Navidad rota
El agua del grifo corría sin pausa, llenando el cuarto de baño con el sonido constante de su caída.
Mariana se miraba en el espejo empañado, los ojos hinchados y la cara húmeda de lágrimas. En su teléfono, aún abierto sobre el lavabo, el mensaje que había recibido hacía apenas diez minutos parecía brillar con burla cruel:
"No puedo seguir con esto. Lo siento. Es mejor para ambos. Feliz Navidad."
Feliz Navidad. La ironía era tan grande que Mariana soltó una risa amarga entre sollozos. Había pasado semanas planeando esa noche. Había comprado el vestido perfecto, la lencería que ahora parecía un chiste de mal gusto, y había gastado más en vino del que podía permitirse para que todo fuera especial. Y él, su querido y considerado novio, ni siquiera tuvo la decencia de llamarla para romper con ella. Lo hizo por mensaje de texto.
Se dejó caer en el borde de la bañera, abrazándose las rodillas mientras sus lágrimas caían sin control.
—Maldita Navidad— dijo para sí misma.
El sonido de su teléfono vibrando la arrancó de sus pensamientos. Miró la pantalla con desdén, pero al ver el nombre de su hermana, pensó en ignorarlo. Sin embargo, algo en su interior la impulsó a contestar.
—¿Qué quieres, Clara? —preguntó Mariana, intentando sonar firme, aunque su voz quebrada la delató al instante.
—¿Estás llorando? —dijo su hermana al otro lado de la línea, su tono lleno de preocupación.
Mariana suspiró.
—No es importante. ¿Qué necesitas?
—Es Mateo. Necesito que lo cuides esta noche.
Mariana parpadeó, desconcertada.
—¿Qué? Clara, es nochebuena. ¿Por qué no estás con él?
—Es una emergencia. Bueno, no exactamente una emergencia, pero Tomás y yo... Mira, conseguimos entradas de último minuto para una cena súper importante con su jefe. Es una oportunidad que no podemos rechazar.
—¿Y no puedes encontrar a una niñera?
—Ya lo intenté. Todas están ocupadas. Por favor, Mariana. Mateo es tranquilo, ya está dormido. Solo tienes que quedarte en la casa, ver televisión, lo que quieras.
Mariana dudó. La idea de conducir hasta la casa de Clara en plena tormenta de nieve no le emocionaba. Pero la alternativa era quedarse sola en su apartamento, rodeada de los restos de una cena para dos que ahora no tenía sentido.
—No creo que sea buena idea, Clara.
—Por favor, Mari. No me queda nadie más. Además... ¿qué vas a hacer esta noche? ¿No estás sola?
El comentario dio en el blanco, y Mariana lo sabía. Cerró los ojos, dejando escapar un largo suspiro. Si iba a pasar la noche sintiéndose miserable, al menos podría hacerlo con Mateo, que no tenía la culpa de nada.
—Está bien. —Su voz sonó cansada, pero definitiva.
—¡Gracias, gracias, gracias! —Clara sonaba aliviada—. Te debo una enorme.
—Sí, claro que me la debes. ¿Cuánto tiempo tengo para llegar?
—Bueno... ya salimos. Así que técnicamente, desde ahora.
Mariana gruñó.
—Estás imposible. ¡Lo has dejado solo!
Clara rio nerviosa.
—Confío en ti, hermana. La vecina estará con él hasta que llegues.
La llamada terminó, y Mariana se quedó mirando su reflejo en el espejo. Se veía un desastre. Sacudiendo la cabeza, se lavó la cara rápidamente, recogió su cabello en un moño desordenado y salió del baño.
En menos de veinte minutos, estaba en su coche, conduciendo por calles cubiertas de nieve. Las luces navideñas brillaban en las casas a ambos lados de la carretera, pero a Mariana no le reconfortaban. La tormenta de nieve dificultaba la visibilidad, y el trayecto que normalmente tomaría dos horas ahora parecía eterno.
Cada tanto, su mente volvía al mensaje de su exnovio. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Qué tenía de malo? ¿Había hecho algo mal? El dolor y la rabia se mezclaban en su interior, pero lo único que podía hacer era apretar el volante y concentrarse en la carretera.
Finalmente, después de tres horas de conducir entre resbalones y el rugido del viento, llegó a la casa de su hermana. La nieve había cubierto el camino y el coche parecía a punto de quedarse atascado. Mariana aparcó con dificultad y salió del vehículo, el aire helado azotándola de inmediato.
Clara ya había dejado una nota en la puerta:
"Mateo está dormido en su cuna. No te preocupes por nada. ¡Eres la mejor hermana del mundo!" Mariana bufó, arrancando el papel y entrando a la casa.
El calor de la casa era un alivio inmediato, y el silencio era casi reconfortante. Subió las escaleras hasta la habitación de Mateo. Allí estaba él, durmiendo profundamente en su cuna, tan tranquilo y hermoso como siempre. Mariana sintió una punzada de ternura mientras lo observaba.
—Bueno, Mateo, parece que tú y yo pasaremos esta noche juntos —susurró, quedándose a mirarlo un par de segundos.