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1835 Words
La discusión fue tan acalorada, que sólo se mantuvieron en silencio cuando el carruaje se detuvo, Jane dio un brinco estrepitoso sin importarle si podía causarse daño, caminó tan rápido cómo le dieron sus pies, hacia el umbral de la puerta, mientras Ian seguía blasfemando por detrás.  Jane quiso cerrar la puerta, ante la mirada desconcertada de uno de los sirvientes que no entendía que es lo que estaba pasando. Sin importarle a Jane la escena que estaba realizado giro para cerrar la puerta, sin embargo, Ian puso un pie en la abertura de la puerta evitando que esta se cierre, y se abalanzó hacia ella para aprisionarla   en sus brazos. — ¡Basta déjame ir! Por lo menos en eso respétame, debí suicidarme cuando pude hacerlo, o morir de Tisis como lo hizo mi madre-—sus ojos estaban vidriosos, y trataba de contener su histeria. Ian la estrechó aún más a su cuerpo entonces se trabó entre ambos una lucha desesperada en que la joven, no pudiendo desembarazar sus brazos de aquellas manos, se revolcaba de un lado al otro desesperadamente, retorciéndose sobre sí misma como un trozo de pergamino sobre el fuego. —¡No quiero, no quiero!... — decía. Pero Ian no tenía intención de soltarla y por primera vez en su vida sintió que ese abrazo fue caluroso y entregado, quedándose varios minutos unidos antes de desprenderse. —Cálmate, lo siento... no fue mi intención humillarte, tienes razón soy un ser egoísta que solo piensa en sí mismo, no quiero verte llorar. Mi intención no es hacerte sufrir, no podría vivir con eso. Se acercó lentamente para darle un beso, sin embargo, ese beso fue distinto a todos los que le había dado hasta esa noche, lleno de sentimientos y esperanzas. Tanto Ian como Jane se miraron fijamente a los ojos para luego perderse en un beso lleno de pasión, cuando finalmente se apartaron, se sonrieron percibiendo que su relación iba más allá de lo físico y por primera vez comprendieron que estaban enamorados. La viva luz de un relámpago, hizo que ambos corrieran lejos del vestíbulo para sentarse en un sofá cerca de la recamara. A ambos les faltaba fuerza para respirar, Ian lanzó un suspiro profundo, aspirando con regocijo el aire de aquella habitación y contemplando a la hermosa rubia que tenía al lado. Las semanas pasaron en aparente tranquilidad, excepto que Ian estaba haciendo todo lo contrario a lo que su padre le pidió: se estaba exhibiendo, sin importarle los dimes y diretes de sus amistades, ni la reacción que pudiera tener su padre al enterarse de su relación con una mujer con un pasado oscuro, que el Conde no aceptaría nunca. Por un breve tiempo el par de enamorados no debía preocuparse por la reacción del Conde Lincoln, ya que este tuvo que ausentarse de Londres por varios días y en lugar en el que estaba no tenía el tiempo ni las ganas de enterarse de chismes o comentarios malintencionados. Para cuando el Conde Lincoln arribó a Londres, los rumores no se hicieron esperar, por dónde comenzar eran tantos y viniendo de una sola persona: su hijo. Pero el que más le molesto, fue el incidente en el teatro y la trifulca en la cual se había visto envuelto. Ya en su mansión, sin tiempo para descansar se encerró en su despacho, ese hijo suyo le iba a provocar un infarto, la sangre le hervía, escándalo tras escándalo. Decidió llamar a Thomas el mayordomo para preguntar por el paradero de su primogénito — Dónde está mi hijo—murmuro con cierta angustia y pesar. El semblante de Thomas cambió a uno de nerviosismo y exaltación, ya que si algo le temía era al carácter de su patrón, prácticamente acorralado y si más remedio debió agarrar fuerzas y contestar ante tan directa pregunta. —Su excelencia— carraspeando la garganta— el joven Ian prácticamente ya no vive aquí, decidió trasladarse a su piso de soltero y de acuerdo a los chismes que ya son de su conocimiento parece ser que se ha mudado con su amante— dando un largo suspiro.  Los ojos del Conde parecían que iban a saltar de su cavidad ocular —¡Maldito mocoso! — Dando pequeños golpes a la mesa— yo estaba feliz de que ya no estuviera derrochando su dinero, que ya no visitara esos clubs, pero por lo visto decidió invertir todo su dinero en esa mujer que resultó ser barata— con una mueca de disgusto— Gracias Thomas, puedes retirarte— el sirviente hizo una pequeña reverencia y salió del lugar, no sin antes llevarse la mano a su frondosa cabellera en señal de preocupación. Cuando finalmente el Conde se quedó solo en su despacho fue hacia una butaca y con los codos sobre las rodillas y la cara entre las manos, estuvo cerca de una hora abismado en un mar de cavilaciones inconexas. Las noticias no se hicieron esperar el fiel Thomas con los primeros rayos del sol, mandó una nota al joven Ian en la cual le informaba que su padre se encontraba en Londres y que estaba al tanto de sus andanzas que no eran más que producto de los chismes. El ojo gris de destellos cafés al abrir la misiva se rascó la nuca denotando su nerviosismo y se llevó la mano al puente de su nariz, no era nada bueno lo que estaba ocurriendo. Esa misma tarde, sin decir nada a Jane se puso pulcro y buen mozo para ir hablar con su padre, a quién le comunicaría sus intenciones y el deseo ferviente de casarse porque estaba ciegamente enamorado. Para cuando llego a la residencia familiar se encontró con la mirada atenta de Thomas que solo hizo una mueca de inquietud y desapareció entre los muchos pasillos que había en aquel lugar. Tímidamente llamó a la puerta y una voz sepulcral le dijo que pase. Ian hábilmente se persigno para dar encuentro a su padre. Sin embargo, las cosas no salieron de acuerdo a lo planeado y Lord Lincoln, reaccionó terriblemente mal al punto de echarlo y proclamar otras blasfemias. Ian, abandonaba la Mansión muy decepcionado, pero él mismo conocía que tratar de hablar de ese tema era prácticamente inconcebible y más para su padre, un hombre muy conservador y sobre todo muy superficial.  Pasado ese incidente como así lo llamaba Lord Lincoln comenzó a planificar su nuevo actuar le mostraría a su hijo que no todo en la vida era color de rosa, ya había sido bastante permisivo y sordo en algunos asuntos, pero ya no estaba dispuesto a tolerar un disgusto más y sobre todo después de la confesión que le había hecho. —Quiero casarme con Jane— aún esas palabras retumbaban en su cabeza, dando un golpe al escritorio. De donde se lo viere, esa mujer era una prostituta muy hermosa... pero no dejaba de ser lo que era una cualquiera. Además de llevarse a cabo ese enlace, no sólo se mancharía el linaje, sino que se convertirían en los parias de Londres y sus conexiones se esfumarían siendo algo imperdonable. A partir de esa noche, el viejo Conde comenzó a trazar un tenebroso plan que no podía fallar. Ian, un tanto decepcionado y ofuscado por los acontecimientos prefirió no decirle nada a Jane acerca del encuentro con su padre, debía buscar alguna solución, sin embargo, no tenía la intención que esa discusión dañara su situación ahora que era feliz. Subió en busca de su amor y una de las empleadas le dijo que la joven rubia se estaba dando un baño, para él verla dándose un baño resultaba de lo más excitante; pidió a la empleada que no digiera nada y que se retirase. Así que decidió interrumpir el baño que se estaba dando la joven, la observó con cierta lujuria, sacándola de la tina y llevándola a su lecho para envolverla en sus brazos y tener una noche pecaminosa, su m*****o aún estaba erecto lo que significaba que necesitaba más de ella, sumergiéndose nuevamente en besos y caricias hasta quedar dormidos. La noche parecía transcurrir de lo más normal, pero con la complicidad de la luna, el Conde ya tenía ideado un plan y estaba preparando la carnada. Después de la discusión con Ian, el Conde no le hablo durante varios días, pero comprendía que la situación ameritaba que haga unas falsas pases. Con un falso arrepentimiento, solicito su ayuda en unos negocios que requerían que se ausentase de Londres por varios días, con tal de que su padre aceptara la unión con Jane, él estaría dispuesto a cumplir sus compromisos diligentemente, empero algo que el viejo Conde debía de agradecer a Jane era que Ian había dejado de beber y visitar burdeles, y sus compromisos los llevaba a la perfección. El Conde sopesó varias alternativas a la actual situación de su hijo admitiendo que después de todo que podía mantenerla de amante ya que varios caballeros en Londres hacían eso, por lo que se haría de la vista gorda, pero matrimonio, enlace o lo que llevara un compromiso legal era un tema fuera de discusión. Jane, al verse tanto tiempo sola y ser una paria en las dos caras de Londres, solicitó a su querido Ian que consiguiera alguna institutriz para que la instruyera en el camino de convertirse en una dama, tan dispuesto y complacido quedo éste que le pagó clases particulares de etiqueta y protocolo, algo que tenía Jane a su favor es que aprendía fácilmente y rápidamente después de un tiempo nadie creería que hubiera sido una fulana. Una mañana, Jane decidió ir a Hayden Park, amaba ese lugar y lo que más disfrutaba era ver a las familias que recorrían el lugar, familia que ella anhelaba tener con todas sus fuerzas. Cuando se dirigía hacia el lago, percibió como unos ojos se clavaban en ella, comenzando a caminar rápidamente con la esperanza de perder de vista al hombre que la seguía, pero fue en vano, el hombre la llevó entre unos árboles y comenzó a olisquearla. —Veo que has madurado, estás más apetitosa— con una voz ronca. —Todavía recuerdo la noche que te tuve, toda dormida, disponible... Sabes recorrí tú cuerpo lo toque y lo presione contra mí— mirándose las manos. Jane, reconoció la voz...se trataba del cerdo que la compró, quiso gritar, pero sabía que nadie iría en su ayuda, y al estar en una situación tan comprometedora con un caballero pensarían que se trataba de dinero. Debía ser rápida para escapar de su agarre. Pero el hombre no tenía intención de soltarla y empezó a manosearla bruscamente, los recuerdos volvían en oleadas, la atormentaban hacían que se sintiera asquerosa y recordará las ganas de suicidarse, cuando estaba a punto de perder el conocimiento, comenzó una tormenta y los fenómenos eléctricos le produjeron una angustia mortal; la vivida luz de los relámpagos facilitó su escape ya que permitieron que vislumbrara el único camino que podía recorrer. Llego a casa con el vestido destrozado María quiso decir algo, pero Jane corrió a su habitación y lloró lo que restaba del día. Al parecer las cosas no cambiarían, ahora más que nunca necesitaba casarse e irse lejos comenzar de nuevo.                            
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