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1609 Words
Cuando caminaba por las calles oscuras y silenciosas que mostraban el otro lado de Londres recordó los ojos de Jane que tenían un ligero destello de sufrimiento, de ser posible se hubiera quedado con ella toda la noche, se negaba a separarse de sus brazos, pero debía mostrarle a su padre que no estaba exhibiéndose, aunque los hechos mostraban otra cosa; decidió ir al Club al cual iba siempre, sentándose en una mesa hasta que apareció un caballero. -—Hombre, que milagro verte por aquí— extendiendo los brazos a modo de saludo. Ian arqueó una ceja —Eres tú — tendiéndose las manos. —pensé que habías muerto— echando una carcajada— ¿Puedo sentarme? —Muy gracioso— con un dejo de rabia —Ya no te veo en bailes, recuerdo como antes te encantaba coquetear con las debutantes, encantando a unas y desencantado a otras. —Antes— con tono de aburrimiento y bebiendo una copa de Whisky. —Amigo, no puedo evitar preguntar acerca de los rumores, que por ahí corren— Charles lo miró fijamente seguido de un tono mordaz. —Se dicen muchos— sin darle importancia. —¡Que fuiste a parar al burdel de Madame! —- echando una risa —¡ay amigo, en ese lugar sólo hay mujeres viejas y de baja calaña! —Te equivocas— frunciendo el ceño y llevándose una mano al arco de su nariz —Por lo visto alguien llamó tu atención— con voz socarrona. —No es de tu incumbencia— volteando los ojos y haciendo una mueca de desaprobación —Que sensibles que estamos—dijo aquel hombre levantando las manos en señal de burla ese caballero que parecía un tanto entrometido era Charles Stanley, hijo del Vizconde de Griffton, un rival en asuntos de mujeres, un tanto exasperante algo oscuro y manipulador. Siempre en competencia con Ian. Por lo general Charles quedaba en nada a la hora de conquistar mujeres ya que Ian estaba un paso delante algo que le enervaba.  En el burdel, Jane esa noche se echó en la cama y se puso a meditar en los acontecimientos del pasado ¿qué hubiera sido si su madre no hubiera muerto? ¿si la fábrica no se hubiera quemado? posiblemente tendría otra vida, llegaría a casa y se echaría en el regazo de su madre y ella le cepillaría el cabello como cuando era pequeña hasta quedarse dormida. Sintió como una lágrima caía por su mejilla, y desaparecía en su pecho. Ahora lo que guardaba era sufrimiento, odio, todos aquellos bajos sentimientos que estaban sostenidos por un delgado hilo dentro de su corazón a punto de explotar. Ciertas noches tenía arranques de rabia, que nublaban su juicio el sentir el roce del sexo opuesto, las caricias y las peticiones aberrantes a las cuales se veía sometida, hacían que sus nervios se crispen más. Si de alguna cosa estaba segura era salir de allí y nunca volver; decidió pedirle a Ian que la sacará de allí. Sin embargo, sabía que de buenas a primeras no podía solicitarle tal cosa, tenía que esperar un tiempo prudente para comunicarle sus intenciones.   ------- Sin embargo, la vida tampoco era sencilla para el joven mozo de cabellos ondulados y ojos grises con destellos cafés, al ser hijo de un noble, tenía obligaciones específicas, pero parecía ser una oveja negra dentro de la familia. Su madre había dado a luz previamente a dos niños, no obstante, murieron a temprana edad, y la única que llegó hasta la niñez fue su hermana que igual que sus dos anteriores hermanos habían partido a la morada de los muertos siendo el único sobreviviente que consiguió llegar a la edad adulta. Tal vez, esa era la razón de su comportamiento, todo le fue permitido mientras vivía su madre, pero a la muerte de ella, en lugar de corregirse su vida disoluta se hizo cada vez más evidente. Su padre, cansado de sus deslices decidió suspender sus cuentas ya que no iba a tolerar más saqueos a sus arcas, así que él ojicafé tuvo que resignarse a una mensualidad fija pero bastante generosa. En una de las tantas noches, que Ian pasaba con Jane, ésta finalmente se aventuró a pedirle lo que más deseaba que la sacará de allí. —-Ian—- dijo con voz tímida. -—Dime Jane—- con cierta ternura, paseando la vista por su melena rubia y por el rostro dulce y aniñado. ella tenía algo que hacía que se comportará detallista y preocupado. -—Sácame de aquí—- suplico con lágrimas en los ojos. No sabes el infierno que es este lugar—soy muy desdichada, si no fuera por ti ahora estaría loca. Jane, no sabía cómo reaccionaría, todos sus encuentros sólo se limitaban a compartir el lecho, y apenas cruzaban palabra, prácticamente eran unos desconocidos que sólo saciaban sus deseos carnales; sí después de esa petición se negaba y decidía que sus encuentros debían mantenerse cómo estaban, Jane tomaría otras medidas como la de suicidarse. Ian, barajo sus opciones, si no fuera por ella jamás hubiera vuelto a ese lugar, donde la miseria era el pan de cada día. No tenía otra propiedad que su casa de soltero, y al no tener libre acceso a sus cuentas por el momento se le hacía difícil mantenerla. —Hare lo que sea— ante el silencio de Ian — por favor sácame de aquí—con una súplica desgarradora. Ian se aclaró la garganta —Por el momento, debo saber cuánto pide la mujer por ti, el único lugar al que te puedo llevar es a mi casa de soltero mientras mi situación mejore. Por primera vez en su vida, no se comportaba como un canalla, tenía la intención de proteger a Jane ya que sus profundos ojos verdes hablaban con la verdad,  era desesperación lo que profesaban nunca preguntó cómo fue a parar allá, en realidad a  ninguna de las cortesanas con las que anduvo, porque jamás se preocupó por ese detalle mientras lo satisficieran,  el motivo de su preferencia por ese lugar no era averiguar la, vida, la miseria o la voluntad de esas mujeres tan tenidas a menos por la sociedad. —Gracias— lo agarró de las manos con desesperación como un náufrago aferrado a un madero, Ian se sintió conmovido y le dio unas leves palmadas. Esta vez tampoco preguntaría nada acerca de la anterior vida de jane, no quería involucrase en un pasado que quería que permanezca en el olvido, la quería ahora, tal como la conoció, con eso le bastaba.  —Espera aquí— vistiéndose apresuradamente y saliendo de la habitación, no estaba seguro de lo que hacía, pero sentía que debía ayudarla. Cuando estuvo en la oficina de Madame, tuvo que esperar por varios minutos que se le hicieron una eternidad, hasta que finalmente apareció, no pudo evitar mirarla y suponer que en su juventud fue una bella mujer, pero ahora tenía rasgos totalmente demacrados y escucho en más de una ocasión que se hallaba enferma. -—Dígame su excelencia—con el timbre de voz tan característico que poseía. Ian carraspeo la garganta—Quiero llevarme a Jane, ya le pagué bastante por mi exclusividad, pero no me basta, además tengo entendido que es la que menos rendía antes de mi llegada e incluso pensó en deshacerse de ella—tocándose el cabello. —En efecto, sin embargo, todo tiene un precio y pague mucho dinero por ella déjeme pensarlo— después de varios minutos le pasó un papel donde anoto la cifra que quería por quien en ese momento despojada de su condición de ser humano se convertía en una simple mercancía. A Ian le pareció una suma considerable, en ese momento sintió un terrible desprecio por esa mujer y por si mismo al sentirse su cómplice, por un momento cerro los ojos y trato de no pensar en el drama que quizá vivió jane en semejante lugar, sin embargo, estaba sentado allí, con esa desagradable mujer para concretar un negocio, debía acabarlo cuanto antes. —Está bien— frunciendo el ceño para luego firmar un pagaré Mándame lo dobló y lo guardo muy bien—Siempre es un placer hacer tratos con caballeros como usted. Ian hizo una mueca hipócrita para decirle—Mañana vendré por ella—hizo una reverencia y salió de la oficina lo más rápido que pudo. Recorrió esos infames pasillos hasta llegar a la habitación, donde jane esperaba conteniendo la respiración. —Ya está—por fin eres libre cariño. —¡Oh gracias! —contesto Jane llorando —jamás terminaré de agradecerte lo que hiciste por mí. – No tienes nada que agradecer— la miró con ternura y le colocó tras las orejas los mechones de cabello rubio que habían resbalado por su rostro. Le dio un beso en la frente y la estrechó contra él, Jane se sintió como hoja movida por el viento, su vida para bien o para mal estaba a punto de cambiar. Ian, esa noche fue a su casa y se metió en su recámara, su padre lo miró con cierto desconcierto, era la primera vez en años que volvía temprano sin estar ebrio o metido en algún escándalo, del que siempre decía que sería la última vez, empero siendo su único hijo, acababa dándole no solo su ayuda sino todo se respaldo Jane, comenzó a guardar lo poco que tenía, las manos le temblaban, sentía una vacío en el estómago, no se sentía del todo libre, el sueno que estaba viviendo podía en cualquier momento volverse otra vez en pesadilla, se desplomó en la cama haciendo un esfuerzo por calmarse y con esfuerzo esbozó una sonrisa. Al poco tiempo Leila entró a la habitación. —Escuche las buenas nuevas, me alegro por ti Jane— sentándose al lado de ella en esa cama que parecía una caja de zapatos. —Gracias Leila, lo que suceda de aquí en adelante será por tu deseo de ayudarme— abrazando a la única amiga que conoció y la única que hizo que su estadía en el lugar fuera menos miserable. —Te escribiré— sollozando — jamás me olvidaré de ti— ambas se miraron agarradas de la mano, posiblemente z sería la última vez que se vieran. Pero con el destino nunca se sabe.            
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