El bar de un nuevo comienzo

1663 Words
La alarma sonó a las diez en punto, y sobresaltada atino a apagarla. A mi lado Vane sigue dormida, siempre ha tenido el sueño pesado, pero esta vez lo necesita. —Hoy será un día largo —susurro sentándome en la cama. Intento respirar unos segundos para calmarme, mi mente no ha dejado de maquinar desde ayer, desde Derek hasta el secreto que ocultó mi madre por tantos años. Necesitamos un escape de todo esto, al menos un día. Me paro y desde la ventana logro divisar varias tiendas en la calle frente al hotel, y la idea de cambiarnos el look se cruzó por mi mente como la mejor idea de todas. Eso sería algo que a mi amiga la animará mucho, además de que podremos despejarnos y disfrutar del día. ‹‹Y podremos buscar trabajo››, pensé observando el bolso bajo la cama. Luego de asearme y arreglarme un poco con ropa ancha y cómoda bajo al bar del hotel, en donde localizo a Jake en una de las mesitas. Ya casi se había terminado su café asique me acerco a la barra y pido dos infusiones para llevar, junto con dos medialunas. Cuando la chica me entregó el pedido fui hacia la mesa más apartada del sector. Jake leía un blog de noticias locales desde su celular, y sin apartar la mirada empujó una silla a su lado. —Buenos días, Cora —Bloquea su celular y lo guarda en su buzo, ofreciéndome una sonrisa enérgica. —Buenos días —Me deslizo por la silla y fijo la vista en las demás personas del bar—. ¿Hoy estás libre? —Sólo a las siete. El resto del día puedo ser su chofer —enarca una ceja, intrigado—. ¿Tienes algún sitio en mente? —Pues… —vacilé, indecisa— Pensé en hacernos un cambio de look, no lo sé, quizás ir a un estilista para teñirnos. Y comprar ropa, nos hará falta. —También deben conseguir un departamento —su tono se ensombreció, y recordé el “obsequio” de ayer—. No es muy seguro que dos chicas solas vivan en hoteles o residencias. —¿Nos ayudarías a conseguir una buena zona en dónde alquilar? Realmente no conozco mucho por aquí. Él asintió y señaló con su barbilla hacia el ingreso del bar. —¿Le comentaste sobre el arma? El sonido de esa palabra me recorrió toda la columna con un escalofrío infernal. Apreté las manos en puños y traté de que las náuseas no me delaten. Nunca me gustaron las armas, y menos desde que Derek me mostró un rifle del anterior novio que tuvo su madre, un señor al que le encantaba cazar en zonas ilegales. Iba tras animales con un nivel de peligro de extinción, y se deleitaba al cortar y disecar él mismo sus cabezas, para luego jactarse de tenerlas como “trofeos” ante sus amigos adinerados. Un completo monstruo abusivo. —No, y no pienso hacerlo —zanjo con demasiada brusquedad—. Y no lo sabrá nunca. —Está bien —asiente, comprendiendo mi decisión. Él conocía bien la personalidad de Vanessa, y comprendía que no estaba en ella el hecho de soportar tanta presión y responsabilidad. Derivaría en un ataque de pánico tan grande que le sería muy difícil salir. —¡Hola! —saluda ella con una sonrisa brillante, arrimándose una silla junto a nosotros— ¿De qué hablan? —De que hoy tendrán una cita con un estilista —mofa Jake, divertido. —¡Sí! ¡Día de chicas! —exclama ella alzando su café a modo de brindis. El resto de la mañana transcurrió rápido, y sin el agotamiento que creí que nos daría. Nos costó bastante dar con un local en donde el estilista nos transmitiera confianza, hasta que al fin lo encontramos. Más que nada, porque dar el paso de ser otras versiones de nosotras mismas, era algo que nos asustaba, aunque no lo pronunciáramos en voz alta. Ya era hora de dejar atrás a las niñas que fuimos, junto con el dolor de nuestra vida pasada, para poder dar el salto a una nueva. Una que al fin brillara para nosotras. Vane quiso conservar el símbolo de su feminidad; su cabello largo. De alguna manera le recordaba que por más situaciones difíciles que viviera, seguía persiguiendo su sueño de ser una mujer exitosa, hermosa y feliz. En cambio yo, quise dejar absolutamente enterrada a esa Coraline que una vez fui, aquella chica llena de heridas abiertas, supurando anhelo por ser rescatada. Esta vez era yo quien iba a salvarme, porque al fin y al cabo, sabía que sólo me tenía a mí misma al otro lado del camino; y como promesa interna, me despedí de todo mi cabello chocolate tan largo que siempre llevé. El símbolo de llevar una capa que me protegía fue cambiado por un corte bob long, en donde las puntas ahora rubio oscuro hacían cosquillas en mi clavícula, recordándome que me exponía ante el mundo, libre y desnuda, y con un último grito al aire. Luego de eso continuamos buscando un departamento para alquilar, pero las horas pasaban y no dábamos con nada a nuestro alcance. Todos pedían demasiados requisitos que no alcanzábamos a cumplir, pero no podíamos darnos por vencidas. Al menos, debíamos cambiar de hotel hasta encontrar algo más estable. —¿Qué les parece parar a tomar algo aquí? —Vane señala un local a unos metros, en donde un cartel en la vereda anuncia “happy hours” y varios combos de snacks— Parece que tiene buenos precios. Mi estómago comenzó a rugir, y asentí junto con Jake. Llevábamos desde la mañana caminando y no habíamos parado a descansar, sólo en el salón de estilismo. El aroma a papas fritas, alcohol y cigarrillo me abrumó en la entrada del bar. Las paredes estaban pintadas en color n***o, con cuadros y veladoras adornando los huecos en las paredes, simulando pequeñas urnas. Las mesas rodeaban una pequeña fuente en el centro del local, en donde un pequeño cupido desnudo con las alas rotas escupía el corro de agua desde la punta de la flecha a punto de ser lanzada. Con Vane nos miramos, incrédulas de que existiera un bar con esa ambientación en esta parte del Bronx. Elegimos unas mesas lo más apartadas posible del resto, y a los pocos minutos una mesera nos tomó los pedidos. —Ya sé cuál será mi bar favorito de ahora en más —Vane sonríe entusiasmada, y creo que tiene razón. Sería bueno tener un lugar al que ir de vez en cuando, para poder sentirlo parte de nuestro mundo. —Mientras no se metan en problemas —se carcajea Jake, tocando con su dedo la punta de la nariz de Vane, quien se sonroja en respuesta, desviando la mirada. —¿No tenías que irte a las siete? —levanto una ceja, y él me mira desconcertado, corroborando en su reloj. —¡Mierda! —exclama enojado, levantándose de golpe de la silla que se tambalea a punto de caer— Disculpen, chicas, ¿podrán volver solas? Su mirada seria me hace asentir segura, y antes de irse deja unos billetes en la mesa para pagar nuestra cuenta del bar. Lo vemos salir del bar casi a trote, y una mala sensación comenzó a bajar por mi garganta. Ya se hacía demasiado evidente que algo grande pasaba con él. Quizás una persona lo esperaba a esa hora todos los días, y una parte de mí quiso perseguirlo, pero por otro lado sabía que no era lo correcto. No debía involucrarme en su vida. —Tranquila —Vane puso su mano en mi brazo, tratando de tranquilizarme, pero en sus ojos vi la misma inquietud que sentía en mi pecho—. Si él no nos quiere decir, por algo será. Hay que darle su espacio. —Sí —suspiro, pinchando una papa frita con un escarbadientes —, supongo que tienes razón. MI mirada viaja por el resto del local, observando a las personas que están en las mesas. Hay muchos hombres de unos treinta y tantos años, o incluso cincuenta o más. Pocas mujeres, la mayoría acompañadas de sus parejas o amigos. Pero un grupo me llamó la atención. Codeo a Vane para que mire hacia aquel grupo, junto a la fuente del cupido con las alas rotas. Dos chicos sobresalen de ese grupo que parece pandillero. Ambos son altos, uno con el cabello lleno de rulos rubios oscuro, y sus ojos café combinando con su piel dorada; y luego está él, quien llamó mi atención en el segundo en que lo vi. Su cabello castaño nace desde los costados de su cabeza rapada y varios rizos rebeldes se recargan en su frente recta, y sus ojos café resaltan bajo sus gruesas cejas, en contraste con su piel blanca cubierta por algunos tatuajes llamativos. Parecían simbólicos, con historias muy personales, pero el que más me impactó fue el de su manga derecha, un ave fénix cruzaba desde su codo hasta su hombro, con las alas abiertas y hecha de llamas al rojo fuego. —Ahora estoy más segura —menciona mi amiga con una sonrisa pícara, haciendo que me ruborice por haber estado observando tanto a ese chico. —¿De qué? —De que este será nuestro nuevo bar favorito —pellizca mis mejillas, que de por sí las siento más calientes de lo normal. Trato de distraerme tomando un sorbo de cerveza, pero ella quizás tenga razón. El problema era yo, que nunca había observado a otro chico como con Derek. Y dar ese paso ahora… Lo sentía muy pronto. Quería sentirme viva otra vez, pero era un hecho que, en mis sueños, mi piel sólo recordaba a mi exnovio. ¿Podría volver a abrirme con alguien diferente, y dejarme amar al menos una vez más?
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