Me hice amigo de Rousse la primera vez que la llevé a ver las estrellas en el mirador sur de la ciudad. Ahí, frente al mar oscuro, acosté mi cabeza en sus piernas y fijamos nuestros ojos en el inmenso lienzo lleno de estrellas. Le tomé confianza instantáneamente, me di cuenta que era una chica sumamente dulce, tímida y con un amor para dar que ni ella sabía que tenía. Esa timidez le daba un aura de ternura que comenzaba a fascinarme. La empecé a ver como la hermana pequeña que quería comenzar a proteger y me dio unas ganas enormes de mostrarle el mundo. Esa tarde la había invitado a aquel mirador para escaparme de mi apartamento solitario lleno de recuerdos de Susana y su rechazo a mi propuesta de matrimonio. Y fue la escapada perfecta, porque a su lado logré encontrar paz, además, ese