capítulo 20

1660 Words
>>Un beso ha arruinado a más de una dama. REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN, 14 de mayo de 1813 Simon no estaba seguro de en qué momento supo que iba a besarla. Posiblemente, era algo que nunca supo, sólo algo que sintió. Hasta el último momento, había sido capaz de convencerse de que sólo la había llevado detrás de aquel seto para regañarla, para reprenderla por su comportamiento tan despreocupado que sólo podía traerles graves problemas a los dos. Sin embargo, había sucedido algo o, a lo mejor llevaba sucediendo desde hacía mucho y él se había esforzado en ignorarlo. Los ojos de Daphne eran distintos, casi brillaban. Y había abierto la boca, sólo un poco, aunque lo suficiente para que Simon no pudiera dejar de mirarla. Su mano empezó subir por el brazo, por encima del guante blanco, por encima de la piel del codo y, al final, por encima de las mangas del vestido. La rodeó por la espalda y la atrajo hacia sí, eliminando por completo la distancia que los separaba. Quería tenerla más cerca. Quería tenerla a su alrededor, encima de él, debajo de él. La quería tanto que le daba miedo. La amoldó a su cuerpo y la rodeó con los brazos. La notaba de arriba abajo contra su cuerpo. Era bastante más baja que él, así que sus pechos le quedaban a la altura de las costillas y el muslo de Simon... Se estremeció de deseo. El muslo de Simon estaba entre las piernas de Daphne, sintiendo en su propia piel el calor que desprendía. Simon gruñó, un primitivo sonido que mezclaba necesidad y frustración. Sabía que no podría hacerla suya esa noche, que no podría hacerla suya nunca, y necesitaba que aquellas caricias le duraran toda la vida. La seda del vestido de Daphne era suave y fina debajo de los dedos de Simon y, a medida que le recorría la espalda, notaba cada línea de su cuerpo. Entonces, sin saber por qué, no lo sabría en la vida, se separó de ella. Sólo un poco, pero fue suficiente para que el aire fresco corriera entre los dos cuerpos. — ¡No! —exclamó ella, y Simon se preguntó si Daphne tenía alguna idea de la invitación que le acababa de hacer con esa sencilla palabra. Le cogió la cara con las dos manos y la miró fijamente hasta que sintió que se perdía en ella. Estaba demasiado oscuro para diferenciar los colores exactos de aquella cara inolvidable, pero Simon sabía que los labios eran suaves y rosados, con un toque anaranjado en las comisuras. Sabía que los ojos tenían mil matices de marrones, con un precioso círculo verde que constantemente lo invitaba a mirarlo más de cerca para ver si realmente estaba allí o era un producto de su imaginación. Pero el resto, cómo sería abrazarla, cómo sería saborearla, sólo podía imaginárselo. Y Dios sabía que lo había imaginado. A pesar de su actitud serena, a pesar de las promesas que le había hecho a Anthony, se moría por ella. Cuando la veía al otro lado de una sala llena de gente, la piel le quemaba y, cuando la veía en sueños, su cuerpo se encendía. Y ahora, ahora que la tenía en sus brazos, ahora que la respiración de Daphne era entrecortada por el deseo y que sus ojos brillaban con una pasión que seguro no podía entender, ahora creía que iba a estallar. De modo que besarla se convirtió en un asunto de supervivencia. Era muy sencillo. Si no la besaba, si no la devoraba, moriría. Podía parecer melodramático, pero en aquel instante Simon habría jurado que era así. El deseo que sentía en el estómago estallaría y se lo llevaría con él. La necesitaba hasta ese extremo. Cuando, al final, cubrió su boca con sus labios, no fue nada suave. Tampoco fue cruel, pero tenía el pulso demasiado acelerado, demasiado urgente, y el beso fue el de un amante hambriento, no el de un educado pretendiente. Le habría abierto la boca a la fuerza pero ella también se dejó llevar por la pasión del momento y, cuando la lengua de Simon empezó a abrirse camino, ella no opuso resistencia. —Oh, Dios mío, Daphne —gruñó, cubriéndole las nalgas con las manos, acercándola más y más, invadido por la necesidad de hacerle sentir a ella la fuerza que se había originado en su entrepierna—. No sabía... Nunca soñé... Pero era mentira. Lo había soñado. Lo había soñado con todos los detalles. Pero cualquier sueño quedaba en nada comparado con la realidad. Cada roce, cada movimiento hacía que la deseara más y, cada segundo que pasaba, sentía que su cuerpo y su mente libraban una batalla cada vez más dura. Ya no importaba lo que estaba bien o lo que era adecuado. Todo lo que importaba era que ella estaba en sus brazos y que la deseaba con todas sus fuerzas. Y su cuerpo se dio cuenta que ella también lo deseaba. Las manos le recorrieron todo el cuerpo, la boca la devoró. No parecía saciarse de ella. Sintió que la mano enguantada de Daphne subía con cautela hasta la parte alta de su espalda, deteniéndose en la nuca. Por donde pasaba, Simon sentía que la piel se estremecía y, después, quemaba. Y quería más. Sus labios abandonaron su boca y bajaron por el cuello hacia el hueco encima de las clavículas. Ante cada caricia, Daphne emitía un gemido, y eso hacía que el deseo de Simon creciera todavía más. Con las manos temblorosas, acarició el borde del escote del vestido. Era una tela muy delicada y sabía que sólo necesitaría un ligero movimiento para que la delicada seda se deslizara bajo la turgencia de sus pechos. Era una visión a la que no tenía derecho, un beso que no le correspondía, pero no podía evitarlo. Le dio la oportunidad de detenerlo. Se movió con una lentitud agonizante, deteniéndose antes de desnudarla para darle una última oportunidad de decir que no. Sin embargo, Daphne arqueó la espalda y soltó un suspiro de lo más suave y seductor. Simon estaba perdido. Dejó caer la tela del vestido y en un sorprendente y estremecedor momento de deseo, la observó. Y entonces, mientras su boca descendía para acariciar su premio, escuchó: — ¡Cabrón! Daphne, al reconocer la voz antes que Simon, se asustó y se apartó. —Dios mío —suspiró—. ¡Anthony! Su hermano estaba a dos metros de ellos y se acercaba corriendo. Tenía las cejas arrugadas por la furia y, cuando se abalanzó sobre Simon, emitió un gutural grito de guerra distinto a todo lo que Daphne había oído en su vida. No parecía ni humano. Apenas tuvo tiempo de cubrirse antes de que Anthony se abalanzara sobre Simon con tanta fuerza que, por el golpe del brazo de uno de los dos, ella también fue a parar al suelo. — ¡Te mataré, maldito...! —El resto de improperios que Anthony dijo se perdieron en el aire cuando Simon le dio la vuelta y se colocó encima de él, cortándole la respiración. — ¡Anthony, no! ¡Basta! —gritó Daphne, agarrándose el corpiño del vestido, a pesar de que ya se lo había vuelto a atar y no había peligro de que cayera. Sin embargo, Anthony estaba poseído. Golpeó a Simon; la rabia se le reflejaba en la cara, en los puños, en los sonidos tan primitivos que emitía. En cuanto a Simon, se defendía de los golpes pero no los devolvía. Daphne, que hasta ahora había estado allí quieta, como una idiota, se dio cuenta de que tenía que intervenir. De otro modo, Anthony mataría a Simon allí mismo, en el jardín de lady Trowbridge. Se agachó para intentar separar a su hermano del hombre que quería, pero justo en ese momento los dos rodaron por el suelo, golpearon a Daphne en las rodillas y la enviaron contra el seto. — ¡Aaaaaaaahhhhhhhh! —gritó, dolorida en más partes del cuerpo de las que creía posible. El grito debió contener una nota de agonía porque los dos hombres se detuvieron de inmediato. — ¡Oh, Dios mío! —Simon, que estaba encima de Anthony, fue el primero en reaccionar—. ¡Daphne! ¿Estás bien? Ella se quejó, intentando no moverse. Tenía zarzas clavadas por todo el cuerpo y cada movimiento abría más las heridas. —Creo que está herida —le dijo Simon a Anthony, muy preocupado—. Tenemos que levantarla recta. Si la doblamos, se hará más daño. Anthony asintió, dejando momentáneamente de lado su enfado con Simon. Daphne estaba herida y ella iba antes que nada. —No te muevas, Daff —dijo Simon, con una voz suave y dulce—. Voy a rodearte con los brazos. Luego te levantaré y te sacaré de ahí. ¿De acuerdo? Ella agitó la cabeza. —Te vas a pinchar. —No te preocupes por mí. Llevo manga larga. —Déjame a mí —dijo Anthony. Pero Simon lo ignoró. Mientras Anthony estaba de pie sin poder hacer nada, Simon metió las manos entre las zarzas del seto muy despacio e intentó separar las ramas de la piel dolorida de Daphne. Sin embargo, cuando llegó a las mangas, tuvo que detenerse porque algunas ramas se habían metido dentro del vestido y estaban clavadas en la piel. —No puedo quitártelas todas —dijo—. Se te va a romper el vestido. Daphne asintió con un movimiento entrecortado. —No me importa —dijo—. Ya está destrozado. —Pero... —Aunque Simon había llevado a cabo el proceso de bajarle el vestido hasta la cintura, ahora se sentía incómodo diciendo que era posible que se le rompiera cuando la levantara. Se giró hacia Anthony y dijo—: Necesitará tu abrigo. Anthony ya se lo estaba quitando. Simon se giró hacia Daphne y la miró fijamente.
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