Jane, no dijo ni una sola palabra ya todo estaba dicho, por lo que prefirió tomar un baño lo necesitaba, cuando estaba sumergida en la bañera, se puso a recordar las caricias los mimos, las bromas, los juegos, su amor... parecía que todo se desvanecía.
No sabía exactamente lo que iba hacer, tenía unas cuantas joyas que podía vender le ayudaría a conseguir algo de dinero y luego tal vez migrar hacia el Norte. Para no levantar sospechas sigilosamente se fue hacia su recámara organizó una pequeña maleta y la oculto debajo de la cama. Cuando fuera el momento se marcharía y no habría vuelta atrás. Mientras tanto, el viejo Conde comenzó a buscar a la candidata idónea para su hijo, no podía creer que todo saliera tan bien.
Ian, por su parte estaba metido en sus pensamientos le costaba asimilar que estaban en la ruina y el destino lo arrastraba a los brazos de otra. Quedó inconforme con la conversación que sostuvo con Jane, por lo que regresaría con ella y trataría de hacerla cambiar de parecer.
Jane, siguió llorando por más que lo evitara no podía parar. Bajo hacia el despacho, y se encerró, camino de un lado al otro sin saber lo que haría, entretanto saco una botella de whisky, tal vez el alcohol mitigaría el dolor que llevaba en su corazón. Bebió copa tras copa no era una gran bebedora, pero ahora lo necesitaba. En el momento en que el alcohol empezó a tener efecto, la rabia contenida que tenía comenzó a brotar; arrojando lo que encontraba a su paso, gritando y maldiciendo todo lo que le sucedió por años.
María, al escuchar gritos se aproximó a la puerta con la intención de entrar, pero ésta estaba trancada, fue en busca del juego extra de llaves, pero no los halló. Cuando volvió, le pidió a Jane que le abriera.
—Señorita, ábrame por favor… sabe que soy su amiga, créame que puedo ayudarla.
—¡No quiero! Seguramente volviste porque no encontraste esto— Jane movía en las manos el otro par de llaves. María escucho ese sonido y se tensó aun mas. La Ojiverde no tenía la intención de abrir y las arrojo al fondo de la habitación.
María, se puso mucho más intranquila, no sabía dónde localizar a Lord Ian, por lo que al pasar las horas crecía la desesperación.
Finalmente, al cruzar el umbral de la puerta, Ian se percató de que nadie salió abrirle, caminó hasta que dio con la figura de María quien seguía pegada a la puerta del despacho.
—María ¿Que es lo que sucede? — con tono de incredulidad
—Es la señorita Jane, lleva metida horas en el despacho— con voz temblorosa
—El otro par de llaves ¿Dónde está? — pregunto Ian
—Dentro del despacho— con resignación.
—María, no se escucha nada ¿Que era lo que estaba haciendo? — frunciendo el ceño.
—Estaba destrozando todo, desde hace una hora no ese escucha nada.
Ian, temió lo peor ¿y si se hizo daño? En más de una ocasión le dijo que era preferible morir a seguir viviendo con un impulso tumbo la puerta, pero al asomarse el despacho estaba vacío. Tanto María como Ian se miraron, para darse cuenta que el ventanal que daba al jardín estaba abierto, no conseguían entender como Jane había realizado el salto, ya que la altura era bastante considerable. Ian, salió como alma que llevaba el diablo hacia el jardín grito y grito el nombre de la oji verde pero lo único que había era silencio un silencio que calaba su cuerpo. Volvió a la casa y tomo de los hombros a María.
— ¿Te dijo algo? — preguntó temeroso.
María no supo darle razón del paradero de Jane— Estuvo extraña toda la tarde, y comenzó a beber descomunalmente, en algún momento pensé que de tanto beber, caería dormida, usted llegaría y la sacaríamos del despacho— dando un largo suspiro— Pero escapar eso no lo vi venir.
Jane, empezó a vagar por las calles de Londres, tenía sentimientos encontrados, no se percató que se acercaba a una zona que conocía muy bien y que en algún momento fue su hogar. Para cuándo se dio cuenta ya era demasiado tarde, quiso dar media vuelta, pero unos hombres la sujetaron del brazo.
—Acaso no es la mujer que trabajaba para Madame— dijo uno
—Si tienes razón, no la había visto bien, realmente es muy bonita— dijo el otro.
—Te pagaremos bien, sólo queremos un poco de tu compañía— haciendo una mueca grotesca.
Jane, los miró horrorizada logrando zafarse del agarre para correr hasta llegar a las puertas de un Club dónde casualmente se encontró con el amigo de Ian, el sujeto del teatro. Charles la miraba de arriba abajo no podía evitar contemplarla, era hermosa y se imaginó como sería debajo de sus sábanas.
—Así que decidiste buscarme— arqueando una ceja.
—Este... Se equivoca. yo no sabía que usted estaba aquí— con voz tímida y algo mareada
—No importa— la agarró de la barbilla— ya que estás aquí podemos pasar un buen rato juntos, ahora si lo que quieres es dinero, yo te puedo dar lo que quieras soy más rico que Ian— apretando los dientes.
—No me interesa, yo simplemente caminaba, ahora si me disculpa— aún media ebria.
—Donde crees que vas— tomándola del brazo— quiero pasar tiempo contigo— con voz ronca.
—Suélteme, por favor— con ojos vidriosos.
—No lo haré, tus súplicas no me importan— y la tomó de la cintura acercando peligrosamente su cuerpo contra ella. Jane intento zafarse, pero el hombre ejercía más fuerza hasta que la besó fuertemente; Jane en su desesperación le mordió la lengua, por lo que Charle tuvo que soltarla cuando quiso escapar la volvió a sujetar y le propinó un golpe que la hizo caer al piso.
—Maldita puta— con una mueca de desdén.
Jane, traía roto el labio y un golpe en la mejilla, trató de incorporarse para embestirlo. Sin embargo, los curiosos comenzaron a rodearlos y se armó todo un espectáculo. La policía apareció y no dudó que ella fuere la que inició el escándalo.
Charles, sólo la observó mientras se arreglaba la chaqueta.
—Llévensela, es una ladrona y una mujerzuela que señala que le debo dinero— con un tono cínico.
Jane comenzó a zapatear y gritar —Mil veces maldito, me las pagarás— la policía prácticamente se la llevó a rastras.
Cuando llegaron a la penitenciaria se la interrogó y Jane no desmintió nada más al contrario admitió ser una fulana, y por su visible embriaguez parecía que decía la verdad. Se le imputó el cargo de desorden en vía pública y atentar contra la moral de la sociedad. No tuvo un juicio previo y por la edad que tenía las autoridades consideraron recluirla en el Hospital de la Penitencia conocido como Hospicios de las Magdalenas, dónde recibían jóvenes descarriadas para que encuentren nuevamente su virtud.
Jane, no dijo nada y por donde lo vieran era una prostituta. Llorando amargamente su destino.