El Bronx

1390 Words
—¿Crees que logremos conseguir un puesto así? Ella tamborilea con las uñas sobre el mostrador mientras da un sutil movimiento con su cabeza hacia una de las meseras del local. El nerviosismo se nota a leguas en los ojos de mi amiga, y seguramente también en los míos. La chica que atiende las mesas del local debe tener menos de veinte años seguro, el porte y su andar es completamente decidido y automático, como si tuviese años de experiencia, además de verse muy a gusto con su trabajo por la amable y atenta forma de atender a los clientes. Su sonrisa es radiante, como si fuese el mejor empleo del mundo. —Así debemos apuntar a ser; como ella —le susurro a mi amiga, que levanta las cejas ante mi afirmación. Me encojo de hombros, y el hombre que nos atiende me extiende el vuelto del p**o—. Sí, sólo mírala —la chica pasa de mesa en mesa limpiando y tomando notas de los clientes, llevándoles sus pedido con una amplia sonrisa y con la mano firme en la bandeja, con una presencia totalmente comprometida a lo que está haciendo—. Parece un ave volando en su lugar feliz. Y si vamos a tener que cuidarnos solas y trabajar, deseo esa confianza. La determinación para darlo todo y ser la mejor en tu trabajo. Eso nos llevará lejos. —Puede ser… —Créeme, hermana. Llegaremos lejos juntas —ambas compartimos una sonrisa y logro transmitirle más confianza. Ella tiene el potencial de hacer lo que desee, pero nuestras familias siempre fueron un impedimento. Y ahora, que al fin somos libres, nada ni nadie nos detiene. Nos entregan nuestros batidos, una porción de pastel de chocolate y un tostado para Jake, y emprendemos rumbo a la salida. Diviso a Jake del otro lado de la calle, reclinado en un costado del coche, sonriente y relajado como es muy nato de él, y fumando un cigarrillo. Vane se queda estática observándolo varios segundos con ojos de enamorada, su rostro se relaja al verlo así, y en sus ojos noto ese brillo particular de cuando la melancolía llega a tocar su corazón. —Oye —la codeo avisándole que ya podemos cruzar la calle y asiente parpadeando varias veces—. ¿Estás bien? —le pregunto intentando contener la risa por su rostro totalmente sonrojado. —Sí, es sólo que… —baja la mirada al suelo y suspira con pesadez— No es nada, ya se me pasará. —Mejor luego hablamos, creo que tenemos mucho de qué desahogarnos —ella asiente y trato de sonreírle para que se anime, pero fallo en una mueca entre tratando de no reírme y estar seria. Cuando nos acercamos al coche él nos abre la puerta, y al ver que traemos tres batidos y dos bolsas diferentes su sonrisa se ensancha aún más. —¡Pido adelante! —dice ella con más ánimo. —Pasen, mis ladies —hace un ademán de quitarnos las bolsas y lo aparto de un manotazo mientras nos reímos—. ¡Oigan! Que soy feliz si me trajeron algo. —Pero espera al menos que nos acomodemos —me burlo mientras me acomodo en el asiento trasero, subiendo mis piernas y recostando la espalda en la otra puerta. Observo la bolsa blanca con el logo de la tienda de celulares y le paso a ella el cartón con los dos batidos de ellos. Coloco el mío enganchado entre mis piernas para que no se vuelque y meto la mano en la bolsa. Saco las dos cajas, y abro la que es del modelo que tenía de celular. Los recuerdos de muchas fotografías y videos estallan en mi mente como fuegos artificiales, los siento como si estuviese allí, uno tras otro haciendo detener mi corazón. Escapadas a la madrugada con Vane y Logan, pijamadas, tardes de cine y helado… Y sobre todo esos maravillosos momentos en mi segundo lugar seguro: la habitación de Derek, en donde nos refugiábamos de todos y podíamos ser quienes realmente éramos, dos adolescentes de carne y hueso, con heridas y tratando de ser felices con las pequeñas cosas que vivíamos del día a día. El carraspeo de Vane me saca de mi ensoñación, como un balde de agua fría. Ambos me observan fijamente, al parecer estaban hablando y algo me dijeron, y no escuché. Ella extiende la mano señalando la otra caja cerrada, y se la tiendo a la vez que dejo mi nuevo celular a un costado para darle un gran sorbo al batido de chocolate. —Te estábamos preguntando si tenías visto ya un lugar donde poder pasar al menos la noche —él rompe el incómodo silencio, y suelto un bufido, frustrada. —No, pero podemos probar en algún hotel barato. —Ningún hotel es lo suficientemente barato —responde él con gracia, y ella pone los ojos en blanco. —No nos buscarán en los baratos, al menos tenemos eso a nuestro favor. —Vane tiene razón —la secundo, encendiendo el celular para poder configurarlo y usar el mapa satelital—, y para esta hora ya deberían de saber que no estamos en nuestras casas. Y más aún si ya se tomaron la molestia de revisar en nuestras habitaciones. Debemos pasar lo más desapercibidas posibles, y nunca nos buscarán en lugares de “clase baja”, como ellos dicen. —Entonces seguiremos al sur, hay algunos hoteles de tres estrellas que podrían servir, y mañana buscaremos una residencia o un departamento monoambiente para que puedan alquilar. Jake pone en marcha el coche y observo fijamente la calle a través del vidrio del parabrisas trasero. Los carros pasan uno tras otro, denotando que la ciudad es bastante concurrida. Los locales sobre la Westchester Ave son constantemente trascurridos por clientes. Veo peatones paseando, y otros caminando apresurados, incluso algunos vistiendo trajes elegantes. La ciudad tiene vida, y el sentimiento de libertad crece intensamente en mi pecho. Una lágrima se me escapa junto a un suspiro. Al fin podré tener lo que siempre quise: mi propia vida. Sin ataduras, ni limitaciones. El mundo está en la palma de mi mano, y a su vez, yo estoy a merced del mundo, pequeña e indefensa, pero libre. Totalmente libre. Mil escenas se presentan en mi mente, en donde me visualizo en un trabajo de mesera, como aquella chica del bar, siendo feliz de hacer algo por mi cuenta en donde todo ese esfuerzo es sólo para mí, para mi propio día a día, para mi futuro. Imagino esa satisfacción y ese orgullo de haber logrado mi meta, y siento que casi puedo tocarlo. Casi es real. Y lo será. Luego de cruzar el puente del Río Bronx ese lado de la ciudad se va haciendo cada vez más vacía. Grupos de muchachos y hombres se dejan ver en las calles más tranquilas, o cerca de los bares. Al doblar en la Avenida Melrose se me hizo agradable la zona. No había tantos locales como en la parte céntrica de la ciudad, pero sigue habiendo variedad. —En dos cuadras ya llegamos —anuencia Jake antes de doblar por segunda vez a la derecha—. En las reseñas en su sitio web dicen que tienen buen servicio, y que las habitaciones están bien equipadas. —Sólo quiero una cama para poder dormir por una semana entera —suspira Vane con la cabeza recostada en el asiento—. Estoy agotadísima. —Mañana estarán mejor, ya lo verán —afirma él y coloca el guiño a la espera del verde del semáforo, para doblar de nuevo a la derecha. —¿Te quedarás en el mismo hotel o ya tienes otro sitio? —pregunto con curiosidad. De reojo noto a mi amiga removerse un poco, seguramente está atenta a la respuesta. —Me quedaré en el hotel el tiempo que ustedes se hospeden, por si hay problemas. Eso no me deja tranquila. ¿Problemas? ¿Por qué habría problemas? —¿Crees que…? —no pude terminar la frase, mi garganta se cierra y el pánico comienza a quemarme las venas como ácido. —No —estaciona y quita la llave del contacto, manteniendo la vista fija al frente—. Pero nunca está de más ser precavidos.
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