El soldado

1418 Words
Mientras comemos las pizzas bromeamos y hablamos de temas triviales. Nos divertimos, algo similar a los viejos tiempos. El cuarto se siente más cálido, y no hay tanta tensión entre nosotros. La confianza logró derribar los muros que el miedo y la soledad construyen constantemente en nuestras vidas. Una soledad que nos quema, y que nos hace ser conscientes de lo insignificantes que los humanos podemos ser. Y no queremos eso para nuestras vidas. En el futuro queremos poder decir “lo logré” y sentir la calidez de muchas personas alegres con nuestros proyectos, con nuestras acciones…, con nuestras vidas. Desde mi posición intento distraerme y no ver el bolso n***o de mi madre que metí bajo mi cama, pero es inevitable. Lo deslicé allí con el pretexto de que está lleno de toallas y algunos papeles con notas viejas y fotografías. Cosas que a Vanessa no le interesan. Y sólo espero que nunca toque ese bolso. Ella no es tan fuerte para soportar el tener que convivir con un objeto mortal. El arma está allí, como una carga más en el fondo de mi mente. Una carga oscura y latente en la que sé que nos podrá ir mal en esta nueva vida. Porque es la realidad, nadie nos asegura un comienzo feliz, y que todo se nos dará así como así. Aún nos queda conseguir un trabajo que nos deje pagar un techo para poder dormir, un lugar que sea nuestro refugio. —¿Ya pensaron qué harán mañana? —Jake nos observa con una ceja levantada, intentando no reír por el sueño que ya tiene ella. Luego de una botella de cerveza el cansancio la está venciendo lentamente. —No —su voz se escucha por lo bajo, y niega varias veces con efusividad—, pero seguramente algo divertido —estalla en una carcajada y le lanzo una almohada a la cara. —Iremos a recorrer los bares y hoteles cercanos —ambos me observan con expresiones diferentes, mientras que a ella no le agrada la idea, él parece orgulloso—. Debemos conseguir un trabajo cuanto antes, y quizás tengamos suerte como meseras y en el área de limpieza. Es un buen comienzo, sólo hay que informarnos y ser persistentes. —Salud por eso —Jake eleva su botella y ella toma de nuevo una a la que sólo le quedan unas gotas, y brindamos. El sabor de la cerveza a temperatura ambiente me sabe más amarga de lo normal, y toso ahogada cuando mi amiga se lanza a darle un beso en la mejilla a Jake—. Y por eso también —le sonríe coqueto, y el rostro de ella se vuelve rojo al ser consciente de lo que hizo. —Lo siento… —Creo que ya es hora de dormir —interrumpo observándola. —Déjame, les ayudo y me voy. Entre los dos juntamos las cajas de comida y las botellas vacías que están esparcidas sobre ambas camas, mientras que ella se hace un ovillo tapándose la cara con una almohada. Él se despide y termino de acomodar un poco las maletas, pasándolas del piso al escritorio. Me acerco a la cama en donde mi amiga sigue en la misma posición. Le sacudo el brazo y ella se queja, aferrándose más a las mantas. Por un lado es lindo que pueda demostrar sus sentimientos, pero el hecho de hacerlo sólo cuando está bajo la influencia del alcohol me preocupa. Seguramente mañana no podrá verlo a la cara. —Déjame hundirme en mi vergüenza —su voz se oye ahogada por tener tanto encima, asique forcejeo un poco con ella para abrir un espacio y poder acostarme a su lado—. No sé ni qué decir. —No digas nada —Me acomodo observando el techo, y ella se mueve pegándose a mi costado para abrazarme—. Hace muchos años que se conocen, las palabras sobran —le sostengo la mirada y parece menos preocupada—. Lo que hiciste está bien, y le das el pie a que él demuestre si tiene interés. Si es para ti, será, no debes pensarlo mucho. —Tienes razón —susurra apoyando su cabeza en mi hombro—. Cuando conociste a Derek no parecían compatibles. Eran muy diferentes, y de una forma retorcida se complementaron desde el primer instante. Fue casi… Mágico. —Éramos mágicos juntos. Cuando nos conocimos… Es cierto, todos creían que nos odiábamos por completo, y no sólo por nuestras actitudes o gestos cuando estábamos cerca del otro, sino también por los comentarios que se nos escapaban para defendernos, para reafirmar esa coraza que nos construimos desde pequeños. Esa en donde nadie entra, y que si creemos que alguien nos hará débiles, por nuestro propio bien la reforzamos aún más. Y nosotros teníamos razón, nos convertimos en la debilidad del otro, y así como nos sentíamos frágiles, también nos sentíamos en nuestro hogar. Un verdadero refugio en donde podíamos ser realmente nosotros mismos. Ambos compartíamos un dolor muy similar, y no lo habíamos sanado. Costaba, pero sobrellevando toda nuestra mierda entre los dos era más soportable. Y nos acostumbramos tanto a poder contar con el otro en cada momento que necesitábamos que ahora me siento vacía. Y culpable. El frío de una lágrima cayendo hasta mi sien me vuelve al presente, en donde mi amiga me abraza más fuerte y mis dedos se clavan en las mantas, aferrándome a ellas. —Sé que te duele, y puedes confiar en mí para desmoronarte las veces que necesites hacerlo —asiento ante sus palabras porque no puedo siquiera responder, el sollozo se ahoga en mi garganta y en mi pecho—. Somos hermanas, y siempre lo seremos. De esta salimos juntas. Los minutos pasan y noto que se queda dormida. El techo de la habitación refleja algunas luces de la calle, y no logro pensar en nada claro. Tengo la mente en blanco, como anulada. Demasiado por un día. Intento distraerme con el celular, creo un nuevo correo y descargo las aplicaciones que suelo utilizar. Al abrir nuevas cuentas la angustia se hace presente. Es como haber muerto y tener que nacer de nuevo, sólo que con toda la carga de lo que se vivió hasta incluso hoy por la mañana. El dolor de que algunas personas sí sufrirán por nuestra desaparición, y quizás mantendrán la esperanza de que nos encontrarán, al menos por un tiempo… ‹‹Espero que me dejes ir…›› El corazón se me encoje nuevamente, el tan sólo pensar en lo que sufrirá por creerme muerta o saber que seguramente no me verá de nuevo… Tecleo rápido en el buscador “Giselle Agathe Puissegur”, el nombre de mi madre, para intentar distraerme con lo que sea. Las imagen del bolso n***o abierto revelando las fotografías de aquel hombre y el niño vuelven a mí y tranquilizan mis nervios un poco. Un misterio, un nuevo secreto. Eso es lo que necesita mi mente para sobrevivir al menos este mes. Lo primero que me sale son imágenes de la Iglesia Saint John the Baptist. También algunas entrevistas sobre su trabajo como abogada, otras notas en los congresos en donde ha asistido junto a mi abuelo Elliot Puissegur, y fotos de su boda con mi padre Emmanuel Frank. Pero nada sobre este extraño hombre y el niño. En la lupita cambio su nombre con la información grabada en la sortija, “O. Campbell 1861”. Ninguno de los resultados que arroja el buscador sirven de algo, por lo que cambio la inicial del nombre por la palabra “soldado”. En los nuevos resultados salen varias listas de combatientes en distintas guerras. La Guerra de Secesión es la que llama mi atención, con un soldado llamado Owen Campbell, participado en operaciones militares en Pensilvania con el Teatro del Este. Doy unos clics más hasta dar con la fotografía en blanco y n***o de un escuadrón. Observo con cuidado las caras y uno parece similar al hombre de la fotografía junto a mi madre. En el anunciado aparecen los nombres de los soldados, y entre ellos el de Owen. Más abajo hay referencias de cada soldado, y la de él cita “Owen Campbell, nacido en Venetia, Pensilvania, el 6 de junio de 1842”. —Pensilvania… —susurro pensativa, y segundos después bloqueo el celular dejándolo bajo la almohada. Y es recién ahora que todo comienza a sentirse más real.
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