—No, habríamos oído el ruido de los zapatos por el pasillo.
Hubo algo en ese comentario que hizo sonreír a Simon, y Daphne le devolvió la
sonrisa.
—Por cierto, debería darte las gracias antes de que vuelva mi madre.
— ¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Tu plan ha sido todo un éxito. Al menos para mí. ¿Has visto cuantos hombres
han venido a verme esta mañana?
Simon cruzó los brazos, y los tulipanes quedaron hacia abajo.
—Ya lo he visto.
—Es brillante, de verdad. Nunca había recibido tantas visitas en un mismo día.
Mamá estaba muy orgullosa. Incluso Humboldt, el mayordomo, sonreía, y nunca antes
lo había visto sonreír. ¡Uy, cuidado! El ramo está goteando.
Daphne se inclinó y colocó el ramo hacia arriba pero, al hacerlo, rozó con el
antebrazo la parte delantera del abrigo de Simon. Inmediatamente retrocedió,
sorprendida por el calor y el poder que desprendía.
Dios mío, si podía sentir eso a través de la ropa y el abrigo, cómo debía ser...
Se sonrojó. Se puso roja como un tomate.
—Daría todo lo que tengo por ese pensamiento —dijo Simon, levantando las
cejas, curioso.
Afortunadamente, Violet escogió ese preciso instante para entrar en el salón.
—Siento mucho haberos abandonado tanto tiempo —dijo—, pero el caballo del
señor Crane había perdido una herradura y, naturalmente, tuve que acompañarlo a las
cuadras para que alguien se la arreglara.
En todos los años que llevaban juntas, que era básicamente toda su vida, pensó
mordazmente Daphne, nunca había visto a su madre poner un pie en las cuadras.
—Es una anfitriona excepcional —dijo Simon, ofreciéndole las flores—. Tenga,
son para usted.
— ¿Para mí? —dijo Violet, completamente sorprendida—. ¿Está seguro? Porque
yo pensaba...—Miró a Daphne, después a Simon, y repitió—. ¿Está seguro?
—Totalmente.
Violet parpadeó varias veces, y Daphne vio que su madre tenía los ojos
humedecidos. Entonces se dio cuenta de que nunca nadie le había regalado flores. Al
menos, no desde que padre murió hacía diez años. Violet era tan madraza que Daphne
se había olvidado que también era una mujer.
—No sé qué decir —dijo Violet, casi sollozando.
—Di “gracias” —le susurró Daphne al oído, sonriendo.
—Oh, Daff, eres de lo que no hay. —Violet le dio una palmadita en el brazo, y
Daphne la vio mucho más rejuvenecida que nunca—. Pero muchas gracias, duque. Son
unas flores preciosas pero, ante todo, ha sido usted muy considerado. Recordaré este
momento toda la vida.
Pareció como si Simon fuera a decir algo, pero al final sólo sonrió e inclinó la
cabeza.
Daphne miró a su madre y vio el indudable brillo de la alegría reflejado en sus
ojos azul lavanda y se dio cuenta, algo avergonzada, de que ninguno de sus hijos había
hecho nada tan considerado hacia su madre como aquel hombre que tenía de pie a su
lado.
El duque de Hastings. Allí mismo, Daphne decidió que sería una tonta si no se
enamoraba de él.
Obviamente, sería mucho mejor si el sentimiento fuera correspondido.
—Madre —dijo Daphne—. ¿Quieres que vaya a buscar un jarrón?
— ¿Perdón? —Violet estaba demasiado ensimismada oliendo las flores como para
prestarle atención a su hija—. Oh. Sí, claro. Pídele a Humboldt el jarrón de cristal de mi
abuela.
Daphne le lanzó una sonrisa de agradecimiento a Simon y se fue hacia la puerta
pero, antes de que pudiera dar ni dos pasos, apareció la enorme e imponente figura de su
hermano mayor.
—Daphne —dijo—. Justo la persona que necesitaba ver.
Daphne decidió que la mejor estrategia era ignorar aquella grosería.
—Un momento, Anthony —dijo, con dulzura—. Mamá me ha pedido que vaya a
buscar un jarrón. Hastings le ha traído flores.
— ¿Hastings está aquí? —Anthony miró a la pareja que había al fondo del salón
—. ¿Qué haces aquí, Hastings?
—He venido a visitar a tu hermana.
Anthony empujó a Daphne y se acercó como un rayo a Simon y a su madre.
—No te he dado permiso para visitarla —dijo.
—Yo sí —dijo Violet. Acercó las flores a la cara de Anthony y las agitó, como si
quisiera llenarle la nariz de polen—. ¿No son preciosas?
Anthony estornudó y apartó las flores.
—Madre, intento mantener una conversación con el duque.
Violet miró a Simon.
— ¿Quiere mantener esta conversación con mi hijo?
—No especialmente.
—De acuerdo, entonces. Anthony, cállate.
Daphne se tapó la boca con la mano pero, aún así, no pudo reprimir una risa.
— ¡Tú! —Gritó Anthony, señalándola con un dedo—. Cállate.
—A lo mejor debería ir a buscar el jarrón —dijo.
— ¿Y dejarme a merced de tu hermano? —Dijo Simon—. No creo.
Daphne arqueó una ceja.
— ¿Quieres decir que no eres lo bastante hombre como para enfrentarte a él?
—Nada de eso. Pero es tu hermano, y debería ser tu problema, no el mío y...
— ¿Qué diablos está pasando aquí? —gritó Anthony.
— ¡Anthony! —Exclamó Violet—. No toleraré esa clase de vocabulario
malsonante en mi casa.
Daphne se rió.
Simon ladeó la cabeza y miró a Anthony para ver cómo reaccionaba.
Anthony hizo una mueca y se giró hacia su madre.
—No puedes confiar en él. ¿Tienes alguna idea de lo que está pasando? —le
preguntó.
—Claro que sí —respondió Violet —. El duque ha venido a ver a tu hermana.
—Y he traído un ramo de flores par tu madre —añadió Simon.
Anthony miró largo rato la nariz de Simon. Éste tuvo la sensación de que Anthony
se estaba planteando golpearlo. Anthony se giró hacia su madre.
— ¿Estás al tanto del alcance de su reputación?
—Los vividores reformados son los mejores maridos —dijo Violet.
—Esas son tonterías, y tú lo sabes.
—De todos modos, no es un auténtico vividor —dijo Daphne.
La mirada que Anthony le lanzó a su hermana fue tan cómicamente malévola que
Simon estuvo a punto de estallar en una risotada. Se contuvo, principalmente porque
sabía que cualquier muestra de humor haría que Anthony se olvidara del cerebro y diera rienda suelta a sus irrefrenables ganas de pegarle, y la cara de Simon sería la primera
víctima de su ira.
—No lo sabes —dijo Anthony, en voz baja, casi temblorosa por la rabia—. No
sabes lo que ha hecho.
—No más de lo que has hecho tú, de eso estoy segura —dijo Violet.
— ¡Exacto! —Exclamó Anthony—. Dios, sé exactamente lo que está pensando y
te prometo que no tiene nada que ver con rosas y poesía.
Simon se imaginó a Daphne tendida en una cama de pétalos de rosas.
—Con rosas, a lo mejor —susurró.
—Voy a matarlo —dijo Anthony.
—Esto son tulipanes —dijo Violet—. De Holanda. Y Anthony, tienes que
aprender a controlar tus emociones. Tu comportamiento es de lo más impropio.
—No es digno ni de limpiarle las botas a Daphne con la lengua.
La cabeza de Simon se llenó de más imágenes eróticas, esta vez con él lamiéndole
los pies a Daphne. Decidió no hacer ningún comentario.
Además, ya había decidido que no iba a permitir que sus pensamientos fueran en
esa dirección. Daphne era la hermana de Anthony, por el amor de Dios, no podía
seducirla.
—Me niego a escuchar otro descalificativo sobre el duque —dijo Violet, muy
seria—. Y punto.
—Pero...
— ¡Anthony Bridgerton, no me gusta tu tono!
Simon creyó oír la risa de Daphne desde la puerta y se preguntó qué le había
hecho tanta gracia.
—Si a mi señora madre no le importa —dijo Anthony, muy serio, aunque
burlándose un poco de su madre—. Me gustaría hablar en privado con el duque.
—Ahora sí que voy a buscar el jarrón —dijo Daphne, y desapareció.
Violet cruzó los brazos y le dijo a Anthony:
—No permitiré que trates mal a un invitado en mi casa.
—Te prometo que no le pondré ni una mano encima —dijo Anthony—. Te doy mi
palabra.
Como nunca había tenido una madre, a Simon esta conversación le pareció
increíble. Al fin y al cabo, técnicamente, Bridgerton House era la casa de Anthony, no
de su madre, y Simon no podía creerse que Anthony no lo hubiera dicho.
—Está bien, lady Bridgerton —intervino—. Estoy seguro de que Anthony y yo
tenemos muchas cosas de qué hablar.
Anthony entrecerró los ojos.
—Muchas.
—De acuerdo —dijo Violet—. Diga lo que diga, haréis lo que querréis. —Se dejó
caer en el sofá—. Éste es mi salón y estoy muy cómoda aquí. Si queréis embarcaros en
ese necio intercambio que los machos de vuestra especie entendéis por conversación,
tendréis que hacerlo en otra parte.
Simon parpadeó sorprendido. Obviamente, la madre de Daphne tenía mucho
carácter.
Anthony, con un gesto con la cabeza, le indicó a Simon que le siguiera, y éste lo
hizo.
—Mi despacho está por aquí —dijo Anthony.
— ¿Tienes un despacho aquí?
—Soy el cabeza de familia.
—Claro —dijo Simon—. Pero no vives aquí.
Anthony se detuvo y miró muy serio a Simon.
—Te habrás dado cuenta de que mi posición como cabeza de familia conlleva
seria responsabilidades.
Simon lo miró a los ojos.
— ¿Hablas de Daphne?
—Exacto.
—Si no recuerdo mal —dijo Simon—, a principios de semana tú mismo me dijiste
que querías presentarnos.
— ¡Eso fue antes de pensar que podría interesarte!
Simon no dijo nada hasta que llegaron al despacho y Anthony cerró la puerta.
— ¿Y por qué dabas por sentado que no iba a interesarme?
— ¿Aparte de porque me has jurado mil veces que no quieres casarte? —dijo
Anthony.
En eso llevaba razón. Y a Simon no le gustó.
—Aparte de eso —dijo, algo malhumorado.
Anthony parpadeó un par de veces y luego dijo:
—Nadie está interesado en Daphne. Al menos, nadie que nos parezca bien para
casarse con ella.
Simon cruzó los brazos y se apoyó en la pared.
—No la tienes en demasiada buena consideración, ¿no te par...?
Antes de que pudiera terminar la frase, Anthony lo cogió por el cuello.
—No te atrevas a insultar a mi hermana.
Sin embargo, en sus viajes, Simon había aprendido a defenderse y tan sólo le
costaron dos segundos intercambiar posiciones.
—No estaba insultando a tu hermano —dijo, con una malévola voz—. Te estaba
insultando a ti.
Anthony empezó a emitir unos extraños sonidos, así que Simon lo soltó.
—Además —dijo Simon, frotándose las manos, Daphne me explicó por qué no
atrae a ningún pretendiente adecuado.
— ¿Ah sí? —dijo Anthony, con sorna.
—Personalmente, creo que tiene que ver con tu forma de comportarte, tan
primate, y la de tus hermanos. Sin embargo, ella dice que es porque todos la ven como a
una amiga, y nadie se la imagina como una heroína romántica.
Anthony hizo una larga pausa antes de decir:
—Entiendo. —Y luego, tras otra pausa, añadió, pensativo—: Puede que tenga
razón.
Simon no dijo nada, sólo observó a su amigo cómo intentaba solucionar todo eso.
Al final, Anthony dijo:
—Aún así, no me gusta verte olfateando alrededor suyo.
—Madre mía, me haces parecer un perro y no un hombre.
Anthony cruzó los brazos.
—No te olvides que éramos del mismo grupo en Oxford. Sé exactamente lo que
has hecho.
—Por el amor de Dios, Bridgerton, ¡teníamos veinte años! Todos los hombres son
unos imbéciles a esa edad. Además, sabes perfectamente que hab... hab...
Simon notó algo raro en la lengua, y tosió para camuflar el tartamudeo. Maldita
sea. Le pasaba muy de vez en cuando, pero cuando lo hacía, siempre era cuando estaba
enfadado o disgustado por algo. Si perdía el control de sus emociones, perdía el control
de su habla. Era tan sencillo como eso.
Y, desgraciadamente, episodios como ése sólo servían para hacer que se enfadara
o se disgustara consigo mismo, y eso todavía acentuaba más el tartamudeo.
Anthony lo miró fijamente.
— ¿Estás bien?
Simon asintió.
—Me ha entrado un poco de polvo en el cuello —mintió.
— ¿Quieres que te pida un té?
Simon volvió a asentir.
No le apetecía mucho el té, pero supuso que era lo que uno tomaba en aquellas
situaciones, si realmente le había entrado polvo en el cuelo.
Anthony hizo sonar el timbre, se giró hacia Simon y dijo:
— ¿Por dónde íbamos?
Simon tragó saliva, con la esperanza de poder controlar su ira.
—Sólo quería decir que tú, mejor que nadie, sabes que al menos la mitad de mi
reputación es falsa.
—Sí, pero yo estaba allí en la mitad que es verdadera y, aunque no me importa
que trates a Daphne esporádicamente, no quiero que la cortejes.
Simon miró a su amigo, o como mínimo al hombre que creía que era su amigo,
con incredulidad.
— ¿De verdad crees que seduciría a tu hermana?
—No sé qué creer. Sé que casarte no entra en tus planes. Y sé que Daphne sí
quiere casarse. —Se encogió de hombros—. Honestamente, para mí ése es motivo
suficiente para manteneros a cada uno en un lado de la pista de baile.
Simon suspiró. Aunque la actitud de Anthony lo irritaba, supuso que era
totalmente comprensible e, incluso, plausible. Al fin y al cabo, él sólo intentaba hacer lo
mejor para su hermana. A Simon le costaba verse haciéndose cargo de alguien más que
no fuera él pero pensó que, si tuviera una hermana, también sería terriblemente
escrupuloso con quién la cortejaba.
Entonces, alguien llamó a la puerta.
— ¡Adelante! —dijo Anthony.
En lugar de la sirvienta con el té, apareció Daphne.
—Mamá me ha dicho que estabais de mal humor y que os dejara en paz, pero he
pensado que tenía que venir a ver si alguno había matado al otro.
—No— dijo Anthony, con una sonrisa—. Sólo unos estrangulamientos de nada.
Daphne no movió ni una pestaña, y eso decía mucho de ella.
— ¿Quién ha estrangulado a quién?
—Yo lo estrangulé primero —dijo su hermano—, y luego él me devolvió el favor.
—Ya lo veo —dijo ella, despacio—. Siento mucho haberme perdido la fiesta.
Simon o pudo evitar sonreír.
—Daff —dijo.
Anthony se giró, furioso.
— ¿La llamas Daff? —Se giró hacia su hermana—. ¿Le has dado permiso para
utilizar tu nombre de pila?
—Claro.
—Pero...
—Creo —interrumpió Simon—, que deberíamos aclararlo todo.
Daphne asintió.
—Creo que tienes razón. Y, si te acuerdas, ya te lo dije.
—Es muy amable de tu parte mencionarlo —dijo Simon.
Ella sonrió, juguetona.
—No pude evitarlo. Con cuatro hermanos, una siempre tiene que aprovechar la
ocasión de decir “Ya te lo dije” cuando se presenta.
Simon miró a Daphne y a Anthony.
—No sé a cuál de los dos compadezco más.
— ¿Qué demonios está pasando? —Preguntó Anthony, y luego añadió—: y, para
tu información, compadéceme a mí, porque soy mucho más amable como hermano que
ella como hermana.
— ¡No es verdad!
Simon la ignoró y se centró en Anthony.
— ¿Quieres saber qué demonios está pasando? Pues escucha...