Sammy llegó muy animada a su segundo día de trabajo. Ayer fue un día de firmar papeleo y conocer las instalaciones, pero hoy empezaría a entrenar en forma a los muchachos.
Se quedó afuera del vestuario un rato mientras ellos se cambiaban, porque aunque fuera el sueño de cualquier mujer poder compartir vestuario con hombres semidesnudos, la verdad Sammy no veía nada sensual en los cuerpos masculinos, y no porque fuera bisexual y prefiriera a las mujeres; no, ella era hetero, pero reconocía que los cuerpos de las mujeres eran los más sensuales de toda la creación de Dios, y tal vez, solo tal vez, le prendiera ver mujeres desnudas, y tal vez, solo tal vez, eso era lo que le gustaba del porno: ver grandes y jugosos senos rebotando le prendía mucho más que ver un simple pene erecto o un perfecto paquete de seis.
Su amiga Chloe le solía enviar nudes cuando estaba aburrida en las noches, y...habían tenido sexo en una ocasión, pero solo fue por experimentar, Sammy tenía 18 y aún no había estado con ningún hombre; así que se podría decir que su primera vez en realidad no fue con un hombre sino con una mujer. Pero eso era algo que solo había quedado entre ella y Chloe, nadie más lo sabía, ni siquiera Walter, al que se suponía que Sammy se lo contaba todo.
Recordar a Chloe le hizo sentir un dolor en el alma.
Si ojalá hubieran sido responsables y hubieran llamado a alguien para que pasara a recogerlas, en vez de subirse al auto borrachas...
Sammy siempre pensaba en eso. Que, si tal vez alguna de ellas no hubiera bebido tanto, hubiera tenido la suficiente inteligencia como para llamar un uber o al alguien de confianza que las recogiera y las llevara al hotel.
—Ya los muchachos están listos, entrenadora —le avisó Boris desde la puerta, y la rubia asintió e ingresó.
Tal y como había visto ayer, en el vestuario reinaba un buen ambiente compañerista, en donde los chicos se gastaban bromas sanas entre sí y hablaban sobre la difícil tarea de matemáticas que les habían dejado.
Solo le bastaron esos pocos segundos que duró caminando desde la puerta hasta el centro del vestuario para darse cuenta quién era el líder de todo ese grupo de activos adolescentes.
Jake Thompson, el capitán del equipo. Un apuesto chico de 21 años —el mayor de la plantilla, sin contar al que en próximos días llegaría para completar la nómina—, de metro setenta y ocho de estatura, cabello azabache rizado y ojos azules como el cielo.
Un chico tan bonito, que hasta Sammy se había quedado viendo su foto del currículum por más tiempo del que debería. A ella no le gustaban los chicos menores que ella, pero no estaba ciega. Era como la versión más joven de Henry Cavill.
“Algo de colágeno te haría bien” le había dicho su madre durante una cena hace unas semanas, haciendo que su padre se atragantara con el vino.
No, Sammy no intentaría nada con alguno de sus jugadores, no sería para nada profesional.
Sin embargo, se permitió mirar a Jake por un ratito mientras, sin que los chicos se dieran cuenta todavía de su presencia, el muchacho contaba una anécdota chistosa que le había ocurrido ayer en la universidad, y todos lo escuchaban con suma atención arremolinados a su alrededor, incluyendo a Dylan, que se suponía que por su condición no se concentraba de a mucho en escuchar hablar a otra persona.
El muchacho parecía tener un talento innato para atraer a las personas, como un imán humano, y no solamente por su cara bonita y su buena presencia, sino simplemente por ser alguien extrovertido y buena onda. Sammy estuvo casi segura de que él debió de ser el típico chico bonito popular de la escuela que tenía a todo el mundo encantando, y que muy seguramente fue el rey del baile de graduación.
Y ese sería el chico con el que Sammy tendría que trabajar de la mano para cumplir el objetivo, porque como todo capitán, era el puente entre el DT y los jugadores. Que un entrenador y el capitán de un equipo se llevaran bien y trabajaran de la mano, era la clave del éxito.
—¡Oigan! ¡Ya llegó la entrenadora! —avisó uno de los muchachos, cuyo nombre Sammy recordó que era Samuel.
Todos los muchachos, incluyendo a Jake, se sentaron rápidamente en sus taquillas y esperaron instrucciones, como los chicos obedientes que Roger le había prometido a Sammy que eran.
—Buenos días, muchachos —saludó la rubia.
—¡Buenos días, entrenadora Sammy! —saludaron los muchachos enérgicamente como si estuvieran en el ejército, y por supuesto recordando que a ella no le gustaba que la llamaran por su apellido.
Ok, Sammy tenía que reconocer que su padre había hecho un buen trabajo en reclutar a chicos obedientes. El único que muy posiblemente dañaría ese ambiente sería Maxi Bonilla, pero la rubia estaba esperanzada en poder ponerlo en su lugar, así tuviera que utilizar métodos poco ortodoxos de disciplina.
—Bueno, tal y como les dije ayer, tengo el objetivo de llevarlos a primera división, y lo que un Williams dice, lo cumple —dijo Sammy, ante los 22 pares de ojos ilusionados. Carajo, ella sabía que se estaba cargando una responsabilidad inmensa, pero la corazonada que nunca le fallaba le decía que lo iba a lograr —. Será un trabajo conjunto entre todos, no seré una tirana como la mayoría de entrenadores, porque yo sí que tuve entrenadores que me caían como una patada en las tetas —todos se rieron, encantándoles la forma desvergonzada en la que hablaba Sammy —. Sí, no había nada peor para mí que, siendo delantera punta, me hicieran jugar de falso 9, aun cuando yo no me sentía cómoda, un verdadero asco —empezó a jugar con su rubia coleta, lo cual se le hizo muy atractivo a los chicos mayores, pero intentaron no ver a su entrenadora con ojos diferentes a los profesionales —, así que, por supuesto, voy a respetar sus opiniones y deseos, si estos no afectan mucho la táctica del partido —le hizo una seña a Boris para que se acercara —. Querido, ¿contra quién es el primer partido de la temporada?
—Contra el Bromwich, entrenadora —respondió el joven, teniendo grabado de memoria el calendario de toda la temporada de la English Football League Championship.
—Bien, consígueme las grabaciones que haya por ahí de los partidos del Bromwich, y de todos los equipos con los que nos enfrentaremos —dijo Sammy, ya metida de lleno en su papel, y los demás chicos abrieron más los ojos, como no pudiendo creer lo que estaban escuchando —, me tomaré las tardes para ver esas grabaciones y analizar las jugadas, analizar a los jugadores, encontrar las debilidades de cada uno y así armar mis estrategias —dio dos palmadas —¡De pie, pues! ¿Qué están esperando para salir a la cancha? ¿Una tarjeta de invitación? ¡Muevan esos culos con acné!
Los muchachos hicieron caso inmediatamente, como unos obedientes soldados, y salieron a la cancha de entrenamiento en una ordenada fila india.
Oh sí, esos chicos eran perfectos, y Sammy en serio esperaba que Bonilla no llegara a cambiar ese bello ambiente, porque si de algo lo habían acusado en su club anterior, era de que había influido negativamente en los jugadores disciplinados más jóvenes.
Era tanta la camaradería que reinaba en ese perfecto grupo de 22 chicos, que Sammy tuvo que usar varias veces su silbato para que los muchachos se separaran y se concentraran en sus ejercicios.
Aprovechó esa primera sesión de entrenamiento con los muchachos para darse cuenta de quiénes eran los más disciplinados, y no es que hubiera alguno que no lo fuera, todos lo eran; simplemente, había unos que eran más centrados que los otros.
A Sammy solo le bastó una hora para saber quiénes eran los más centrados en todo: Jake —por supuesto, no por nada es que era el capitán—, Joshua y Dylan. Sí, el chico autista era tal vez el más enfocado de todos. Tal vez el muchacho se desenfocara en otras cuestiones, como cuando alguien estaba hablando, pero era como si estando en la cancha, esa condición con la que había nacido desapareciera.
A Sammy se le habían salido unas lágrimas al leer el CV de Dylan. Había nacido de una indigente drogadicta que a duras penas había logrado llevar a término su embarazo —de ahí que el muchacho naciera con esa condición de autismo, por los nulos cuidados de la mujer durante el embarazo—, y los de servicios infantiles determinaron que lo mejor sería llevarlo a un orfanato de chicos con condiciones especiales, y...ninguna familia lo quiso aceptar, no sirviéndole de nada tener una carita bonita. La triste realidad era que las parejas que querían adoptar, querían hijos totalmente sanos, al menos en lo psicológico.
Así que prácticamente Roger había hecho una obra de caridad al haber sacado a Dylan de ese orfanato y llevarlo a la residencia de la academia del club. En realidad, había hecho una caridad con todos esos muchachos, porque no había ni uno que no tuviera alguna historia triste y/o de superación que contar. Todos provenían de familias humildes y/o disfuncionales.
Solamente Jake venía de una familia mancuniana de clase media, y eso en Inglaterra era vivir en una cómoda casa en un vecindario de renombre, con dos padres que tenían empleos estables como maestros de secundaria, y dos autos.
Finalizado el entrenamiento, los chicos regresaron al vestuario, y en las duchas, todos decían lo mismo: lo emocionados que estaban por tener como compañero a Maxi Bonilla. El único que no estaba emocionado era Jake. Él, como el mayor y por ende más maduro de ese grupo de 22 idiotas, sabía que ese colombiano tenía la palabra “problemas” pintada en la frente, y llegaría con su actitud de diva a tratar de dañar ese bonito ambiente de compañerismo que reinaba en el equipo, pero por supuesto que Jake no lo permitiría. Él era el capitán, y aunque Bonilla le sacara algunos años, iba a dejarle bien claro quién mandaba.
—Mi hermano quiere un autógrafo de la jefa, pero me da pena pedírselo— dijo Nick, uno de los defensas.
—Pues no culpo a tu hermano de que quiera un autógrafo, la jefa está muy caliente —dijo Ned, un centrocampista de 18 años que ya se podía considerar un mujeriego en potencia, siendo el más tremendo del grupo —. Tengo la edición de la revista Maxim en la que posó, y carajo, severo cu...
—¡Ey! —gritó Jake, con la bronca notándosele en los bellos ojos, y todos callaron.
Sí, Sammy había posado para una edición de la revista Maxim, una revista para hombres, y con muy poca ropa; otra razón por la que Roger casi perdió la cabeza y su esposa le tuvo que dar tés de manzanilla para que se relajara.
—Sin comentarios indecentes sobre la entrenadora, ni en su cara ni a sus espaldas, o los acuso con el presidente Williams, y se irán directico para la calle, ¿entendido? ¡Y me importa una mierda que sean mis amigos! —continuó Jake, y todos asintieron.
Boris, que escuchó todo desde la distancia, sonrió, orgulloso de no haber fallado al proponerle al anterior entrenador que escogiera a Jake como el capitán. Era un chico con carácter. Buena onda, pero con carácter.
Solo esperaba que no chocara de a mucho con Bonilla.