—¿Rousse? —Escuché la voz de Alejandro por el pasillo—, ¡Rousse! Estaba recostada a la pared blanca y lisa del baño; me sentía cansada, con dolor físico y espiritual; podía escuchar y sentir los muros de mi vida caerse a pedazos: todo lo que había construido con tanto esfuerzo se venía abajo por mi depresión y ansiedad. —¡Rousse! —la voz de Alejandro se escuchó más cerca. Había dado con la habitación en la que me encontraba y fue cuestión de tiempo para que notara la puerta del baño abierta y a mí dentro de ella. —¿Rousse?, ¡Rousse! Estaba con los ojos cerrados tratando de pasar mi malestar, sin embargo, no pude soportar el llanto al escuchar a mi amigo con la voz quebrada mientras corría hacia mí. —¡Rousse, Rousse! —Pude sentir que se agachó frente a mí y me tomó de los hombro