—Venga, mamá. Sabes tan bien como yo que a la señora Middlethorpe nunca le
ha favorecido el púrpura.
Violet intentó no sonreír. Daphne vio cómo la comisura de los labios se apretaba
mientras su madre intentaba mantener la compostura propia de una vizcondesa y madre.
Sin embargo, a los dos segundos estaba sonriendo y sentándose al lado de su hija en el
sofá.
—Déjame verlo —dijo, quitándole la revista de las manos a Daphne—. ¿Pasó
algo más? ¿Nos perdimos algo importante?
—Mamá, de verdad, con una reportera como lady Whistledown, ya no hace falta
acudir a las fiestas —dijo Daphne, agitando la revista—. Esto es casi como haber estado
allí. Incluso mejor. Estoy segura que nosotros comimos mejor que ellos. Y devuélveme
eso —gritó, quitándole la revista de las manos a su madre.
— ¡Daphne!
Daphne le hizo una mueca.
—Lo estaba leyendo yo.
— ¡Está bien!
Violet se inclinó. Daphne leyó:
—«El vividor antiguamente conocido como conde de Clyvedon ha decidido, al
fin, honrar a Londres con su presencia. Aunque todavía no se dignado a hacer su
presentación oficial en ninguna fiesta social, han visto al nuevo duque de Hastings en
White’s varias veces y en Tattersall’s en una ocasión —hizo una pausa para respirar—.
El duque ha vivido en el extranjero los últimos seis años. ¿Será sólo una coincidencia
que haya regresado ahora, justo después de la muerte del viejo duque?»
Daphne levantó la mirada.
—Dios mío, no se anda por las ramas, ¿no crees? Este Clyvedon, ¿no es amigo de
Anthony?
—Ahora se llama Hastings —dijo Violet, de manera automática—. Y sí, creo que
él y Anthony eran amigos en Oxford. Y en Eaton también, creo. —Arrugó una ceja y
entrecerró los ojos—. Si no recuerdo mal, era bastante revoltoso. Siempre estaba en
desacuerdo con su padre, pero era un chico brillante. Estoy casi segura de que Anthony
dijo que sacó nota de honor en matemáticas. Y eso —dijo, con una mira maternal—, es
más de lo que puedo decir de ninguno de mis hijos.
—Estoy segura de que, si en Oxford aceptaran mujeres, yo también sacaría notas
excelentes —bromeó Daphne.
Violet soltó una risita.
—Te corregía los deberes de aritmética cuando la institutriz estaba enferma,
Daphne.
—De acuerdo, quizás en historia —dijo Daphne, sonriendo. Volvió a mirar el
papel y releyendo una y otra vez el nombre del nuevo duque—. Parece interesante.
Violet la miró, muy seria.
—No es adecuado para una señorita de tu edad.
—Es curioso cómo, en un segundo, soy tan mayor que te desesperas porque crees
que no me voy a casar con nadie y, al mismo tiempo, soy demasiado joven para conocer
a los amigos de Anthony.
—Daphne Bridgerton, no me...
—... gusta mi tono, lo sé —dijo Daphne, sonriendo—. Pero me quieres.
Violet también sonrió y abrazó a su hija.
—Es cierto.
Daphne le dio un beso en la mejilla a su madre.
—Es la maldición de la maternidad. Nos quieres incluso cuando te sacamos de
quicio.
Violet suspiró.
—Sólo espero que algún día tengas...
—... hijos como yo, lo sé —dijo Daphne, con una sonrisa melancólica, y apoyó la
cabeza en el hombro de su madre.
Su madre podría ser demasiado curiosa y su padre quizás estuvo más interesado
en la caza que en las fiestas sociales, pero habían tenido un matrimonio amable y bien
avenido, lleno de amor, risas e hijos.
—Lo peor que podría hacer sería no seguir tu ejemplo.
—Daphne, cielo —dijo Violet, con los ojos humedecidos—. Es una de las cosas
más bonitas que me han dicho nunca.
Daphne jugó con un mechón castaño y sonrió, convirtiendo el momento
sentimental en gracioso.
—Seguiré tu ejemplo en lo que al matrimonio y los hijos se refiere, madre,
siempre que no tenga que tener ocho.
En ese mismo momento, Simon Basset, el nuevo duque de Hastings y antiguo
tema de conversación de las mujeres Bridgerton, estaba sentado en White’s. Y estaba
acompañado ni más ni menos que por Anthony Bridgerton, el hermano mayor de
Daphne. Eran bastante parecidos; los dos altos, fuertes y con el cabello grueso y oscuro.
Sin embargo, Anthony tenía los ojos del mismo color chocolate que su hermana y
Simon los tenía azul intenso.
Y, precisamente, era esa mirada fría la que le antecedía. Cuando miraba a alguien
directamente a los ojos, los hombres se sentían incómodos y las mujeres empezaban a
temblar.
Pero Anthony no. Hacía años que se conocían, y Anthony se limitaba a sonreír
cuando Simon levantaba una ceja y lo miraba fijamente.
—Te olvidas de que te he visto con la cabeza metida en un orinal —le había dicho
Anthony—. Desde entonces, me cuesta tomarte en serio.
—Sí, y si no recuerdo mal, fuiste tú el que me sujetaba mientras llevaba aquel
repugnante recipiente en la cabeza. —Fue la respuesta de Simon.
—Uno de los mejores momentos de mi vida, te lo aseguro. Sí, pero a la noche
siguiente te tomaste la revancha en forma de doce anguilas en mi cama.
Simon sonrió al recordar tanto el incidente como la consiguiente charla con el
director. Anthony era un buen amigo, el tipo de hombre que uno querría tener al lado en
una situación difícil. Fue la primera persona que Simon buscó cuando volvió a
Inglaterra.
—Es un placer volverte a tener aquí, Clyvedon —dijo Anthony, una vez sentados
en las butacas del White’s—. Pero supongo que ahora insistirás en que te llame
Hastings.
—No —dijo Simon, serio—. Hastings será siempre el nombre de mi padre. Nunca
respondía a nada más. —Hizo una pausa—. Heredaré su título si es necesario pero no
aceptaré su nombre.
— ¿Si es necesario? —Anthony abrió los ojos como platos—. Muchos hombres
no estarían tan resignados ante la perspectiva de heredar un ducado.
Simon se pasó la mano por el pelo. Sabía que se suponía que debía estar contento
por su primogenitura y mostrarse orgulloso de la intachable historia de los Basset, pero la verdad era que todo aquello lo ponía enfermo. Toda la vida había intentado defraudar
las expectativas de su padre, y ahora le parecía ridículo hacer honor a su nombre.
—Es una maldita carga, eso es lo que es —gruñó, al final.
—Pues será mejor que te vayas acostumbrando —dijo Anthony, a modo de
consejo—, porque todos te van a llamar por su nombre.
Simon sabía que era verdad, pero dudaba que algún día pudiera llevar con
dignidad aquel título.
—Bueno, en cualquier caso —dijo Anthony, respetando la privacidad de su amigo
en algo de lo que obviamente no le gustaba hablar—, me alegro de que hayas vuelto.
Así, por fin, encontraré un poco de paz la próxima vez que acompañe a mi hermana a un
baile.
Simon se echó hacia atrás y cruzó las largas y musculosas piernas por los tobillos.
—Un comentario muy intrigante —dijo.
Anthony levantó una ceja.
—Y estás seguro de que te lo explicaré, ¿no es así?
—Por supuesto.
—Debería dejar que lo adivinaras por ti mismo, pero nunca he sido un hombre
cruel.
Simon se rió.
— ¿Y esto lo dice el que me metió la cabeza en un orinal?
Anthony agitó la mano en el aire pare quitarle importancia.
—Era joven.
— ¿Y ahora eres el ejemplo del decoro y la respetabilidad?
Anthony sonrió.
—Totalmente.
—Entonces —dijo Simon—, dime, exactamente, ¿cómo voy a contribuir a que
tengas una existencia más pacífica?
—Supongo que tienes intención de asumir tu papel social.
—Supones mal.
—Pero vas a ir al baile de lady Danbury esta semana —dijo Anthony.
—Únicamente porque siento una gran aprecio por ella. Siempre dice lo que piensa
y... —Los ojos de de Simon parecieron alterados.
— ¿Y? —preguntó Anthony.
Simon agitó la cabeza.
—Nada. Es que se portó muy bien conmigo de pequeño. Pasé unas cuantas
vacaciones de verano en su casa de Riverdale. Ya sabes, su sobrino.
Anthony asintió
—Ya veo. Así que no tienes intención de presentarte en sociedad. Estoy
impresionado por tu determinación. Pero permíteme que te diga una cosa: aunque no
quieras ir a los bailes de la alta sociedad, ellas vendrán a ti.
Simon, que había elegido ese momento para beber un trago de brandy, se
atragantó ante la mirada de Anthony cuando dijo «ellas». Después de un mal rato
tosiendo, dijo:
— ¿Quiénes son ellas?
Anthony se estremeció.
—Las madres.
—Como yo no tuve, creo que no te entiendo.
—Las madres, imbécil. Esos dragones que sacan fuego por la nariz con hijas, Dios
nos asista, casaderas. Puedes correr, pero no podrás esconderte. Y, debe avisarte, la mía
es la peor de todas.
—Dios santo. Y yo pensaba que África era peligrosa.
Anthony le lanzó a su amigo una compasiva mirada.
—Te perseguirán, y cuando te encuentren, te verás atrapado en una conversación
con una joven pálida con un vestido blanco que sólo sabe hablar del tiempo, del baile
anual en Almack’s y de cintas de pelo.
Simon miró a su amigo divertido.
—Deduzco, de tus palabras, que mientras he estado fuera, te has convertido en
una especie de buen partido, ¿no?
—No es que aspire a ello, te lo aseguro. Si dependiera de mí, evitaría los bailes
como si fueran plagas. Pero mi hermana se presentó en sociedad el año pasado y, de vez
en cuando, me veo obligado a acompañarla a los bailes.
—Te refieres a Daphne, ¿verdad?
Anthony miró a Simon bastante sorprendido.
— ¿Os llegasteis a conocer?
—No —dijo Simon—. Pero me acuerdo de las cartas que te enviaba al colegio;
además, también me recuerdo que era la cuarta, así que su nombre tiene que empezar
por D y ya sabes...
—Sí, claro —dijo Anthony, con los ojos en blanco—. El método de los Bridgerton
para ponerles nombres a sus hijos. Una manera de asegurarse que nadie se olvida de
quién eres.
Simon se rió.
—Pero funciona, ¿no es así?
—Simon —dijo Anthony, de repente, inclinándose hacia delante—. Le prometí a
mi madre. Que a finales de semana iría a cenar con la familia a Bridgerton House. ¿Por
qué no vienes conmigo?
Simon levantó una ceja.
— ¿No me acabas de prevenir sobre las madres y sus hijas casaderas?
Anthony se rió.
—Pondré a mi madre sobre aviso y, respecto a Daff, no tienes nada de qué
preocuparte. Es la excepción que confirma la regla. Te encantará.
Simon frunció el ceño. ¿Estaría Anthony jugando a las casamenteras? No estaba
seguro.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Anthony se rió.
—Dios mío, crees que quiero emparejarte con Daphne, ¿no?
Simon no dijo nada.
—No encajaríais. Eres demasiado callado para sus gustos.
A Simon le pareció un comentario algo extraño, pero decidió hacer otra pregunta.
—Entonces, ¿ha tenido otras ofertas?
—Unas cuantas. —Anthony se bebió de un trago lo que le quedaba de brandy y
suspiró, satisfecho—. Le he dado mi permiso para rechazarlas.
—Es un acto bastante indulgente por tu parte.
Anthony se encogió de hombros.
—En esta época, esperar un matrimonio por amor quizá sea demasiado, pero no
veo por qué no debería ser feliz con su marido. Hemos recibido ofertas de un hombre
que podría ser su padre, otro de uno que podría ser el hermano de su padre, y otra de
uno que era demasiado tranquilo para nuestro bullicioso clan y, esta semana, ¡Dios, este
ha sido el peor!
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Simon, muy curioso.
Anthony se rascó la sien energéticamente.
—Era muy agradable, pero un poco corto. Después de nuestros años libertinos,
seguro que pensabas que era un hombre sin sentimientos...
— ¿De verdad? —Dijo Simon, con una sonrisa maliciosa en la cara—. ¿Por qué
lo dices?
Anthony frunció el ceño.
—No disfruté mucho rompiéndole el corazón a ese pobre tonto.
—Hmm, ¿no lo había hecho Daphne?
—Sí, pero yo tenía que decírselo.
—No hay muchos hermanos que demuestren tanta permisividad con las
propuestas de matrimonio de sus hermanas —dijo Simon.
Anthony se volvió a encoger de hombros, como si no pudiera imaginarse otra
manera de tratar a su hermana.
—Ha sido una buena hermana. Es lo menos que puedo hacer por ella.
— ¿Incluso si eso implica acompañarla a Almack’s? —dijo Simon, malicioso.
Anthony hizo una mueca.
—Incluso.
—Me gustaría consolarte diciéndote que todo esto terminará pronto, pero te
recuerdo que tienes tres hermanas más que vienen por detrás.
Anthony se hundió en el sillón.
—A Eloise le toca dentro de dos años, a Frances un año después y luego podré
tomarme un descanso hasta que le toque a Hyacith.
Simon se rió.
—No te envidió esa responsabilidad.
Sin embargo, incluso cuando pronunció esas palabras, sintió un punto de añoranza
y se preguntó cómo sería no estar tan solo en el mundo. No tenía intención de formar
una familia aunque, si hubiera tenido uno de pequeño, quizá todo habría sido distinto.
—Entonces, ¿vendrás a cenar? —dijo Anthony, levantándose—. Algo informal,
por supuesto. Nunca organizamos cenas formales cuando estamos en familia.
Simon tenía muchas cosas que hacer esos días pero, antes incluso de pensar en lo
que tenía que arreglar, ya estaba diciendo:
—Será un placer.
—Excelente. Pero primero te veré en el baile de los Danbury, ¿no?
Simon se estremeció.
—No, si puedo evitarlo. Mi intención es llegar, saludar y marcharme a la media
hora.
Levantando una incrédula ceja, Anthony preguntó:
— ¿De verdad crees que podrás llegar a la fiesta, presentarle tus respetos a lady
Danbury y marcharte?
Simon asintió de manera segura y contundente.
Sin embargo, la risa burlona de Anthony no fue demasiado tranquilizadora.