David volvió a besarla con vehemencia, con pasión, ella no pudo evitar corresponder, cegada por ese momento de placer. Él detuvo el beso, salió del auto, y abrió la puerta del copiloto, ayudó a Ada a bajar, ella le miró sorprendida. David la subió al asiento trasero, él también entró, estaban parqueados en un punto medio de la carretera casi desértica, a un lado. —¿Qué haces…? —exclamó sorprendida de que ese hombre estuviera tan loco. David respiró profundo, su mirada se volvió oscura, fija en ella, él la acercó, y Ada luchó por alejarse, volvió a besarla, pero cuando detuvo el beso, sus labios bajaron a su cuello. La piel de Ada se erizó, su corazón latía al sentirlo, cedió. Sus labios se encontraron, unidos en un beso que primero fue suave, luego fue apasionado. Las manos de Da