— ¿Estás lista? —le preguntó, dulcemente.
Ella asintió y, quizá fue una imaginación suya, pero tuvo la sensación de que
estaba mucho más calmada ahora que lo miraba fijamente a los ojos.
Después de asegurarse que no quedaba ninguna zarza enganchada a su piel, la
acabó de rodear con los brazos.
—A la de tres —dijo.
Ella volvió a asentir.
—Una... Dos...
La levantó y la atrajo hacia sí con tanta fuerza que los dos rodaron por el suelo.
— ¡Dijiste a la de tres! —gritó Daphne.
—Mentí. No quería que te tensaras.
Daphne hubiera seguido con la discusión pero, justo entonces, vio que tenía el
vestido destrozado y se apresuró a cubrirse con los brazos.
—Coge esto —dijo Anthony, dándole su abrigo.
Daphne lo aceptó de inmediato y se envolvió en él. A él le quedaba de maravilla,
pero a ella le iba tan grande que parecía una capa.
— ¿Estás bien? —le preguntó con brusquedad.
Ella asintió.
—Bien —Anthony si giró hacia Simon—. Gracias por sacarla de ahí.
Simon no dijo nada, sólo hizo un gesto con la cabeza.
Anthony volvió a mirar a Daphne.
— ¿Estás segura de que estás bien?
—Me duele un poco —dijo ella—. En casa tendré que poner un ungüento, pero no
es nada grave.
—Bien —repitió Anthony.
Entonces cerró el puño y lo estampó en la cara de Simon, tirando al suelo a su
desprevenido amigo.
—Eso —dijo Anthony, furioso—, es por deshonrar a mi hermana.
— ¡Anthony! —Gritó Daphne—. ¡Basta ya de tonterías! Él no me ha deshonrado.
Anthony se giró y la miró fijamente.
—Te vi los...
A Daphne se le revolvió el estómago y sólo entonces fue consciente de que Simon
la había desnudado. ¡Dios santo, Anthony le había visto los pechos! ¡Su hermano!
Aquello iba contra la naturaleza.
—Levántate —gritó Anthony—, para que pueda volver a pegarte.
— ¿Estás loco? —Gritó Daphne, interponiéndose entre él y Simon, que todavía
estaba en el suelo, con la mano sobre el ojo morado—. Anthony, te juro que si le
vuelves a pegar, no te lo perdonaré jamás.
Anthony la apartó.
—El próximo —dijo—, es por traicionar nuestra amistad.
Lentamente, ante el horror de Daphne, Simon se puso en pie.
— ¡No! —gritó ella, colocándose delante de Simon.
—Apártate, Daphne —le dijo Simon, suavemente—. Esto es entre nosotros dos.
— ¡No es verdad! Por si no lo recordáis, soy yo la que... —Dejó la frase a medias
porque vio que ninguno de los dos la estaba escuchando.
—Apártate, Daphne —dijo Anthony, más brusco. Ni siquiera la miró, porque tenía
los ojos fijos en los de Simon.
— ¡Esto es ridículo! ¿No podemos hablarlo como personas adultas! —Miró a
Simon y a su hermano y, al final, otra vez a Simon—. ¡Por el amor de Dios, Simon!
¡Tienes un ojo horrible!
Se le acercó y le tocó el ojo, que estaba sangrando.
Simon se quedó inmóvil, sin mover ni un músculo mientras ella le tocaba el ojo,
preocupada. Sus dedos le rozaron la piel, un contacto que le calmaba el dolor. Ese
contacto le dolía, aunque esta vez no era de deseo. Tenerla a su lado era tan agradable,
era tan buena, honorable y pura.
Y estaba a punto de hacer lo más deshonroso de su vida.
Cuando Anthony terminara de vaciar su rabia contra él y le pidiera que se casara
con su hermana, diría que no.
—Apártate, Daphne —dijo, con una voz que sonó extraña incluso a sus oídos.
—No, yo...
— ¡Apártate! —gritó él.
Ella se apartó rozando con la espalda el seto en el que se había quedado
enganchada, y miró horrorizada a los dos hombres.
Simon sonrió a Anthony.
—Pégame.
Aquello pareció sorprender a Anthony.
—Hazlo —dijo Simon—. Sácalo.
Anthony relajó la mano. Sin mover la cabeza, miró a Daphne.
—No puedo —dijo—. No cuando está ahí pidiéndomelo.
Simon dio un paso adelante, acercándose peligrosamente.
—Pégame. Házmelo pagar.
—Lo pagarás en el altar —respondió Anthony.
Daphne dio un grito ahogado que llamó la atención de Simon. ¿De qué se
sorprendía? ¿Acababa de entender las consecuencias de, si no sus acciones, su estupidez
al permitir ser descubiertos?
—No lo obligaré —dijo Daphne.
—Yo sí —dijo Anthony.
Simon agitó la cabeza.
—Mañana por la mañana ya me habré marchado.
— ¿Te vas? —preguntó Daphne.
El tono dolido de su voz se clavó como un cuchillo de culpabilidad en el corazón
de Simon.
—Si me quedo, estarás empeñada por mi presencia para siempre. Será mejor que
me vaya.
El labio inferior de Daphne estaba tembloroso. Simon no podía soportar que
temblara. De sus labios sólo salió una palabra: su nombre y lo dijo con una melancolía
que a Simon se le partió el corazón.
Simon tardó unos segundos en poder decir:
—No puedo casarme contigo, Daff.
— ¿No puedes o no quieres? —preguntó Anthony.
—Las dos cosas.
Anthony volvió a pegarle.
Simon cayó a suelo, sorprendido por la fuerza del golpe en la mandíbula. Pero se
merecía cada golpe y cada moratón. No quería mirar a Daphne, no quería encontrarse
con sus ojos, pero ella se arrodilló a su lado y le colocó la mano en el hombro para
ayudarlo a ponerse de pie.
—Lo siento, Daff —dijo, obligándose a mirarla. Le dolía todo el cuerpo y no
podía mantener el equilibrio, sólo veía con un ojo y, aún así, ella había acudido en su
ayuda después que él la rechazara, y eso se lo debía—. Lo siento mucho.
—Guárdate tus patéticas palabras —le dijo Anthony—. Te veré al alba.
— ¡No! —exclamó Daphne.
Simon miró a Anthony y asintió. Entonces miró a Daphne y dijo:
—Si p-pudiera ser cualquiera, Daff, serías tú. Te lo p-prometo.
— ¿De qué estás hablando? —Preguntó ella, con los ojos llenos de ira—. ¿Qué
quieres decir?
Simon cerró el ojo y suspiró. A esa hora, al día siguiente, ya estaría muerto,
porque no iba a disparar contra Anthony y dudaba que Anthony se hubiera calmado lo
suficiente como para disparar al aire.
Y, aún así, de un modo extraño y patético, conseguiría lo que siempre quiso. Por
fin se vengaría de su padre.
Curiosamente, sin embargo, no era así como lo había pensado. Había pensado...
Bueno, no sabía qué había pensado. La mayoría no intentaba predecir cómo sería su
muerte, pero sabía que no quería morir así. No quería morir con los ojos de su mejor
amigo inundados de odio. No quería morir en un campo desierto al alba.
No quería morir deshonrado.
Las manos de Daphne, que le habían estado acariciando tan delicadamente el ojo,
se apoyaron en sus hombros y lo zarandearon. Aquello hizo que abriera el humedecido
ojo y vio su cara, muy cerca y muy furiosa.
— ¿Qué te pasa, Simon? —le preguntó. Tenía una cara que nunca había visto, con
los ojos llenos de rabia, angustia y desesperación—. ¡Te va a matar! Os reuniréis en
algún campo perdido y te matará. Y te comportas como si quisieras que lo hiciera.
—N-no q-q-quiero m-morir —dijo, demasiado cansado para preocuparse por el
tartamudeo—. P-pero no puedo casarme contigo.
Las manos de Daphne le resbalaron por los brazos y ella se alejó. La mirada de
dolor y rechazo en sus ojos era casi insoportable. Estaba tan abatida, envuelta en el
abrigo de su hermano, con ramas de zarza colgadas del pelo. Cuando abrió la boca para
hablar, parecía que las palabras le salían directamente del alma.
—Siempre he sabido que no era la mujer por la que los hombres suspiraban, pero
nunca pensé que alguien prefiriera morir antes que casarse conmigo.
— ¡No! —Gritó Simon, levantándose a pesar de que le dolía el cuerpo entero—.
Daphne, no es así.
—Ya has dicho bastante —dijo Anthony, interponiéndose entre ambos.
Colocó las manos encima de los hombros de su hermana y la separó del hombre
que le había roto el corazón y, posiblemente, dañado su reputación para siempre.
—Sólo una cosa más —dijo Simon, odiando la mirada suplicante y patética que
sabía que debía tener.
Pero tenía que hablar con Daphne. Asegurarse de que lo entendía.
Sin embargo, Anthony agitó la cabeza.
—Espera —Simon colocó una mano encima del brazo del que una vez fue su
mejor amigo—. No puedo arreglar esto. He hecho... —suspiró con rabia, intentando
aclarar sus pensamientos—. He hecho una promesa. Sé que no puedo arreglarlo, pero
puedo decirle...
— ¿Decirle qué? —preguntó Anthony, imperturbable.
Simon apartó la mano de la manga de Anthony y se la pasó por el pelo. No podía
decírselo a Daphne, no lo entendería. O peor, sí que lo entendería y, entonces, Simon
sólo tendría su compasión. Al final, dándose cuenta de que Anthony lo estaba mirando
impaciente, dijo:
—A lo mejor puedo arreglarlo un poco.
Anthony no se movió.
—Por favor —Y Simon se preguntó si alguna vez había querido decir algo con
tanta intensidad como ahora.
Anthony no se movió durante un rato pero, al final, se apartó.
—Gracias —dijo Simon, con voz solemne, mirando a Anthony brevemente antes
de concentrarse en Daphne.
Había pensado que a lo mejor no querría mirarlo a la cara y castigarlo con su
rechazo, pero se encontró con que Daphne lo miró con la barbilla bien alta, con los ojos
desafiantes. Nunca la había admirado tanto.
—Daff —empezó a decir, sin estar muy seguro de lo que iba a decir pero con la
confianza de que las palabras saldrían por sí solas—. N-no es por ti. Si pudiera ser
cualquiera, serías tú. Pero si te casaras conmigo, te destruirías. Nunca podría darte lo
que quieres. Te morirías día a día, y yo no sería capaz de soportarlo.
—Nunca podrías hacerme daño —susurró ella.
Él agitó la cabeza.
—Tienes que confiar en mí.
Sus ojos fueron cálidos y verdaderos cuando dijo:
—Confío en ti. Pero no sé si tú confías en mí.
Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago, y Simon se sintió el ser
más bajo del mundo.
—Por favor, entiende que nunca quise herirte.
Ella se quedó inmóvil tanto tiempo que Simon se preguntó si había dejado de
respirar. Pero entonces, sin mirar a su hermano, dijo:
—Ahora me gustaría irme a casa.
Anthony la rodeó con el brazo y le dio la vuelta, como si quisiera protegerla con
evitar que lo mirara.
—Te llevaré a casa —dijo, suavemente—. Te meteré en la cama y te daré un vaso
de coñac.
—No quiero coñac —dijo ella, muy brusca—. Sólo quiero pensar.
A Simon le dio la sensación de que aquel comentario molestó un poco a Anthony
pero lo único que hizo fue apretarla contra sí y dijo:
—De acuerdo.
Y Simon se quedó allí, golpeado y ensangrentado, hasta que Anthony y Daphne
desaparecieron en la noche.