Remordimientos.

1773 Words
Al saber que el viejo Fabricio se había marchado, Santino ingresó rápidamente en la casa y se encaminó hacia el despacho. Alarmado al verlo tan inquieto, Nick levantó la mirada del suelo y frunció el ceño. Los hombres que lo acompañaban guardaron silencio. —¿Pasó algo? —preguntó. Santino detuvo el paso. —¿Frank salió del despacho? Nick tuvo un breve momento de simpatía: —No. Todavía sigue allí. Pero debe estar borracho a estas alturas. Santino asintió. Por la forma en la que Nick hablaba estaba seguro de que no tenía idea de la inesperada visita del viejo Caputo. ¿Por qué Frank no se lo había dicho? ¿Acaso desconfiaba de él? Sin más, giró sobre sus talones dispuesto a alejarse, pero la dura voz de Nick lo detuvo: —¿Para qué lo necesitas? Santino lo miró de soslayo. La breve simpatía que le había demostrado antes se había disuelto bajo una seca mueca de apatía. —Es algo personal—contestó. Nick torció los labios, pero no replicó. Santino trató de esbozar una sonrisa, pero no pudo. Entonces, apremiado tal vez por el nerviosismo, giró sobre sus talones y se fue a buscar a Frank. En un par de minutos llegó a la puerta del despacho y se detuvo. No escuchó ningún murmullo, por lo que estampó un par de golpecitos en la puerta y entró. El despacho estaba tibio, aunque en el resto de la casa se percibía el frío. Olía a cigarro, a whisky. Santino arrugó la nariz olisqueando el aire tibio y murmuró: —Todavía hay olor a azufre. Frank sonrió e hizo un gesto con la mano para que se acercara. Santino, despacio, caminó hacia él. —Siéntate —le dijo Frank—, y bebe conmigo. —Echó mano a la botella de whisky y repletó un vaso. Enseguida, le aproximó el vaso al rostro y señaló—: No aceptaré un no como respuesta. Santino se echó en el sillón y cogió el vaso que se le ofrecía. — ¿Cómo te fue? —le preguntó con una extraña sonrisa, que era una mezcla de sospecha y una solapada timidez. Frank soltó un hondo suspiro y se cruzó las manos sobre el vientre. —Ni mal ni bien. El viejo vino a mostrarme el cinismo que le caracteriza y me soltó un par de indiscretas amenazas. Santino se pasó una mano por su corto pelo rubio y bebió un sorbo de Whisky. —La guerra sigue, ¿verdad? Frank echó mano a la cajetilla y encendió un cigarro. Con un gesto indiferente, le ofreció otro a Santino. —Sí—replicó e inhaló el humo del tabaco—. El viejo pidió la cabeza de Max a cambio de paz, y yo no estuve dispuesto a entregársela. — Se interrumpió para inhalar una bocanada de humo, y agregó—: Por cierto, te agradezco que pagarás la fianza y que me sacaras de esa maldita prisión. Santino asintió y exhaló una bocanada de humo. —No me des las gracias, Frank. Es lo menos que podía hacer por ti. —Sonrió y añadió—: Le diste bien duro al policía ese. De hecho, creo que casi le fracturaste la mandíbula. Frank meneó la cabeza y soltó un bufido de fastidio. —No debí haberlo hecho, pero la rabia me cegó. Nunca pensé que podría reaccionar así. —Endureció la expresión—. Si Max no hubiese cometido esa estupidez, el viejo estaría vivo y yo no habría pasado la noche en prisión. Santino guardó silencio un momento. Luego, murmuró cautelosamente: —Sé que Max se equivocó, pero él solo quería vengar la muerte de John. Además, Frank, todos hemos cometido errores —Se llevó una mano a la cara y se palpó la gruesa cicatriz que le surcaba la mejilla. Frank miró el marcado rostro de Santino por un leve instante y luego le rehuyó la vista para no incomodarle. Enseguida echó la cabeza hacia atrás y se pasó una mano por su gruesa barbilla. Entonces miró los claros ojos de Santino y se preguntó si podía confiar en él o no. Tras un breve instante de meditación, concluyó que confiaría en ese hombre, al igual como lo había hecho su padre antes. —Ellos no mataron a John y Max no se equivocó. Max cometió una estupidez. Santino parpadeó y lo miró fijamente. No hubo ninguna señal de asombro en sus gestos, pues hace mucho que sabía que John no había sido otra víctima del viejo Caputo. — Sí. Fue una brutal estupidez—murmuró con voz inexpresiva. Frank alzó una ceja con un gesto de sorpresa. —Tú sabías que no habían sido ellos— le dijo—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Santino tragó saliva de forma audible y una extraña sombra inescrutable le inundó las pupilas por un leve instante. —Yo estuve con John cuando lo acribillaron. Yo lo vi agonizar. Antes de morir, me pidió que siguiera investigando al “Vikingo” y que no dijera nada al respecto. Frank, incrédulo, lo miró con la incomprensión de un niño de pocos años. —¿Vikingo? — Sí. Te mencioné su apodo hace algún tiempo. Es el hijo bastardo de Gino Caputo. Frank recordó aquella oportunidad y se sintió un estúpido. ¿Por qué no le había tomado atención en ese momento? —¿Crees que John descubrió algo de él y por eso murió? Santino endureció la expresión. —No lo creo; estoy seguro. John debe haber descubierto quien era el vikingo en realidad y lo acallaron a tiros. Ambos hombres se miraron entre sí. Entonces Frank dijo: —El día que mataron a papá estaba todo fríamente calculado. No logramos estacionarnos en la estación, pues estaba todo copado. Tampoco logramos aparcar el carro alrededor porque no había ningún espacio libre. El bastardo de Tom se tomó mucho tiempo para tomar la declaración del viejo y a cada rato miraba el reloj. Pero cuando logramos salir ya no había ningún carro alrededor. Los oficiales de guardia no estaban en sus cabinas y Nick y sus hombres habían sido detenidos. No creo en las coincidencias, por lo que estoy seguro de que Tom estaba confabulado con los Caputo. Pero no sé si Tom es el famoso Vikingo o no. Santino inhaló profundamente el humo del cigarrillo. —No. Tom no es el hijo bastardo de Gino, aunque está metido con ellos hasta el cuello. Creo que el Vikingo está más cerca de nosotros de lo que logramos imaginar. —Se interrumpió para inhalar otra bocanada de humo y prosiguió—: Cuando mataron a John, solo nosotros sabíamos que el viejo iría a visitar a su hermano. No era algo que él solía hacer. De hecho, no lo veía hace más de cinco años. ¿Cómo el asesino obtuvo esa información? ¿Quién se la brindó? En el rostro de Frank se asomó la sospecha. —¿Algún amigo de Max? Santino negó reiteradamente con la cabeza. —Max pasa la mayor parte del día drogado o borracho, y no se interesa en cosas tan ínfimas como una simple visita. Además, solo llama a sus amigos para conseguir mujeres o la droga que necesita. Frank se obligó a pensar. Luego de unos minutos de silencio, replicó cautelosamente: —Debe ser alguno de nuestros hombres. ¿Carruzo?, ¿el viejo oficial? —No. El hijo bastardo del viejo Caputo debe ser de nuestra edad. No debe tener más de treinta y cinco. Además, el hombre que buscamos debe ser el retrato de Gino. Recuerda que la naturaleza se ensaña y los bastardos suelen ser la copia exacta de sus padres. Frank lo miró con el ceño fruncido. —Imposible que sea Nick. Santino alzó una ceja con escepticismo. —No lo sé. Podría ser él, aunque la lealtad que le demostraba a tu padre me hace dudar. Frank se puso inusualmente serio. —¿Sospechas del gordo Alex? Santino torció la boca en una mueca. —Puede ser él o alguno de los hombres que trabajan para Nick. Frank lo miró en silencio. Después de un momento inclinó el cuerpo hacia adelante y murmuró fríamente: —Mantenlos vigilados y cuéntale a Nick de todo esto para que esté al tanto. Cualquier cosa que sepan o que intuyan, me lo dicen de inmediato. —Hizo una pausa, bebió un sorbo de licor y añadió—: Mañana serán los funerales del viejo. Diles a los hombres que redoblen la seguridad del lugar. No quiero llevarme ninguna sorpresa. Santino asintió. —No te preocupes, Frank. Me encargaré personalmente de eso. —Apuró el último trago de licor y se incorporó, dispuesto a marcharse. Frank lo miró alejarse y antes de que Santino se alejara por la puerta, murmuró: —Después de los funerales, iré a visitar a alguien. Santino detuvo el paso y giró la vista atrás. —¿Irás a ver a tu chica? Frank esbozó una cansada sonrisa. —No seas metiche, Santino. Santino se aproximó un poco más a él. —¿Quieres que te acompañe? —Frank negó con la cabeza. Santino apretó los labios y declaró—: Sé que no soy nadie para decirte qué hacer y qué no. Pero tu padre tenía razón, Frank. Ahora, más que nunca, los hombres del viejo Caputo estarán detrás de ti. Sabes muy bien que tu vida está en riesgo y que la vida de esa mujer también lo estará, si es que insistes en seguir con ella. Aléjate un tiempo. Dile que irás a algún viaje de negocio o alguna otra mentira piadosa. —Se quedó callado un momento y luego, algo nervioso, agregó—: Te conozco lo suficiente como para saber que si algo le llegara a pasar a ella, jamás te lo podrías perdonar. Frank pensó en la última vez que riñó con su padre y apretó los labios reprimiendo una respuesta. Estaban en ese mismo lugar, discutiendo por la misma razón. Pero él, movido por el orgullo, no lo quiso escuchar e incluso le soltó un par de rabioso insultos. La bofetada que su padre le había propinado, ya no le dolía. Y, por más extraño que le pareciera, hubiese dado todo por volver a sentirla. Quizás, esa sería una forma de sentir al viejo cerca o, talvez, el remordimiento le hacía pensar que se la merecía. Santino, harto de esperar una respuesta que nunca llegó, se dio media vuelta y se alejó. Frank, sombrío, parpadeó oscilando entre el remordimiento y una desazón aún mayor. ººº
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