Zahara bajó la escalera, el hombre corrió detrás de ella, y se interpuso en su camino antes de que siquiera llegara a la puerta. —¡Zahara! Ella volvió a mirarlo con desprecio, alzó las cejas, y su rostro estaba furiosa. —¿Qué? —espetó de mala gana —¿No podemos hablar como dos adultos? No somos unos niños. —¿Y lo dices tú? —exclamó irónica—. ¿Qué quieres, Azael? Te divorciaste de mí por tu capricho, ahora, ¿Quieres conseguir mi perdón del mismo modo? Lástima, querido, el perdón, como el amor, no se puede obligar. Ella intentó irse, pero èl de nuevo la detuvo. —Zahara, no quiero que me perdones obligada, quiero que sepas que me arrepiento, si pudiera hacer las cosas diferentes, no hubiera lastimado tu corazón, y es algo que me duele todo el tiempo. Tenías razón, soy un cobarde, me e