Camino impuesto.

2067 Words
Mientras un hombre delgado y sucio echaba las últimas paletadas de tierra sobre la fosa del viejo, Frank aquietaba el grito que le golpeaba el pecho. El silencio era casi absoluto. Los hombres habían guardado un profundo silencio y el viento se había aquietado por un momento. El remordimiento le roía el corazón como si llevara un animal vivo en el medio del pecho. La filosa garra del animal lo rasgaba por dentro y el dolor que eso le provocaba le impedía respirar con normalidad. Recordaba nítidamente el empujón que le había propinado el viejo para salvarlo, el impacto de su cuerpo contra el suelo, el sonido de las balas al estallar... ¿Tanto lo había amado que había dado su vida por él? ¿Se merecía ese amor? Sobre todo, cuando nunca le había mostrado respeto y solo le había enrostrado su enorme desprecio. Y si esos bastardos hubiesen arremetido contra el viejo, ¿habría hecho lo mismo por él? No lo sabía, pero ya era demasiado tarde para descubrirlo. Con un gesto pesaroso alzó la vista y echó un vistazo alrededor: los hombres se habían retirado hacia los carros y Max sollozaba apoyado en un árbol. Estaba solo, rodeado de tumbas, enfrentado a los recuerdos, sobreviviendo en un mundo que sentía ajeno. Con los ojos al borde del llanto, caminó despacio hacia una tumba. Una vez allí se arrodilló, se limpió la nariz con la manga y apartó las flores que ocultaban la lápida. Sobre el blanco inmaculado de la losa distinguió el nombre de su madre. Estaba escrito con letras negras, curvas y rodeado por unos dibujos que semejaban hojas. Un poco más abajo divisó un espacio en blanco y supuso que ese era el lugar en donde tallarían el nombre de su padre. El grueso nudo que le oprimía la garganta cedió. Entonces lloró. Lloró hasta que le dolieron los ojos y siguió llorando hasta que los hombros se le remecieron por los sollozos. Un poco más tranquilo se puso en pie y apretó el crucifijo que llevaba entre la palma. Lo había guardado en el bolsillo creyendo que ya no volvería a necesitarlo. Con sumo cuidado, palpó el relieve que delimitaba el diminuto cuerpo que sobresalía de la cruz. Era frío, duro, rígido. No había nada vivo en ese tacto, nada que le brindara un poco de calor humano. Sin embargo, por más extraño que le pareciera, podía percibir un extraño calor vivificante que lograba consolarlo. ¿Percibía la presencia de su madre en ese frío contacto o su solo recuerdo lograba reconfortarlo? No supo que responderse, por lo que cerró los ojos y puso en blanco la mente. Soltó un suspiro, aferrado al único objeto que le quedaba de ella, y alzó los ojos hacia el firmamento. Sobre él, el grisáceo cielo invernal resplandecía indiferente anunciando una feroz tormenta. Pero la tormenta no solo surcaría el cielo gris, también rompería su vida completa. Sabía que la muerte de su madre había iniciado el caos, así como comprendía que la muerte del viejo lo había desatado. ººº Todavía no atardecía cuando Frank aparcó cerca de la librería. La escarcha había comenzado a cubrir las veredas y el viento helado silbaba por las calles. Hacía frío, a pesar de que la primavera ya había comenzado a pintar de verde los pequeños brotes de los árboles. A través del retrovisor, Frank vio a un carro aparcado en una esquina, a unos pocos metros del semáforo. Era un auto n***o, del año, con llantas lujosas y vidrios poralizados. Frank miró por la aleta delantera izquierda y vio que un hombre, arrebujado en un largo abrigo gris, salía sospechosamente de un oscuro callejón. No logró verle el rostro, hundido bajo el tejido de una gruesa bufanda negra. Enseguida Frank volvió a mirar por el retrovisor. Entonces notó que el conductor del lujoso carro n***o encendía y apagaba las luces delanteras. Rápidamente la bruñida mirada de Frank se posó en el espejo lateral, y vio que el hombre del abrigo gris asentía levemente con la cabeza a modo de respuesta. El corazón le dio un vuelco. ¿Lo habían seguido hasta allí? ¿Era él el objetivo o era Emily? Por instinto se quitó el cinturón de seguridad a toda prisa e hizo ademán de bajarse del auto. Pero antes de que pudiese abrir la puerta, la sirena de un carro de policía irrumpió en el silencio del lugar. Sudó helado. Frank se reacomodó en el asiento del coche y, una vez más, miró por el retrovisor. El carro de policía se había estacionado en la salida del callejón. No había rastros del hombre de abrigo gris y el lujoso carro n***o había comenzado a avanzar. Soltó un suspiro de alivio y echó el auto a andar. Con manos temblorosas, cogió firmemente el volante y cruzó la calle a media velocidad. ¿Qué hubiese pasado si el carro de policía no hubiese aparcado en ese lugar? ¿Le habrían disparado a matar? O peor aún ¿Habrían matado a Emily? El miedo lo cimbró de la cabeza hasta los pies y sintió en el pecho el frío golpe de la desazón. Tragó saliva tratando de liberar a su garganta del nudo que la comprimía. El viejo y Santino tenían razón. Debía alejarse de ella, al menos por un tiempo. Con un sollozo contenido, dio un par de vueltas a la manzana y luego aparcó en una solitaria esquina. Estaba pálido, desencajado. Desde allí miró hacia la librería. A pesar de la distancia podía ver a la gente que entraba y salía del lugar, a los perros que dormitaban sobre la vereda, a los carros estacionados en la cercanía. Volvió a suspirar: debía recobrar la tranquilidad. Entonces echó mano a su voluntad y apartó la ansiedad que lo hacía temblar. Movió de un lado a otro la cabeza y entrecerró los ojos. El susto ya había pasado, aunque estaba seguro de que lo peor estaba por venir. Con cierta torpeza, sacó un cigarrillo de la cajetilla y lo encendió. El humo le repletó la boca, le recorrió la garganta y le inundó los pulmones. Sabía que no era lo mejor, pero al menos lo calmaba. En unos pocos segundos el interior del carro se llenó de humo. Entonces pulsó un diminuto botón y bajó los vidrios. Una brisa fría se levantó del pavimento con un tenue silbido. Frank, con la cabeza apegada al respaldo y fumando, sintió cómo el frescor del viento lo sacudía. El aire frío le pareció conmovedor. El rumor de una risa estridente lo agitó. Frank abrió del todo los ojos y miró alrededor: en la vereda distinguió a dos muchachitas que murmuraban y reían entre sí. No les prestó mayor atención y fijó la vista al frente. A una distancia considerable divisó a Emily. Iba vestida con unos jeans y una chaqueta media desteñida. Al parecer calzaba zapatillas, por la forma ligera con la que se movía. Llevaba el cabello suelto, permitiendo que los invisibles dedos del viento juguetearan con esos mechones negros. Frank sonrió y echó mano al móvil. Entonces desvió la atención de Emily y posó lo ojos sobre la pantalla. Rápidamente, marcó el número de ella. La línea sonaba ocupada, por lo que alzó la vista nuevamente y vio a Emily de pie en la vereda, hablando con alguien por teléfono. Por la forma en la que ella movía las manos intuyó que discutía con alguien, pero no logró dilucidar con quien. La bruñida mirada de Frank recorrió todo y volvió a posarse sobre el hombre de abrigo gris, quien había vuelto a aparecer en escena. El hombre también discutía con alguien, pues se notaba que alzaba la voz mientras se frotaba ansiosamente las mejillas con la mano libre que le quedaba. Por un minuto Frank pensó que discutían entre ellos, pero la idea le pareció tan ridícula que la desechó por completo. Luego de unos breves minutos de contemplación, Frank vio que el hombre arrojaba el teléfono al suelo con un gesto violento, para luego subirse al lujoso carro n***o y marcharse de allí. Enseguida volvió los ojos hacia Emily y notó que la mujer guardaba el teléfono en el bolso mientras bajaba la cabeza, derrotada. Frank frunció el ceño. ¿Qué le pasaba? Rápidamente, Frank volvió a echar mano al móvil y marcó el número de ella. Entonces, del otro lado del teléfono, la voz de Emily le contestó: —Hola, amor. Había algo triste, melancólico en el tono. El esfuerzo de la mujer por no soltar el llanto se le notaba en la forma en la que suspiraba, en la extraña lentitud con la que pronunciaba las palabras. —¿Estás bien? —le preguntó él—. Te escuchas algo alterada, como si hubieses discutido con alguien. Te llamé hace un instante, pero tenías el móvil ocupado. Emily tragó saliva. —Estoy bien. No te preocupes. —Hizo una pausa y suspiró profundo—. Solo recibí noticias de una persona que no veía hace años. Frank se quedó callado unos segundos. Sintió que el corazón se le aceleraba y que los celos le propinaban unas bruscas bofetadas. ¿Acaso el padre del niño la había contactado y por eso se escuchaba tan triste? Luego de un momento, preguntó cautelosamente: —¿El padre de Flavio? —se sintió ridículo tras formular esa pregunta, pero no le importó. Emily rio. —No, Frank. Me llamó un familiar que no veía hace tiempo. Frank sonrió y soltó un suspiro de alivio. —Entonces deberías estar feliz. Después de todo, no estás tan sola como pensabas. Emily hizo un profundo silencio. Al cabo de un instante, replicó con algo de rabia: —No me interesa saber de ellos. Corté toda relación con esa gente hace mucho tiempo. Frank no supo qué responder, por lo que se encogió de hombros y cambió el tema: — ¿Cómo está Flavio? — Bien. En casa con la señora Rosa. Frank sonrió con amargura. — ¿Tuviste mucho trabajo hoy? —No. El mismo de siempre. ¿No nos veremos hoy? Frank tragó saliva y, a la distancia, la contempló. Emily estaba sentada sobre una banca, a un costado de la vereda. El viento le sacudía el pelo mientras ella luchaba por quitarse los mechones que le caían sobre la cara con sus pequeños dedos. Se veía hermosa, como siempre. —No, amor. En una hora más debo tomar un vuelo hacia otra ciudad. —¿Negocios? Frank carraspeó: —Sí. Tengo que preparar un caso muy difícil, que es de vital importancia para la firma. Emily guardó silencio y Frank, a lo lejos, vio que ella se levantaba de su asiento. —¿Cuánto tiempo estarás fuera? Frank suspiró hondo. ¿Qué podía decirle? —No lo sé, amor. Todo depende de cuanto se alargue el caso. Emily bajó la cabeza. Al levantarla, Frank vio que se pasaba una mano por la cara. ¿Acaso lloraba? —Recuerda que te amo—le dijo ella en un susurro. Frank sintió un repentino bochorno ante la dulce declaración de ella. Él también la amaba, pero debía mantener la distancia para protegerla. —Y yo a ti—replicó con un dejo de ternura. Emily esbozó una sonrisa cansada, aunque por la distancia que los separaba Frank no logró percibirla. —Cuídate, amor. Te llamo en cuanto llegue a casa. Frank asintió y cerró los ojos. —Ten cuidado en el camino y llámame ante cualquier cosa. Emily fue la primera en colgar mientras Frank permanecía con el móvil en la oreja, mirándola en la lejanía. La desazón y la culpa habían aumentado: él era el único responsable de esa separación por haberse dejado llevar por la ira. Había hecho mucho daño, mucho más del que lograba imaginar, y ahora debía pagar . Cada vez que recordaba todo lo que había pasado hasta ese momento, le parecía que otro ser, orgulloso e iracundo, había jalado del gatillo, pero que no había sido él. Era como si se hubiese desdoblado en aquel restaurant y el alma negra, que habitaba en el fondo de su ser, hubiese tomado su lugar. ¿Pero qué podía hacer? No podía regresar el tiempo ni revivir a los muertos. Lo único que le quedaba era seguir adelante y recorrer el tortuoso camino que esa alma negra le había impuesto. ººº
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