Regresamos a Ciudad Kappa y con eso mi rutina en la universidad. Pablo me llevaba a todas partes, incluso a la casa de mis padres, ya que los visitaba todas las tardes después de las clases. Ayudaba a Elena con las cosas de la casa, con lo que descubrí que ella y Pablo habían trabajado desde siempre con Jonatan, incluso habían conocido a sus padres; entonces entendí por qué él los trataba con amabilidad. Envuelta en todas esas actividades, un semestre largo y tedioso había pasado.
Mauricio y Krestel seguían viviendo con mis padres, lo que era molesto, porque Mauricio no perdía la oportunidad para buscarme. Jonatan no había cambiado en lo absoluto su actitud, incluso cuando no le daba motivos para molestarme, lo hacía, aunque trataba de ignorarlo al por mayor.
-¿Estabas de nuevo en casa de tus padres? ―Preguntó desde el sillón, donde estaba sentado con un vaso de lo que parecía ser whisky. A pesar de que le dediqué una mirada fugaz, se veía desalineado y su cabello alborotado.
-Sí. Buenas noches ― respondí y subí a mi habitación, no quería tener ninguna conversación con él.
Cerré la puerta, suspiré pesadamente y estaba a punto de tirarme sobre la cama, cuando la puerta se abrió de par en par con violencia. Jonatan entró a gran velocidad en mi dirección, di muchos pasos hacia atrás, hasta que mi espalda chocó contra la pared. Su aliento a alcohol pegaba en mi cara, mareándome, haciendo que girara mi rostro porque no lo soportaba.
-¿No te cansas de estarme engañando, sino que además lo haces en casa de tus padres? ―Dijo con rabia, tomó mi mandíbula con una sola de sus manos, girándome la cabeza para obligarme a verlo.
-¡Suéltame! ¡Me estás lastimando! ―Una ráfaga de sentimientos me recorrieron: miedo, enojo e indignación.
-¡Deja de estarte ofreciendo como una puta barata! ―Eso fue suficiente para que la furia se apoderara de mi cuerpo, lo abofeteé tan fuerte que lo hice dar un paso hacia atrás y la palma de mi mano quedó ardiendo del dolor. Se quedó unos segundos mirándome, con la misma intensidad como la que había usado el día de la boda, para luego dar unos cuantos pasos hacia atrás y girarse para salir con rapidez de ahí, azotando la puerta en el proceso.
Mi corazón latía con fuerza y mi respiración era acelerada, pude sentir como la adrenalina iba bajando de a poco en mi sistema, me dejé caer sobre el suelo y las lágrimas de toda la mezcla de sensaciones que había tenido, salieron libres. Esa fue la noche que peor me había tratado, nunca había llegado a lo físico y en el momento en el que lo hizo, me convencí que no permitiría que lo hiciera de nuevo. Cerré la puerta con seguro y me preparé para dormir, aunque a decir verdad mi cerebro estaba revolucionado.
No era mi culpa que Mauricio viviera en mi casa, pero le concedí que podía malinterpretarse. No quería estar en su casa todo el día, porque no estaba cómoda, no por Elena o Pablo, sino porque a fin de cuentas ese era su hogar, no el mío. No me percaté en qué momento mi cerebro se apagó, desperté a la mañana siguiente, sin ánimos de hacer mis actividades regulares; de cualquier forma, salí más temprano de lo habitual hacia la universidad para distraerme.
Por la tarde, llegué a casa de mis padres, necesitaba alguien con quien hablar, estaba llegando a los límites de mi propio temperamento y la única persona que pensé que podría ayudarme, era mi padre. Fui hasta su despacho con la esperanza que ahí estuviera y, ¡genial! Mi don para escuchar conversaciones ajenas detrás de las puertas, había vuelto.
-Escucha Alonso, ya no puedo prestarte dinero, y no porque no quiera, sino porque ya no tengo siquiera para mi propia familia ― escuché a mi padre decir con una mezcla de enojo y vergüenza.
-¡Ricardo, puedo perder la empresa! ― Le dijo con cierta desesperación. ―¡Eso me dejaría en la calle! ―
-Alonso, ya no puedo hacer nada por ti ― mi padre hablaba con pesar.
Entonces decidí entrar al despacho, sin tocar la puerta siquiera.
-¡Buenas tardes! ―Alonso me miró mal en cuanto entré.
-Princesa, ¿podrías esperarme en la cocina? En un minuto estaré contigo ― dijo mi padre con un poco de ánimo.
-Yo puedo prestarle el dinero que necesita ― entonces Alonso cambió su expresión.
-Alondra… ― la voz de mi padre cambió, sonando autoritario y como una advertencia de que mejor me fuera.
-No quiero el dinero de Jonatan ― había un tono rencoroso en la voz de Alonso.
-No es dinero de él, es mío. Padre, ¿podrías decirle que tengo una cuenta a mi nombre? ―Me dirigí a mi padre, que al sentir la mirada de Alonso, asintió.
-Está bien, no tienes por qué preocuparte, te lo devolveré en seis meses ― su tono había cambiado y me trataba como a una niña. Sabía que estaba mintiendo, porque hasta donde estaba enterada no le había pagado absolutamente nada a mi padre.
-¡Alonso no puedes tomar el dinero de mi hija! ― Habló papá ofendido.
-Padre, está bien ― le di a mi papá una mirada amorosa, para después dirigirme a Alonso. ―Señor Duran, espero no tome a mal esto, pero yo no soy como mi padre. Necesito una garantía de que me pagará y como usted es un hombre que cumple sus promesas, no creo que vea un inconveniente el firmar un pagaré o una carta de instrucción, ¿cierto? ―Lo vi removerse incómodo en su asiento.
-No, claro que no hay problema, puedes darme un cheque en este momento y mañana firmaremos el contrato ― no tenía la menor idea de que no caería en esa trampa.
-Lo siento, Señor Duran; pero nunca he utilizado esa cuenta, por lo que no tengo tarjeta o chequera, además, la suma de dinero me obliga a tener que ir directamente al banco y en este momento ya está cerrado ― lo mejor era que no estaba mintiendo. ―Mañana puede pasar aquí con mi padre, para firmar el acuerdo y le entregó el dinero en ese momento, ¿le parece? ―Lo había dejado sin salida.
-Está bien. Sobra decir que no quiero que Jonatan se entere de esto ― pude ver el desprecio que le tenía. Cada vez que decía su nombre, era como si se le atoraran las palabras y cuando al fin lo hacía, era como si lo estuviera escupiendo. El hombre se puso de pie.
-No le diré nada a mi esposo ― estaba dispuesta a cumplir. Entonces salió dejándome a solas con mi padre.
-¿Qué acabas de hacer Alondra? ―La voz de papá se escuchaba con cierto dolor, pero yo sólo sonreí.
-¿Crees que puedas preparar una carta de instrucción ésta misma tarde? ―Pregunté animadamente.
-Sí puedo, Princesa ― aún arrastraba las frases, con pesar.
-Déjame hablarle a Jonatan, porque necesito que estipule algunas cláusulas ― sonreí emocionada. Había ideado la salida para el problema de mi padre en cuestión de segundos y se sentía fantásticamente bien, que sólo deseaba que todo saliera a la perfección. Saqué el celular de mi bolsillo y caminé hacia la puerta.
-Creí que dijiste que no le dirías a Jonatan ― aún quería ser ese padre, el que me había inculcado el mantener mi palabra.
-¡No! Yo dije que no le diría a mi esposo, y yo voy a llamar a mi asesor legal ― sonreí maliciosa y mi padre me la devolvió con complicidad.