5

3147 Words
Jane y Leila estuvieron un momento juntas, antes de que la segunda se marchará, se escucharon unas palabras —Si mi situación mejora te sacaré de aquí— dijo Jane seguidas de un suspiro. -—No te preocupes por mí— contestó Leila— trata de conocer la felicidad, abre ese corazón marchito que tienes por tanto sufrimiento—dejando a Jane con sus pensamientos. Al día siguiente, muy temprano en la mañana, tocaron su puerta. —Es hora de que te vayas. Esta vez, la voz de madame sonó más suave a los oídos de jane, por primera vez, todo el odio que había acumulado contra ella se desvanecía, para dar paso a la indiferencia. Jane se apresuró a tomar las pocas cosas que pudo obtener en su encierro, durmió vestida por el nerviosismo. Bajo temblorosa y observó con detenimiento el lugar que le traía tanto dolor, alzo la vista y con altivez quiso pensar que vendrían mejores tiempos dejando atrás lo que por azares del destino o designio le toco vivir. Ian, estaba afuera, frotándose las manos por el frío del ambiente, le tendió la mano con un gesto gentil y subieron al carruaje que los esperaba. Jane giró la cabeza una vez más para ver el lugar que dejaban con el deseo de que fuera la última vez Mientras recorrían Londres, Ian le mostró a la que ahora era su protegida el otro lado de la ciudad aquel que nunca vio e ignoraba que existiera, cuando bajaron, Jane se quedó perpleja al observar una casa tan elegante abriendo los ojos de par en par ante la imponente mansión que la recibía. Una vez adentro, Jane pensó que todas las casas de la alta sociedad debían de ser así, llenas de lujos y extravagancia, quiso llorar, pero contuvo el llanto, el aspecto de la casa la intimidaba, por alguna circunstancia no se sentía feliz, su inseguridad se acrecentaba, de repente sintió tanto mido que no pudo moverse, hasta que Ian la animo a entrar. Sus sirvientes miraron de reojo, a la asustada Jane, una presurosa ama de llaves que se abría paso para saludar a su patrón, su nombre era María, una mujer robusta muy amable, quien tomó las pertenencias de Jane y le brindó una sonrisa de bienvenida.  Ian habló -—María por favor, prepárale un baño a la señorita, yo volveré en algunas horas— Jane no pudo evitar preguntar. —Donde irás— con tono nervioso —Es una sorpresa— guiñándole el ojo Jane sonrió y se apresuró en seguir el ritmo del ama de llaves. —Es una joven muy hermosa, que hace vestida de esa forma— sonó indiscreta, pero a Jane no le importó, más bien agradeció su sinceridad. —Si le contará mi historia—bajando los ojos. —Me la contara— tomando aire — pero déjame decirte algo es la primera vez que veo a su excelencia interesado en alguien. Aquella afirmación ocasionó que la ojiverde esbozara una sonrisa y sintiera un latido distinto en su corazón. Se mantuvo callada, hasta llegar al cuarto de baño. —Espere aquí, mientras voy por el agua caliente— Jane no podía creer el tamaño de la habitación y que decir de la bañera todo tan pulcro, ni en sus sueños más remotos se imaginó estar en un lugar así y que le sirvieran, apretó las manos hasta clavarse las unas, para convencerse de su nueva realidad Al poco tiempo volvió María con una jarra, quién vacío el contenido del agua en la bañera. Jane, se metió muy feliz, el agua estaba deliciosa, su frescura no solo la limpiaba por fuera, sino el alma, era como si se sacara de encima aquella podredumbre que la manchaba, dio unos cuantos chapuzones y luego se recostó... era como recuperar su inocencia perdida.  María entró a la media hora para ayudarla a vestir, haciéndola sentir totalmente reconfortada. Una vez lista, a invitación de María recorrió la casa maravillada, hasta llegar a la sala de música; dónde observó un hermoso piano y recordó cuando su padre la llevó a ver uno de esos magníficos instrumentos y le pidiera como regalo Prometió que le compraría uno, pero ese día nunca llegó. Al poco tiempo su padre se vio rodeado de acreedores, estaban en la ruina. Sin embargo, su padre no pudo ser fuerte y demostró ser un cobarde —Pudo luchar por nosotras— apretando los puños fuertemente. Ian, había llegado unos minutos atrás, preguntó a María dónde estaba Jane y ésta le indico que llevaba buen rato metida en la sala de música. Cuando entró la observó fijamente, notando en su rostro dureza y rabia una mirada que en ningún momento notó en la dama. —¿Jane? — gimió él —¿Sí? — girando para encontrarse con los ojos de su amante, visiblemente sus facciones se suavizaron brindándole una sonrisa franca. —Te traje unos cuantos trajes, es lo menos que puedo hacer para una damisela en apuros, espero que te gusten. Jane, sólo lo miró y caminó muy lentamente hacia él, para darle un beso de agradecimiento en la mejilla. —Me encantaran— dijo con dulzura —Vamos, no te quedes allí parada, acompáñame Jane caminaba por los pasillos sostenida de la mano, luego subieron por las escaleras hasta la habitación de ella, se encontró con varias cajas que contenían todos los hermosos vestidos traídos por Ian, se sintió mimada luego de tantas penurias. No recibía regalos desde hace mucho tiempo atrás, no recordaba la sensación de ser recibida con tales sorpresas. Amor familiar sabía que alguna vez lo tuvo, pero parecía que finalmente lo había hallado nuevamente.  Poco después se hizo un silencio en la habitación, Ian de repente lo único que deseaba era quitarle la ropa y recorrer su cuerpo con los labios hasta oírla gemir por sus caricias, ambos sabían lo que uno necesitaba del otro; por un lado, ella necesitaba protección y él un lecho donde descargar sus apetitos sexuales. Las semanas pasaron y el Conde Lincoln mostraba cierta satisfacción por su hijo, había dejado de frecuentar burdeles e ir a clubs dónde antes se perdía hasta estar en estado de embriaguez, los rumores aún no habían llegado a oídos del Conde quién por sus constantes viajes no se enteraba que su hijo se convirtió en benefactor de una cortesana y no tenía el menor reparo de pasearse con ella por las calles de Londres. Jane, ahora tenía lo que siempre soñó una casa propia, donde ella era la Señora de la casa; Ian procuraba no dejarla mucho tiempo, por alguna extraña situación Ian dejó de comportarse como un libertino y mujeriego, sentía que cada día que pasaba la ojiverde se metía más en los poros de su piel, no tenerla cerca era un suplicio, pero esta necesidad vino acompañada de celos enfermizos y una ligera posesividad. Una mañana, la joven se levantó más temprano que de costumbre y se asomó al balcón: el tiempo había cambiado y un fuerte viento empujaba rápidamente las nubes unas sobre otras, se padecía ese bochorno que precede a las tempestades; el cielo estaba nublado y de las nubes más bajar caían gotas bastante gruesas que manchaban la calle de enormes manchas negras. Jane, seguía en el cierre de cristales, mirando distraídamente las columnas de polvo que el viento levantaba; las puertas y ventanas se abrían y cerraban con estrepito, sacudidas por la tormenta, algunos cristales cayeron a la calle hechos pedazos, además de observar a muchos transeúntes corriendo detrás de sus sombreros.  Como el cielo estaba tan oscurecido decidido, volver a la habitación ya que sentía que el viento silbaba en la calle produciendo al quebrarse en las esquinas, lamentos lúgubres semejantes a suspiros que le hacían recordar tiempos innombrables. Ladeo la cabeza y fue a sentarse enfrente del majestuoso tocador de color marfil que tenía un hermoso espejo ovalado. Se miró fijamente en este, y notó como su semblante mejoraba con el paso de los días, podía decir que su piel brillaba y existía un cierto destello de luz en sus ojos. Sonrió porque le gustaba lo que veía una mujer madura que había dejado atrás una vida llena de amarguras. Clavó los ojos en su rostro y se dijo —Mi intención nunca fue convertirme en una prostituta y menos ser la amante de alguien, pero aquí estoy haciendo lo contrario de lo que siempre desee— suspirando ante tal confesión. Por otra parte, Ian dejo de pasar tiempo en la Mansión familiar y estar más tiempo en su piso de soltero, tuvo una punzada en el corazón recordando como otros hombres tocaban a Jane, para disipar esos pensamientos contaminados, fue a buscarla y la encontró enfrente del espejo sumergida en sus pensamientos, al parecer no se percató de que entró a la habitación hasta que lo miró a través del espejo y giró un tanto sorprendida. -          Me asustaste— exclamo con cierto nerviosismo, poniéndose de pie —                  No era mi intención hacerlo, llamé a la puerta, pero al parecer no escuchaste, por lo que decidí entrar. No pude evitar mirarte, eres tan hermosa. No quiero separarme de ti ni un minuto — sonriendo —                  Gracias, eres muy dulce— con un tono coqueto— Quiero decirte, estoy muy contenta con María, es una persona muy leal y le tengo gran simpatía, es la única que no me ve a través de la mirilla de la cerradura. Es lo más cercano que tengo a una amiga. —                  Me alegra escuchar eso, es una buena compañía. —Querida— masculló —Dime— con una sonrisa. —Ya que cumplí con todos tus caprichos, por favor ahora cumple el mío— con tono divertido —Que es lo que deseas— mordiéndose el labio. —No hagas eso, o al final creo que no iremos a ningún lado— aprisionando su cintura. Jane apoyo sus manos sobre el pecho de Ian —Donde vamos —Quiero llevarte a la ópera… entiendo que nunca fuiste antes, por eso deseo que vayamos —Claro que sí—soltando una lágrima. La ventana de una de las habitaciones interiores, impulsada por el viento, se cerró con fuerza, saltando en pedazos sus cristales y la lívida luz de un relámpago hizo alusión con un pálido reflejo. Jane lanzó un grito de terror. La joven se encogió sollozando, tapándose los oídos con ambas manos. Ian se apresuró a tomarla en sus brazos _ No te preocupes no es más que una tormenta_ para luego darle un beso en la sien. _ Por favor no te vayas_ dijo Jane con tono afligido estaba helada como una muerta_ No me dejes sola_ prosiguió seguido de un suspiro. _ Tranquila no me iré, es más vamos al comedor a desayunar. Recuerda que aun es muy temprano y no sé qué hacemos ambos levantados tan temprano_ con una sonrisa picara. Un segundo relámpago, seguido inmediatamente de un trueno ilumino la habitación; su luz purpúrea resbalo sobre los muebles. La luz fue tan vivísima que Ian deslumbrado, retrocedió y Jane cayó temblando sobre el sofá. El joven, fue asentarse junto a ella y la cogió de las manos: en aquel momento su pasión o la belleza de la joven de ojos verdes le conmovían. _ Jane_ dijo modificando el tratamiento para imprimir mayor dulzura en sus palabras_ no te aflijas ni te asustes de ese modo, porque estando a mi lado nada te pasara. Cariño mío siempre te protegeré_ Con esas palabras renovaban una vez más el amor que se profesaban, pero hasta ahora no admitido. Llegada la noche, Ian llamó a la puerta de la habitación con los nudillos, enfadado sin saber por qué ni contra quien. ——¿Ya estás lista? —preguntó casi en un gruñido. —Sí, solo necesito un par de minutos más…_ contesto la rubia con una mueca —Nada de minutos, llegamos tarde. La puerta se abrió de golpe y ella apareció ante sus ojos, enfadada y con la mirada encendida. Ian contuvo el aliento al verla enfundada en aquel vestido de color escarlata, ceñido, con un escote capaz de enloquecer a cualquier hombre con ojos. Apretó los puños para reprimir las ganas que tenía de meterse en esa misma habitación, cancelar todo lo demás. Jane respiró hondo. Aunque estaba habituada a ver a Ian vestido con traje, esa costumbre no le restaba atractivo. Ni tampoco hacía que estuviese menos enfadada con él, porque no entendía cual era el apuro. —Me faltan los aretes —se quejó ella. —Estás preciosa así, vámonos —masculló. Jane seguía sin entender la impaciencia de Ian, restándole importancia. Le dio un beso en la mejilla y se subieron al carruaje. Una vez en el teatro, Jane se convirtió en el blanco de las miradas de otros hombres, teniendo muchas atenciones para disgusto de Ian y asimismo   se convirtió en tema de todo tipo de murmuraciones de parte de algunas mujeres. En más de una ocasión tuvo que escuchar comentarios mal intencionados —      Viste la fulana que acompaña a Lord Lincoln, es inaudito— mientras las damas batían sus abanicos.  Jane no estaba preparada para interpretar el papel de esa noche, ser una dama, sólo se limitaba a sonreír nerviosamente, pese a que se estaba muriendo por dentro, muy ilusamente pensó que no sería maltratada otra vez, pero allí estaba siendo juzgada por la sociedad londinense. Al escuchar todos esos comentarios, por primera vez se preguntaba ¿Qué era para Ian? Y ¿Que era el para ella? Ya que ni una sola vez le dijo que la amaba, y eso calaba en su corazón, aunque con las atenciones que le profesaba algo de aquel sentimiento tenía que existir.  La peli rubia, no sabía en qué momento se había enamorado de ese hombre. Camino en silencio detrás de él y cuando llegaron a su butaca, Ian saludó a un hombre, se trataba de Charles, quién sin disimulo echo un vistazo a Jane de arriba abajo haciendo que se ruboricé. —Por lo visto, los chismes al final eran ciertos— alzando una ceja— Tienes buenos gustos estimado amigo, te encuentras acompañado de una dama muy guapa— besando el dorso de la muñeca de Jane, quien hizo una sonrisa fingida, ese detalle no pasó desapercibido generando malestar en Ian, algo en la mirada de su amigo le molestaba. Poniéndose en medio y logrando que Jane quitara la mano rápidamente. Jane, comenzó a sentirse bastante incomoda y a sudar frio susurrándole a Ian que iría por una limonada, desapareciendo en la multitud, este gesto fue notado por Charles quien se despidió apresuradamente de su amigo y aprovechando su distraimiento siguió a Jane. Una vez que la encontró rozó sus manos con las de ella, haciendo que Jane comenzará a temblar— Sabes, eres muy hermosa, yo te puedo dar el doble de lo que él te paga_ Sonriendo fríamente. La ojiverde lo miraba desconcertada y un destello de rabia emanaban de esos ojos color esmeralda ¿porque las personas la juzgaban, acaso no podían entender que ella no fue a parar a un burdel porque quiso, sino porque fue víctima de las circunstancias? — permiso— dijo con tono bastante serio. Sin embargo, Charles no tenía la intención de   dejarla ir y la tomó del brazo. —Suélteme por favor… no conseguirá nada de mi— en sus ojos se notaba la desesperación —No sabía que una mujerzuela podía ser tan orgullosa— dijo Charle con cierto desdén. —Déjeme, usted es demasiado cruel con sus palabras. No conseguirá nada de mi se lo vuelvo a repetir y si intenta algo me defenderé cuanto pueda de ser necesario pediré socorro. —      Puede pedir socorro cuanto quiera, yo soy el más fuerte— procuro conquistar mañosamente lo que, por la violencia de sus manos y el imperio de su voluntad, hubiera obtenido al momento. —Se que tu nombre es Jane— arqueando una ceja, se acercaba a la joven como un cazador, haciendo que ésta retroceda lentamente hasta chocarse contra una pared. —      No, no aléjese— repuso ella mirándole con ojos de loca— prefiero morir a estar junto a usted. Entonces Charles sintió que su calma y su prudencia se agotaban y que oleadas de ira le invadían el corazón. —Pero, insensata— rugió el fulano asiendo fuertemente a la joven por un brazo y atrayéndola hacia si—¿No ves que tu resistencia es inútil y que si no apele a la fuerza es porque soy un caballero y no quiero generar un escándalo, pero estas agotando mi paciencia? —¡Basta!... —Tú serás mía en cuanto yo quiera… Esta sola, indefensa. —Déjeme usted, suélteme—murmuro la joven pugnando por desprenderse. —No, eso nunca tu vienes conmigo porque así yo lo quiero —¿Cómo usted puede ser tan insensible? No gana nada reteniéndome —¿No lo sabes? — repuso Charles devorándola con los ojos— porque eres muy hermosa y tu cuerpo es de esos que los hombres no perdonan. Ven… Jane se echó a correr y pasando por detrás de unos sillones se refugió detrás de unas cortinas. Charles la siguió. La tempestad había durado todo el día y las sombras nocturnas aumentaban el espantoso ruido de la lluvia al golpear los cristales y los lúgubres gemidos del viento. —Salga usted de aquí, deje de perseguirme— Su voz vibraba bajo el influjo de sus nervios crispados. Charle quiso atajarla, por un lado, pero comprendido que si se separaba de la puerta su víctima encontraría el paso libre para huir y dar encuentro a Ian. En ese momento apareció Ian quién empujo a Charles dándole un golpe en la cara haciendo que éste retroceda varios pasos atrás — ¡Déjala! — con una voz rabiosa, Charles con los nervios de punta y un labio sangrante no le quedó más remedio que hacerlo. Ante la mirada curiosa de algunos de los presentes. Charles, se aliso la chaqueta y con una mueca le advirtió. —Esto no se quedará así— y se marchó con dirección a su butaca. Jane miraba horrorizada la escena, y sus ojos se posaron en todas las personas que salieron hacia el pasillo para ver de qué se trataba esa riña. Ahora si serían la comidilla de todo Londres y por supuesto que el tema hablar sería ella ya podía imaginar lo que diría la prensa sensacionalista “Dos jóvenes caballeros se agarran a golpes por la querida de uno de ellos”. Subió sus manos para ocultar su rostro y hacerse a un lado, cuando estaba saliendo del lugar, Ian la tomó del brazo y prácticamente la saco a rastras abandonando el teatro. Por unos breves minutos no entablaron conversación alguna, ya que ambos estaban muy eufóricos. Finalmente, Ian al ya no poder contener sus celos y desconfianza volteo a verla zarandeándola — ¡Que es lo que hacías con él, contéstame! En aquel momento la angustia de Jane era infinita sentía que sus fuerzas la abandonaban ya que sus piernas se tornaban rígidas—No estaba haciendo nada, te dije que iba por algo de beber y eso fue lo que hice— el pecho le subía y bajaba por la exaltación— Ese hombre que dices que es tu amigo, me abordo y pues como mi pasado me prosigue pensó que estaba contigo por tu dinero y me ofreció pagarme el doble. Así que basta de juzgarme porque todos se creen con el derecho de juzgarme ¡maldita sea! -—finalmente lo dijo en voz alta. —Estoy cansada de que piensen que soy una cualquiera por elección, nadie está dispuesto a escuchar mi verdad— golpeándose y señalándose el pecho. —A tus ojos sigo siendo una prostituta porque todos los gastos que te ocasiono los pagas tú— su pecho subía de arriba abajo por la agitación incluso llegó a sentir una leve arritmia que hacía que sus sentidos se nublaran.                
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD