Capítulo 7

1060 Words
Fabiana estaba demasiado confundida. ¿Qué hacía allí, en medio de esas bellezas, definiendo el título de señorita Perú? No lo entendía. Las otras chicas eran modelos cotizadas, muy conocidas en el ambiente de la moda y la televisión, del turismo, incluso, y dedicadas al negocio de la belleza. Ella, en realidad, era una advenediza, una aventurera desconocida, extraviada en esa vorágine de gritos, silbidos y muchos aplausos alborozados. Su cabeza era una explosión de imágenes, colores, algarabía y un atroz aserradero que no dejaba de cortar madera, confundiéndola y teniéndola sin reacción y hasta exánime. Fue el momento de las entrevistas, quizás el momento más importante del concurso. Fabiana volvió a extraviarse entre las luces y su propio desconcierto. No escuchó las respuestas de la señorita Callao ni de la señorita Cajamarca. Le habían dicho en una de las prácticas que eran preguntas fáciles pero que debía responder con un buen raciocinio, se concisa, hablar sin preámbulos ni paréntesis y hacerlo de manera concreta. -Señorita Ucayali-, dijo el presentador. Fabiana estiró su risita y fue caminando pausadamente hacia un círculo en medio del escenario. -¿Es verdad que usted juega voleibol en la universidad y fue miss cac'himba?-, preguntó con una sonrisa larga el maestro de ceremonias. Fabi sonrió. -También tengo buenas notas en mis cursos-, dijo orgullosa y eso desató las carcajadas del público. Fabiana se azoró. -Muy buena respuesta, señorita Ucayali, muy buena respuesta-, subrayó el presentador. Miró una cartulina que sostenía en las manos. --Usted viene de un distrito alejado de la ciudad, en la selva del Perú. Dígame ¿qué tanto afecta el calentamiento global en nuestra selva?-, preguntó. Fabi oyó un intenso redoble de tambores y largos murmullos. En la universidad habían discutido mucho sobre ese tema en uno de los cursos de estudios generales, lo recordaba perfectamente. Esa vez escuchó intervenciones acaloradas sobre el efecto invernadero y que la selva podría dejar de ser el pulmón del mundo. Recordó, también su participación sobre la tala que encantó al profesor. Lo repitió esa noche. -Es un tema complejo, dijo, la tala indiscriminada incrementa el óxido nitroso y eses es un peligroso gas de efecto invernadero. Quienes talan los árboles incendian los troncos y liberan el peligroso carbono que aumenta considerablemente el calor, secan los humedales y absorben la luz del sol. Los traficantes de madera son también responsables del calentamiento global-, dijo serena y cauta pero resoluta. El presentador arrugó sus cejas y el público se puso de pie a aplaudirla. -No sabía-, dijo el anunciador, desorbitando los ojos. Fabiana hizo un delicioso mohín. -¿Es verdad que aspira ser doctora?-, intentó volver en sí el maestro de ceremonias. -Sí, para ayudar a mi anexo frente a enfermedades como la tuberculosis, la anemia y el Covid-, subrayó Fabiana. -¿Anexo?-, quedó mal parado el presentador. -Es como un barrio, un apéndice de una ciudad... un anexo-, dijo ella alzando su hombro. El público volvió a estallar en aplausos y el anunciador estaba rojo como un tomate, turbado y ciertamente incómodo y trastabillando en su inmensa sorpresa. Despidió a Fabi pidiendo muchos aplausos. -Tremenda lección que nos ha dado la señorita Ucayali-, recuperó rápidamente el aplomo el afligido presentador. Después de intervenir la señorita Lima y la representante de Puno, ingresó al escenario, de nuevo, el baladista de moda. Se puso a entonar una de sus canciones preferidas y las cinco finalistas debían desfilar en torno a él, enfundadas en su vestidos de noche, haciendo una reverencia al público. Luego se elegiría a la ganadora y flamante señorita Perú. Cuando correspondió el turno a Fabi, ella, intentó mostrarse indiferente al cantante, pero él le tomó la mano. No lo había hecho con ninguna. Le hizo dar una vuelta a Fabiana que desató la euforia del público, incluso la acercó a él, demasiado, admirando su mirada felina, deleitándose con su boquita muy roja y la naricita en punta que la hacía sensual y amazónica. Fue descarado, pero Fabi no perdió la calma ni se sonrojó, le hizo un quite gracioso y sacando pícara la lengüita, que mordió con sus dientecitos blancos, se dio vuelta y se marchó meneando el trasero, dejando entumecido, tonto y derrotado al cantante. Un largo "uuuuuuuuu", remeció el local y luego estallaron los aplausos y los silbidos de admiración y respaldo a Fabiana. Después de un largo paréntesis que le ordenaron a Fabi y a las otras chicas no moverse de sus sitios, el presentador dijo que era el momento de anunciar a la ganadora. Todas se tomaron de las manos y Fabiana se sintió aliviada. -Al fin, mañana a casita-, exhaló convencida. Pensó en llevar peluches y comprar dulces para los pequeños de Mayuya, una chompa para doña Máximo y un bastón para el abuelo Fernández. También ropita para las muchachas del anexo. -Quinto lugar, señorita Lima-, dijo el presentador, desatando una larga silbatina. La muchacha recibió un ramo de flores, le pusieron una kiara y subió afligida a un peldaño que daba a una silla enorme donde se ubicaría la flamante señorita Perú. -Cuarta señorita Lima- -Tercera señorita Cajamarca- -Y la segunda es...- Solo quedaban Fabiana con la señorita Callao, tomadas de las manos. Fabi no se daba cuenta de nada, en realidad. Ella seguía extraviada en las compras que iba hacer antes de viajar a Mayuya, en el dinero que usaría para comprar el grupo electrógeno y lamentaba no haber podido ganar el concurso para construir la posta médica. Miraba sin ver al público, no sentía la mano helada de la señorita Callao y menos escuchaba al presentador. -¡Señorita Callao!- Todas las chicas corrieron a llenar de besos a Fabiana, pero ella continuaba sumida en sus pensamientos, aplaudiendo como autómata, sonriendo mecánicamente. Le pusieron una corona en la cabeza y un ramo de flores. también una banda dorada que decía señorita Perú. -Ganaste, zonza-, le reclamó Nancy Schäffer, sacudiéndola ligeramente. Fabiana parpadeó cuando sintió que la corona se le caía de la cabeza. -¿Qué?-, preguntó inerte, deambulando entre las luces y las cámaras que la enfocaban. Las chicas la llevaron hasta el sillón grandote y recién, en ese instante, Fabiana reparó lo que había pasado. Parpadeó varias veces y su sonrisa se borró de su boquita roja, porque la quijada se le descolgó entre sorprendida y perpleja. Ahora era la señorita Perú.
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