Mariano Cornejo estaba furioso. Todo había salido mal. Fabiana debía estar viajando a Bucarest pero ahora había sido proclamada señorita Perú y participaría en el máximo evento de belleza, en el Miss Mundial que se haría en Ámsterdam.
-¿No te das cuenta, pendejo?, ladró su ira por el celular, nos adelantaron un millón de dólares por ella y ya no podemos llevarla con las otras mujeres porque se va a Países Bajos-
El otro sujeto estaba en silencio.
-La idea era que la raptaran con las otras mujeres, detalló Cornejo, ahora es imposible que sea nuestra ¡y ya nos pagaron, carajo!-
-No te preocupes, algo se me ocurrirá-, insistió el otro tipo y colgó.
Cornejo miró el diario con la foto de Fabiana a primera plana con el sugestivo título: el desayuno de la reina. Luego estrujó el diario y siguió maldiciendo derramando su furia y frustración.
*****
-La señorita duerme-, dijo un tipo alto, enorme como un edificio que miraba con indiferencia a Donato y no lo dejaba pasar. Antonelli se molestó. -Estoy pagando por ella-, protestó. Eso lo escuchó Dobrin. Estaba desayunando en un cuarto contiguo y salió en calzoncillos. Al abrirse la puerta, Donato vio a una chica desnuda, también sumida en el desconcierto, extraviada, sin duda, dopada.
-Pagas por ella, pero nosotros nos encargamos que no reaccione-, dijo Nicolae.
Donato se enfureció. -Van a matarla, si siguen dopándola, van a matarla-, dijo.
-Todo está fríamente calculado-, bromeó Dobrin.
-Quiero llevármela-, dijo Antonelli pero Nicolae estalló en risas. -Nadie sale de aquí, eso lo sabes-, subrayó y ordenó al guardia que lo deje ver a la chica peruana por unos minutos.
Donato la encontró entumecida, vacía, apagada y sombría a Elena. Estaba acurrucada, absorbida en sus sueños profusos y sicodélicos, vacíos y hondos, como si cayera en un abismo.
-Voy a sacarte, lo verás, voy a sacarte de aquí-, prometió Donato mientras muchas lágrimas se le amontonaban a los ojos.
Oyó una voz en los pasadizos. -Llegaron dos más de Perú: Diana Rengifo y Melissa Cardama-, gritó alguien. Donato tragó saliva. -¡Voy a salvarlas a todas!-, apretó los puños con furia y cólera a la vez.
*****
Fabiana no durmió esa noche. Después que fue coronada señorita Perú y le tomaran muchas fotos y le hicieran interminables videos, cenó con las otras muchachas y se tomo selfies con todas. Nancy Schäffer no dejaba de peinarla y sujetarle la corona. -Ganaste, ganaste, loca-, le decía emocionada, sin despegarse de su lado, encadenada a su brazo.
-¿Me darán mi premio?-, preguntó Fabi en medio de su apabullante confusión.
-Dinero, un auto del año y te irás a Ámsterdam a competir-, le anunció solemne, festiva y alborozada, Schäffer.
-¿Países Bajos?-, intentó deletrear ella, pero todos querían selfies junto a Fabiana. Vigilantes, las auxiliares, la modista, sus ayudantes, las chicas de las ropas, los invitados, los organizadores, absolutamente todos y a ella le dolía la boca de tanto sonreír. Parecía una muñeca nueva con la que jugaban y acariciaban, arreglaban, besaban y se tomaban fotos. Su cabeza era un horrible caos, un desorden de muchas imágenes, luces, colores y hasta risas y carcajadas, también campanadas y pitidos que le martillaban sin cesar los sesos.
-Haré una posta con el dinero-, le dijo Fabiana a Schäffer, pero Nancy tampoco escuchaba. Llevaba y traía a Fabi a todos lados para que se tome selfies.
Recién de madrugada, pudo Fabi echarse a la cama, vencida, cansada, exánime y hasta muerta en vida, incluso con su vestido puesto, sin sacarse las pantimedias y hasta con los zapatos de tacón enorme. -Mejor duerme que hoy te espera un día atroz-, le anunció Schäffer.
-Que se vayan todos al infierno-, ladró Fabiana tratando de cerrar los ojos.
Nancy empezó hacer su maleta. -¿Te vas?-, se incomodó Fabi empinándose sobre sus codos.
-Obvio, perdí y ya no tengo más que hacer aquí-, dijo ella acomodando sus vestidos. Fabiana se puso pálida.
-No te vayas, le suplicó, tú eres la única que conozco en Lima, qué haré aquí sin ti-
Fabi empezó a sentirse desamparada, perdida en una selva de gritos y desorden. Se asustó.
-Tú eres ahora la señorita Perú, tendrás que valerte sola-, le subrayó Nancy.
Fabiana estaba aterrada. Pensó en aquel hombre enorme, en la muerte de Macedo, en los secuestros de las chicas, en esas calles tan largas y llenas de carros que era Lima, el bullicio intenso, la muchedumbre y en Ámsterdam. El pánico le absorbía como una esponja.
-¿Si te nombro mi chaperona?-, opinó con la voz temblorosa.
A Nancy le dio risa. -Qué cosas dices, mujer, eres realmente divertida-, dijo sin contener las carcajadas.
Pero Fabiana hablaba en serio. -No conozco a nadie, solo te tengo a ti. Acompáñame a Países Bajos-, dijo suplicante, parpadeando de prisa. Su corazón se escuchaba frenético en su pecho.
Schäffer no dejaba de reír. -Ay, qué pesada eres mujer-, decía sin dejar de reírse. -Chaperona a mi edad, eres colosal-, insistió riéndose sin detenerse.