>>Los hombres son como las ovejas. Donde va uno, los demás lo siguen.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
30 de abril de 1813
Daphne pensó que, después de todo, Anthony se lo había tomado bastante bien.
Desde que Simon terminó de explicarle su plan (con, tenía que admitirlo,
frecuentes intervenciones por su parte), Anthony sólo había levantado la voz
siete veces.
D
Eran unas siete menos de las que Daphne había esperado.
Al final, después de rogarle a su hermano que estuviera callado hasta que Simon y
ella hubieran terminado, Anthony asintió, cruzó los brazos y cerró la boca durante el
resto de la explicación. Su ceño fruncido bastaría para hacer temblar a las paredes pero,
cumpliendo su palabra, no dijo nada.
Hasta que Simon terminó con un:
—Y eso es todo.
Silencio. Silencio sepulcral. Durante unos diez segundos, nadie pronunció una
palabra, aunque Daphne hubiera jurado que había oído el crujir de las órbitas oculares
mientras movía los ojos de Anthony a Simon.
Y entonces, Anthony dijo:
— ¿Estáis locos?
—Ya me esperaba que reaccionaría así —dijo Daphne.
— ¿Es que habéis perdido el juicio? —La voz de Anthony se convirtió en un
rugido—. No sé quién de los dos es más idiota.
— ¡Quieres bajar la voz! —dijo Daphne, casi susurrando—. Mamá va a oírte.
—Mamá va a morirse de un ataque al corazón si se entera de esto —dijo Anthony,
sacando fuego por la boca, aunque hablando en voz baja.
—Pero no va a enterarse, ¿verdad? —dijo Daphne.
—No, claro que no —respondió Anthony, levantando la mandíbula—. Porque esta
farsa termina aquí y ahora.
Daphne se cruzó de brazos.
—No puedes hacer nada para detenerme.
Anthony miró a Simon.
—Puedo matarlo.
—No seas ridículo.
—Hay quien se ha batido en duelo por mucho menos.
— ¡Sí, pero eran idiotas!
—No voy a discutir el calificativo en lo que a él respecta.
—Si puedo decir algo —dijo Simon, tranquilamente.
— ¡Es tu mejor amigo! —exclamó Daphne.
—No —dijo Anthony, y esa sílaba salió de su boca con una voz de lo más
contenida—. Ya no.
Daphne se giró hacia Simon.
— ¿Es que no vas a decir nada?
Simon dibujó una media sonrisa.
— ¿Cuándo? Si no me habéis dejado.
Anthony le dijo:
—Quiero que salgas de esta casa.
— ¿Antes de poder defenderme?
—También es mi casa —dijo Daphne, bastante alterada—. Y quiero que se quede.
Anthony miró a su hermana y la exasperación se hizo evidente en cada centímetro
de su cuerpo.
—Está bien —dijo—. Os doy dos minutos para defenderos. No más.
Daphne miró a Simon, preguntándose si querría utilizar los dos minutos él. Sin
embargo, Simon sólo se encogió de hombros y dijo:
—Adelante. Es tu hermano.
Daphne respiró hondo, apoyó las manos en las caderas sin darse ni cuenta, y dijo:
—En primer lugar, debo decir que tengo mucho más a ganar en esta alianza que
Simon. Él dice que quiere utilizarme para mantener a las demás chicas...
—Y a sus madres —interrumpió Simon.
—Y a sus madres, alejadas. Pero, sinceramente —antes de continuar, miró a
Simon—, creo que se equivoca. Las demás chicas no van a dejar de perseguirlo sólo
porque crean que ha entablado una relación con otra chica, sobre todo si esa chica soy
yo.
— ¿Y qué hay de malo en que seas tú? —preguntó Anthony.
Daphne abrió la boca para responder pero, justo entonces, vio cómo los dos
hombres intercambiaban una mirada.
— ¿A qué ha venido eso? —dijo.
—Le he explicado a tu hermano tu teoría de por qué no tienes más pretendientes
—le dijo Simon.
—Ya. —Daphne se mordió un labio mientras pensaba si era algo por lo que debía
estar enfadada—. Bueno, debería haberlo visto él mismo.
Simon emitió un extraño ruido que perfectamente pudo ser una risa.
Daphne miró muy seria a los dos hombres.
—Espero que mis dos minutos no incluyan todas estas interrupciones.
Simon se encogió de hombros.
—El del tiempo es él.
Anthony se agarró al escritorio para, según Daphne, evitar saltarle a la yugular a
Simon.
—Y él —dijo Anthony, en tono amenazador—, va a salir disparado por la ventana
si no se calla de una vez.
—Siempre sospeché que los hombres eran idiotas —explicó Daphne—, pero no
he tenido la certeza hasta hoy.
Simon sonrió.
—Dejando de lado las interrupciones —dijo Anthony, lanzándole otra mirada
asesina a Simon a pesar de que estaba hablando con Daphne—, te queda un minuto y
medio.
—Bien —dijo Daphne—. Entonces reduciré toda la conversación a un punto. Hoy
he recibido seis visitas. ¡Seis! ¿Recuerdas la última vez que pasó esto?
Anthony la miró sin decir nada.
—Yo no —dijo Daphne, más tranquila—. Porque no ha pasado nunca. Seis
hombres han subido por la escalera de la entrada, han llamado a la puerta y le han dado
de Humboldt su tarjeta. Seis hombres me han traído flores, se han sentado a hablar
conmigo y uno hasta me ha leído una poesía.
Simon sonrió.
— ¿Y sabes por qué? —continuó, levantando la voz peligrosamente—. ¿Lo
sabes?
Anthony, echando mano de su tardía aunque eficaz sabiduría, no dijo nada.
—Todo es porque él —señaló a Simon— fue lo suficientemente amable como
para fingir estar interesado en mí anoche en el baile de lady Danbury.
Simon, que hasta entonces había estado apoyado tranquilamente en un extremo de
la mesa, se levantó.
—Bueno —se apresuró a decir—. Yo tampoco lo pondría así.
Daphne se giró hacia él y lo miró fijamente.
— ¿Y cómo lo pondrías?
Simon sólo pudo decir:
—Yo...
Porque, enseguida, Daphne añadió:
—Porque te aseguro que a ninguno de esos hombres se le había pasado nunca por
la cabeza hacerme una visita.
—Si son tan miopes —dijo Simon—, ¿por qué te preocupas por ellos?
Daphne no dijo nada y retrocedió. Simon tuvo la sensación de que había dicho
algo muy, muy inapropiado, pero no estuvo seguro hasta que vio cómo se le humedecían
los ojos.
Maldita sea.
Daphne se secó un ojo. Hizo ver que tosía y se tapaba la boca para camuflar el
gesto, pero Simon se sintió el hombre más canalla del mundo.
—Mira lo que has hecho —dijo Anthony. Acarició el brazo de su hermana
mientras miraba a Simon—. No le hagas caso, Daphne. Es un malnacido.
—A lo mejor —dijo Daphne, entre sollozos—. Pero es un malnacido muy
inteligente.
Anthony se quedó de piedra.
Daphne lo miró, irritada.
—Si no querías que lo repitiera, no haberlo dicho.
Anthony suspiró.
— ¿De verdad tuviste seis visitas?
Daphne asintió.
—Siete, contando a Hastings.
—Y —dijo Anthony, con mucho tacto—, ¿había alguno con el que te interesaría
casarte?
Simon se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas en la pierna y se obligó a
apoyar las manos en la mesa.
Daphne volvió a asentir.
—Había mantenido una relación previa de amistad con todos. Lo que pasa es que
nunca me habían mirado con un interés romántico hasta que apareció Hastings. A lo
mejor, si tengo la oportunidad, podría iniciar una relación con alguno de ellos.
—Pero... —dijo Simon y, enseguida se calló.
—Pero ¿qué? —preguntó Daphne, mirándolo con curiosidad.
Se dio cuenta de que quería decir que si esos hombres sólo habían visto los
encantos de Daphne porque un duque se había fijado en ella, es que eran imbéciles y
que, por lo tanto, no debería ni siquiera plantearse el matrimonio con ninguno de ellos.
Sin embargo, teniendo en cuenta que fue él el primero que dijo que su interés haría que
los demás se fijaran en ella, bueno, francamente, no era el comentario más adecuado.
—Nada —dijo, levantando la mano—. No me hagas caso.
Daphne lo miró unos instantes, como si esperara que cambiara de opinión, y luego
se giró hacia su hermano.
—Entonces, ¿admites que es un plan inteligente?
—Bueno, “inteligente” es un poco exagerado pero —a Anthony parecía saberle
mal tener que decir eso—, veo los beneficios que puede comportarte.
—Anthony, tengo que encontrar un marido. Aparte del hecho de que mamá me lo
esté repitiendo a cada momento, yo también quiero un marido. Quiero casarme y tener
mi propia familia. Lo deseo más de lo que puedas imaginarte. Y, hasta ahora, nadie más
o menos aceptable me lo ha propuesto.
Simon no sabía cómo Anthony podía resistirse a esos ojos castaños suplicantes. Y,
lógicamente, Anthony se derrumbó allí mismo y dijo:
—Está bien —dijo, cerrando los ojos como si no pudiera creerse lo que estaba
diciendo—. Lo acepto.
Daphne dio un salto y se abalanzó sobre su hermano.
—Oh, Anthony, sabía que eras el mejor hermano del mundo. —Le dio un beso en
la mejilla—. Sólo es que a veces te equivocas.
Anthony miró al techo antes de dirigirse a Simon.
— ¿Ves lo que tengo que aguantar? —dijo, ladeando la cabeza.
Lo dijo en el tono en el que un hombre agobiado habla con otro.
Simon se preguntó en qué punto había dejado de ser el seductor a eliminar para
volver a ser el buen amigo.
—Pero —dijo Anthony, en voz alta, haciendo que Daphne se quedara quieta—,
voy a poner algunas condiciones.
Daphne no dijo nada, sólo parpadeó mientras esperaba que su hermano
continuara.
—En primer lugar, esto no va a salir de esta habitación.
—De acuerdo —dijo Daphne, rápidamente.
Anthony miró a Simon.
—Por supuesto —dijo él.
—Si mamá supiera la verdad, se llevaría un disgusto enorme.
—En realidad —dijo Simon—, creo que tu madre aplaudiría nuestro ingenio, pero
como, obviamente, hace más que la conoces que yo, no diré nada.
Anthony lo atravesó con la mirada.
—En segundo lugar, no estaréis solos nunca, jamás, en ningún caso.
—Bueno, eso será fácil —dijo Daphne—. En cualquier caso, si nuestra relación
fuera verdadera, tampoco podríamos hacerlo.
Simon se acordó del breve encuentro que tuvieron en el pasillo de lady Danbury y
pensó que era una lástima que no pudiera disfrutar de más tiempo a solas con Daphne,
pero reconocía un muro de piedra cuando lo veía, sobre todo si ese muro se llamaba
Anthony Bridgerton. Así que asintió y calló.
—En tercer lugar...
— ¿Aún hay más condiciones? —preguntó Daphne.
—Si se me ocurren, habrá treinta —dijo Anthony.
—De acuerdo —dijo Daphne, ofendida—. Como quieras.
Por un momento, Simon pensó que Anthony iba a estrangularla.
— ¿De qué te ríes? —le preguntó Anthony.
Sólo entonces Simon se dio cuenta de que había estado sonriendo.
—De nada —dijo, rápidamente.
—Bien —gruño Anthony—, porque la tercera condición es ésta: si alguna vez,
sólo una vez, te descubro en una posición que pueda comprometer a mi hermana... si alguna vez te veo besándole la mano sin la presencia de un acompañante, te juro que te
corto la cabeza.
Daphne parpadeó.
— ¿No crees que es un poco excesivo?
Anthony la miró, muy serio.
—No.
—Vale.
— ¿Hastings?
A Simon no le quedó otra opción que asentir.
—Bien —dijo Anthony—. Y ahora que hemos terminado con esto —le dijo un
gesto bastante brusco con la cabeza a Simon—, puedes irte.
— ¡Anthony! —exclamó Daphne.
—Supongo que eso significa que anulas la invitación a cenar de hoy, ¿no? —dijo
Simon.
—Sí.
— ¡No! —Daphne golpeó a su hermano en el brazo—. ¿Habías invitado a
Hastings a cenar? ¿Por qué no nos lo habías dicho?
—Fue hace muchos días —respondió Anthony—. Hace años.
—Fue el lunes —le corrigió Simon.
—Bueno, entonces tienes que quedarte —dijo Daphne, firmemente—. Mamá
estará encantada. Y tú —pellizcó a Anthony en el brazo—, deja de pensar la manera de
envenenarle la comida.
Antes de que Anthony pudiera responder, Simon agitó la mano en el aire y dijo:
—No te preocupes por mí, Daphne. Olvidas que fuimos juntos a la escuela
durante casi diez años. Nunca entendió demasiado bien los principios químicos.
—Voy a matarlo—se dijo Anthony—. Antes de que acabe la semana, voy a
matarlo.
—No lo harás —dijo Daphne, sonriendo—. Mañana os habréis olvidado de esto y
estaréis fumando juntos en White’s.
—No lo creo —dijo Anthony, en tono inquietante.
—Claro que sí. ¿No estás de acuerdo, Simon?
Simon observó la cara de su mejor amigo y se dio cuenta de que había algo nuevo.
Algo en sus ojos. Algo serio.
Hacía seis años, cuando Simon se fue de Inglaterra, él y Anthony eran unos críos.
Críos que se creían hombres. Jugaban a las cartas, iban con mujeres y se paseaban
dándoselas de grandes hombres por las fiestas, cegados por su soberbia, pero ahora eran
distintos.
Ahora eran hombres.
Simon había experimentado su propio cambio durante sus viajes. Fue una
transformación lenta que fue madurando a medida que se iba enfrentando a nuevos
retos. Pero ahora se daba cuenta de que había vuelto recordando al Anthony de veintidós
años que había dejado aquí.
Y no le había hecho justicia a su amigo porque él también había crecido. Anthony
tenía responsabilidades con las que Simon jamás había soñado. Tenía hermanos a los
que guiar, hermanas a las que proteger. Simon tenía un ducado pero Anthony tenía una
familia.
Había una gran diferencia y Simon descubrió que no podía culpar a su amigo por
comportarse de manera tan sobre-protectora y, hasta cierto punto, testaruda.