>>El nuevo duque de Hastings es de lo más interesante. A pesar de que
su enemistad con su padre siempre fue del dominio público, ni siquiera esta
autora ha podido descubrir la razón del distanciamiento.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
26 de abril de 1813
Aalejada de la pista y de los grupos de gente. Estaba más cómoda así.
En cualquier otra situación, habría disfrutado del baile como cualquier chica de su
edad; sin embargo, hacía unas horas Anthony le había confesado que Nigel Berbrooke
lo había ido a ver hacía dos días y le había pedido formalmente su mano. Otra vez.
Obviamente, Anthony lo había rechazado, ¡otra vez!, pero Daphne tenía el
presentimiento de que Nigel insistiría. Al fin y a cabo, dos propuestas de matrimonio en
dos semanas no eran propias de un hombre que aceptara la derrota fácilmente.
Lo vio al otro lado del salón, mirando de un lado a otro, y aquello hizo que
Daphne se difuminara más entre las sombras.
No tenía ni idea de cómo tratarlo. No era muy listo pero tampoco era rudo ni tosco
y, a pesar de que sabía que tenía que acabar con aquel encaprichamiento, le resultaba
mucho más fácil comportarse como una cobarde: sencillamente, lo evitaba.
Mientras consideraba la posibilidad de ir a esconderse en la sala de descanso de
las damas, escuchó una voz familiar a sus espaldas.
—Daphne, ¿qué haces aquí escondida?
Ella se giró y vio a su hermano mayor acercándose.
—Anthony —dijo, intentando decidir si se alegraba de verlo o le disgustaba que
hubiera venido a meterse en sus asuntos—. No sabía que tú también vendrías.
—Mamá —dijo, sonriendo.
Cualquier otra palabra sobraba.
—Ah —dijo Daphne, con un compasivo movimiento de cabeza—. No digas más.
Te entiendo perfectamente.
—Ha hecho una lista de novias potenciales. —Le lanzó a su hermana una mirada
de agobio—. La queremos, ¿verdad?
Daphne soltó una risita.
—Sí, Anthony, la queremos.
—Es una locura temporal —dijo—. Tiene que ser así. No hay otra explicación.
Hasta que alcanzaste la edad casadera, era una madre perfectamente razonable.
— ¿Yo? —Exclamó Daphne—. Entonces, ¿todo es culpa mía? ¡Tú tienes ocho
años más que yo!
—Sí, pero esta fiebre matrimonial no se había apoderado de ella hasta ahora.
Daphne se rió.
—Perdona que no sienta compasión por ti. Pero yo también recibí una lista el año
pasado.
— ¿De verdad?
—Por supuesto. Y últimamente me está amenazando con darme una cada semana.
Me da la lata con lo del matrimonio mucho más de lo que te puedas imaginar. Los solteros son un reto, pero las solteras son patéticas. Y, por si no te habías dado cuenta,
soy una mujer.
Anthony soltó una carcajada.
—Soy tu hermano. No me doy cuenta de esas cosas —dijo, y la miró de reojo—.
¿La has traído?
— ¿La lista? Cielos, no. ¿En qué estás pensando?
La sonrisa se hizo más amplia.
—Yo he traído la mía.
Daphne contuvo la respiración.
— ¡No me lo creo!
—De verdad. Sólo para torturar a mamá. Me pondré a su lado y la estudiaré
detenidamente; sacaré las gafas...
—No tienes gafas.
Anthony sonrió; la misma sonrisa maliciosa que parecía que todos los hombre
Bridgerton dominaban.
—Me he comprado unas sólo para la ocasión.
—Anthony, no puedes hacer eso. Te matará. Y después encontrará la manera de
echarme a mí la culpa.
—Cuento con eso.
Daphne lo golpeó en el hombro, provocando un gruñido lo suficientemente fuerte
como para que varias personas que pasaban por allí se giraran a mirarlos.
—Una buena derecha —dijo Anthony, rascándose el brazo.
—Una chica no puede sobrevivir con cuatro hermanos si no aprende a golpear
fuerte —dijo, cruzando los brazos—. Déjame ver la lista.
— ¿Después de haberme golpeado?
Daphne puso los ojos en blanco e inclinó la cabeza en un gesto de impaciencia.
—Ah, está bien. —Metió la mano en el bolsillo del chaleco, sacó un papel
doblado y se lo dio—. Dime qué te parece. Estoy seguro que no ahorrarás detalles.
Daphne desdobló el papel y leyó los nombres escritos con la elegante escritura de
su madre. La vizcondesa Bridgerton había escrito los nombres de ocho mujeres. Ocho
mujeres solteras y de muy buena familia.
—Justo lo que suponía —murmuró Daphne.
— ¿Es tan horrorosa como creo?
—Peor. Philipa Featherington habla menos que una calabaza.
— ¿Y las demás?
Daphne lo miró con las cejas arqueadas.
—En realidad, tú no querías casarte este año, ¿verdad?
Anthony hizo una mueca.
—Y la tuya, ¿cómo era?
—Hoy, gracias a Dios, anticuada. Tres de los cinco se casaron el año pasado.
Mamá todavía me riñe por dejar que se me escaparan.
Los dos hermanos resoplaron de forma idéntica mientras se apoyaban en la pared.
Violet Bridgerton estaba decidida a casar a sus hijos. Anthony, el mayor, y Daphne, la
mayor de las chicas, tenían que soportar toda la presión, aunque Daphne sospechaba que
su madre casaría a la pequeña Hyacinth, de diez años, si recibía una oferta lo
suficientemente buena.
—Por Dios, parecéis dos almas en pena. ¿Qué hacéis en este rincón?
Otra voz, inmediatamente reconocible.
—Benedict —dijo Daphne, mirándolo de reojo sin girar la cabeza—. No me digas
que mamá también te ha hecho venir a ti.
Benedict asintió, con una sonrisa en la cara.
—Ha empezado a intentar convencerme con zalamerías y después ha usado el
arma de la culpabilidad. Esta semana, ya me he recordado tres veces que tendré que ser
yo el padre del futuro vizconde si Anthony no se pone a ello.
Anthony hizo una mueca.
—Y supongo que eso también explica vuestro distanciamiento del baile, ¿no?
¿Evitando a mamá?
—En realidad —dijo Anthony—, vi a Daff, tratando de pasar desapercibida, y...
— ¿Tratando de pasar desapercibida? —repitió Benedict, mofándose de su
hermana.
Ella les puso mala cara.
—Vine aquí para esconderme de Nigel Berbrooke —les explicó—. Dejé a mamá
en compañía de lady Jersey, así que todavía estará ocupada un buen rato. Pero Nigel...
—Es más primate que humano —dijo Benedict, en broma.
—Bueno, yo no lo diría así, exactamente —dijo Daphne, intentando ser educada
—, pero tampoco es ningún lumbreras y es más fácil apartarse de su camino que herir
sus sentimientos. Aunque, claro, ahora que los dos me habéis encontrado, no me va a
resultar fácil evitarlo mucho más.
—Oh —dijo Anthony.
Daphne miró a sus hermanos mayores, los dos de más de metro ochenta, de
espaldas anchas y ojos marrones. Tenían el pelo castaño y grueso, igual que ella, y en
los bailes no podían ir a ningún sitio sin que los siguiera un grupo de jóvenes
parloteando.
Y donde había un grupo de chicas jóvenes, allí estaba Nigel Berbrooke.
Daphne ya veía cabezas que se giraban hacia ellos. Las ambiciosas madres cogían
a sus hijas por el brazo y señalaban a los hermanos Bridgerton, sin más compañía que su
hermana.
—Sabía que me tendría que haber ido al salón de mujeres —murmuró Daphne.
— ¿Qué es ese papel que tienes en la mano, Daphne? —preguntó Benedict.
Sin pensarlo, le dio la lista de las posibles esposas de Anthony.
Ante la carcajada de Benedict, Anthony se cruzó de brazos y dijo:
—Intenta no reírte mucho a mi costa. El año que viene tú recibirás tu propia lista.
—Estoy seguro —dijo Benedict—. No me extraña que Colin... —Abrió los ojos,
sorprendido—. ¡Colin!
Otro hermano Bridgerton se unió al grupo.
— ¡Colin! —exclamó Daphne, abrazándolo fuerte—. ¡Qué alegría volver a verte!
— ¿Dónde estaba tanto entusiasmo cuando llegamos nosotros? —le dijo Anthony
a Benedict.
—A vosotros os veo cada día —respondió Daphne—. Colin ha estado fuera un
año entero. —Y después de darle otro abrazo, retrocedió—. No te esperábamos hasta la
semana que viene.
Levantó un hombro, un gesto que iba a juego con la sonrisa torcida.
—París ya no es divertido.
—Ya —dijo Daphne, con una mirada perspicaz—. Te has quedado sin dinero.
Colin se rió y levantó las manos.
—Culpable de todo los cargos.
Anthony abrazó a su hermano y dijo:
—Estoy muy contento de volver a tenerte en casa, Colin. A pesar de que el dinero
que te envié debería haberte durado, al menos, hasta...
—Basta —dijo Colin, todavía riendo—. Te prometo que mañana podrás decirme
lo que quieras. Esta noche sólo quiero disfrutar de la compañía de mi querida familia.
Beneditc soltó una risa.
—Para llamarnos «querida familia» debes estar completamente arruinado —dijo
pero, al mismo tiempo, se avanzó para abrazarlo—. Bienvenido a casa.
Colin, el más despreocupado de la familia, sonrió y los ojos verdes le brillaron de
alegría.
—Es un placer estar de vuelta en casa. Aunque, debo reconocer que el tiempo no
tiene ni punto de comparación con el del continente. Y en cuanto a las mujeres, bueno, a
las inglesas les costaría mucho competir con las signorinas que he...
Daphne le dio un golpe en el brazo.
—Recuerda que hay una dama, maleducado.
Pero no parecía enfadada. De todos sus hermanos, Colin era el más cercano a ella
en edad, sólo tenía dieciocho meses más. De pequeños, eran inseparables, y siempre
estaban metidos en algún lío. Colin era travieso por naturaleza y Daphne necesitaba
muy poco para seguirle el juego.
— ¿Sabe mamá que has regresado? —le preguntó.
Colin negó con la cabeza.
—He llegado y me he encontrado con una casa vacía...
—Sí, mamá acostó a los pequeños temprano —lo interrumpió Daphne.
—No me apetecía quedarme allí sin hacer nada, así que Humboldt me dio la
dirección y vine.
Daphne sonrió ampliamente.
—Me alegra que lo hicieras.
—Por cierto, ¿dónde está mamá? —preguntó Colin, estirando el cuello para mirar
hacia el salón. Igual que los demás hombres de la familia, era muy alto, así que no tuvo
que estirarse demasiado.
—En la esquina, con lady Jersey —dijo Daphne.
Colin se encogió de hombros.
—Me esperaré a que esté un poco más cansada. No quiere que ese dragón me
despelleje vivo.
—Hablando de dragones —dijo Benedict. No movió la cabeza, pero señaló hacia
el lado con los ojos.
Daphne miró y vio que lady Danbury se dirigía lentamente hacia ellos. Llevaba
bastón, pero Daphne tragó saliva, muy nerviosa, y se puso rígida. El sarcástico ingenio
de lady Danbury era ya conocido por todos. Daphne siempre había sospechado que,
debajo de aquella coraza, latía un corazón sensible pero, aún así, uno siempre se ponía
nervioso cuando se le acercaba.
—No hay salida —murmuró uno de los hermanos.
Daphne lo hizo callar y sonrió tímidamente hacia la señora.
Lady Danbury levantó las cejas y cuando estaba a un metro de ellos, se paró y
dijo:
— ¡No disimuléis! ¡Ya me habéis visto!
A continuación, dio un golpe tan fuerte con el bastón en el suelo que Daphne dio
un saltito hacia atrás y pisó a Benedict.
— ¡Ay! —exclamó su hermano.
Ante la repentina mudez de sus hermanos, excepto Benedict, aunque aquel
quejido no podía considerarse una palabra articulada, Daphne respiró hondo y dijo:
—Espero no haberle dado esa impresión, lady Danbury, porque...
—Tú no —dijo lady Danbury, categóricamente. Levantó el bastón y lo sostuvo en
posición horizontal, con la punta peligrosamente cerca del estómago de Colin—. Ellos.
Como respuesta, obtuvo una serie de efusivos saludos.
Lady Danbury les dedicó una breve mirada a los chicos y luego volvió a dirigirse
a Daphne.
—El señor Berbrooke te estaba buscando.
A Daphne se le erizaron todos los pelos.
— ¿Ah, sí?
Lady Danbury asintió.
—Señorita Bridgerton, yo de usted cortaría esto de raíz.
— ¿Le ha dicho dónde estaba?
Lady Danbury le mostró una sonrisa cómplice.
—Siempre supe que me gustarías. Y no, no se lo he dicho.
—Gracias —dijo Daphne, agradecida.
—Si te ataras a ese bobalicón, todos perderíamos a una persona muy sensata —
dijo lady Danbury—. Y Dios sabe que lo último que necesitamos es echar a perder la
poca sensatez que nos rodea.
—Muchas gracias —dijo Daphne.
—En cuanto a vosotros —dijo lady Danbury, agitando el bastón frente a los
hermanos de Daphne—, me reservo la opinión. Tú —dijo, dirigiéndose a Anthony—,
me resultas simpático por el mero hecho de haber rechazado la oferta de Berbrooke por
el bien de tu hermana, pero los demás... Hmmmph.
Y se fue.
— ¿Hmmmph? —Repitió Beneditc—. ¿Hmmmph? ¿Pretende cuantificar mi
inteligencia y lo único que se le ocurre es Hmmmph?
Daphne sonrió.
—Me aprecia.
—Le resultas agradable —refunfuñó Benedict.
—Ha sido muy amable al ponerte sobre aviso con lo de Berbrooke —reconoció
Anthony.
Daphne asintió.
—Creo que eso quiere decir que tengo que irme. —Se giró hacia Anthony con una
mirada de ruego—. Si pregunta por mí...
—Yo me encargo —dijo su hermano—. No te preocupes.
—Gracias.
Y después, con una sonrisa, se alejó de sus hermanos.
Mientras Simon se paseaba tranquilamente por los salones de la casa de lady
Danbury, se dio cuenta de que estaba de muy buen humor. Y aquello era irónico, pensó,
porque estaba a punto de entrar en un salón lleno de gente y enfrentarse a los horrores
que Anthony Bridgerton le había relato aquella misma tarde.
Sin embargo, se consolaba pensando que, después de baile de esa noche, ya no
tendría que volver a participar en ese circo nunca más; como le había dicho a Anthony,
la única razón por la que acudía al baile era por una extraña lealtad hacia lady Danbury
que, a pesar de sus maneras algo hurañas, siempre se portó muy bien con él cuando era
pequeño.
Llegó a la conclusión de que su buen humor se debía a la ilusión que le hacía
volver a estar en Inglaterra.