lleno de misterio, había llegado para quedarse. Y ella, sin ninguna duda, estaba lista para seguirlo a cualquier lugar donde la magia los llevara.
El Polo Norte era su próximo destino.
Fin