Capítulo 6

2597 Words
Ella parecía ofendida de que se le hubiera pasado esa idea por la cabeza. — ¡Claro que no! —Bien. —Es que... — ¿Qué? —preguntó Simon, con recelo. —Bueno —dijo Daphne, encogiéndose de hombros—. Me han puesto sobre aviso respecto a usted. Aquello ya era demasiado. — ¿Quién? —preguntó. Ella lo miró como si fuera imbécil. —Todo el mundo. —Eso, qu... Notó algo en la garganta, como si fuera a tartamudear, así que respiró hondo y trató de calmarse. Se había convertido en todo un experto en este tipo de control de sí mismo. Ella vería a un hombre que intentaba tranquilizarse un poco. Además, teniendo en cuenta el tono que estaba adquiriendo la conversación, aquella imagen no estaba demasiado alejada de la realidad. —Querida señorita Bridgerton —dijo Simon, con una voz más controlada—. Me cuesta bastante creerla. Ella volvió a encogerse de hombros, y él tuvo la irritante sensación de que se estaba divirtiendo con su angustia. —Piense lo que quiera —dijo ella, risueña—. Pero eso es lo que ponía hoy en el periódico. — ¿Qué? —En Whistledown —dijo ella, como si eso lo explicara todo. — ¿Whistle qué? Daphne lo miró desconcertada hasta que recordó que acababa de llegar a la ciudad. —Claro, no debe conocerla —dijo, suavemente, con una maliciosa sonrisa—. Me alegro. El duque dio un paso adelante y la miró de manera bastante amenazadora. —Señorita Bridgerton, debo advertirle que estoy a punto de cogerla por el cuello y sonsacarle la información. —Es una revista de chismes —respondió ella, retrocediendo—. En realidad, es bastante estúpida, pero todo el mundo la lee. Simon no dijo nada, sólo arqueó una ceja. Daphne se apresuró a añadir: —El lunes había una reseña de su regreso a Londres. — ¿Y qué era —entrecerró los ojos peligrosamente—, exactamente —ahora la mirada era gélida—, lo que decía? —No demasiado, eh, exactamente —dijo Daphne. Intentó retroceder un poco más, pero se dio cuenta de que ya estaba tocando la pared. Si intentaba dar un paso atrás, tendría que quedarse de puntillas. El duque parecía más que furioso, y ella empezó a plantearse escapar corriendo y dejarlo allí con Nigel. En realidad, estaban hechos el uno para el otro; los dos igual de chiflados. ¡Hombres! —Señorita Bridgerton —dijo, a modo de advertencia. Daphne decidió apiadarse de él porque, al fin y al cabo, era nuevo en la ciudad y todavía no había tenido tiempo de adaptarse al nuevo mundo según Whistledown. En realidad, no podía echarle la culpa por haberse enfadado tanto porque alguien hubiera escrito sobre él en el periódico. A ella también le costó bastante digerirlo la primera vez, a pesar de que había podido prepararse durante el primer mes de publicación de la revista. Cuando lady Whistledown escribió acerca de Daphne, fue casi una decepción. —No tiene por qué enfadarse —dijo Daphne, intentando sonar compasiva, aunque no lo consiguió del todo—. Sólo dijo que era usted un vividor, algo que estoy segura de que no me negará, porque con los años he aprendido que a los hombres incluso les gusta que se lo digan. Hizo una pausa y le dio la oportunidad de negarlo. No lo hizo. —Y luego mi madre, a la que estoy segura que debió de conocer en un momento u otro antes de irse de viaje, me lo confirmó todo. — ¿Ah sí? Daphne asintió. —Y me prohibió mostrarme públicamente en su compañía. — ¿De verdad? —dijo, arrastrando las palabras. Había algo en el tono de su voz, y la manera tan intensa en que la miraba, que la hacía sentirse terriblemente incómoda, y lo único que podía hacer era cerrar los ojos. Se negó en redondo a permitir que él viera cómo la había afectado. Simon esbozó una leve sonrisa. —A ver si lo he entendido bien. Su madre le dijo que soy un hombre muy malo y que no debería permitir, bajo ninguna circunstancia, que la vieran conmigo. Aturdida, Daphne asintió. —Entonces —dijo, haciendo una larga pausa—, ¿qué cree que diría su madre ante esta situación? Aturdida, Daphne parpadeó. — ¿Cómo dice? —Bueno, exceptuando a Nigel —dijo, agitando la mano hacia el hombre tendido inconsciente en el suelo—, nadie la ha visto conmigo. Y, aún así... —Y lo dejó ahí, porque se estaba divirtiendo demasiado observando la variedad de emociones que se acumulaban en su cara como para añadir algo más. Obviamente, esas emociones eran mezclas de irritación y angustia, pero aquello le añadió ternura al momento. — ¿Y, aún así? Simon se inclinó, reduciendo a centímetros la distancia que los separaba. —Y, aún así —dijo, suavemente, sabiendo que ella sentiría su aliento en la cara—, aquí estamos, completamente solos. —Y Nigel —añadió Daphne. Simon le dirigió la más breve de las miradas al hombre y luego volvió a concentrarse en Daphne. —No estoy demasiado preocupado por Nigel —susurró—. ¿Y usted? Simon la observó mientras ella miraba a Nigel. Tenía que quedarle claro que si él decidía empezar una acción amorosa, su pretendiente rechazado no podría hacer nada por ella. No es que fuera a empezar nada, claro. Era la hermana pequeña de Anthony. A lo mejor tendría que recordárselo más a menudo de lo que querría, pero estaba seguro de que no lo olvidaría. Simon sabía que tenía que terminar con ese juego. No es que temiera que ella se lo fuera a explicar a Anthony; en el fondo sabía que no se lo diría a nadie, que se lo guardaría para ella con, a lo mejor, y eso era lo que él deseaba, un poco de ilusión. Sin embargo, a pesar de que sabía que tenía que terminar con ese flirteo y volver al tema que les ocupaba: sacar de ahí a Nigel, no pudo reprimir un último comentario. Quizás era la manera en que apretaba los labios cuando estaba enfadada. O quizás era la manera cómo los abría cuando se sorprendía. Sólo sabía que, ante esa mujer, no podía evitar echar una mano de su naturaleza libertina. Así que se inclinó y, con los ojos entrecerrados y seductores, dijo: —creo que sé lo diría a su madre. Daphne parecía aturdida por aquella arremetida pero, aún así, consiguió pronunciar un desafiador: — ¿Ah sí? Simon asintió lentamente y le tocó la barbilla con un dedo. —Le diría que tuviera mucho, mucho miedo. Se produjo un silencio y, entonces, Daphne abrió los ojos. Apretó los labios, como si se estuviera callando algo, levantó los hombros y entonces... Y entonces se echó a reír. —Oh, Dios mío —exclamó—. Ha sido muy gracioso. A Simon no le hizo ninguna gracia. —Lo siento —dijo Daphne, entre risas—. Lo siento mucho pero, sinceramente, no debería ponerse tan melodramático. No va con usted. A Simon le irritaba bastante que una chiquilla como esa mostrara tan poco respeto por su autoridad. Ser considerado un hombre peligroso tenía sus ventajas, y una de ellas era intimidar a las señoritas. —Bueno, debo admitir que, en realidad, sí que va con usted —añadió Daphne, todavía riéndose de él—. Parecía bastante peligroso. Y muy apuesto, claro. —Cuando él no dijo nada, ella pareció desconcertada, y preguntó—: Porque esa era su intención, ¿no es así? Él permaneció callado, así que ella continuó: —Claro que sí. Aunque debo decirle que con cualquier otra mujer habría tenido éxito, pero no conmigo. A ese comentario no pudo resistirse. — ¿Por qué no? —Tengo cuatro hermanos —dijo, y se encogió de hombros como si eso lo explicara todo—. Soy inmune a todos esos juegos. — ¿Ah sí? Daphne le dio un golpecito en el hombro. —Pero su intento ha sido realmente admirable. Y, sinceramente, me halaga que haya creído que era merecedora de tal despliegue de libertinaje ducal. —Y le sonrió, una sonrisa amplia y sincera. Simon se acarició la mandíbula, pensativo, intentando recuperar el ánimo de depredador. —Señorita Bridgerton, ¿sabía que es una criatura de lo más impertinente? Ella le mostró la más impertinente de sus sonrisas. —La mayoría cree que soy la amabilidad personificada. —La mayoría —dijo Simon, sin rodeos—, son estúpidos. Daphne inclinó la cabeza hacia un lado, obviamente considerando aquellas palabras. Después miró a Nigel y suspiró: —Me temo que, por mucho que me duela, tengo que darle la razón. Simon reprimió una sonrisa. — ¿Le duele darme la razón o que los demás sean estúpidos? —Las dos cosas —dijo, sonriendo otra vez; una sonrisa encantadora que tenía unos extraños efectos en el corazón de Simon—. Pero básicamente lo primero. Simon soltó una carcajada y se sorprendió al darse cuenta de lo ajeno que le resultaba aquel sonido. Era un hombre que solía sonreír, a veces incluso reía, pero ya no recordaba la última vez que había experimentado una explosión de júbilo como ésa. —Mi querida señorita Bridgerton —dijo, rascándose los ojos—, si usted es la amabilidad personificada, el mundo debe ser un lugar muy peligroso. —No lo dude —respondió ella—. Sobre todo, si se lo describe mi madre. —No entiendo cómo no puedo acordarme de ella —susurró Simon—, porque parece un personaje inolvidable. Daphne levantó una ceja. — ¿No se acuerda de ella? Él agitó la cabeza. —Entonces es que no la conoce. — ¿Se parece a usted? —Ésa es una pregunta muy extraña. —No tanto —respondió Simon, pensando que Daphne tenía razón. Era una pregunta muy extraña y no sabía por qué se la había hecho. Sin embargo, como ya lo había dicho, añadió—: Al fin y al cabo, he oído que todos los Bridgerton se parecen. Daphne frunció el ceño, sólo un poco, y a Simon le pareció un gesto muy misterioso. —Es cierto. Nos parecemos todos, excepto mi madre. Es bastante pálida y tiene los ojos azules. Nuestro pelo oscuro es herencia de mi padre. Sin embargo, me dicen que tengo la sonrisa de mi madre. Se produjo una incómoda pausa. Daphne cambiaba el peso de un pie al otro, sin saber que más decirle al duque cuando, por primera vez en su vida Nigel apareció en el momento oportuno. — ¿Daphne? —Dijo, parpadeando como si no viera del todo bien—. Daphne, ¿eres tú? —Dios mío, señorita Bridgerton —exclamó Simon—. ¿Tan fuerte le ha golpeado? —Lo suficiente para hacerlo caer, pero sólo eso, lo juro —dijo arrugando las cejas —. A lo mejor está ebrio. —Oh, Daphne —gruñó Nigel. El duque se agachó junto a él y justo después retrocedió, tosiendo. — ¿Está ebrio? —preguntó Daphne. El duque se levantó. —Se he debido beber una botella de whisky entera para reunir el valor de proponerle matrimonio. — ¿Quién iba a pensar que podría resultar tan intimidadora? —Susurró Daphne, pensando en todos aquellos hombres que sólo la veían como una buena amiga y nada más—. Es maravilloso. Simon la miró como si estuviera loca, y luego susurró: —No voy a hacer ningún comentario al respecto. Daphne lo ignoró. — ¿No deberíamos empezar a poner el plan en marcha? Simon apoyó las manos en las caderas y volvió a estudiar la situación. Nigel estaba intentando ponerse de pie, pero a Simon le parecía que no tenía muchas posibilidades de lograrlo a corto plazo. Sin embargo, seguramente estaba lo suficientemente lúcido como para crearles problemas y, sobre todo, lo suficientemente lúcido como para hacer ruido, algo que ya estaba haciendo. Y bastante, además. —Oh, Daphne. Te quiedo tanto, Daffery —dijo Nigel, que consiguió ponerse de rodillas y avanzó hacia ella arrastrando las piernas de modo que parecía más un penitente pidiendo clemencia que un enamorado—. Por favor, Duffne, cásate conmigo. Tienes que hacerlo. —Levántate hombre —dijo Simon, cogiéndolo del cuello de la camisa—. Esto empieza a ser embarazoso. —Se giró hacia Daphne—. Voy a tener que sacarlo fuera. No podemos dejarlo aquí. Es posible que empiece a gruñir como una vaca enferma... —Creía que ya había empezado —dijo Daphne. Simon notó que levantaba un poco la comisura de los labios y sonreía. Puede que Daphne Bridgerton fuera una chica casadera y, por lo tanto, un desastre a la vista para un hombre como él, pero realmente era muy divertida. En realidad, pensó, era la clase de persona que escogería como amigo si fuera un hombre. Pero, como resultaba tremendamente obvio, tanto a los ojos como al cuerpo, que no era un hombre, Simon decidió que era mejor para los dos terminar con ese juego lo antes posible. Si los descubrían, la reputación de Daphne quedaría dañada de por vida pero, además, Simon no estaba seguro de poder controlarse y evitar acariciarla mucho más tiempo. Aquella era una sensación muy extraña. Especialmente para un hombre que valoraba tanto su capacidad de controlarse. El control lo era todo. Sin él, nunca le habría podido hacer frente a su padre ni habría conseguido una mención de honor en la universidad. Sin él, todavía... Sin él, pensó divertido, todavía hablaría como un idiota. —Lo sacaré de aquí —dijo, de repente—. Usted vuelva al baile. Daphne frunció el ceño y miró por encima del hombro hacia el pasillo que llevaba al salón. — ¿Está seguro? Creía que quería que fuera a la biblioteca. —Eso era cuando íbamos a dejarlo aquí mientras iba a buscar el carruaje. Pero ahora no podemos hacerlo así porque está despierto. Daphne asintió, y preguntó: — ¿Está seguro que podrá? Nigel es bastante grande. —Yo más. Daphne ladeó la cabeza. El duque, aunque delgado, tenía una complexión fuerte, era ancho de espaldas y tenía unas piernas muy musculosas. Sabía que se suponía que no debía fijarse en esas cosas pero ¿qué culpa tenía ella de que los dictados de la moda hubieran impuesto unos pantalones tan ceñidos? Tenía cierto aire predatorio, con la mandíbula alta, algo que presagiaba una fuerza y un poder muy bien controlados. Daphne llegó a la conclusión de que podría levantar a Nigel perfectamente. —Muy bien —dijo, asintiendo—. Y muchas gracias. Es usted muy amable por ayudarme. —No suelo ser muy amable —dijo él entre dientes. — ¿De veras? —Preguntó ella, permitiéndose esbozar una sonrisa—. Es extraño. No se me hubiera ocurrido ninguna otra palabra para definir su comportamiento. Pero, claro, he aprendido que los hombres... —Parece ser toda una experta en hombres —dijo él, en un tono algo mordaz, y luego gruñó mientras ponía a Nigel de pie. Nigel se inclinó hacia Daphne, pronunciando su nombre prácticamente entre sollozos. Simon tuvo que agarrarlo con fuerza para que no la embistiera. Daphne retrocedió un poco. —Sí, bueno, tengo cuatro hermanos. No creo que haya mejor educación que esa.
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