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2067 Words
En otro lugar de Londres...... El Conde finalmente salió de su estudio para hablar con su hijo, empero no lo encontró por ningún lado hasta que tuvo que llamar a Thomas para que le informe donde estaba, este ultimo pensó en mentirle al viejo y decirle que desde muy temprano el joven Ian fue a dar una vuelta con su caballo y que pronto retornaría. Sin embargo, el Conde sabía que cualquier excusa debía ser lo suficientemente buena y está claramente no lo era. A Thomas no le quedo más remedio que contar la verdad y comunicar que después de una noche de copas y decadencia el joven se encontraba durmiendo en su recamara. Los ojos del Conde se llenaron de ira y se encrespo como si se tratara de un puercoespín. Subió dando golpes a las paredes hasta llegar a la habitación de su irresponsable hijo. —¡Ian, maldita sea! Levántate por un demonio— gritaba el viejo Conde al extremo de la cama Ian abrió los ojos de par en par y con tono neutro y suave dijo—Padre ¿Qué es lo que te pasa? — mostrando incredulidad por los acontecimientos que se estaban suscitando en su recamara a tan tempranas horas de la mañana. —-¿Todavía tienes el cinismo de preguntar? Eres un descarado, e irresponsable y para que te enteres es pasado medio día así que levántate de una vez te espero en el despacho— dando un portazo que retumbo en toda la casa. Ian, tuvo que llamar a su ayudante de cámara y pedirle que le preparara un baño. Mientras lo hacía pensó que particularmente esa mañana su padre estaba insufrible, pero parecía no importarle el temperamento de este. Una vez listo, bajo al encuentro con el Conde, antes de entrar se encontró en uno de los pasillos con Thomas -—Deséame suerte-— le dijo A lo que el hombre alto y leal respondió —la necesitará joven, últimamente anda de muy mal genio. Una vez en el despacho su padre traía las facciones duras y un semblante bastante rabioso. Estaba detrás del escritorio con una montaña de documentos, uno era más urgente que el anterior, las obligaciones de poseer un titulo parecían de lo más extenuantes y de urgente atención. —-¿Padre se encuentra bien? Lo encuentro bastante cansado, creo que es necesario que se tome unas vacaciones-— con un tono cínico y una mueca burlona —Ian, no me causan gracia tus insinuaciones. Tú deberías estar aquí conmigo revisando documentación y haciéndote cargo de las obligaciones que por derecho te corresponden. Pero ¡no! El joven prefiere estar en fiestas y otros acontecimientos de dudosa procedencia. — apretando los puños y arqueando una ceja. — Padre yo nunca dije que no me haría cargo de mis obligaciones. Pero tu al gozar de tal vitalidad y energía eres la persona adecuada para hacerse cargo de tan ardua tarea— y se puso a hurguetear un reloj de cuerda que se hallaba dentro de una de las tantas vitrinas que decoraban esa habitación, luego paso al otro estante fingiendo meticulosidad en su búsqueda para sacar libros de los muchos que se encontraban en la estantería simulando interés, particularmente en uno forrado con una piel finísima, donde se podía leer Medea. El Conde lo observaba con recelo detrás de su escritorio, finalmente no pudo aguantarse las ganas — Es el colmo, cada día escuchó algo nuevo de ti, no te basta tirar el dinero en apuestas y ahora tengo que soportar que frecuentes burdeles de mala muerte. Deja de exhibirte, ¡¡¡maldita sea!!! No quiero más escándalos, hoy por la noche deberás acompañarme a la cena que se dará en la residencia del Barón Clyde. —Está bien —con tono de resignación y levantando las manos en señal de rendición— Por cierto, bastante entretenidos los libros que posees en la biblioteca—colocando el libro que saco instantes atrás. El resto del día, Ian se dedicó al ocio y a beber unas cuantas copas de vino, salió rumbo al jardín para ir al Invernadero que tenían en la parte posterior. Había estado mucho tiempo abandonado desde la muerte de su madre. Aun así, para Ian era su lugar preferido porque podía sentarse a meditar y pensar en sus acciones. Reconocía que era un joven imprudente y un tanto solitario. Su padre casi nunca hablaba de la muerte de su hermana ya que esta murió por fuertes fiebres cuando apenas tenía cinco años de edad. Su madre no se recupero jamás de aquel golpe, pero aun así trató de vivir su vida a plenitud y eso es lo que él pretendía hacer. Llegada la noche, Ian no estaba nada entusiasmado con la idea impuesta por su padre, el Conde Lincoln, de ir a la cena invitada por el Barón. Llegó un punto en que le aburrían de sobremanera esas veladas que se hacían cada vez más pesadas, ver a esas matronas detrás de jóvenes buen mozos y adinerados para sus hijas, las debutantes con su ingenuidad tratando de conquistar caballeros, y que decir de las conversaciones triviales acerca del decorado, el traje de las asistentes a la cena o el número de parejas. Para cuando llegaron, el Conde Lincoln arrojó una mirada mortífera antes de bajar del coche, Ian hizo un ademan de asombro seguida de una mueca burlona. Ambos caballeros se dirigieron hacia el umbral de esa imponente Mansión e Ian viro rápidamente la cabeza para ver si se encontraba con algún buen conocido, pero lo único que vio era a las inocentes debutantes con sus mejores galas adentrarse a esos hermosos salones. Una vez en el umbral de la puerta un sirviente se apresuró a pedir sus guantes, los sombreros y las capas. El Barón Clyde estaba brindando una sonrisa afable a todos sus invitados. —-Oh Richard-—saludo el Barón Clyde a Lord Lincoln, cuando se encontraron estrechando sus manos, con el afecto de una larga amistad. —Que gusto verte—con una sonrisa cálida respondió el Viejo Conde Luego el Barón giró para saludar a Ian dándole una sonrisa afable. Pasado el saludo protocolar, se adentraron en el salón, Ian lo recorrió y fue a servirse una copa escabulléndose para dirigirse a los balcones, le molestaba el bullicio y el parloteo insustancial de las elegantes damas. Tomó su copa a pequeños sorbos y se puso a mirar el jardín, sintió un aroma particular a rosas con un toque de miel que le recordó a la joven de la noche anterior, tenerla entre sus brazos fue sublime exquisito, esa mujer sabía lo que hacía, era la primera vez que deseaba nuevamente tener una mujer entre sus brazos, esa sensación lo estaba volviendo loco, haciendo que su piel se erice por la excitación que le producía tal pensamiento. Aun así, otro pensamiento lo invadió imaginar que otro hombre tocara esas curvas era algo que no iba a tolerar, apretó bruscamente la copa que tenía entre sus dedos, para luego beberla de golpe. Toda la noche, estuvo ausente en sus pensamientos su padre en más de una ocasión lo obligó a invitar a alguna dama como su pareja de baile sin embargo se sentía aburrido y sin salida debido a que todas esas hermosas damas superficiales lo único que deseaban eran ser desposadas cosa que a Ian le perturbaba porque se había declarado un soltero empedernido. Tenía con ganas de buscar a su "Medea", pero para evitar enfrentamientos con su padre lo haría la noche siguiente. Del otro extremo de la ciudad, se hallaba el burdel de Madame, que de glamoroso no tenía absolutamente nada, esa noche era la revisión médica de todas las mujeres que trabajaban en ese lugar. Jane dijo en voz alta —Aun recuerdo la primera vez que me revisaron tuvieron que atarme para permitir que el médico certificará que era virgen, aunque lo cierto es que estaba totalmente extenuada de tanto luchar por mi libertad— echando un suspiro de resignación. —¡Jane! — dijo Leila un tanto preocupada—En dónde tienes la cabeza, sé que no es agradable este tipo de revisiones, pero por lo menos es algo bueno, así por lo menos sabemos que tenemos salud. —En ningún lugar—contesto la ojiverde bajando la mirada. Cuando termino la revisión de su rutina, Jane y Leila se retiraron a sus dormitorios, más bien esa noche no fueron puestas a trabajar, a demás de que el médico estuvo encerrado en la oficina de La Madame por largo tiempo, al parecer una de las muchachas estaba embarazada y estaban viendo como deshacerse de aquel problema. Ese trabajo era una ruleta rusa, no poseía las condiciones de sanidad necesarias y sólo existían dos caminos terminar embarazada de algún bastardo, o enferma de alguna venérea que en ese caso era peor, ya que si alguna resultaba contagiada era echada a la calle, donde para sobrevivir seguía ejerciendo el oficio, pero ya estaba estigmatizada. La Madame, fue a sacar de sus dormitorios a Jane y a Leila para que limpiaran y lavaran los trastes, sin embargo, Jane miró un momento al piso pensando en la advertencia de Madame, sabiendo que dijo muy en serio esas palabras y aunque Leila logró contenerla, eso no sería suficiente. Jane, encogió los hombros y siguió fregando el piso, tal vez el joven "Jason" no se sintió a gusto y por eso no fue esa noche para su desilusión. Sino volvía aparecer el caballero debía ver otros candidatos, pero uno era peor que el otro —Lo único que quiero es protección— murmuró. La noche siguiente, Jane estaba en su cuarto mirando por la ventana aquellas callejuelas tétricas y sucias que la rodeaban. Frunció el ceño y apretó el puño tratando de contener su rabia. Madame entró y la observó con cierto brillo en sus ojos. —Cámbiate de ropa esta no te favorece, y apúrate en bajar no tienes toda la noche. Pensó que sus plegarias habían sido escuchadas, fue por Leila para que la ayudase a cambiarse y a ponerse el corsé. Salió de su habitación una vez que Madame abandono su dormitorio. —Leila ayúdame debemos darnos prisa — con cierto nerviosismo — ¿Crees que sea ese joven? —con un brillo esperanzador en los ojos —Yo espero que sí—contesto Leila dándole una palmada en el hombro, para luego ayudarle con el cabello. —Estas listas— con una sonrisa. Jane, agradeció y bajo hacia la oficina de la mujer, respiro profundamente trató de aplacar su nerviosismo y finalmente llamó a la puerta para poder ingresar, cuando alzo la cabeza sus ojos se iluminaron, era el joven de esa noche —en sus adentros saltaba de felicidad de regocijo, había vuelto, pero luego una segunda pregunta invadió su mente ¿Qué era lo que pediría? — pensó. —Jane — mirando el rostro de la joven — aquí el caballero, ha pagado una buena suma por ti, desde esta noche solo eres exclusiva para él, complácelo en todo lo que te pida. Jane, asintió, ruborizándose un poco y escondiendo la mirada —Ahora conoce mi nombre, era más fácil seguir siendo extraños. Ian, la miró de arriba abajo y siempre quedaba maravillado era realmente fantástica —Así que su nombre es Jane—pensó. Madame hizo una pequeña reverencia para luego ponerse sombría como era habitual-—Acompaña al caballero—ambos salieron de la oficina. Mientras caminaban por los pasillos no se dirigieron ni una palabra, Jane estaba feliz de ser exclusiva, así evitaría tocar a otros hombres que le pedían cosas grotescas y pervertidas. Se frotó el brazo, recordando cómo fueron sus primeras semanas, la angustia, la desdicha... quiso dar un grito ahogado, pero no pudo. Ian por otro lado, tenía lo que quería, pero esta vez estaba siendo un poco más discreto, riéndose en su interior. Entraron a la habitación y antes de que Jane pudiera decir algo, aquel hombre la aprisionó entre sus brazos, empezó a tocarla a mordisquearla de los hombros, para luego llevarla a la cama y sacarle el corsé delicadamente, luego la giró para que sus ojos se encontraran con los suyos— Eres hermosa— le dijo. Jane, sonrió y tímidamente le dio un beso en los labios, Ian nuevamente la miró y acarició su rostro, haciendo que Jane reaccione a esa caricia. Ambos se echaron en la cama e Ian comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo, en primera instancia se concentró en el abdomen haciendo que Jane se retuerza de placer, luego subió hacia sus pechos besándolos sin parar, para luego mordisquearlos delicadamente. Ambos estaban tan sumergidos en el placer que cumplieron todas sus fantasías. Llego la hora de que "Jason" se marchará, pero Jane lo tomó de la mano. —Dime tu nombre— con cierta timidez —Soy Ian—brindándole una sonrisa. Antes de marcharse, le besó el dorso de la muñeca y desapareció del lugar.              
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