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1284 Words
Pasado ese día, Jane se comportaba de forma reticente y taciturna, pocas veces bajo al comedor y en más de una ocasión rechazo la comida. María estaba muy preocupada, pensó que tal vez, Jane se encontró con alguien del pasado qué ahondaba en esa herida que tenía en el corazón. Ian, después de varios días ausentes volvió a su hogar y se encontró con un panorama desolador. No hubo el recibimiento efusivo por parte de Jane ni las risas que tanto le gustaban cuando lo revisaba para ver qué regalo había traído. —María— llamó con un tono eufórico. —Dígame su excelencia— dijo la mujer, agarrándose las manos —¿Donde está Jane? — con tono preocupado. —Vera.... este por dónde empezar— rascándose la cabeza— lleva días en su recámara, no sabemos qué fue lo que pasó— hizo una reverencia y se retiró. Ian, subió dando zancadas hasta la recámara de Jane, llamó, pero ésta no contesto, por lo que decidió entrar. Lo que vio le rompió el corazón, los ojos de la mujer que amaba estaban totalmente hinchados y se hallaba apoyada en sus rodillas. Ian, se aproximó reclinándose para besarla en la frente, haciéndola salir de su letargo. —Oh Ian— lo abrazó fuertemente —Te extrañe tanto— con los ojos vidriosos. —¿Que es lo que te pasa? Me preocupa tu estado, María me puso al tanto —Ya no puedo más, quiero marcharme de Londres— respiró— tú tú. Tú— tartamudeando— prometiste casarte conmigo, hagámoslo y partamos rumbo a América comencemos de nuevo. —Sabes que no puedo hacerlo, los negocios de mi familia están en este lugar, mi madre me hizo prometer que manejaría bien las finanzas de la familia y recién ahora me doy cuenta de la magnitud de sus palabras— tomó aire — no olvides que el título pasará a mi posesión, así como las tierras una vez que mi padre muera. Jane lo miraba con los ojos tristes— Tienes razón, no puedo ser tan egoísta. Si fui fuerte hasta este momento ¿Porque me siento tan abatida? — suspiró — Está bien, trataré de mantenerme tranquila sólo por ti— y lo besó. Ian se separó de su agarré — no tienes por qué preocuparte siempre me tendrás, porque yo Ian Elliot, estoy profundamente enamorado de ti— esas palabras hicieron que Jane se sonroje e Ian le guiñe el ojo. Sin embargo, el viejo Conde ya estaba ejecutando su plan, mandó a llamar a su contador y le pidió que maquillase las cuentas de la familia para que parecieran que se encontraban en la ruina y que sólo un matrimonio favorable los sacaría de esa situación.   Una noche lluviosa Ian recibió una nota que provenía de su padre, solicitaba que vaya a verlo de forma inmediata. Sin dudarlo tomó su gabardina y fue a su encuentro, para cuando llegó, observó a su padre muy detenidamente, no entendía que era lo que estaba pasando, el Conde habló poco y solicito que lo acompañase al despacho, debía tratar un tema extremadamente serio con él. -—Padre, me estás asustando ¿qué es lo que pasa? -— se paseaba de un lado al otro apretando las manos. El Conde se desplomó en una silla cerca del escritorio y comenzó a pronunciar unas palabras que hicieron exaltar a Ian. —Eso no es posible padre, he realizado mis compromisos diligentemente y hasta donde sé todas las inversiones nos generaron ganancias— agarrándose la cabeza. —¿Crees que mentira en algo tan serio? — y un rayo iluminó la habitación, saco un libro de cuentas y efectivamente, estas mostraban que estaban en la ruina. -—Ahora que ya sabes de nuestra situación— tomando aire— debes casarte con una dama que posea una excelente dote para salvarnos de la ruina. —Podemos pedir un préstamo, no creo que la salida sea el matrimonio— con cierto temblor en su voz. —Ian, es cuestión de tiempo antes de que nuestros acreedores nos pongan la soga al cuello ¡quieres verme en la cárcel de deudores! —¡Claro que no! Pero tú sabes con quién deseo casarme- lo miró fijamente a los ojos. -—No seas insensato, quién pagará las cuentas de la dama una vez caídos en desgracia-— arqueando una ceja —Si quieres, seguir manteniéndola, no te queda más remedio que aceptar. Ian, se quedó pensativo un buen rato, su padre tenía razón, quién velaría por Jane, no permitiría que vuelva a la calle o que se dedique a ese oficio que tanto detestaba. Pero él la amaba y necesitaba de ella como el aire que respiraba, pero una solución mediata era que se case. No le dijo más nada a su padre y se retiró cabizbaja del despacho. Lord Lincoln echó tremenda carcajada, definitivamente era un excelente actor no podía evitar regocijarse de su hazaña. Ian, se subió al carruaje y dio unas cuantas vueltas antes de ir hacia su mansión y hablar con Jane. Cuando entró, traía cara de pocos amigos, preocupando a Jane quién estaba sentada en la cocina riendo junto con María. Ian, sujetó de la mano a Jane y la condujo hacia el despacho. Una vez adentro, el ojicafe cerró la puerta, mientras Jane lo miraba perpleja, un escalofrío le recorrió la espalda, lo que tenía que decirle no eran buenas noticias. —Ian ¿qué es lo que sucede? — éste se abalanzó sobre Jane y la abrazó muy fuertemente aquel gesto emanaba un sentimiento de Adiós. —Dime que me amas— con tono sombrío. —Claro que lo hago— se besaron muy apasionadamente, al parecer Ian cambiaba de opinión y no diría nada al menos esa noche, decidiendo llevarla a la recámara para hacer el amor como nunca antes lo habían hecho, Jane tuvo la sensación de que era una despedida. A la mañana siguiente, notó que Ian no estaba en su lecho, se puso una bata y bajo en busca de él, encontrándolo en el comedor con la mirada perdida. —-Querido, ¿qué es lo que te pasa? -—Debemos hablar-—con un tono frío y nostálgico. -—Debo desposarme con la dama que mi padre haga elección-— Jane abrió los ojos como platos, dónde quedaron esas palabras de matrimonio que le había hecho y una lágrima le rozó la mejilla. Ian exhaló aire— Tal vez suene egoísta pero no puedo dejarte, la mujer con la que me casé sólo será de nombre y una madre para mis hijos, pero tú eres la dueña de mi corazón— mientras le tomaba la mano. Jane retiró violentamente su mano, ella seguía allí porque sabía que sus corazones se pertenecían, porque lo amaba tanto que le dolía. Pero en el momento que salió del burdel se prometió así misma cambiar, si bien antes se había acostado con diversos hombres nunca se cuestionó si eran casados o solteros; ahora la situación era distinta, ella anhelaba una familia, ya no le interesaba seguir siendo la querida de alguien. Sí Ian se casaba, ella continuaría siendo la amante y por lo tanto compartir a su hombre estaba fuera de discusión. —Yo no quiero compartirte, me moriría de celos. Para mi serian noches eternas el esperarte y que tú solo me des migajas— masculló, el amor le estaba mostrando sentimientos que desconocía—No puedo, no es correcto—suspiro— si yo fuera tu prometida y futura esposa seguramente me casaría toda ilusionada, y no podría perdonarte que tengas una querida, sería una traición—su voz temblaba —Debo marcharme— levantándose de la mesa —Donde iras— agarrándola del brazo— No puedo permitir que te marches. —Siempre puedo buscar a Leila, o tratar de buscar un nuevo trabajo en alguna fabrica, no lo sé, irme al campo o tu tal vez, puedas darme una carta de recomendación— su rostro estaba pálido sin tener buen aspecto sus ojos pronto se pusieron vidriosos. —Puedes quedarte aquí, yo jamás te echaría— respiró— acaso no lo entiendes no quiero perderte. -—Lo entiendo muy bien, de hecho, mi amor es tan grande por ti que debo dejarte ir. -—Jane, piensa bien lo que vas hacer, volveré por la noche y hablaremos.                          
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