Se quedó sin saber si el duque quería responderle porque Nigel eligió ese instante
para recuperar la fuerzas, que no el equilibrio, se soltó de los brazos de Simon y se
abalanzó sobre Daphne con sonidos incoherentes.
Si ella no hubiera estado pegada a la pared, habría ido a parar al suelo. Pero, al
estar de pie, se dio un fuerte golpe contra la pared que la dejó sin aire unos instantes.
—Dios mío —dijo Simon, bastante disgustado. Apartó a Nigel, se giró hacia
Daphne y preguntó—: ¿Puedo golpearlo?
—Sí, por favor —respondió ella, casi sin aire.
Había intentado ser amable y generosa con su pretendiente, pero aquello ya
pasaba de castaño a oscuro.
El duque gruñó algo parecido a «Bien» y le dio un sorprendente y poderoso
puñetazo a Nigel en la mandíbula.
Nigel cayó desplomado al suelo.
Daphne lo miró con ecuanimidad.
—Esta vez no creo que se levante.
Simon abrió la mano para relajar el puño después del golpe.
—No.
Daphne parpadeó y levantó la mirada.
—Gracias.
—Ha sido un placer —dijo Simon, mirando de reojo a Nigel.
— ¿Y ahora qué vamos a hacer? —dijo, y los dos miraron al hombre que yacía,
esta vez totalmente inconsciente, en el suelo.
—Volvemos al plan original —dijo Simon—. Lo dejamos aquí y usted se va a la
biblioteca. No quiero moverlo hasta que no tenga el carruaje en la puerta.
Daphne asintió.
— ¿Necesita ayuda para levantarlo o quiera que me vaya directamente a la
biblioteca?
El duque se quedó callado un momento. La cabeza le iba de un lado a otro
mientras estudiaba la posición de Nigel.
—En realidad, agradecería mucho un poco de ayuda.
— ¿De verdad? —preguntó Daphne, sorprendida—. Estaba convencida de que
diría que no.
Aquello hizo que el duque la mirara divertido.
— ¿Y por eso lo ha preguntado?
—No, por supuesto que no —respondió Daphne, ofendida—. No soy tan estúpida
como para ofrecer mi ayuda si no tengo la intención de darla. Sólo iba a decir que los
hombres, por mi experiencia...
—Tiene mucha experiencia —dijo el duque, en voz baja.
— ¿Disculpe?
—Le ruego que me perdone —dijo él—. Cree que tiene mucha experiencia.
Daphne lo miró fijamente a los ojos.
—Eso no es cierto; además, ¿quién es usted para decirlo?
—No, tampoco quería decir eso —dijo Simon, reflexionando, ignorando por
completo la reacción tan furiosa de ella—. Creo que sería más apropiado decir que creo
que cree que tiene mucha experiencia.
—Pero... Usted... —Daphne no lograba decir nada coherente pero le solía pasar
cuando estaba enfadada.
Y ahora estaba muy enfadada.
Simon se encogió de hombros, aparentemente calmado ante la furiosa mirada de
ella.
—Querida señorita Bridgerton...
—Si me vuelve a llamar así, le juro que gritaré.
—No, no lo hará —dijo él, con una malvada sonrisa—. Eso atraería a mucha
gente y, si lo recuerda, no quiere que la vean conmigo.
—Me estoy planteando correr ese riesgo —dijo Daphne, poniendo mucho énfasis
en cada palabra.
Simon cruzó los brazos y se apoyó en la pared.
— ¿De verdad? —dijo—. Me gustaría verlo.
Daphne estuvo a punto de levantar los brazos en gesto de rendición.
—Olvídelo. Olvídeme. Olvídese de esta noche. Me voy.
Se giró pero, antes de que pudiera dar un paso, la voz del duque la detuvo.
—Creí que iba a ayudarme.
¡Maldición! No tenía salida. Lentamente, se giró otra vez.
—Claro que sí —dijo, con falsa educación—. Será un placer.
—Bueno —dijo Simon, inocentemente—. Si quería ayudarme, no debería haber...
—Le he dicho que le ayudaré —lo interrumpió ella.
Simon sonrió. Era muy fácil hacerla enfadar.
—Esto es lo que vamos a hacer —dijo—. Lo levantaré y pasaré su brazo derecho
por encima de mi espalda. Usted se pondrá detrás de mí y lo aguantará.
Daphne hizo lo que le dijo Simon y, aunque en sus adentros le echara en cara
aquella actitud tan autoritaria, no dijo nada. Después de todo, por mucho que le pesara,
el duque de Hastings la estaba ayudando a escabullirse de una situación de lo más
comprometedora.
Si alguien la descubriera allí, estaría en grandes apuros.
—Tengo una idea mejor —dijo ella, de repente—. Dejémoslo aquí.
El duque se giró hacia ella. La miró como si quisiera tirarla por una ventana,
preferiblemente una que estuviera abierta.
—Pensaba —dijo, intentando no perder los nervios—, que no quería dejarlo en el
suelo.
—Eso era antes de que se me abalanzara encima.
— ¿Y no podría haberme comunicado su cambio de opinión antes de que
invirtiera mis energías en levantarlo del suelo?
Daphne se sonrojó. Odiaba que los hombres pensaran que las mujeres eran
criaturas indecisas y cambiantes; y todavía odiaba más estarle dando razones para que lo
siguiera pensando.
—Está bien —dijo, y dejó caer a Nigel.
La fuerza de la repentina caída a punto estuvo de arrastrar a Daphne consigo. Por
suerte, se apartó soltando un grito de sorpresa.
— ¿Podemos irnos ya? —preguntó el duque, con un tono increíblemente paciente.
Ella asintió, dubitativa, mirando a Nigel.
—Parece un poco incómodo, ¿no cree?
Simon la miró. Sólo la miró.
— ¿Está preocupada por su comodidad? —preguntó al final.
Daphne agitó la cabeza, nerviosa, luego asintió y después volvió a agitar la
cabeza.
—Quizá debería... quiero decir... espere un momento. —Se agachó junto a Nigel y
le desdobló las piernas—. No merecía un viaje en su carruaje —dijo, mientras le
arreglaba el abrigo—, pero me parecía demasiado cruel dejarlo aquí en esa postura.
Bueno, ya está.
Se puso de pie y levantó la mirada.
Lo único que pudo ver fue al duque mientras se alejaba murmurando algo sobre
Daphne y algo sobre las mujeres en general y algo más que no pudo oír.
Aunque quizá fuera mejor así porque dudaba que fuera algún cumplido.