Al bajarnos del coche lo primero que noto es la calle desierta. Al parecer cuando oscurece ya nadie sale. Los pequeños locales que están a unos cuantos metros, más cerca de la esquina de la cuadra, parecen vacíos también. Los grafitis adornan no sólo las persianas de algunas tiendas, sino también las paredes de la vereda de enfrente. Se siente normal, y más real que el ambiente parecido a un suburbio en donde vivíamos. Aquellas calles de barrios tranquilos y demasiado cálidos, demasiado familiares.
El Hotel Umbrella se alza con muchos pisos, con ladrillos grises y ventanales amplios. Se asemeja a un edificio de oficinas, pero con el toque clásico de un hotel. Una alfombra con el nombre del hotel nos da la bienvenida, junto con un recibidor amplio. Del lado izquierdo hay un minibar pequeño, del lado derecho el mostrador con la recepcionista, y al final el ascensor.
—Bienvenidos al Hotel Umbrella —saluda con cordialidad la recepcionista. Debe tener unos treinta años, su piel la hace lucir joven, y contrasta con sus ojos claros—. ¿Desean reservar una habitación?
—Hola. Sí, dos, de hecho —Jake se acerca sacando su billetera en donde tiene nuestros documentos, unas tarjetas, y efectivo. Sonríe de lado coquetamente y Vane revolea los ojos, frunciendo los labios—. Si pueden estar cerca, mejor.
—Puedo ofrecerles dos habitaciones enfrentadas. ¿Camas separadas?
—Sí —la recepcionista termina de teclear nuestros datos y le devuelve los documentos—. Son doscientos ochenta dólares.
—Aquí tiene —Jake se voltea ligeramente y nos guiña el ojo, y caigo en cuenta de nuestra edad para reservar habitaciones. No somos legalmente adultas. ¿Cómo pudo pedir dos cuartos si él es el único adulto? Y debe haber un tutor por reserva…
—Tercer piso, habitaciones veintiuno y veintidós —nos entrega dos llaves con una delgada cadena de la que cuelga un llavero con el logo del hotel—. Les deseamos una maravillosa estadía. Que tengan buena noche.
Murmuramos un “gracias” con prisa y nos dirigimos al ascensor. Dentro hay tres paredes con espejo, y el reflejo me marea un poco. Apoyamos con cuidado los bolsos en el suelo, el peso y el cansancio ya nos vence. Son tres bolsos en total, sin contar las dos mochilas cargadas a rebasar. El equipaje de Jake es tan sólo una mochila a medio llenar, colgada a su hombro de forma casual, como si estuviese ligera.
—¿Cómo es que nos dejaron reservar sin preguntar si eres nuestro tutor? —suelto la pregunta y él se carcajea.
—¿No leyeron bien los datos en sus documentos nuevos? Ambas tienen dieciocho —Vanessa abre los ojos con asombro y lo revisa de un lado y del otro.
—Es cierto… Al menos nuestras fechas de nacimiento siguen siendo las mismas, pero nuestro número de ciudadano no.
El ascensor se detiene y se abre, dejando ver un largo pasillo con muchas puertas numeradas.
—Vengan —dice él tomando las mochilas que habíamos dejado apoyadas en el suelo del elevador—. Les explicaré bien cuando nos sentemos.
Recorremos buscando la numeración correcta, hasta toparnos con la veintiuno y la veintidós enfrentadas. Con Vane nos apresuramos a abrir ambas puertas para saber en dónde dejar los bolsos. Lo primero que observo son las dos camas, asique les aviso y Jake nos ayuda dejando todo sobre la cama más cercana a la salida. Él se va a la otra habitación a dejar sus cosas, mientras investigamos el lugar.
Las paredes son a color gris y blanco, las sábanas y las cortinas tienen los mismos diseños de formas geométricas coloridas. Hay un cuadro abstracto colgado sobre los cabezales de las camas. Hay un mueble color caoba en la esquina junto a la ventana, y frente a este hay un escritorio simple con una silla con rueditas. El baño no es tan pequeño pero tampoco tan grande, con un lavamanos n***o y las paredes blancas. Pruebo las luces del baño y una enciende un led en los bordes del espejo, dando una iluminación extra.
—Es un lindo lugar. No me imagino viviendo en sitios como este, pero es agradable —comenta ella dejándose caer en la otra cama.
—Concuerdo —me acerco a ella y me recuesto a su lado, estirando los brazos sobre mi cabeza con un quejido—. Estoy agotada, y tengo miedo de encender el celular.
—No es el mismo —se voltea y me observa preocupada. Asiento lentamente pero el sabor amargo sigue ahí.
—Pero sigo siendo la misma.
Leves golpes nos distraen, y vemos a Jake recostado en el marco de la entrada.
—¿Interrumpo?
—Para nada —ella se levanta y rebusca en su mochila el celular—. Aprovecharé para pedir comida. ¿Les parece pizza?
—Claro —decimos al unísono nosotros—. Doble pepperoni para mí —continúa él.
—¿Cheddar para ti? —asiento ante la pregunta de Vane, y ella se vuelve a sentar ingresando los datos en una aplicación que parece ya había descargado.
—¿Nos responderás sobre los documentos? —retomo el tema y Jake sonríe, cerrando la puerta y pasando a recostarse en la pared frente a las camas.
—Son números de personas que fallecieron hace muy poco, tenían más o menos la misma edad que ustedes, pero el nombre y fecha de nacimiento es diferente.
—¿Como documentos mellizos? —elevo mis cejas, incrédula, y aturdida.
—Algo similar. El problema con esto es que deberán permanecer lejos de cualquier situación que implique presentar sus documentos ante las autoridades, bancos u hospitales. Para no correr el riesgo de que descubran sus verdaderas identidades.
—¿Y así viviremos siempre de ahora en más? —Vane parece más aturdida que yo, y su mirada está impregnada en preocupación.
—No, sólo hasta que cumplan realmente dieciocho años, y puedan retomar sus identidades reales, pero sólo en un estado en donde sí sean legalmente adultas con esa edad. Como aquí, que sigue siendo Nueva York.
—Bien pensado —En mi mente pasa esa remota posibilidad de volver a retomar nuestra antigua vida. Nuestra identidad… Pero, ¿con qué fin? Si nuestras familias vivirán la desaparición de sus hijas. Todos nos olvidarán. En dos años pueden cambiar mucho las cosas, pueden incluso olvidarse de nosotras—. Aunque de nada servirá. Lo más probable es que sigamos con la vida que construyamos desde ahora. A lo sumo, retomaríamos nuestros estudios, supongo.
—Y eso es algo bueno, Cora —mi amiga se estira tronándose los huesos de la espalda, y por instinto me trueno los huesos de las manos, aliviando un poco la tensión—. Realmente me gustaría poder estudiar arquitectura. Sabes que es algo con lo que soñaba de niña.
—Siempre soñaste ser diseñadora, lo de arquitectura fue algo que te inculcó tu padre —la corrijo, y sus ojos se tornan llorosos.
—Y bien sabes que no llegaría a ningún lado como diseñadora —la primera lágrima cae, y me acomodo a su lado para abrazarla, con el arrepentimiento quemando en mi lengua—. No tengo talento de nada. Tan sólo mírame, ni siquiera pude planear bien la idea.
—Fue una buena idea —recalca Jake acercándose, pasando a sentarse en la otra cama, frente a ella—. Y tienes mucha creatividad y talento. Además, ya no eres Vanessa de dieciséis años, ahora tienes dieciocho, y puedes reinventarte —su sonrisa la contagia, y un brillo de esperanza recorre el rostro de ella—. Puedes ser quien tú quieras. Igual tú, Cora. Nadie las juzgará, y tienen el mundo para poder descubrir cuál será el camino que quieran tomar.
—Hablando de eso… —el sonido de una notificación en el celular de Vane me interrumpe, y ella nos muestra la pantalla en donde la aplicación marca que el repartidos ya llegó a destino— Ve, apresúrate. La pizza se enfriará.
Ella me sonríe y asiente enérgica. Rebusca en el bolsillo al costado de su mochila y saca un manojo de billetes doblados y arrugados.
—Típico de Vane —bromeo y ella me levanta el dedo corazón.
—Y de Logan. Él hace lo mismo —señala él, y ambos intentamos aguantar la risa mientras ella sale de la habitación—. Siempre creí que quedarían juntos, ¿sabes? De niños parecían la pareja perfecta.
—Todos parecemos perfectos junto a quien nos comprende por completo —El recuerdo de Derek vuelve a mí como un dolor punzante. Observo mis manos y dentro de mi mente puedo incluso recordar la calidez de su tacto, la textura de su mano sosteniendo la mía… Incluso el aroma de su perfume aún está impregnado en mí—. Siento honesta, me aterra el futuro. Lo que podrá pasarnos estando solas en una ciudad tan grande.
—Lo sé —en su rostro se ensancha una sonrisa, pero ésta no llega a sus ojos, que al contrario, están más opacos—, y creo que es momento de darte un obsequio.
Lo observo rebuscar en su mochila, removiendo hasta el fondo. Saca varias camisetas que más parecen bultos de tela oscura, y luego un paquete. No es tan grande, y está envuelto en una tela áspera atada con un hilo grueso.
—¿Qué es? —sostiene mi mirada por unos segundos, vacilante, hasta que suelta un suspiro cargado de preocupación y me tiende el paquete.
—Prométeme que la ocultarás, y que no le dirás a Vanessa que eso existe.
Sus palabras me sientan como un balde de agua helada. Con temblor en las manos desato el nudo y levanto un extremo de la tela, desarmando el paquete.
Un arma. Eso es lo que es.
—Es una Glock —las palabras me saben amargas, mientras que el peso de la realidad, de lo que podría llegar a pasarnos estando solas, se asienta sobre mi cabeza.